domingo, 3 de mayo de 2015

Aceptar las cosas como son.


Eso dicen.

Aceptar las cosas como son.

Yo le doy vueltas a la frase.

Suena bien: aceptar las cosas como son.

El alza en la bencina.

La comida tibia.

La chica con relleno.

Puede salir un texto rápido.

Ingenioso incluso, si se hace con cuidado.

Aceptar las cosas como son.

Y claro… luego preguntarnos si sabemos cómo son.

Reflexionar un poco, me refiero.

Sobre la esencia de las cosas y todo eso.

Podemos hasta citar algún filósofo y luego seguir con la lista.

Los celos de la pareja.

La discusión en el trabajo.

La muerte del hámster.

Y es que vamos en alza.

De a poquito… pero en alza.

Y entonces viene la inflexión afectiva.

La curva que nos lleva a la soledad o a alguna otra condición inmediata.

El desamparo, incluso, si se quiere.

Pero claro, decimos… hay que aceptar las cosas como son.

El término de una relación.

La muerte de un cercano.

El silencio de Dios.

Y pretendemos entonces alegar desde nosotros mismos.

Y el egoísmo nos hace llenar los vacíos con nuestras propias necesidades.

¿También hablamos de aceptar aquello…?

Porque no hablamos aquí de hambre, ni injusticia, ni miserias ajenas.

La gente con esas miserias no lee blogs, pensamos.

¿Y entonces…?

¿Aceptar las cosas como son?

Juguemos a eso.

A que es posible, digamos.

Hagamos un texto breve.

Aceptemos incuso que salga mal.

Que diga una verdad y luego se esconda,
como los niños que lanzan piedras.

¿El alza en la bencina?

¿La muerte del hámster?

¿El silencio de Dios?

Tal vez ya no se sepa qué decir.

Piénselo usted como quiera.

Las piedras aceptan.

La tierra acepta.

Puede que hasta los árboles acepten.

Así, vendrá la lluvia
y hasta vendrá el fuego.

Todo será aceptado.

Solo después,
cuando nadie lo espere,
surgirá el grito.

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