lunes, 30 de septiembre de 2024

Soñar con Eurípides.


I.

Soñé con Eurípides, pero olvidé el sueño.

De hecho, lo único que recuerdo es que soñé con Eurípides.

Nada de frases, anécdotas o hechos específicos.

Nada de contexto, razón o situación que me ayude a recordar.

Ni siquiera de la apariencia de Eurípides tengo memoria.

Pero claro: sé que soñé con Eurípides.

De eso, al menos, no tengo duda.


II.

No me sorprendería haber olvidado detalles de Sófocles.

Incluso de Esquilo, a quien probablemente solo hubiese observado a la distancia.

Pero olvidar los hechos del sueño con Eurípides me inquieta un poco.

Por último alguna frase… aunque fuese en griego…

Pero por más que busco no descubro nada.

En una de esas lo que ocurrió fue que soñé que soñaba con Eurípides y que olvidaba el sueño.

El sueño dentro del sueño, me refiero.

O algo así.


III.

Días después, sin embargo, intentando volver al sueño olvidado me encuentro con un griego, de esa época.

Así que esperanzado me acercó y le pregunto.

No directamente por Eurípides, le pregunto, sino acerca de mi sueño con Eurípides.

El hombre está serio, pero mira amable desde dentro de su toga.

En la espalda de la toga, por cierto, dice su nombre y algo más:

“Aristóteles. Estoy para servirle”, está escrito en la toga.

Luego, por largo rato me habla sobre una serie de sucesos que supuestamente habrían ocurrido en mi sueño,

Pero todo lo que dice me parecen datos fríos, obsoletos… no hechos vivos y mucho menos soñados.

De todas formas lo escucho hasta que termina y entonces le agradezco.

No efusivamente, pero le agradezco.

Entonces, finalmente, decido despertar.

Olvidar no es malo, me digo.

domingo, 29 de septiembre de 2024

Mientras Pascal.


I.

Mientras Pascal observa la corta duración de su vida yo observo a Pascal.

Él no me ve, por supuesto, pero aunque me viese no sabría.

Pascal escribe, por cierto, sus observaciones (esa es su manera de observar, digamos), y yo finjo también que las escribo.

O sea, no las suyas, por supuesto, si no las mías, observándolo.

Pasado un rato, me parece que Pascal está profundamente afligido.

Entonces lo escribo.

Y paso a la sección dos.


II.

Tenía la intención de comenzarla distinto, pero Pascal no me lo permite.

Me refiero a que sigue prácticamente igual cada vez que me detengo a mirarlo.

Ha avanzado unas cuantas palabras en su escrito, es cierto, pero no las suficientes.

No las suficientes, aclaro, como para cambiar mi propia observación.

La única manera de hacerlo, pienso ahora, es dejar de mirar a Pascal mientras observa la corta duración de su vida.

Pero entonces debería dirigir mi mirada hacia otro punto.

Y no sé, sinceramente, si eso es algo que preferiría hacer.


III.

¡Pascal y la conchesumadre…!

Seis horas lleva ahí, frente a la hoja, el francés culiao.

Ya se hizo de noche y yo ni siquiera recorrí, esperando a que avanzase.

Para cuando termine, Ruan probablemente estará cerrada.

Sus tiendas, me refiero, por supuesto.

¡Si hasta las iglesias cierran temprano!

¿Espera?

¿Quieres tranquilidad en la espera…?

...

¡Devastación!

sábado, 28 de septiembre de 2024

Todos los periódicos del mundo...


Todos los periódicos del mundo quemados.

Reunidos primero, por supuesto, luego quemados, sin más.

Días y días en que fueron reunidos y trasladados.

En barcos, en aviones, en camiones… hasta el lugar que podría considerarse como su destino final.

Pueden verlo al fondo, si gustan: una extensa planicie de cemento en que fueron apilándose.

Luego fueron rociados con bencina y otras sustancias químicas.

Polvos acelerantes, mayormente.

Solo un fósforo, entonces, parecía suficiente.

Y así lo fue.

Horas después, apenas: cenizas y humo por doquier.

Eso y pequeños trozos de periódicos que no terminaron de desaparecer del todo.

En las cercanías, hombres y mujeres tosen aún, con los ojos irritados.

Iba a pasar tarde o temprano, comentan.

Extrañamente, ninguna persona graba ni saca fotografías.

Es solo papel quemado, señalan. Poco más.

Yo los observo, entonces, pensando que es probable que no sea cierto.

Me refiero a que probablemente se trate de otro de estos sueños estúpidos y nada más.

Para comprobarlo pruebo a pellizcarme, y descubro que me duele.

Aunque lo cierto es que me duele incluso cuando no pellizco.

Entonces, me agacho para recoger un fragmento que no ha resultado quemado del todo.

Observo lo que dice y duele un poco más.

Sin que me vean lo recojo y me lo guardo en un bolsillo.

Si estoy durmiendo debiese despertar ahora, me digo.

Justo ahora.

viernes, 27 de septiembre de 2024

Como la vez esa...


Como la vez esa cuando te encontraste un muerto en el césped… ¿Te acuerdas? Me llamaste como seis veces esa vez y yo ni respondía porque todavía estaba durmiendo. Parece que habías ido a trotar por la mañana, muy temprano… Era un sábado, parece, o un domingo… No había que trabajar, al menos, eso lo recuerdo. Entonces te contesté y creí que bromeabas porque igual la voz, no sé… me parecía normal, dentro de todo. Pero claro, tú dijiste que un muerto igual es más o menos normal, después de todo. Como encontrarse un dormido, simplemente, salvo que este no despierta. Y claro, tú te diste cuenta porque un perro lo tironeaba, creo que eso me dijiste, al menos. Que estaba tirado sobre el césped y un perro intentaba moverlo jalándolo del pantalón, pero el tipo no reaccionaba. Entonces tú te habías acercado y la cabeza del tipo volteó hacia ti y te fijaste que tenía los ojos abiertos y fijos y entendiste rápido. Hiciste unos gestos para que el perro se alejara y me llamaste y luego hablamos y te recomendé que dejaras todo ahí, tal cual. Que si no te había visto nadie todo estaba bien. Era un muerto, nada más. No viste cómo murió ni nada, así que probablemente eso ni siquiera cuente como ser testigo. Y claro, te negaste en principio, pero luego hiciste caso. Es un muerto sobre el césped, nada más. Algunos mueren sobre el pavimento, otros sobre la cama y otros quién sabe. Si hasta me mandaste una foto esa vez, ahora que recuerdo. Luego hablamos durante varios días porque tú no le quisiste contar a nadie más. Luego fuimos cambiando de tema y terminamos hablando de lo de siempre, simplemente. O probablemente de nada. Tú me contaste que el cuerpo se lo llevaron durante la misma tarde en que lo habías visto, pero que nadie habló mucho del asunto. No recuerdo mucho más. Supongo que es desde ese tiempo que no hablamos. Igual no ha cambiado mucho. O eso supongo. El césped sigue tal cual, me refiero, como nosotros. Y del muerto ese, nadie se acuerda.

jueves, 26 de septiembre de 2024

¿Sabes qué pasa?


I.

-¿Sabes qué pasa si dices tres veces la palabra “resurrección”, en voz alta? -me preguntó.

-Nada -le dije.

Él me observó, en silencio.

Yo, por supuesto, le devolví la mirada.

Luego dejó pasar un rato, y se marchó.


II.

Al parecer hacía lo mismo con varios.

Se acercaba sin mucho preámbulo y te lanzaba una pregunta.

Como la de la resurrección, por ejemplo, que me había lanzado a mí.

No pedía dinero ni hablaba nunca de otros temas.

No vi a nadie nunca que se lo tomara en serio.


III.

-A mí me preguntó si había comido cerezas encaramado en un árbol-, me contó una amiga.

Otro me dijo que le había dicho algo sobre la felicidad y la posibilidad de calentar nueces en un horno.

Eran anécdotas que podían ser chistosas, en cierto contexto, pero lo cierto es que nos molestaba la actitud de aquel tipo.

Era demasiado serio, probablemente, o no sé…

Lo único cierto es que su presencia nos molestaba.


IV.

Años después -diez o quince años, más o menos-, me acorde de golpe de todo aquello.

Me habían hablado de la muerte de la hija de un amigo y fue entonces que llegué a considerar la posibilidad de decir tres veces aquella palabra.

Era algo ridículo, por supuesto, pero debo admitir que se me pasó por la cabeza.

De hecho, llegué a decir en voz alta la palabra esa hasta dos veces.

No me atreví, sin embargo, a volver a decirla una tercera vez.

Nada sucedió, por supuesto, salvo avergonzarme.

Cosas que pasan, me dije.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Ella vivió siete años con un mono.


Ella vivió siete años con un mono. Uno pequeño, que le habían vendido unos tipos que viajaban cada cierto tiempo al Amazonas. Hacerlo era legal en ese tiempo, por cierto. Hablo de la venta de monos, por supuesto. Le aseguraron que no crecería demasiado y le explicaron algunas cosas sobre los cuidados mínimos. Nada muy costoso ni elaborado. Un par de vacunas, comidas riesgosas, cosas de ese estilo. Ella no lo pensó demasiado y lo llevó a casa. No tenía otras mascotas en ese entonces. Tampoco tuvo otras durante esos siete años. Tampoco muchas visitas. Solo el mono, digamos. Orlando, creo que lo nombró. Lo mantuvo sujeto con un cordel varios meses, pero luego dejó de ser necesario. Solo un par de veces se arrancó y nunca por más de dos noches. La última vez llegó con heridas relativamente graves. Unos cortes en el rostro y en sus brazos que al parecer le había realizado algún gato. Un ojo se le infectó esa vez, pero lo trataron a tiempo. Ella, en tanto, tuvo dos novios durante esos años. Relaciones no muy extensas y no tan formales, ciertamente. Uno de esos novios fui yo. El segundo de los novios, para ser exacto. Ella se mostraba feliz pues el mono parecía tenerme aprecio. Eso se traducía en que no me agredía, simplemente, y me dejaba estar con ella sin manifestar celos. Esto era bueno porque al parecer al primer novio lo atacó varias veces. En mi caso lo más grave que hizo fue romper un libro que andaba trayendo. Y no fue con intención. Por lo general tomaba los libros que yo llevaba y los miraba un rato, moviendo sus páginas. No me molesté con él esa vez, pero igualmente es extraño. Me refiero a qué tampoco recuerdo discusión alguna con ella, pero lo cierto es que dejamos de estar juntos mientras aún nos llevábamos bien. De hecho, probablemente, esa haya sido mi única relación sana. Luego nos separamos y pasó el tiempo. No sé cuánto, pero pasó. Un año, tal vez. O dos. Yo la recordaba a ella con cariño, viviendo con su mono. Era agradable, verlos. Parecía que se bastaran el uno al otro. Lamentablemente, fue por entonces que me contaron que uno de los dos había muerto. Una enfermedad fulminante, al parecer. Da lo mismo quién, en todo caso, pues lo importante era que aquello había terminado. La historia era sencilla y ya tenía un final, me dije: Ella había vivido siete años con un mono. Podías narrarla, incluso, y después comenzar otra. Así ocurría siempre, después de todo. En este sentido las cosas, probablemente, nunca iban a cambiar.

martes, 24 de septiembre de 2024

No era esa la cuestión.


No. No era esa la cuestión.

Probablemente, incluso, no hubiese cuestión alguna.

Es decir, estábamos ahí, es cierto y esperábamos que lloviera.

Después de todo venían anunciándolo desde hacía días, al final de cada noticiero.

De todas formas, por más que el cielo estaba cargado de nubes, la lluvia no llegaba.

De vez en cuando mirábamos por la ventana, por si comenzaba.

Todo estaba a oscuras, ahí afuera.

En tanto, dentro de casa, habíamos preparado algo de comer y hasta abrimos una botella de vino.

Según recuerdo, decidimos ver una película portuguesa.

Una antigua, en su idioma original, sin subtítulos.

Una película de colores opacos que pasaba en Lisboa, en un barrio alejado de la zona central.

Cuando terminamos de verla ella salió al patio y yo fui también, tras ella.

Nos quedamos ahí, durante un largo rato.

Todavía no llovía, por cierto.

Ella parecía querer estar sola así que yo regresé dentro de casa y comencé a escribir algo.

Un poema, supongo, aunque no recuerdo sobre qué.

Tampoco sé cuánto tiempo pasó, pero parece que fue demasiado.

Digo esto porque cuando salí nuevamente no la encontré, y descubrí que la puerta de calle estaba abierta.

Es decir: no había lluvia, la puerta de calle estaba abierta y ella tampoco estaba.

Fue entonces que volví a entrar y observé las cosas, al interior de la casa.

Todo parecía estar en su sitio.

Así, mientras pensaba qué hacer, me acerqué hasta el lugar donde había estado escribiendo.

Y observé.

Por último, me dije que daba lo mismo, al final, terminar o no el poema.

lunes, 23 de septiembre de 2024

El segundo Alfred.

“No, gracias, no se preocupen.
Yo estoy bien aquí”.
S. A.


En uno de los antiguos cómics de Batman se muestra que el Alfred, el mayordomo de Bruce tiene a alguien a su cargo. De hecho, no se muestra como una novedad, sino como algo que sucede habitualmente, aunque no se muestre a ese otro personaje.

De hecho, es el mismo Alfred quien le aclara a Robin que no puede ser llamado mayordomo si no tiene a más gente a su servicio, y que no podría atender de buena forma todos los requerimientos por sí mismo.

-¿Entonces tú también tienes tu propio Alfred? -le pregunta Robin.

-Preferiría no llamarlo de esa forma -contesta Alfred-. Pero sí.

-¿Y por qué no lo vemos nunca? -pregunta ahora Robin.

-Porque no es su labor ser visto -le explica Alfred-. Pero lo ven a través de sus labores. Además, el amo Bruce podría ponerse inquieto si se entera.

La conversación continúa en un par de viñetas, en las cuáles Robin se compromete a guardar el secreto y hasta parece alegrarse pues él mismo parece sentirse como un “segundo Batman”, enorgulleciéndose así de su función.

Luego de esto, por cierto, este ayudante de Alfred nunca vuelve a mencionarse -no solo en esa edición, sino en los cientos de números que aparecieron luego, hasta nuestros días-, y parece quedar en el olvido.

domingo, 22 de septiembre de 2024

¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?


I.

Como no sabía la respuesta desvié el tema. En primera instancia intenté hacerme el gracioso diciendo algo sobre unas rayas el lomo del escritorio y sobre un chicle pegado en la panza del cuervo. De todas formas, no recuerdo muy bien cómo fue. Lo que sí recuerdo es que resultó un fracaso. Y ese fracaso, extrañamente, me afectó. Tanto que me alejé de los escritorios desde entonces y comencé a odiar a los cuervos. Bueno, no sé si a odiarlos realmente, pero al menos a decir que los odiaba. Cuestión que viene, prácticamente, a ser lo mismo.


II.

La pregunta, por cierto, me la habían hecho unas chicas asiáticas, que solían hacer acertijos y regalar premios pequeños para un programa que transmitían por internet. Nunca había entendido muy bien el programa pues las chicas se limitaban a dibujar a oscuras -al parecer se quería dar a entender que lo hacían dentro de un pozo-, y luego salían con un acertijo y algún premio en el que incluían, claro está, sus propios dibujos. Cuando fracasé con ellas simplemente me miraron en silencio y luego se fueron. Así fue como sucedió.


III.

Puede parecer exagerado, lo reconozco, pero mi rebeldía se tradujo en dejar de usar el escritorio como escritorio. Así, lo deje lleno de cosas, simplemente, hasta que no quedó rastro de su superficie. Por otro lado, llevé mi computador a una mesita pequeña y la puse frente a un sillón, para cuando debiese trabajar. Por la ventana, finalmente, si bien no se veían cuervos, comencé a buscar pájaros negros, para mirarlos con encono.


IV.

Meses demoré en pensar nuevamente en la pregunta: ¿En qué se parece un cuervo a un escritorio? Y recién entonces me percaté que nunca había descubierto la respuesta. Busqué entonces en internet y no encontré nada muy claro. Apenas algunas referencias a una frase de Alicia en el país de las maravillas y poco más. Por otro lado, busqué el video que había inmortalizado mi fracaso, pero no lo encontré. También descubrí que el sitio por el que transmitían el programa aquellas chicas había desaparecido. Fue, simplemente, como si nunca hubiese ocurrido.

Tal vez sea hora de ir perdonando a los cuervos, me dije.

Justo entonces, alguien tocó el timbre.

sábado, 21 de septiembre de 2024

Pensando todo el día.


-He estado pensando todo el día qué va a hacer con mis fotos la mujer que me robó el bolso -dijo F.

-¿Qué fotos? -preguntó M.

-Las fotos que tenía en el bolso que me robaron… -repitió F., algo molesta-, ya ves que no me pones atención.

-No es eso -dijo M.-, solo pienso que lo dices extraño y que tus preocupaciones están equivocadas…

-¿A qué te refieres?

-A qué en tu bolso no había fotos, exactamente, para empezar…

-Bueno, pero en mi bolso estaba mi teléfono -se apresuró a aclarar F.-, y en mi teléfono estaban mis fotos.

-De acuerdo -aceptó M.-, ¿pero qué mierda crees que podría hacer la persona que te robó el bolso con tus fotos? ¿No es acaso más normal preocuparse por claves bancarias, estafas, o esas cosas…?

-No -dijo F.-, lo del dinero o las cuentas es más o menos obvio, pero cómo va a saber una lo que podrían hacer con mis fotos…

-¿Pero te complicas pensando en posibilidades…?

-¡No…! Ni se me ocurre qué, en realidad... Solo te decía que se me ha pasado el día así, pensando en qué podían hacer con mis fotos.

-Pues si no has pensado en posibilidades -dijo M., como llegando a una conclusión-, quiere decir que en el fondo has pasado el día pensando en nada…

-¿Y mis sensaciones? ¿No puede una, acaso, pasar todo el día pensando en ellas?

-Eso es otra cosa -dijo M.-, eso no es pensamiento.

-¡¿Y qué mierda sabes tú si a ti nunca te han robado el bolso?! -Exclamó F., de pronto.

M. la observó.

Iba a decir algo, pero pronto se dio cuenta que, si lo hacía, simplemente prolongaría una conversación que desde un inicio le había parecido absurda.

Por lo mismo, prefirió guardar silencio.

Yo, dejando ahora mismo de tipear, se lo agradezco.

viernes, 20 de septiembre de 2024

La sustancia negra en el mesencéfalo.


No quería decirlo, pero creo que tengo una anomalía en la sustancia negra del mesencéfalo.

No sé ni qué es esa sustancia, pero estoy seguro que en mi caso, no funciona de la mejor manera.

De hecho, suelo señalarlo como excusa cuando a veces me equivoco o tengo algún percance.

Disculpen, señalo, pero tengo una anomalía en la sustancia negra del mesencéfalo.

Entonces acostumbran mirarme extrañados.

Y claro, antes que comiencen a pedir detalles les digo que preferiría no volver a hablar de aquello.

Realmente me hace mal, les digo. Pero así se comporta mi mesencéfalo.

De hecho, una vez solamente, que recuerde, hubo alguien que me cuestionó un poco.

Fue un tipo que al parecer era neurólogo, aunque yo por supuesto, desconocía su profesión.

Es difícil que sea la sustancia negra, me dijo esa vez.

Luego, tras sopesarlo un poco, agregó:

Probablemente el problema no esté en el cerebro medio, sino en el cerebelo.

Yo me puse tenso entonces.

Hasta entonces no me había ocurrido y yo ya casi creía en mi propio diagnóstico.

El cuerpo pertenece a lo muerto, me escuché decir entonces, sin saber por qué.

Lo tomamos prestado, simplemente, como un traje, rematé.

Puede ser, dijo el neurólogo, mirándome desconfiado.

Yo, en cambio, decidí ignorarlo.

jueves, 19 de septiembre de 2024

La clave está en las palabras.


Observo el video que han preparado unos estudiantes.

No para mí, por cierto, sino que se trata de un trabajo que han elaborado para otra asignatura.

En la grabación, ellos dan una serie de recomendaciones para ocasiones formales en los que una persona debe presentarse, ya sea para entrevistas de trabajo u otras situaciones que requieran, de una forma u otra dar a conocer quiénes somos.

Una de las primeras cosas que señalan es que la clave está en las palabras con las que una persona se presenta.

No en quien es, enfatizan.

Es decir, no en la realidad, sino en quién dice, esa persona, que es.

Y en este decir quien es, por cierto, escogiendo muy bien cada palabra.

Luego, recrean una serie de situaciones donde se aplican este y otros principios.

Por último, mientras las presentan y analizan, emplean en varias ocasiones otras frases relacionadas con su propuesta: el lenguaje crea realidad, la importancia del verbo creador… cosas de ese estilo.

A pesar de lo que pudiera parecer, aclaran en sus conclusiones que no es necesario mentir. Que basta con construirse seleccionando las piezas de nosotros que nos conviene exhibir, y exponerlas entonces de una mejor manera.

Todo se reduce a palabras, a fin de cuentas, señalan.

¡Cuánta estupidez!, me digo entonces.

¡Cuánta estupidez y cuánta verdad…!

¡Cuánta verdad y estupidez, me refiero, dan forma a la inocencia!

miércoles, 18 de septiembre de 2024

No sé decir achís cuando estornudo.


-No sé decir “achís” cuando estornudo.

-¿Achís?

-Sí, ya sabes… es lo que aparece escrito cuando se dice que alguien estornuda. Pero en mi caso no me sale…

-Pues no debieses preocuparte… No hay en realidad ninguna obligación de decirlo.

-¿Y qué se dice entonces?

-¿Te refieres a cuando estornudas?

-Sí.

-Pues no sé… cualquier cosa, creo yo. Cualquier cosa con tal que no tenga significado.

-¿Por qué sin significado?

-Pues no sé en realidad, supongo que para no complicar las cosas.

-¿Las cosas con significado complican las cosas?

-No sé, no quise decir eso… me refería a que no hay para qué complicar un estornudo. Es como un reflejo, simplemente, como bostezar.

-Pues yo cuando bostezo intento decir “perdón”.

-¿Mientras bostezas?

-Sí, mientras bostezo. No se entiende mucho, probablemente, pero eso hago.

-¿Y por qué pides perdón?

-Por bostezar, claro…

-Pero es un acto reflejo.

-Puede ser, pero se ve como que el otro está diciendo algo que nos aburre, como si no quisiéramos estar ahí.

-¿Y si estás solo?

-¿A qué te refieres?

-¿Qué pasa si estás solo cuando bostezas? ¿Igual dices perdón?

-Hmm… Creo que sí, pero en realidad no lo sé… Tendría que fijarme.

-En todo caso, si lo piensas, ese “perdón” si no se entiende mucho, tampoco vendría a tener significado.

-Puede ser, pero de todas formas voy a tener que seguir practicando el “achís”, o buscando un sucedáneo, al menos.

-Puedes hacerlo… pero igual te repito que es innecesario, salvo que seas un personaje de algún libro o algo así…

-¿Algo así cómo?

-Disculpa, mejor me voy, no es que me moleste, pero en realidad no tengo tiempo para esto.

martes, 17 de septiembre de 2024

Nehemías.


Hijo de Hacalías, me dijo, extendiéndome su mano.

Yo se la estreché.

Desde el otro lado de la barra, se la estreché.

Solo había pedido una cerveza, pero él la sirvió con estilo.

Le dio unas vueltas a la botella y la vació en un vaso casi congelado al que también agregó un poco de limón y un toque de sal y jengibre.

Yo la prefería en la botella, simplemente, pero de igual modo le di las gracias.

También soy bueno haciendo muros, dijo entonces, sin que se lo preguntara.

Yo asentí.

O sea, no solo levantándolos, sino diseñándolos incluso, dependiendo su función.

Ya, dije yo.

Siempre hay trabajo para los que levantan muros, continuó, y también para los que sirven tragos, pero la gente suele olvidar que los muros deben diseñarse.

Hizo una pausa antes de seguir.

No se trata solo de poner piedras sobre piedras, agregó, es importante saber de qué lado de los muros vas a quedar, y para eso basta con reconocer al tipo de persona que solicita la construcción.

Como hice un gesto de duda, él se apresuró a explicar.

Ya sabes, gente que hace muros para quedar dentro y otros que los necesitan para no volver a ingresar a los lugares de dónde salieron, como para tachar lo ya recorrido.

También debe haber gente que hace muros para dejar a otros fuera, le dije, luego de un rato. No me parece que puedan formar parte del primer grupo.

Él sonrió, mientras parecía sopesar mi observación.

De todas formas tú no eres de esos, dijo de pronto, mientras preparaba un trago que alguien más le había solicitado. Tú eres más bien de los que construye un único muro en diagonal, que viene a atravesar un campo vacío.

No entiendo, le dije.

No hay nada que entender, dijo entonces. Uno es lo que es, simplemente. Hay que verlo siempre por el lado bueno.

Hizo una pausa mientras observaba a un grupo de personas que se acercaba y se preparaba para atenderlos.

Igual es preferible ser barman a ser eunuco, dijo entonces, a modo de cierre.

Como no entendí la referencia -y no me pareció que quisiera ofenderme-, solo hice un gesto para despedirme, y luego me fui del local.

Él también se despidió, casi de espaldas, desde el otro lado de la barra, levantando una mano.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Coágulos verdes.


I.

Se llenó la planta esa de coágulos verdes.

En su interior, por supuesto, terminó ocurriendo aquello.

Así, se fue atrofiando poco a poco hasta que ella misma se volvió coágulo.

Desde entonces, rebota en ella la luz y ya no absorbe el agua.

Los insectos incluso la desprecian, porque no sabe fluir.


II.

Parece plástica esa planta.

Opaca eso sí, pero plástica.

Su corazón es similar a un nudo chicloso.

Quién sabe desde cuándo se encuentra ahí.


III.

Cuando digo ahí, por cierto, me refiero al sitio ese donde está la planta.

Al fondo de un jardín mal cuidado que se ha llenado de maleza.

El asunto de los coágulos, sin embargo, no es fruto del lugar ni de las condiciones del entorno.

La culpa no es ajena a la planta, digamos.

Es ella la que ha formado sus coágulos.

Y todo es expresión, finalmente, de su propia naturaleza.

Puede sonar duro, pero es cierto.

En el mejor de los casos, algunos dirían que se ha dejado estar.


IV.

Ha sido extraño septiembre en todo caso.

Y en la planta esa observamos un fenómeno, también extraño.

Amarillo, verde y blanco es el fenómeno, por cierto.

Varios lo comentan.

Se equivocó la flor, al brotar de ella, es lo que dicen.

Y yo los dejo hablar.

domingo, 15 de septiembre de 2024

Camaleón.


I.

-¿De qué color es el camaleón?

-¿Qué camaleón?

-Da lo mismo… el que tú quieras.

-¿Puede ser uno verde con amarillo?

-Claro.

-Pues entonces es verde con amarillo.


II.

-¿Sabes?, está bien lo que dijiste, pero en realidad yo intentaba hablar de otra cosa.

-¿De otra cosa?

-Sí. No sé bien cómo decirlo, pero al menos no quería hacerlo sobre un camaleón en específico.

-¿Querías hablar de los camaleones en general, entonces?

-En parte sí… pero supongo que quería poner énfasis en que resulta difícil saber realmente el color que poseen.

-En reposo no es difícil.

-¿A qué te refieres?

-A que cuando están relajados suelen ser solo verdes o marrones.

-No lo sabía.

-Pues así es. También cuando duermen o cuando ya han muerto, solo tienen esos colores.


III.

-¿Puedo hacerte otra pregunta?

-Claro.

-¿Crees que seremos más nosotros mismos cuando estamos relajados o en tensión?

-¿Lo dices por lo del color de los camaleones?

-Sí, en parte.

-Pues me nace decir que cuando estamos relajados, pero probablemente sea en tensión cuando nos manifestamos con mayor energía.

-¿Y entonces el color de los camaleones…?

-El color da lo mismo, al final.

-¿De verdad crees eso?

-Casi, pero no creo en otra cosa, en realidad.

-¿Qué quieres decir con eso?

-Nada en especial, solo contesto a lo que preguntas…

-¿Como el camaleón?

-Sí, es cierto… más o menos de esa forma.

sábado, 14 de septiembre de 2024

Tantas cascadas que.


Había tantas cascadas en aquel país que la verdadera novedad era un pequeño lago de agua mansa, que se transformó, poco a poco, en la gran atracción nacional.

Los turistas iban hasta él en masa, convirtiendo la zona en un pequeño núcleo económico. Lleno de hoteles, tiendas, restaurant y otros sitios similares, los alrededores de este lago se transformaron en una importante zona de inversión, en la que un gran número de pequeños y medianos empresarios desarrollaron sus proyectos y depositaron sus esperanzas.

Otros empresarios e inversionistas, de los que suelen considerarse más grandes o poderosos, optaron por intervenir otras zonas geográficas. Así, luego de conseguir importantes permisos ambientales, comenzaron a transformar zonas llenas de cascadas en otros remansos de agua, nivelando terrenos, construyendo pozas y desviando cursos de agua para crear lugares más atractivos y singulares, que las triviales caídas de agua.

La gente, entre tanto, seguía yendo a estos lugares apenas gozaban de algunos días libres, volviendo siempre con fotos en las que podía apreciarse, tras ellos, el agua nivelada y tranquila, siempre impresionante y magnífica, en su quietud.

Así, resultaba extraño encontrar alguna casa en la que no hubiese alguna de estas imágenes familiares, generalmente enmarcadas, puestas sobre un mueble o colgadas directamente sobre una de las paredes del hogar.

Solo en los hogares más humildes -o en algunos habitados por snobs o personas derechamente antisociales-, podían verse retratos similares en primer término, aunque en esos casos con cascadas detrás.

Cuestión de mal gusto, sin duda, por donde se les mire.

viernes, 13 de septiembre de 2024

Lo que no te cuentan.


Lo que no te cuentan es que Penélope siguió tejiendo y destejiendo.

Incluso tras el regreso de Ulises, quiero decir.

Se detuvo los primeros días, es cierto, pero tras la sorpresa del regreso ella volvió, poco a poco, a su rutina.

Primero lo hizo a escondidas, pensando que tal vez estaba mal.

Pero tras descubrir que a nadie parecía importarle, volvió a tejer incluso más que antes.

Tras seis meses se detuvo únicamente una semana, por tendinitis.

Luego siguió, simplemente, sin confesar nunca sus dolores.

De haber existido un premio para la mejor en esas artes, de seguro lo habría ganado.

El premio Aracné, supongamos.

Y es que era buena, sin duda, en lo que hacía.


De esa misma forma Ulises también siguió perdido, de cierta forma.

Buscando regresar, todavía, a un sitio que le era esquivo.

No lo dijo en voz alta, pues pensó que sería una ofensa a la patria.

Y guardo el secreto, lo mejor que pudo, desde entonces.


Con el único que intentó confesarse fue con Telémaco.

Pero este seguía extrañando a su padre, aunque ya hubiese regresado.

Hablaba con él, por supuesto, pero se decía a sí mismo que ese no era el padre al que había estado esperando.

No sabía a quién culpar, pero eso es lo que le ocurría.

Tenía miedo de pensar en el futuro, probablemente, ahora que iba a convertirse en padre.

Suponemos que no quería, otra vez, repetir la historia.


¡Qué suerte para todos ellos que Homero haya sido ciego!

Ciego y mentiroso, sin duda, como cada uno de los hombres.

jueves, 12 de septiembre de 2024

Mujeres que eran lámparas.


Mujeres que eran lámparas.

No al mismo tiempo, pero sí.

Doscientas palabras, más o menos.

Eso es.

Más directo y menos confuso:

Mujeres que cuando no eran mujeres eran lámparas.

Sí, así es.

Probablemente ni ellas lo sabían.

O sea, no cuando eran mujeres, al menos.

Solo sabían que eran seis, digo yo.

Cinco las otras más una la que contaba.

Es decir, las mujeres son las que sabían solo eso.

Las lámparas, en cambio, no hay cómo.

O yo al menos no conozco como haber sabido lo que saben.

Qué es lo que saben, quiero decir.

De las mujeres es más fácil.

Sabemos lo que saben porque es, más o menos, lo que dicen.

No es exacto, pero hay evidencias.

Las oímos contar, me refiero.

Decir sus impresiones.

Además, al verlas, sabemos de inmediato que no son lámparas.

O sea, que no lo están siendo, al menos, mientras son mujeres.

Así es como viven y no está mal.

Quiero decir que viven sin saber que son lámparas cuando son mujeres.

Y es entonces cuando yo hablo.

Cortito y desde lejos para que ellas no me entiendan.

Suena raro, probablemente, pero es que así suena lo que sé.

Después de todo, solo recojo en medio de la oscuridad, cuando son lámparas.

Palabras son las que recojo, quiero decir.

Lo demás, en absoluto, quiero decirlo.

Eso es lo que sé.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

Lo que debía ocurrir.


I.

Sufrió su tercer infarto al interior de un supermercado.

Más exactamente en el pasillo de los detergentes y suavizantes de ropa.

Y fue extraño, porque él ni siquiera debía haber estado ahí.

En ese pasillo, me refiero.

Después de todo, él había ido solo por un poco de pan y un par de cosas para la once, dado que los almacenes cercanos habían cerrado ese día.

Además, el pasillo de los detergentes estaba en el extremo opuesto del supermercado.

Fue entonces -estando en ese pasillo en el que no debía haber estado-, cuando él se dobló sobre sí mismo, apoyándose en el pequeño carro que llevaba, e hizo gestos con las manos y luego simplemente se dejó caer, sin que nadie lo socorriera ni le preguntase siquiera qué ocurría, durante al menos cuatro minutos.


II.

Sabemos lo anterior por el video que facilitó el propio supermercado.

No lo hizo de inmediato, por supuesto, pero luego de entablada la demanda debió cederlo, por obligación.

El abogado del supermercado alegaba de una falla individual, de responsabilidad particular, demostrando que había un trabajador que debía haber estado supervisando ese sector, pero se encontraba fuera de sitio en aquel momento.

En el video se aprecia también, extrañamente, que antes de sufrir el infarto él se había acercado a leer las propiedades de un suavizante de ropa en específico, lo que no coincide con el relato de los familiares, aunque esto se trate solo de un detalle menor.


III.

Seis meses después de iniciada la demanda se obligó al supermercado a pagar una pequeña indemnización y a presentar un plan detallado para reaccionar ante casos como el sucedido, aclarando pasos, roles y funciones en el protocolo.

Él, sin embargo, para entonces, ya había sufrido su cuarto y ultimo evento cardiaco relevante y había fallecido mientras era atendido en la sala de urgencias del hospital más cercano a su domicilio.

Durante el funeral, sus parientes más cercanos, comentaron que afortunadamente él, tras reconocer algunas señales, había asistido a urgencias antes de que comenzara el evento cardiaco propiamente tal, por lo que estaba bien atendido cuando ocurrió el fatal desenlace.

Todos hicieron lo que pudieron esta vez, comentaron.

Es decir, no fue cuestión de protocolo, y nadie debía reprocharse nada.

Había ocurrido, simplemente, lo que debía ocurrir.

martes, 10 de septiembre de 2024

Dormir de un tirón.


I.

No sé si es bueno o es malo.

Dormir de un tirón, digo yo, como en el título.

Igual puede que no sea bueno ni malo y yo gaste tiempo simplemente al intentar calificar aquello.

Además, puede que no entendamos lo mismo cuando hablamos de “dormir de un tirón”.

Yo, por ejemplo, entiendo que es, básicamente, dormir sin interrupciones.

Es decir, dormir sin despertarse a mitad del sueño y sin ser conscientes de que estamos durmiendo durante ese mismo periodo.

Y debido a esto no saber, entre otras cosas, qué tan largo fue aquel periodo.

Eso es, más o menos, lo que entiendo por “dormir de un tirón”.

No sé, por cierto, qué es lo que entiende usted.


II.

Entre las cosas que podrían considerarse negativas de “dormir de un tirón”, está el asunto del sueño.

Me refiero a que probablemente no soñamos cuando dormimos de un tirón.

O no recordamos el sueño al menos, ya que despertamos tras el ejercicio de una sola acción.

Dormir, por cierto, sería en este caso aquella única acción.

No soñar, quiero decir, ni tampoco ninguna otra.

Y es que por eso, en definitiva, no sé si dormir de esta forma sea bueno o malo.

Así, sin saberlo, dejo que me inyecten el líquido ese que supuestamente me hará dormir de esa forma.

Ahora mismo, digamos, espero su efecto.

lunes, 9 de septiembre de 2024

Latas de conserva.


Te recomiendan ordenar por fecha de caducidad las latas de conserva.

Primero, por supuesto, las que vencen antes.

Y luego, más atrás, las que vencen después.

No sé si la gente haga caso, pero eso es lo que recomiendan.

Los gringos que hacían búnkers, al menos, ordenaban de esa forma.

Generalmente guardaban allí gran cantidad de latas, prefiriendo las que tenían un mayor tiempo de duración.

Ahora no, pero recuerdo que antes me parecían chistosos aquellos tipos.

Una vez hasta escribí una historia burlándome de sus acciones.

Ahora, en cambio, lo cierto es que no me enfoco tanto en ellos, sino en las latas de conserva.

Y pienso por ejemplo que no debiesen tener fecha de caducidad.

Comprendo las dificultades, por supuesto, pero supongo que el sentido de las latas de conserva no debiese ser otro que ofrecernos un servicio ajeno a toda preocupación temporal.

Así, además, nos ahorraríamos las recomendaciones esas respecto a la organización de las latas según fechas.

Y el único orden sería el apilarlas unas sobre otras, intentando ocupar el menos espacio posible.

Así, podríamos actuar de forma ciento por ciento funcional.

Rechazando cualquier tipo de orden, ya sea estético, por fechas u otros propuestos por razones igual de absurdas.

Eso es, al menos, lo que yo entiendo cuando digo que algo es ciento por ciento funcional.

Y es que la vida, a fin de cuentas, me lo ha enseñado de esa forma.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Malo.


I.

-¿Malo?

-Sí, malo.

-¿Pero qué tan malo?

-Malo. Lo malo simplemente es malo. No tiene gradación.

-¿Malo de maldad, dices tú?

-Sí, malo de maldad. De ahí viene la palabra, ¿no crees?

-Sí, pero también a veces como que viene de otros lados…

-Pues yo no hablo de eso. Nunca hablo de lo que viene de otros lados, ya lo sabes.

-Ahora lo sé.

-¿Ahora?

-Sí, ahora que los has explicado.

-Siempre es ahora, no jodas. Siempre lo es…


II.

-¿Y dices que es entonces cuando pasará?

-Sí.

-¿No antes?

-No, no creo. No es posible que ocurra antes.

-¿Por qué no?

-Porque no. Porque no es posible.

-¿Pero por qué no es posible?

-Porque primero debe ocurrir eso absoluto de lo que te hablaba antes.

-¿El mal?

-No, no es el mal, te digo. Es lo malo.

-…

-No te lo voy a explicar otra vez, así que esfuérzate por entender.

-Me esfuerzo, no creas.

-Pues no se nota.


III.

-¿Y así se llega al final?

-No puedo responderte eso.

-¿Por qué no?

-En primer lugar porque no quiero, y además porque no se dice así.

-¿Así cómo…?

-Que no es que se llegue al final, sino que llega el final.

-¿Llega el final?

-Sí. Así es.

-Ya. Llega el final, entonces.

-Sí.

-¿Y así llega?

sábado, 7 de septiembre de 2024

Los monos.


Entraron todos juntos, los monos.

Saltando de repisa en repisa, sin intención aparente de hacer daño.

Los observo en la grabación saltar de un lado a otro como si debiesen hacerlo.

No como si buscase algo, quiero decir, sino como recorriendo un sitio simplemente porque así lo hacían.

Porque era una especie de consigna, digamos.

El sitio en cuestión era una biblioteca pública, en Ecuador.

Una construcción, sencilla, de madera, pero con una sala central bastante amplia, en la que hay muchos muebles y repisas, aunque con escasos libros cada una.

La grabación me la enseña un amigo, que suele escribir artículos sobre el comportamiento animal.

Los monos abrían abierto una ventana y luego entraron por la abertura.

Sin violencia, simplemente fueron entrando y se subieron a algunos muebles y repisas.

Bastante tranquilos, se veían.

Bastante extraños.

Sin parecer monos, quiero decir.

O no de esos monos a los que acostumbrados ver en otras grabaciones, al menos.

De vez en cuando botan alguna cosa, pero es solo al chocar con ellas.

No deliberadamente, me refiero.

Solo uno alcanzo a ver que toma un libro y lo abre, pero no le llama la atención.

Luego de un rato intercambian posiciones y finalmente se van.

Ordenadamente, por la misma ventana que entraron.

No es su hábitat, digamos.

No quisieron permanecer ahí.

Entraron y salieron todos juntos, los monos.

viernes, 6 de septiembre de 2024

De una luna en otra.


De una luna en otra.

O no sé.

Tal vez fuese la misma.

Igualmente yo, en todo caso, la percibo distinta.

Deja de ser, me refiero, tras una nube y luego aparece otra.

Yo las miro y me fijo en detalles.

Más en mí que en ellas, pero detalles al fin.

Así las percibo, decía, y por lo tanto así las sé.

No es que falle, deliberadamente, o me confunda.

O no sé.

Quiero decir que el fallo puede, habitualmente, pasársenos por alto.

Pero y prefiero descartarlo.

Ir de luna en luna consciente de entregar un mensaje que puede parecer poco claro, pero que en realidad lo es.

Y lo es porque así lo quiero.

Es decir: es una elección.

De luna en luna, entonces, lo prefiero.

Mejor de luna en luna que de mí en mí.

Además en mi caso no hay nubes que me escondan.

No hay biombos, me refiero, tras los cuales pueda aparecer otro yo en mi trayectoria.

O no sé.

Yo no los percibo, al menos.

Fijo mi mirada en lo alto y ahí me quedo.

Todo se mueve un poco, pero supuestamente tiene explicación.

Mientras esperamos el fin todo tiene explicación.

Eso es lo conveniente.

Entretanto, yo aquí, de luna en luna, desde mi propio atalaya.

Me lo edifiqué yo mismo con palabras como estas.

Trepo por ellas cada noche y es entonces cuando observo y de vez en cuando doy avisos.

De luna en luna en luna, esta vez, decía.

O no sé.

jueves, 5 de septiembre de 2024

Por qué el elefante.

“Pero eso fue mucho más tarde,
poco tiempo antes de que inventaran las lámparas”
W. B.

I.

Creo recordar un breve texto narrativo de Walter Benjamin en que explica por qué el elefante se llama elefante.

Extrañamente, en vez de recordar la explicación, recuerdo que, en su historia, se mencionaba que el elefante en un inicio no tenía trompa, pero como no tenía cómo recoger el palo que el hombre le arrojaba para que fuese a buscarlo, terminó por desarrollar una.

También recuerdo -o creo hacerlo, al menos-, que se decía que el elefante era muy parecido al hombre, antes de desarrollar su trompa.


II.

Pensando en aquello -o recordándolo-, lo cierto es que me pierdo un poco y termino por extraviarme.

Caminando, podríamos decir, entre elefantes sin trompa y hombres que arrojan palos.

Es decir, pienso en aquello sin tener puntos de referencia fijos.

No resulta, sin embargo, ser un mal extravío.


III.

No del todo, al menos.

Me refiero a que igual es triste, después de todo, que a los hombres nadie nos haya arrojado un palo.

Que no nos hubiesen ordenado buscar algo concreto, quiero decir, y que por carecer de manos correctas hubiésemos desarrollado trompas.

Por supuesto, no es que cuestione la forma de nuestra especie o que no valore nuestras manos, pero debo reconocer que envidio un poco a los elefantes.

No del todo, digamos, pero los envidio.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Viene a ser lo mismo.


I.

-Viene a ser lo mismo -me dijo.

-¿Quién viene? -pregunté.

-Nadie… Solo decía que aquello viene a ser lo mismo.

-¿Lo mismo que quién? -pregunté ahora.

-No importa… -contestó-. Si viene a ser lo mismo probablemente solo sea necesario conocer uno de los extremos.

-¿Qué extremos? -insistí.

Esperé su respuesta un par de minutos.

Pero no me contestó.


II.

-No lo hago por joder, sabes -dije entonces.

-¿Qué cosa? -me preguntó.

-Pedir aclaración sobre tus observaciones.

-De acuerdo -señaló-. Probablemente sea cierto.

-¿Qué quieres decir con probablemente? -dije entonces.

-¿Estás bromeando?

-No. Ya sabes que hablo en serio -le lancé, molesto.

-Es cierto -comentó-, ya me habías dicho que no lo hacías por joder.

Analicé un momento sus palabras.

-¿Por qué lo dices con ese tono? -pregunté entonces.

-Simplemente porque debía emplear alguno… -contestó- Si quieres puedo decirlo nuevamente en otro tono.

-No es necesario -le dije.


III.

-De igual forma viene a ser lo mismo -me dijo, luego de un rato.

Yo iba a preguntar algo, pero se apresuró a detenerme, con un gesto.

-Es solo una observación simple -agregó-. El principio y el fin, ya sabes… tienes que dejarlos venir.

-…

-Un hecho tras otro -siguió-. Es simple. Esa es la naturaleza de las cosas.

-¿La naturaleza de las cosas -pregunté entonces, sin poder contenerme.

-Sí -contestó riendo-. La naturaleza de las cosas… Viene a ser lo mismo, ¿no crees?

martes, 3 de septiembre de 2024

Un set de detectives.


De pequeño me regalaron un set de detectives.

Venia con disfraz, incluso, pero lo verdaderamente interesante eran los accesorios.

Unos químicos, por ejemplo, que podían ayudar a distinguir donde había habido alguna vez manchas de sangre.

Y una serie de artículos que te permitían hacer visibles las huellas dactilares que se encontrasen sobre la superficie de las cosas.

Fue este último elemento, por cierto, el que se convirtió en mi favorito.

Acostumbraba ir de un lugar a otro de la casa reconociendo las huellas que había en el lugar.

Sobre una mesa, en un vaso o hasta en las manillas de las puertas.

Lo interesante era el proceso, por supuesto, el ver aparecer las huellas…

Después de todo, las únicas que encontraba eran las huellas de las manos de mi mamá.

Esparcía una especie de polvo blanco sobre las superficies, luego soplaba con cuidado y a veces pegaba una especie de cinta adhesiva transparente, sobre ellas.

Luego, comprobaba si las huellas coincidían con el registro que había realizado previamente.

No sé cuántas veces hice esto, pero probablemente fueron demasiadas.

De hecho, creo que hasta el día de hoy podría reconocer aquellas huellas.

Las mías, por otro lado, creo que nunca las logré encontrar.

O no tengo recuerdo de haberlo hecho, al menos.

Y es que no soy, como ven, un verdadero detective.

lunes, 2 de septiembre de 2024

Un mueble para los libros de texto.


“El mar envejece dentro de él”
M. M.

Había un mueble para los libros de texto.

Un mueble exclusivo para ellos, me refiero.

Parecía un poco más oscuro que los otros, aunque en realidad era solo una impresión.

No había mayor cambio en su contenido y era el menos visitado del lugar.

De todas formas, era probablemente el mueble más sólido y distinguido.

Más clásico, quiero decir.

Más propiamente un mueble.

Al menos así me lo parecía cuando lo observaba.

Estaba justo frente a un sillón en la que me sentaba a leer, así que me acostumbré a verlo sin pensarlo demasiado.

Apenas, digamos, me permitía observaciones triviales, cuando captaba mi atención.

Los libros, por ejemplo, no parecían pertenecerle del todo, pero al mismo tiempo encajaban en él perfectamente.

Estaban agrupados por asignaturas y niveles de avance, ocupando el lugar disponible de forma plena, sin que sobrase ni faltase espacio alguno.

Esto me hacía sospechar, por supuesto, pero nunca indagué demasiado.

Apenas debo haber comprobado lo ajustados que estaban entre sí, pero no recuerdo realmente haber sacado alguno.

En este sentido, mis acercamientos a él eran una formalidad, simplemente.

Como la visita a la tumba de alguien respetado, pero en el fondo no querido.

Así y todo, fue el único mueble que no me atreví a cambiar.

Y cuando abandoné esa casa lo dejé ahí, como si no lo hubiese conocido.

Fingí no verlo, me refiero.

Fingí no recordar que existía.

Él, por supuesto, también me ignoró.

Nunca volvimos a vernos.

domingo, 1 de septiembre de 2024

Ardillas.


I.

De pequeño pensaba que los árboles estaban rellenos de ardillas.

O sea, no totalmente rellenos, pero que al menos tenían algunas pocas viviendo en su interior.

Familias de ardillas, digamos, escondidas en cada árbol, y saliendo de ellos quién sabe cuándo, pues yo no las veía en lo absoluto.

Eso pensaba, de pequeño.


II.

Supongo que lo anterior, lo pensaba a partir de algunos dibujos animados.

Ya sea de esos clásicos de Disney o de algún otro, que se desarrollaba probablemente en un bosque.

Sea como fuese, lo cierto es que nunca había visto verdaderamente a una ardilla.

Aunque yo, por supuesto, como había visto árboles, daba por hecho que de una forma indirecta también había visto ardillas.

Después de todo, lo mismo aseguraban algunos que decían haber visto el amor o el odio, tras contemplar, simplemente, a una persona.


III.

La primera vez que vi ardillas (verdaderamente) ellas me resultaron incómodas.

Incómodas de ver, quiero decir.

Me refiero a que resultó incómodo saberlas fuera de los árboles, y descubrir de pronto que hasta me daban un poco de miedo.

Entonces, las observé moverse, rápidamente, desconfiadas.

De un lado a otro, se movían, como si no quisiesen realmente llegar a ningún sitio.

Incluso, según recuerdo, las oí chillar, mientras trepaban unas sobre otras.

Decenas de ardillas, me dije, recién salidas de los árboles.

Hubiese preferido, ciertamente, no verlas, así.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales