sábado, 22 de febrero de 2025

Una figura inflable.


I.

Lo compré en una página de importaciones chinas.

Era una figura inflable, para piscinas.

No se trataba de un pato ni de un cisne ni nada parecido.

Era la figura de Ofelia, que luego de ser inflada bien podía dejarse flotando en la piscina o ser arrojada a un río.

Resistente a golpes y prácticamente irrompible, podía leerse en el aviso.

Yo, tras leerlo, la compré para comprobar, simplemente, si era aquella figura existía de verdad.


II.

Cuatro semanas, prácticamente, demoró en llegar.

De hecho, ya se me había olvidado, cuando la recibí.

Solo lo recordé del todo cuando comencé a inflarla y vi la forma que tomaba.

Esta es Ofelia, me dije.

Tras inflarla, recordé también que no tenía piscina ni mucho menos río, como para poder dejarla.

Tampoco tenía tina, por cierto.

Así, sin opciones, pensé en dejarla en la cama, junto a mí, pero desistí por vergüenza.

Por lo mismo, antes de dormir, comencé a desinflarla, y luego volví a meterla en la caja.

No cupo tan bien, pero forzando un poco logré guardarla dentro.

Luego, con dificultades, me dormí.


III.

Un año guardé a Ofelia y lo cierto es que después volví a olvidarla.

De hecho, estas vacaciones la llevé conmigo al sur, pensando que se trataba de un colchón inflable.

Volví a inflarla igualmente y la dejé a escondidas en una acequia.

Pude ver cómo se alejaba, atravesando al menos tres parcelas.

Finalmente, detuvo su tránsito atascándose en unas piedras.

Cuando pensaba ir a liberarla un niño la descubrió y gritó a sus padres, asustado.

Una hora después llegó la policía.

Yo, por mi parte, me desentendí del asunto y no quise ver nada.

Decidí cocinarme algo.

Me preparé una especie de guiso con romero.

Me lo serví en un plato de plástico.

Pobre Ofelia, me dije, a modo de despedida.

Ojalá encuentre un buen lugar.

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