-Vivo con una ventana rota –dijo ella.
-¿Qué…? –dijo él.
-Que en mi casa hay una ventana rota… cuando
lleguemos la verás…
-Ja, ja… por un momento pensé que dirías que estabas
casada, o que tus hijo estaban en casa o que…
-No tengo hijos.
-Sí… ya me lo habías dicho.
-Pero tengo una ventana rota –repitió ella.
Entonces él bajó la velocidad y la miró para saber
si debía reírse u obtener algún significado de esa frase.
-Igual hay una cortina que la cubre –siguió ella-,
así que no entra frío…
-Tampoco es que haga frío –dijo él.
-Es cierto… -dio ella, luego de una pausa-. No hace
frío.
Él siguió manejando hacia dónde ella le dio que estaba
su casa. De vez en cuando la miraba, hacia un costado. Ella no parecía notarlo.
-¿Quieres que
paremos a comprar algo antes de llegar a tu casa…? ¿Algo de beber… u
otra cosa?
-No… -dijo ella-. No quiero beber más.
-Es cierto –dijo él-. Ya bebimos bastante…
-Dobla en la calle que viene…
-¿En esa…?
-Sí… Es la penúltima casa… donde está el poste…
-¿Esta…? –preguntó él, deteniendo el auto.
-Sí –dijo ella-. Esta es mi casa.
Ambos se quedaron sentados, en el auto. Sin
decidirse a bajar.
-¿Cómo crees que se quebró? –preguntó entonces ella,
como recordando algo.
-¿Qué cosa…? –dijo él.
-La ventana… La ventana rota, de mi casa…
-Pues no sé… -dijo él, mientras se intentaba
acercar a ella-. ¿Gano un premio si adivino…?
-No –dijo ella, sonriendo-. Ni yo recuerdo cómo se
quebró, en realidad.
-¿Vamos adentro? –preguntó él, mientras ponía una
mano sobre una pierna de ella.
-Vamos –dijo ella.
Y entraron.
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