domingo, 30 de junio de 2024

De una primera a una segunda imagen.


I. Construyendo una primera imagen.

Supongamos que F. está a solas, en su cuarto.

Una habitación que se encuentra en el segundo piso de su casa.

Imaginemos un lugar relativamente amplio, limpio y hasta cierto punto ordenado, que F. no solo utiliza para dormir, sino que también tiene un escritorio donde acostumbra trabajar.

Y claro, tiene ventanas en los dos costados que dan al exterior, una de las cuales se encuentra abierta, para ventilar el lugar.

F. de hecho, está junto a esa ventana, doblando algunas ropas que lavó el día anterior.

Ahora bien, tras visualizar lo anterior, les pido a usted, como lector, que acepte sin reparos lo que sucederá a continuación.


II. Lo que debe aceptarse sin reparos.

Ocurre entonces que, por la ventana abierta del cuarto de F., entra de pronto un ángel.

Entra volando brusca y torpemente, por cierto, igual como lo hubiese hecho un pájaro que hubiese entrado en el cuarto, por error.

Y es que, de esta misma forma, el ángel pasa a estrellarse con los muros y con la otra ventana que probablemente creyó abierta.

F., asustada, mirando apenas, trata entonces de abrir un poco más la primera ventana, para que el ángel pueda salir, justamente por donde entró.

Esto último es lo que sucede, ciertamente, poco después, por lo que F. vuelve ahora a estar a solas en su cuarto.


III. Construyendo una nueva imagen.

F. ha optado por cerrar las ventanas de su cuarto.

Por semanas, imaginemos que lo ha hecho, luego de lo que ocurrió.

Todo está ordenado en el lugar, incluso más que antes.

De esta misma forma F., si la observamos, sigue estando prácticamente igual.

Duerme en su cama, por las noches.

Y en su escritorio, todavía acostumbra trabajar.

Cuando observa las ventanas, sin embargo, el corazón le late más aprisa.

Ese es el único cambio.

No sabe, en todo caso, qué es lo que aquello, pueda significar.

sábado, 29 de junio de 2024

No contra ti.


La noche no es noche contra ti. No te creas tanto.

Es para todos, si te fijas, aunque no te guste.

Por otro lado, ni siquiera sé si es válido decir “en contra”.

No pierdas tiempo insistiendo en ello.

No me importa tu ceño fruncido ni cuánto discutas.

Tampoco, por cierto, sirve alegar que al menos la mitad del mundo no la sufre.

Yo no he venido a discutir, después de todo, sino a dejar en claro algunas cosas.

Aunque sea algo que no quieras, por supuesto, pero ya ves que insisto.

Soy persistente, digamos, y mi voz no es negociable.

Un poco como Santa Claus, si sirve compararlo, que deja regalos incluso para los niños fallecidos.

Así, como podrás ver, no me interesa tener tacto.

Tu dolor no es para mí más que otra más de tus palabras.

Una que, además, tiene menos de la mitad de letras que paralelepípedo o recomendación.

No importa cuantas veces la repitas, la transformes o la adornes.

Solo es ruido, a fin de cuentas.

El motor de un tren que se mantiene, finalmente, en el mismo sitio.

¿Vas a insistir entonces con aquello sobre la noche?

¡Cuánta ingenuidad!

¡Cuánto egoísmo!

La noche no es noche contra ti, recuerda.

No te creas tanto.

viernes, 28 de junio de 2024

Casi siempre la misma.

"Las personas solo son auténticas
cuando son continuas"
D. G. Compton

Al final la historia es casi siempre la misma. Aunque con variaciones, claro. Supongo que por eso se me dificulta, hoy por hoy, abordarla. Así y todo, considero necesario hacerlo. Necesario en el sentido que no hacerlo finalmente no funciona. Me refiero a que no puedes decidir no hacer algo. O sea, puedes decidirlo, pero lo cierto es que siempre terminas haciendo algo. Y ese algo luego, se transforma en otro algo y sin darte cuenta ya tienes, nuevamente, aquella historia. Aquella que, como decía en un inicio, es casi siempre la misma. Aunque con variaciones.

Esta vez, por ejemplo, la historia surge justamente al cuestionar la imposibilidad de no tener alguna. O de elegir no tenerla, más bien. En este sentido, su origen es el mismo deseo de negación. Como una mujer que queriendo abortar termina dando a luz. O como un interruptor que una vez conecté mal y que en sus dos posiciones dejaba la luz encendida. Aunque claro, mencionar lo de la luz y el interruptor es un poco tramposo, porque en el fondo no hay historia convencional sino continuidad. Continuidad hasta que forzamos un fin, por supuesto, pero como aún no lo forzamos resulta que es -también aún-, una continuidad válida. Con variaciones, tal vez, pero válida. Y una misma historia, digamos.

miércoles, 26 de junio de 2024

Una piedra pequeña.


Primero, nada que recuerde salvo el lugar.

Es decir, el espacio general en que se desarrolla luego el sueño.

Luego, quien sabe por qué, me veo con una piedra pequeña en una mano.

Una piedra pequeñísima, en realidad.

Pequeñísima y transparente, aunque al mismo tiempo muy dura y resistente.

Entonces, luego de observar la piedra desde varios ángulos, comienzo a pensar que podría tratarse de un diamante.

Lo comento con una niña que se acercado también a mirar la piedra.

-Hay un hombre que trabaja con diamantes -me dice la niña-. Si quiere le indico cómo llegar.

Yo acepto y sigo al pie de la letra sus instrucciones.

Poco después, logro dar con el hombre del que me había hablado la niña.

-¿Es usted el hombre que trabaja con diamantes? -le pregunto.

El hombre asiente.

Entonces yo me acerco y le entrego mi piedra, para que me confirme si se trata o no de un diamante.

El hombre se demora mucho en revisarla. Tanto así que me inquieta.

-No hay apuro -me dice el hombre, percatándose de mi intranquilidad-. Igual aquí no podrá venderla.

Yo asiento.

-Además debo buscarle imperfecciones -continúa-. Ese es mi trabajo a fin de cuentas buscar imperfecciones para luego valorar la piedra en cuestión.

-Pero entonces -le digo-, ¿sí se trata de un diamante?

-Sí -me dice con un tono seco-. Un pequeñísimo diamante, pero diamante al fin.

Me quedé de pie ahí, junto a él, sin agregar palabra alguna.

Poco después me devolvió la piedra.

Pensé que me indicaría el valor o que me propondría algún tipo de negocio, pero finalmente no lo hizo.

-Disculpe -dijo entonces, dando por finalizado el sueño-, pero tengo que cerrar.

Enigmas beocios.


I.

Puedes resolverlos si deseas, ahí están.

Los transcribí yo mismo y están en esas hojas, sobre la mesa.

Intenté hacerlo con letra clara, pero ya mejor no puedo.

Los numeré, dejé espacio para que anotes tus razonamientos y hasta agregué un par de dibujos.

Ahora tú decides si quieres resolverlos.

A mí no me afecta en lo absoluto.


II.

Te advierto sin embargo que no se trata de juegos de lógica ni adivinanzas ni nada parecido.

Son enigmas beocios, como podrás ver, ciento por ciento originales.

No como los embustes esos que supuestamente hicieron a Edipo y a otros tantos.

Yo te dejo los originales, que me los regaló hace años una anciana de Tanagra que conocí de casualidad.

Era bastante arisca y solo me los dio porque le caí en gracia, ya que ambos odiábamos a Tebas.

Creo recordar que a la anciana le decían Grea.


III.

Esa vez, por cierto, la anciana me contó que su hijo era el único que había resuelto esos enigmas, hacía ya muchos años.

Más de veinte, creo que dijo, ya que calculó que su hijo había muerto en la década del 2000, tras caer un avión militar en el que viajaba.

No quiero decir con esto, por supuesto, que el resolver los enigmas beocios suponga una maldición para quien lo haga.

Solo lo menciono como un hecho.

Por último, solo quería pedirte que, si resuelves alguno, pudiésemos comparar soluciones, para ver si las mías son correctas.

De todas formas si lo son (o no lo son), como decía en un inicio, no me afecta en lo absoluto.

martes, 25 de junio de 2024

Isaac ve a su padre con otros ojos.


Ahora Isaac ve a su padre con otros ojos.

Ahora que ha bajado de la piedra, me refiero.

No se ha quejado, no ha hecho preguntas… pero es evidente que algo en él ha cambiado.

Lavó los platos tras la cena, como siempre, pero ahora hacía pequeñas pausas mientras miraba correr el agua.

Ya en su cuarto, aquella noche, se mostró distraído mientras jugaba en línea.

De hecho, si le hubiesen preguntado al terminar, ni siquiera recordaría quién ganó.

Antes de acostarse va al baño y pasa junto al dormitorio de sus padres.

La puerta está cerrada y han apagado las luces, aunque se escucha la tv.

Es un canal nacional, en el que dan el informe del tiempo, justo al final de las noticias.

Así, oculto tras la puerta, Isaac escucha que se acercan días fríos, y que probablemente llueva la próxima semana.

Se queda ahí un buen rato, atento a algo que ni él mismo sabe qué es.

Algo que no ha de llegar, aunque se espere.

Justo entonces, sin quererlo, Isaac pasa a llevar la manilla de la puerta.

-¿Eres tú, Isaac? -le pregunta entonces su padre.

-No -contesta Isaac, luego de un rato-. No soy yo.

lunes, 24 de junio de 2024

No se habían visto en años.


M. y W. no se habían visto en años.

Antes habían sido muy cercanos y hasta hicieron, en su juventud, varios viajes juntos.

Ocurre entonces que un día se encuentran casualmente en medio de una ciudad en la que nunca antes habían coincidido.

De pura casualidad, digamos.

Mientras buscan un bar para conversar más tranquilos, M. le cuenta que se ha casado dos veces y que tuvo una hija a la que casi no ve.

W., por su parte, cuenta que no ha tenido hijos y que vivió varios años con una mujer, pero que nunca se casó con ella.

Ya en el bar, hablan de algunos conocidos y recuerdan algunos de los viajes que, antaño, realizaron juntos.

Si bien ellos no se percatan de aquello, al hablar sobre esos viajes -aunque se refieran a una misma ciudad-, pareciera que en verdad hablasen de ciudades distintas.

De todas formas, lo primordial parece ser que ambos están alegres, y que su encuentro realmente les ha sorprendido, para bien.

Tras un par de horas, sin embargo, la conversación ya ha decaído y ambos deciden pagar la cuenta e irse del lugar.

Después de todo, M. debe viajar temprano al otro día pues deja la ciudad y W. parece cansado pues dice no haber dormido nada (o casi nada) la noche anterior.

-No perdamos contacto -concuerdan, al despedirse.

La noche, por cierto, también es tibia.

domingo, 23 de junio de 2024

Sin mayores contratiempos.


I.

-¿Qué es derecha y qué es izquierda? -me dijo.

Yo intenté responder.

Con dificultad y sin precisión intenté hacerlo.

Supongo que a través de ejemplos, mayormente.

Tras muchos intentos, sin embargo, me di por vencido.

A un costado de nosotros había un espejo.

Estábamos en un bar, por cierto, bebiendo algo.

Nos miramos.

Ni él ni yo parecíamos satisfechos.


II.

Tácitamente decidimos entonces hablar sin preguntas.

Solo con afirmaciones, digamos, para no complicarnos.

De vez en cuando una expresión dudosa nos impulsaba a preguntar, pero finalmente supimos contenernos.

Estuvimos hablando así, más o menos, por lo menos media hora

Fue una experiencia agradable, según recuerdo, sin mayores contratiempos.

Así y todo, no sabría decir bien de qué hablamos.


III.

Esa vez, tras conversar, él me prestó un libro de Gospodinov.

Novela Natural, creo que era.

De hecho, él dijo que me lo devolvía, pero lo cierto es que hasta ese entonces yo no había leído nada de él.

Preferí no aclararle la confusión y me guardé el libro.

Entonces me fijé que ambos llevábamos un bolso parecido, no muy común.

Quise comentar algo sobre esto, pero lo cierto es que no se me ocurrió qué.

Además, ¿qué podía decirse de todo aquello?

sábado, 22 de junio de 2024

No lo pienses tanto.


No lo pienses tanto, en el fondo siempre vas por un camino recto.

Aunque no se vea así y la perspectiva te confunda.

Incluso aunque no parezca camino.

Siempre vas por un camino recto.

No digo, sin embargo, que eso sea bueno por sí mismo.

Pero debiese, al menos, quitar un peso de encima.

Me refiero a que hagas lo hagas, siempre habrás de recorrer la distancia más corta entre dos puntos.

Tus propios dos puntos.

Y eso, claro está, viene a garantizar la línea recta.

Y el camino recto, también, por añadidura.

Por lo mismo, salirte del camino es también algo imposible.

Así, por más que dudes o te detengas ante cada aparente curva o bifurcación, mantendrás la línea recta.

Te recomiendo, sin embargo, no pensar en esto último.

No hay razón para hacerlo, me refiero.

Tampoco resolverás nada y no aporta beneficios.

De hecho, hay algunos que se angustian, con estas descripciones.

Y la angustia, como sabes, es siempre un desgaste innecesario.

Desesperarse ante lo evidente.

Inquietarse ante la mera información.

Todo desgaste es absurdo, si tenemos en cuenta los hechos.

Y el principal de los hechos ya está dicho y no es interpretable:

Siempre vas por un camino recto.

Y hasta el pasarte por aquí, si te fijas, ha sido parte del camino.

No lo pienses tanto.

viernes, 21 de junio de 2024

Otros trucos.


El tipo ese trabajaba de hipnotista, aunque a mí me asombraron otros trucos.

Uno en que detenía completamente los latidos del corazón y otro en que volvía invulnerable una pequeña parte del cuerpo.

Para comprobar el primero llamaba a voluntarios del público.

Entonces, el tipo que trabajaba de hipnotista se tendía en una camilla y les entregaban a los voluntarios un estetoscopio a cada uno.

Luego, lo conectaban a una máquina y proyectaban en vivo una especie de electrocardiograma.

Así, mientras se veían las ondas en la pantalla, los voluntarios debían comprobar que aquello coincidiera con lo que escuchaban, hasta que ya no había registro de latidos.

Finalmente, tras unos minutos, para hacer más espectacular el cierre de ese número, un ayudante hacía funcionar un desfibrilador y el corazón volvía a registrar actividad y todo volvía a ser como antes.

El otro número que me sorprendió fue más breve, aunque no menos sencillo.

En él, yo mismo salí de voluntario para comprobar lo que ocurría.

En este caso, el hombre decía que podía volver una parte de él totalmente invulnerable, rígida.

Entonces me entregaron un cuchillo.

A mí y a otros dos voluntarios.

Nos hicieron escoger las partes que queríamos que endureciera para luego comprobar que éramos capaces de clavar el cuchillo en ellas.

Elegimos una parte del cuello, la palma de una mano, y una sección en el abdomen, cerca del ombligo.

Entonces el tipo volvía a tenderse en la camilla, cerraba los ojos y nosotros -tras haber comprobado que los cuchillos no tenían truco y se clavaban fácilmente en otras superficies-, debíamos intentar clavárselos en la zona señalada.

No pudimos, por supuesto.

En mi caso, debo confirmar que apliqué toda mi fuerza, y hasta me entregaron un clavo y un martillo que terminó doblándose cuando intenté enterrarlo en él.

Ninguno de nosotros logró hacerle ni un rasguño, por supuesto.

Y claro, nos bajamos del escenario.

Ya en mi asiento, mientras el hombre hacía un último número relacionado, ahora sí, con el hipnotismo, me di cuenta que tenía aún en una de mis manos el clavo que había intentado enterrar.

Incluso se había doblado un poco, por los golpes, aunque mantenía el filo en la punta.

Poco después, me descubrí enterrándome yo mismo el clavo en la yema de uno de mis dedos.

El dedo sangró, por supuesto, pero extrañamente no sentí dolor.

Lo frágil siempre se rompe, me dije, a fin de cuentas.

Por eso sabemos que es frágil.

jueves, 20 de junio de 2024

Dejas de ver, me dijo.


Dejas de ver, me dijo. O sea, ves, pero en el fondo dejas de ver. Es como cuando no sabes si te desvelaste toda la noche o si soñaste, en realidad, que te desvelabas. Parecido, aunque no igual, por supuesto. Un ejemplo algo confuso, lo admito, pero al menos para explicar sirve. Aunque bueno… eso debieras confirmarlo tú. De todas formas, te aclaro que este dejar de ver ocurre cuando estás despierto. Y es que no me gusta en realidad hablar de sueños, salvo para los ejemplos. Y ejemplos cortitos, casi siempre, para evitar confundir. Como sea, te decía que el dejar de ver del que hablo ocurre en la vigilia. O sea, ahora mismo si quieres podría estarnos ocurriendo. O sea, no digo que necesariamente esté ocurriendo. Aunque quién sabe. Tampoco es que pueda descartarse. Después de todo no es algo que siempre ocurra consciente. Y si lo es, igual podemos negarlo y mentir sobre ello. Esto ocurre porque de cierta forma el ojo llega a tener una especie de voluntad propia. Distinta a la del portador del ojo, me refiero. Y claro, cuando digo ojo, estoy diciendo ojos, en plural, aunque para el ejercicio de su voluntad actúan como si fuesen uno. Simplemente ejercen su voluntad de dejar de ver y se arropan con los párpados, como si estos fuesen sábanas. Se esconden debajo, me refiero. Todo esto metafóricamente, por supuesto, pues el ojo no parece escondido, sino que se ve normal. Desde fuera, claro. Pero funcionalmente es como el dibujo de un ojo en un párpado cerrado. Un dibujo en cada ojo, por supuesto, salvo que seas cíclope o tuerto y con un dibujo baste. Y bueno… así es como dejas de ver. Viendo, pero no viendo, como te decía. O sea, viendo, pero con una función menos que cuando veías antes. Y veías de verdad. Se trata de una explicación, pero puedes tomarla como un consejo, si prefieres. Ahora me callo, si quieres, y te toca hablar a ti.

miércoles, 19 de junio de 2024

Tal como lo cuento.


No me lo van a creer, pero ocurrió tal como lo cuento.

Una casa abandonada al final de la calle.

Vacía desde hace un año y sin movimiento alguno.

Una casa a oscuras, deteriorándose poco a poco debido al paso del tiempo.

Incluso veías crecer maleza en el jardín, cuando pasabas junto a ella.

Desde el exterior, por cierto, poco más podías ver.

Y es que por las ventanas (sin cortinas), apenas apreciabas que no había nada dentro.

Con mis amigos, en aquella época, siempre hablábamos de entrar.

Hacíamos planes y organizábamos hasta la distribución de los cuartos por si decidíamos vivir dentro.

Pero lo cierto es que no lo hicimos nunca, y la casa siguió ahí, sin que apreciáramos transformación alguna.

Todo estuvo así, decía, hasta que un día un amigo llegó a hablarnos, muy nervioso.

-¿Se fijaron en la casa? -nos dijo-. Por la ventana se ve que tiene algunas cosas dentro…

Fuimos a ver.

Todo estaba igual de abandonado, pero se veían algunos muebles dentro.

De todas formas, como no observamos movimiento ni había rastros de que alguien hubiese entrado, decidimos hacer turnos para observar la casa.

Pasaron así los días y hasta las semanas y corroboramos que no había llegado nadie a la casa.

-Tal vez estuvo tanto tiempo sola que le comenzaron a salir muebles -dijo uno-. Igual que la noticia de ese anciano al que le volvieron a salir dientes…

Nos reímos entonces por lo absurdo de la explicación.

Así y todo, como no teníamos otra, todos terminamos aceptando aquello.

Varios meses después vinieron desde la municipalidad a desmalezar, tras varias peticiones de vecinos.

También llegaron un par de bomberos.

Ellos, mientras los otros desmalezaban, reforzaron las puertas y tapiaron las ventanas.

-Solo por seguridad -dijeron.

Desde entonces, nos pareció que la casa ya no parecía abandonada, sino muerta.

O al menos esa fue lo que concluimos tras hablar de lo ocurrido.

Como si al ocultarnos su interior le hubiesen quitado la poca vida que le quedaba.

Por lo mismo, dejamos de interesarnos en ella hasta que años después alguien la compró.

Pero su historia, para nosotros, ya se había acabado por completo.

martes, 18 de junio de 2024

G., cuando pequeño, se comía las moscas.


G. me cuenta que cuando pequeño se comía las moscas.

Igual no debe haber sido tan pequeño, pienso yo, porque lo recuerda de lo más bien.

Mientras me habla sobre ello, lo imagino todo como la trama de un cuento para niños.

Incluso imagino dibujos, para acompañar aquella historia.

Pero claro, supongo que lo que cuenta es un poco asqueroso para convertirse en ello.

Después de todo las historias para niños deben siempre suavizarse un poco.

Pulirse en aquellas partes que pueden ser filosas o -como en este caso-, provocar asco o transmitir alguna sensación desagradable.

Aunque claro, tal vez si en vez de moscas fueran mariposas, o si en vez de comerlas simplemente las metiese a su boca y luego las sacara…

O si fuesen polillas, que se metiesen a su boca porque creen que dentro hay luz… y que luego viajen dentro suyo y que al final, por supuesto, todo haya sido un sueño…

-¿Me estás escuchando? -dice entonces G., quien me ha notado distraído.

Yo le digo que sí, que por supuesto, que puede terminar de contar tranquilo.

Entonces G. vuelve con sus recuerdos de pequeño, enfatizando algunos detalles.

-No les hacía daño -dice-. Trataba de atraparlas muy rápido y me las echaba a la boca de inmediato.

Lo anterior, por cierto, G. lo ha dicho con un tono que me sorprende, mirándome fijamente y con una expresión parecida al orgullo, como si comerlas fuera menos malo que arrancarles las alas o jugar con ellas, como suelen hacer los otros niños.

-¿Tú no te las comías? -me pregunta entonces.

-Eh… no -digo-. Supongo que no… No recuerdo, en realidad.

Apenas digo esto, sin embargo, una sensación de vergüenza me obliga a mirar hacia otro lado e intentar cambiar el tema.

-¿No te gusta hablar de moscas? -me dice G., percibiendo mi inquietud.

-En realidad no -confieso-. No con otros, al menos… Mejor hablemos de otra cosa.

lunes, 17 de junio de 2024

Motores de autos de juguete.


I.

Motores de autos de juguete, de esos que ya no funcionan.

Yo coleccioné de esos motores, por años.

Sin confesarlo a nadie, los coleccioné.

Decía que iba a arreglarlos o que eran para alguna actividad, en la escuela, pero lo cierto es que los coleccionaba a escondidas.

Llegué a tener setenta, más o menos, la gran mayoría de ellos muy similares y sencillos.

Pequeños, metálicos y casi sin piezas, prácticamente.

De hecho, ahora que escribía, he dudado incluso si debían ser considerados efectivamente como un motor.

Por lo mismo, he buscado en internet y al menos confirmé que sí: eran motores, aunque muy pequeños y sencillos.

No hay mucha información, pero al menos les llaman de esa forma.


III.

Siempre me gustaron las cosas con motores.

No las grandes cosas, sino aquellas pequeñas, cuyo motor hacía ruido apenas y no dañaba a nadie.

No sé explicarlo bien, pero de cierta forma sentía correcto que tuviesen un motor.

Era lo adecuado, debo haber pensado.

Aunque claro… eso es algo que no sé.

Lo que sí sé es que la caja en que los guardaba, estaba debajo de mi cama.

Era una caja de zapatos, ordinaria, que incluso llena de motores no podía irse a ningún sitio.

Recuerdo que cuando me fui de casa, pensé en llevármela, pero finalmente la boté.

Así y todo, tengo la impresión que guardé un motor, secretamente, pero no recuerdo dónde.

domingo, 16 de junio de 2024

Ella y su fantasma.


Antes que muriese apareció su fantasma.

Varios de nosotros lo habíamos visto y se lo contamos con liviandad, casi como una anécdota.

Ella, en tanto, bromeaba diciendo que se había adelantado un poco.

Lo hace para compensar mis retrasos, decía, sin tomárselo muy en serio.

Y era cierto: ella siempre llegaba atrasada.

Pasaron los días, sin embargo, y entonces ella misma me contó que lo había visto una noche.

No se lo digas a nadie, me dijo, pero hasta conversamos un poquito.

Me contó que no se trató, en lo absoluto, de una conversación tradicional, sino de una serie de impresiones que intercambiaron entre ellos sin mediar palabras.

-Al final resultó ser cierto que se había adelantado -dijo ella, sin dar más detalles de la conversación-, aunque no me dijo cuánto.

Luego de esa vez, nos volvimos a ver en un par de ocasiones.

Y entre esas ocasiones, yo también había vuelto a ver a su fantasma, pero no se lo dije.

De hecho, ninguno de los dos comentó nada más sobre aquel asunto.

Tiempo después -cuando ella ya no estaba-, varios de nosotros hablamos sobre aquella época y nos extrañamos de que la aparición de aquel fantasma no nos haya parecido entonces tan extraña.

-Al final resultó que desaparecieron juntas -dijo uno de nosotros-. Ella y su fantasma.

Yo asentí, por supuesto, como todos.

Nadie más habló del tema.

sábado, 15 de junio de 2024

Qué hacer a continuación.


Trabajó de modelo en un antiguo programa de tv.

Durante seis años, que concluyeron, por cierto, hace más de dos décadas.

Durante esos años ella entregó premios a algunos concursantes.

Además, saludaba al inicio y final del programa, y de vez en cuando bromeaba al aire, con el animador.

Así y todo, su voz nunca se escuchó en la tv de mi casa, en los programas.

En realidad, no solo su voz sino todas las voces del programa, pues en aquel entonces no ponía volumen a la tv.

Dejaba correr las imágenes, simplemente, igual como si dejase abierta la llave del agua, aunque ciertamente me producía menos culpa.

Debo haber hecho esto, con la tv, durante aproximadamente 5 años, calculo.

El punto es que hace unos días me encontré casualmente con ella, en la montaña.

Yo había subido hasta un refugio pequeño, en el que acostumbraba parar un rato, cuando iba a aquel lugar.

No esperaba encontrar a nadie, por cierto, pues había nevado durante varios días y los caminos estaban cortados debido al exceso de nieve.

Ella estaba ahí, sin embargo, discutiendo con otro tipo que probablemente haya sido su pareja.

Me quedé afuera, sin que me vieran, observándolos por la ventana y esperando a que dejasen de discutir para entrar en el lugar.

Y claro, fue entonces que, viéndolos sin escucharlos, reconocí a la mujer que había sido la modelo de ese programa de antaño.

Me quedé así, observando, durante un largo rato hasta que ella pareció verme al otro lado de la ventana y su actitud pareció cambiar.

Entonces -no sé decir por qué razón exacta-, comencé a caminar nuevamente, alejándome del lugar, encaminándome hacia la cumbre.

No llegué, por supuesto, pero al menos ascendí a una altura suficiente como para observar el panorama completo: los caminos cerrados, la nieve sobre los árboles y unas cuantas casas dispersas, en la distancia, varias de ellas con chimeneas encendidas.

Por último, me apoyé sobre un tronco y cerré los ojos, como si apagase una pantalla, mientras intentaba decidir qué hacer a continuación.

viernes, 14 de junio de 2024

Desde dentro.


Una abertura en el techo.

Una o varias, en verdad.

Materiales húmedos y pájaros que ingresan por las grietas.

Un olor ácido que no se sabe bien de dónde viene.

El viento que choca contra las cosas y estas que no se inmutan.

Aunque cedan, aunque rueden… aunque caigan derribadas no se inmutan.

A veces suenan, las cosas, mientras se quiebran, como si de pronto se quejaran.

Un zapato seco, de revés, como el cadáver de un pie en medio del patio.

Plantas en la sombra, abandonadas, que han aprendido a vivir por sí solas.

Nuevas montañas que aparecen, cuando nadie las ve.

El agua que se endurece, con el frío, sobre la tierra.

El agua que se vuelve cosa, como si se olvidara de fluir.

Animales ciegos, amarillos ahora, como hojas secas.

Puertas que quedaron cerradas desde dentro.

Y el mundo ahí afuera, al que no le interesa mirar.

Si hay voces -puedo asegurarlo-, no se escuchan a sí mismas.

Si hay ruidos, estos provienen de otros sitios.

Pájaros viejos, probablemente, que han entrado por las grietas.

¿Recuerda alguien una voz que habló de ellos?

Ahora duele incluso describirlos.

Los nombres de las cosas, cayéndose de las cosas.

Y el sol como una manta.

jueves, 13 de junio de 2024

Seis búhos en una misma rama.


I.

Una vez vi seis búhos en la misma rama.

Pueden no creer, por supuesto, pero es cierto.

Era de noche y mi linterna casi se apagaba.

Aún así, logré verlos, a la distancia.

Luego, apagué mi linterna y me acerqué hasta ellos.

Lo suficiente para distinguir sus siluetas, en medio de la oscuridad.

Eran seis, comprobé.

Seis búhos en una misma rama.

Todos eran pequeños salvo uno.


II.

Lo del encuentro con los búhos ocurrió en un bosque muy pequeño.

Un bosque de no más de una hectárea, calculo, que estaba en una isla también menor.

Había llegado ahí con dos amigos que consiguieron un bote y conocían bien la zona.

Ellos estaban en la orilla, acampando, cuando yo salí a caminar.

Habíamos hecho una fogata y pensábamos quedarnos ahí y marcharnos por la mañana.

Y claro, fue entonces que vi los seis búhos en la misma rama.

Mientras los miraba, pensé que faltaba uno, no sé por qué.


III.

Estoy seguro que pueden verme, me dije, mientras los miraba.

Probablemente mejor que yo, incluso, pues se supone que ven en la oscuridad.

De igual forma, los búhos no se mostraron inquietos con mi presencia

Algunos ululaban y se movían un poquito, sobre la rama, aunque sin lanzarse a volar.

Por lo mismo, decidí tenderme ahí y descansar un rato.

Y es que era una buena sensación a fin de cuentas, la de ser visto por seis búhos, en un bosque pequeñito.

Seis búhos y en una misma rama, me dije.

Ahora sí que estoy listo, para lo que tenga que pasar.

miércoles, 12 de junio de 2024

No sé si me explico.


Yo creo que dejan de mirar hacia arriba, los astronautas. No digo que a bordo de sus naves o en el espacio, sino cuando están en tierra. Por ejemplo cuando están regando el jardín o escuchan un ruido fuera y deben salir a ver. Probablemente no sepa explicarlo bien, pero lo cierto es que no me los imagino mirando hacia arriba. Podría jurar, incluso, que es así. Aunque no pueda comprobarlo me atrevería incluso a apostarles lo que quieran. No digo que ya no les interese mirar ni nada de eso, solo digo que dejan de hacerlo. Igual que uno deja también de hacer cosas. Después de todo ya vieron, ¿no crees? Vieron y estuvieron incluso, que es la forma definitiva de ver. Si no me creen busquen fotos o videos. Véanlos cuando asisten a conferencias o a programas de tv o cuando recorren los barrios donde crecieron. Ya no miran hacia arriba, puedo asegurárselos. Y claro, tampoco miran a los ojos, la mayoría de ellos, aunque eso es otra cosa. Lo importante es lo otro, a fin de cuentas. Importante porque debe significar algo, pienso yo, aunque no sepa qué significa. Así y todo, siempre que algo significa debiésemos poner atención. Porque algo que significa no significa para sí mismo. Y por eso es lo importante, si te fijas… No sé si me explico.

martes, 11 de junio de 2024

Gente que no llora ni ríe.


Gente que no llora ni ríe.

¿Conoces acaso de esa gente?

Porque claro… hay algunos que no lloran y otros que no ríen, pero casi siempre el individuo se inclina por algo.

Y es entonces -cuando el individuo se inclina-, que la risa o el llanto equilibran y facilitan el paso.

Ahora bien, ¿cómo se equilibra aquel que no llora ni ríe?

O mejor aún: ¿cómo puede ese individuo asegurar su paso?

Lo pregunto porque tal vez demos por hecho que al no inclinarse no hay falta de equilibrio.

Y descuidemos entonces la comprensión de un otro que igualmente es necesaria.

No digo compadecernos de él, ni tampoco hablo de asistirlo…

Pero la comprensión, al menos, es algo que debiese exigirse.

Un requisito mínimo, digamos, si queremos -al llegar la noche-, dormir cansados.

Ni riendo ni llorando, digo yo, pero al menos cansados.

Y merecer así el equilibrio nocturno que nos lleva a ingresar de buena forma al sueño.

Un sueño donde nadie llora ni ríe, por cierto, y donde el equilibrio no es necesario.

¿Piensas que me contradigo?

¿Piensas que exagero o que me falta seriedad o que estoy jugando…?

Pues piensa lo que quieras, por mí no hay problema.

¿Conoces acaso de esa gente?

lunes, 10 de junio de 2024

Formas de no pensar en nada (I)


I.

Ella estaba desnuda, tendida sobre la cama, intentando no pensar en nada.

Lo había intentado muchas veces, como si fuera un juego, pero nunca lo lograba.

Esta vez, sin embargo, se sorprendió de pronto, pues le pareció que lo había logrado.

O sea, no le pareció en el sentido de haberlo pensado, pero lo supo más bien como una observación.

Y es que todo, de pronto, comenzó a llegarle simplemente como datos.

Como hechos desligados de su pensamiento.

O como proyecciones, digamos, en un cuarto vacío.

Fue solo un momento, por supuesto, porque luego pensó, irremediablemente.

Desde ella, pensó.

Pero al menos esta vez, no fue tan malo.




II.

Desde entonces, volvió a intentarlo muchas veces.

Se quedaba tendida, igual que aquella vez, observando sus pies desnudos.

E intentando no pensar, por supuesto.

Esta vez, sin embargo -aunque pensaba-, observó algo inusual.

Le había comenzado a brotar trébol entre los dedos de los pies.

Desde debajo de las uñas, incluso, brotaba el trébol.

Entonces pensó que, si seguía así, mirando, probablemente aparecieran animales pequeñitos a comer de aquel trébol.

No pensaba en insectos, por supuesto, sino en versiones más pequeñas de otros animales que pudiesen alimentarse de él.

Ovejas, pensó, o cabras… o si tengo suerte hasta un ciervo de cola blanca.

Siguió así, largo rato, esperando, hasta que se durmió.

O hasta que le pareció que se dormía, al menos.

El trébol, entre tanto, desapareció de sus pies.

Y un animal que había aparecido, se fue triste del lugar, sin haber encontrado nada.

domingo, 9 de junio de 2024

Sobre una acera, en el sueño.


Yo estaba sentado sobre una acera, en el sueño.

Estaba al borde de una calle por la que no pasaban vehículos, o no recuerdo que hayan pasado, al menos.

Yo usaba un polerón gris, con bolsillos por delante, en el que llevaba un montón de palabras.

Mientras estaba sentado las tocaba con las manos, sin verlas y descubrí que su forma se podía amoldar.

Fue entonces que, sin demasiada sorpresa, comencé a sacar algunas desde mi bolsillo.

Tras observarlas, descubrí que habían tomado la forma de naranjas, aunque de un color no tan vívido y de un tamaño algo más pequeño que las naranjas tradicionales.

No tan pequeñas como para ser mandarinas, aclaro, sino simplemente naranjas pequeñas.

Tras observarlas un rato, sin sacar conclusión alguna, recuerdo que comencé a pelarlas.

Me refiero a que fui tomando cada una de las palabras y comencé a arrancarles la cáscara.

Era una cáscara gruesa, porosa, igual a la de las naranjas tradicionales solo que estas no arrojaban olor alguno.

Esto lo recuerdo porque me acerqué las cáscaras y no logré distinguir en ellas ningún aroma.

También descubrí que, al desgajarlas, todas se mostraban secas y parecían artificiales.

No tenían significado alguno .

Igualmente, recuerdo que me metí algunas a la boca y comencé a masticarlas.

Se me enredaban entre los dientes.

Me producían un pequeño escozor en la lengua.

En resumen: no conseguí tragar ninguna.

Fue entonces que comprendí que le quedaba poco tiempo, al sueño, y que había dejado el lugar lleno de restos.

Así, finalmente, fui recogiéndolos y me los llevé nuevamente al bolsillo del polerón.

Tras recoger el último descubrí que ahora, prácticamente, no cabían.

Nada terrible, me pareció, pero sí extraño.

Cuando desperté, poco después, seguía con la misma sensación.

Todavía la tengo.

sábado, 8 de junio de 2024

Una trampa para capturar conejos.


Una vez de pequeño inventé una trampa para capturar conejos.

No para cazarlos ni matarlos, sino una trampa que buscaba capturarlos simplemente, sin causarles mayor daño.

Creo que había visto algo parecido en un programa de tv y quería llegar a tener uno.

Un conejo como mascota, me refiero.

Creo que hasta le había escogido nombre, antes de atraparlo.

Puede sonar extraño, dicho ahora, pero en ese entonces era natural pensar así.

Lo que ocurría, a fin de cuentas, era que no me dejaban tener mascota y tras considerar varias posibilidades, decidí que un conejo era el único animal lo suficientemente silencioso como para mantenerlo escondido y poder cuidarlo así.

Por lo mismo, tras diseñar y construir la trampa, la instalé en el patio de casa, un tanto oculta, en un sector bastante húmedo en el cual crecían hierbas.

Lamentablemente, como vivía en un lugar sin conejos, lo cierto es que finalmente no logré atrapar ninguno.

De todas formas, me dije entonces, la trampa me sirvió al menos para comprobar que en aquella zona no había conejos.

Y entonces, convencido ya de que llegar a atrapar alguno era imposible, dejé de desearlos.

Es decir, no atrapé un conejo, pero sí un consuelo.

Así razonaba en ese entonces.

No considero que esté mal.

viernes, 7 de junio de 2024

Desapareceré en masa.


Cada cierto tiempo, generalmente cuando bebía, llegaba a un punto en que cambiaba su actitud y hablaba de pronto con un tono impostado.

Por lo general, cuando esto ocurría, no lo tomábamos en cuenta y hasta lo separábamos del grupo, pues preferíamos tomar en silencio.

Esa vez, lamentablemente, me tocó estar a solas con él un buen rato hasta pues los otros demoraban en llegar.

-Cuando desaparezca desapareceré en masa –dijo esa vez-. A lo mejor no súbitamente, pero sí de forma definitiva. Será algo así como una extinción. Como la desaparición de los dinosaurios.

-Suena bien -le dije, mientras abría otra cerveza-. Pero no significa una mierda.

Me miró en silencio, molesto.

-No significará nada durante un tiempo -agregó, luego de un rato-. Las extinciones son así. Pasan siglos y de pronto alguien encuentra huesos y reconstruyen algo… Milenios incluso y entonces solo encuentran fósiles…

-No quiero escuchar esas mierdas -lo interrumpí-. Estoy seguro que ni siquiera comprendes lo que dices. Solo intentas que suena bien y lo cierto es que no te resulta…

-Será algo impactante -siguió, ignorándome, mientras alzaba la voz-, todo a partir de un impacto tan brillante como imperceptible… ¡Seré mi propio meteorito…!

Le lancé la cerveza a la cara.

Me puse de pie pues pensé que reaccionaría, pero lo cierto es que no lo hizo. Simplemente comenzó a secarse mientras se reía.

Fue en ese momento que llegaron los demás.

-¿Qué pasa? -preguntaron.

Yo los miré y no supe bien qué responder.

Sin embargo, mientras estaba de pie, observándolos, me pareció que algo importante, efectivamente había pasado.

-Un meteorito -les dije.

Luego, en silencio, tomé mis cosas y me fui del lugar, sin que nadie me detuviera.

Nunca volví a verlos.

jueves, 6 de junio de 2024

Otras cosas de las que ocuparnos.


Así es.

Hay, aunque no creas, otras cosas de las que ocuparnos.

Es cierto: existen esas cosas.

Un gran número de ellas… puedo asegurarlo.

Esta vez, sin embargo, no daré ejemplos.

Tampoco haré listas, esta vez.

En cambio, te regalo la razón, aunque incompleta:

No haré listas, esta vez, para que las hagas tú.

Y para que llegues a creer que es cierto, finalmente, por voluntad propia.


Así es.

Existen, evidentemente, otras cosas.

Otras cosas de las que ocuparnos, por supuesto, pero estas deben ser tus propias cosas.

O ser fruto de tus propias elecciones, más bien.

Y es que ocuparse de otras cosas supone también abandonar otras.

Dejar de ocuparse de ellas, me refiero.

No por maldad.

No por dejadez o irresponsabilidad.

Y mucho menos por exigencia de estas “otras cosas”.

Y es que no hay culpa, si te fijas.

No hay culpa en aquello de lo que hemos elegido ocuparnos.

Y tampoco hay culpa -esta vez-, en nosotros.

O no debiese haberla, al menos.


Así es.

Aunque no lo creas, así es.

Se trata simplemente de la existencia de otras cosas.

Otras cosas de las que ocuparnos.

Y no importa si requieren más o menos de nosotros.

Ese no es el punto.

El punto es que ahora existen y ya está.

De cierta forma ya está hecho.

Que así sea.

miércoles, 5 de junio de 2024

Da lo mismo el contexto.


Da lo mismo el contexto.

Él simplemente estaba ahí y de pronto me habló.

No sé muy bien de qué, pero luego de un rato todo se detuvo cuando él dijo:

-Los lobos no pueden matar otro lobo cuando este se ha rendido. Creo que se inhiben o algo así.

-¿Algo así? -dije yo.

-Sí, algo así… -intentó explicar-, la verdad es que no sé bien por qué lo hacen, pero obviamente no es por piedad, es algo así como un código, supongo, no sé…

-¿Y me lo dices por qué? -pregunté.

-Por que apelo a tus códigos… Y porque espero que seas al menos mejor que un lobo.

-¿Entonces te has rendido? -le lancé.

-No es eso exactamente -dijo con un gesto incómodo-, pero tampoco es que seamos lobos… y tampoco es cuestión de muerte, claro está.

-¿Y entonces?

Hizo una pausa antes de contestar.

Me pareció cansado.

-Entonces analízalo tú -siguió, aunque cambiando un poco el tono-. Yo te lo decía más bien como un consejo. Tú eres en el fondo los dos lobos. El que se rinde y el otro. No sé nada más.

Tras decir esto, se levantó y se dirigió hacia algún lugar.

Da lo mismo el contexto.

martes, 4 de junio de 2024

¿Puedes resumirlo?


I.

-¿Puedes resumirlo? -me preguntó.

Yo la miré sorprendido pues apenas había llegado y no había dicho todavía ninguna palabra. Ni siquiera la había saludado.

-Hola… -atiné a decir-. ¿Qué quieres que resuma?

Ella me miró con una expresión extraña.

No era molestia, eso puedo asegurarlo, pero tampoco era en lo absoluto una buena expresión.

-Solo te pido que resumas -me dijo-, sea lo que sea resúmelo.

-Al final vamos a morir -le dije, aparentando indiferencia-. Ese es siempre el resumen de todo.




II.

Se sentó frente a mí y me miró fijamente.

Ahora sí estaba molesta.

-Ese no es un resumen -me dijo-. Un final no es un resumen. Debieras saberlo como profesor de lenguaje.

Era cierto, me dije, aunque de todas formas pensaba en buscar un argumento que validase mi expresión.

No lo encontré.

-¿Qué es lo que pasa? -pregunté.

-Eso tampoco es un resumen -me lanzó en vez de una respuesta.

Luego tomó sus cosas como si fuese a marcharse, pero no se marchó.

Preferí, para evitar disputas, irme yo.




III.

Luego de aquello nos volvimos a ver unas cuantas veces.

Siempre con amigos en común, aunque ocurría que al llegar la noche nos quedábamos juntos, sin mediar gestos ni palabras.

Durante el último encuentro, sin embargo, ella comenzó a hablarme de su familia.

Vivían en el extranjero.

Creo que el padre había muerto y ella debía viajar para hacer unos trámites y dijo que probablemente no iba a volver.

Yo no supe qué decir, así que la dejé hablar.

Lo hizo durante largo rato, aunque ya olvidé lo que dijo.

En resumen, primero informó, luego se puso triste y luego molesta.

Ya en la mañana, ambos nos vestimos y nos fuimos del lugar.

Sé que dije cosas también, esa mañana, pero ya las olvidé.

No fueron esenciales, a fin de cuentas.

lunes, 3 de junio de 2024

Una montaña es lo opuesto al fuego.


Una montaña es lo opuesto al fuego, me digo.

Mientras subo a la montaña, al menos, eso es lo que me digo.

No es el agua, como muchos creen.

A no ser, por supuesto, que haya fuego en la montaña.



Sigo subiendo, mientras hablo para evitar pensar en otras cosas.

De todas formas, digo ahora, si hay fuego en la montaña eso al menos demuestra que fuego y montaña no son lo mismo.

Que se oponen incluso, el uno ante la otra.

El fuego que quiere reducirla a cenizas, me refiero, y la montaña que no lo deja hacer.



Antes costaba menos, por supuesto, me digo.

Menos esfuerzo, menos trabajo… podías llegar a la cima sin necesidad de tantas palabras.

Ahora, en cambio, no puedes dejar de hablar.

Arrojas palabras como migajas, incluso, para reconocerlas de regreso e identificar el camino.



Y es que llueve mientras subes la montaña.

Y la tierra mojada te devuelve a ratos y si te descuidas hasta te hace caer.

Además, por si eso no bastase, está el frío que te impulsa a rogar por fuego.

Ese fuego que es lo opuesto a la montaña, por supuesto, y que mágicamente no va a parecer.



Una montaña es lo opuesto al fuego, me digo, mientras tomo un último impulso.

Y justo entonces, el fuego.

domingo, 2 de junio de 2024

El penúltimo.


I.

En la universidad había un tipo al que le decían el penúltimo.

Cuando supe de su existencia él estudiaba filosofía, pero antes ya había cursado algún año de historia y sociología.

Lo conocí en la biblioteca, en una ocasión en que ambos habíamos reservado el mismo libro de Handke, que por ese entonces (al menos en la universidad) no muchos conocían.

Esa vez, finalmente, se llevó el libro él, por lo que algunos amigos me dijeron que entonces yo pasaba a ser el último.

-¿Por qué el último? -pregunté.

Y claro, fue entonces que me explicaron que él era el penúltimo.

O que así le decían, al menos.



II.

Aclaro desde ya que nunca llegué a saber por qué le decían de esa forma.

Admito que ahora me parece extraño, pero lo cierto es que por ese entonces todos teníamos apodos que aceptábamos sin más, sin detenernos a preguntar.

Lo que sí le pregunté varias veces fue qué hizo con el libro de Hanke, que no volvió a aparecer jamás.

El decía que lo había devuelto, pero en la biblioteca me dijeron que el último en pedirlo lo había extraviado, y que había donado otro en su lugar.

El libro perdido era “El miedo del portero al penalti”.

El libro que donó era un manual escrito en francés, para criar bonsáis.



III.

El año en que egresé me peleé a golpes con el penúltimo.

Por ese entonces el estudiaba literatura inglesa y vendía drogas en los patios de la facultad.

Por suerte, resultó que no era muy fuerte y cayó casi al primer golpe.

O se dejó perder, probablemente, para no complicar su estancia en la universidad.

No recuerdo muy bien, pero creo que nos peleamos sin razón alguna.

Solo sé que estábamos bebiendo, en un grupo, y luego ya no recuerdo más.

Días después, lo busqué para disculparme, pero me enteré que otros vendedores le habían disparado.

Había sido en la calle, donde lo esperaban cuatro tipos, que le dispararon varias veces hasta que observaron que ya no se movía.

-Mataron al penúltimo -me dijeron esa vez.

Y yo no supe, muy bien, qué sentir o qué pensar.

sábado, 1 de junio de 2024

El arte de la sumatoria.


“Dios creó los números enteros,
lo demás es obra del hombre”
L. K.


Como me enseñaron que no se debía contar juntas, cosas de distinto tipo, casi siempre que lo intentaba terminé contando hasta uno.

En su momento, más que un ejercicio matemático, me sirvió al menos para captar la diferencia que existía entre cada cosa. Y la independencia, digamos, que tenían entre sí.

La sumatoria, sin embargo, quedaría postergada.

Aun así, con el tiempo, me las ingenié para poder agrupar cosas independientes, y pude entonces contar hasta números más altos, agrupando por ejemplo todas las cosas que no eran conscientes de que eran distintas entre sí.

A continuación, por cierto, debería dar ejemplos, pero lo cierto es que no escribo aquí para explicar procedimientos internos, ni tampoco para denunciar la inconsciencia ontológica de aquellas cosas que conté.

¿Qué es lo que hago, entonces?

Pues es sencillo de decir: hago trampas, en principio, para luego contar lectores.

El contador de visitas los suma, es cierto (y por lo demás no asegura que hayan sido lectores, sino solo visitantes), pero con el paso del tiempo he logrado desarrollar cierto grado de intuición, lo que me permite identificarlo a usted, por ejemplo, y contarlo de manera clara y precisa: uno.

Luego vendrá otro, es cierto, pero entonces seré yo quien decida si aquel es otro uno o algo distinto, y almacenaré esa información.

Ahora bien, ¿para qué sirve almacenarla?

No para mucho, si soy sincero, pero las conclusiones que obtengo de ello me sirven al menos para seguir contando un poco más.

Así, espero, pueda desarrollar de una vez por todas este arte de la sumatoria.

Y descansar un poco, al final.

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