viernes, 1 de mayo de 2015

Apagar el mundo.


Cierro los ojos para apagar el mundo. Un rato, por lo menos. Voy en el metro. Me sostiene la multitud. Hago lo posible por no pensar en nada. Intento apagar el mundo. Llevo un libro de la Jelinek pegado al cuerpo, para no molestar a nadie. Cuento para regular mi propia respiración. No quiero odiar al mundo, por eso prefiero apagarlo. No escuchar conversaciones. No ver rostros reunidos de esta forma. No sentir los cuerpos estrechándose unos a otros. Las puertas se abren y se cierran. Esto no es terrible, me digo. Esto es el día a día. Esto no es el fin del mundo. La voz grabada de siempre da informaciones, otra vez. Yo cierro los ojos. Podría haber una información para los que cerramos los ojos. Algo así como recomendaciones metafísicas. Algunas frases sacadas del Tractatus de Wittgenstein, por ejemplo. Vuelvo a regular mi respiración. Justo entonces la mano de alguien comienza a hurgar en uno de mis bolsillos. Primero suavemente y luego ya de forma totalmente descarada. Yo no voy a abrir los ojos. Tampoco voy a protestar. Yo apagué al mundo. No vale la pena encenderlo por lo que hay en ese bolsillo. Papeles sin valor. Un rectángulo de plástico donde sale una imagen y un número que alguien me adjudicó. No pueden llevarse nada mío, me digo. Eso que se llevan no soy yo. Además, si viese ahora al mundo lloraría. A lo menos, lloraría. Por eso apago el mundo. Aquí, me digo, no puede haber amor.

1 comentario:

  1. Ya sé que no me vas a contestar, pero tengo que preguntar de todas maneras ¿Entonces dónde?
    Saludos...

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