Como habían dejado de encender, (y
ya habían comprobado que las ampolletas estaban buenas), K. y L. revisan las conexiones
en los enchufes y terminales de su casa.
Están un poco a oscuras, como
decía, pero todo aquello que revisan parece estar bien, por lo que no se
explican qué es lo que ocurre.
En este sentido, se preocupan de
probar si las ampolletas encienden si las llevo a otra casa, y, desde entonces
(tras comprobarlo), K. y L. piensan que hay algo malo en su casa.
Esa vez, sin embargo, no se preocupan
de derivar aquello a algún especialista eléctrico, sino que más bien asumen que
lo malo tiene que ver con otro tipo de conexiones.
K. y L. siempre han sido muy concretos
al pensar, por lo que su actitud ante las ampolletas se transforma en una
situación que los incomoda, y que no logran superar, tras una serie de
conversaciones.
Tras molestarse por ello, y tener
sus primeras discusiones, K. y L. deciden dejar de hablar de aquel tema, y
comienzan a usar una iluminación especial en la casa, que funciona a partir de baterías
que alimentan a una serie de lámparas independientes que ubican en distintos
lugares de la casa.
Estas lámparas, por cierto, no
funcionan con ampolletas, por lo que K. y L., deben guardarlas y no usarlas por
un largo tiempo.
Las guardan, por esto, en una
caja que dejan en el clóset, que cada uno mira de reojo, mientras se acuestan.
Debe haber una de estas cajas en
cada casa, se dicen ellos mismos, para minimizar el tema.
Tal vez sea cierto.