No sé por qué te asustas.
No quisiera provocar eso, quiero decir.
Ocurre simplemente que las cosas cambian.
No hablo de desgaste ni nada triste.
O no triste, al menos, de esa forma.
Por ejemplo, el otro día me contaron una historia.
No sé bien por qué ni recuerdo siquiera quién me la contó.
Pero extrañamente recuerdo la historia.
O creo que la recuerdo, más bien.
Ocurría en ella que un hombre estaba en un lugar donde otros cazaban fieras.
Una especie de safari, imagínate.
El hombre iba por otras razones, ciertamente, pero había otros que cazaban fieras.
Y claro, para no ser cazadas, las fieras huyen.
Y huyendo, en medio de la confusión, a veces esas fieras también atacan.
Cómo sea…
El resumen de la historia es que al hombre ese lo atacó una fiera,
Una fiera a la que perseguían otros, quiero decir.
Ni siquiera la vio venir, lo sorprendió simplemente y entonces la fiera le dio muerte.
Esa es la historia, más o menos.
Ahora, trata de pensarla dejando de lado lo terrible.
Lo terrible que dicen que es la muerte, quiero decir.
¿Lo ves?
Ese es el ejemplo, que quería mostrarte.
El ejemplo que viene a explicar, de cierta forma, la manera en que digo yo que las cosas cambian.
No da para asustarse, si te fijas.
Acá no hay fieras ni ataques equivocados.
Acá las fieras van por su presa, directamente, y cada cuál conoce su rol.
Y nada hay menos triste, que saber aquello.