martes, 2 de diciembre de 2025

El ojo y las cosas que ya vio.


Confiamos en lo que fuimos, no en lo que somos.

Confiamos ser eso, quiero decir.

El ojo mismo, por ejemplo, solo recuerda cosas que ya vio.

Mira hacia dentro, en este sentido, tanto como hacia afuera.

Y desconfía más de aquello que lo rodea, que de aquello que ingresó a él, hace mucho.

Es así, aunque ahora tú mismo desconfíes.

Por eso no se oye el pensamiento del ojo.

Porque nadie pregunta por él, quiero decir, y él tampoco pregunta ya por nadie.

Y cuando surge –mínimo-, el deseo de hacerlo, el ojo se muerde la lengua y lo evita.

Y está tranquilo, pues piensa que ha hecho bien.



Confiamos en lo que fuimos, no en lo que somos.

Y confiando, acumulamos lo que fuimos sin desechar nada.

Y lo que fuimos nos llena y no deja espacio para ser algo ahora, o alguien más.

El ojo, por ejemplo, del que te hablaba antes.

No suelta lo que vio y así permanece: reconociendo lo ya visto.

Y no es que se niegue a algo más, pero así se basta.

Con poco se llena, como ves.

Con eso se conforma, el ojo.

Y poco le importa que el mundo sigue cayendo sobre él.

Como cae el agua sobre un vaso desbordado.

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