I.
Tenía veinte años cuando lo enviaron a Vietnam.
Pero antes de irse decidió dos cosas.
Casarse con una vecina con quien tenía, desde
pequeño, un irregular romance.
Y llevarse escondida una rana, a Vietnam, entre sus ropas.
Tanto la primera como la segunda acción las decidió
luego de tener una breve conversación con la oficina en que lo reclutaron.
Por un lado, le recomendaron casarse antes de irse,
pues existían otro tipo de privilegios para los soldados casados y podía optarse
incluso, a bonos en la remuneración, seguro familiar y otro tipo de pensiones.
Por otro lado, le advirtieron que estaba prohibido llevarse
cualquier tipo de cosa a escondidas de sus superiores, en su próximo viaje a
Vietnam, mucho menos una cosa viva.
-¿Una cosa viva? -preguntó él.
-Por ejemplo un ratón, una serpiente o una rana…
-le dijeron-. La indicación se refiere a eso. Una especie de mascota. Una pertenencia
viva.
Poco después de esa conversación se casó y -sin
saber bien por qué lo hacía-, consiguió dos días antes del viaje atrapar una
rana, que decidió llevar a escondidas.
II.
La rana era pequeña y no muy ruidosa. En principio
cosió un bolsillo secreto en su pantalón donde ocultó la rana y ya en Vietnam construyó
un compartimiento especial para llevarla en su cinturón y hasta usaba una
pequeña cantimplora, para guardarla.
Con el paso de los días sus compañeros de pelotón
descubrieron que ocultaba la rana, pero no parecía algo de importancia. Después
de todo había otros que escondían dientes de oro, trozos de cabello y hasta orejas,
que por lo general habían recolectado en batalla.
Pasaron así seis meses. La rana -que nunca tuvo
nombre, por cierto-, no creció demasiado, obedecía a su dueño y se alimentaba
de cualquier insecto que le ofrecían. Durante esos meses, hubo varias bajas en
el pelotón, aunque él -el dueño de la rana-, solo recibió una herida en una
pierna, que lo mantuvo una semana lejos de la batalla.
Escribió una carta a su esposa durante esos meses.
Y recibió dos. Ni la que envió ni las que recibió decían algo importante. Lo
cierto, es que él pensaba más en la rana que en su esposa. De hecho, en sus
sueños, era su rana la que estaba presente, mientras que el rostro de su
esposa, se le había olvidado casi por completo.
III.
Poco antes de abandonar Vietnam, recibió una
medalla por regresar a buscar provisiones a un refugio que había sido tomado
por los vietnamitas. Lo autorizó su superior, quien lo envió principalmente
para que hiciese explotar una caja con municiones que había quedado en el
lugar. El mismo superior le enseñó cómo poner un detonador y hacerlo funcionar
a cierta distancia, para que la posibilidad de resultar herido fuese mínima.
Lamentablemente, por no poner mucha atención -pues
el dueño de la rana solo pensaba en la posibilidad de recuperar a su rana que había
quedado en el antiguo refugio-, instaló de mala forma el detonador, y, si bien
logró producir la explosión, recibió una gran cantidad de esquirlas en todo el
cuerpo, pudiendo regresar apenas donde sus compañeros, quienes lo trataron como
un héroe.
Él, en tanto, más allá de sus heridas, se lamentaba
por no haber podido recuperar la rana, pero decidió utilizar el método de
olvido, que le habían recomendado poner en práctica ante la perdida de
compañeros u otras personas cercanas.
IV.
Regresó a Estados Unidos con secuelas en la
movilidad de una de sus piernas y uno de sus brazos. Colgó la medalla en casa y
durante algunas semanas estuvo constantemente acompañado de familiares y amigos
que iban a visitarlo y le preguntaban por lo sucedido.
Tuvo problemas para volver a tener sexo con su esposa
aunque finalmente lo consiguió, tras un par de visitas médicas. Tras unos meses
ella quedó embarazada, pero perdió el bebé, luego de unas semanas.
Cuando le contaron a él sobre la pérdida, no podía
evitar asimilar la imagen del bebé con la de la rana perdida, por lo que trató
de no pensar, simplemente, en aquel asunto.
Su esposa no dejó nunca de preguntarle qué le ocurría,
desde que había vuelto de la guerra, pues lo notaba muy cambiado desde su
regreso.
Él, sin embargo, nunca respondió nada concreto. Y
tampoco le contó, sobre la rana.
V.
Hubo otro embarazo y otra pérdida. Luego se separaron.
El trabajaba esporádicamente en el taller mecánico de
un amigo y asistía a una terapia, cada dos meses, con médicos del ejército.
Le dieron pastillas e incluso le ofrecieron
internarse, durante algún tiempo, en un hospital militar, aunque él rechazó ese
último ofrecimiento.
Un día, poco después que amaneciera, unos vecinos
declaran haberlo visto irse de su casa, cargando un bolso, aunque ninguno sabía,
realmente, a donde fue.
Pasaron los años, pero él nunca regresó a su casa, y
ni siquiera su familia volvió a saber de él.
Yo, en tanto, imagino un final para su historia, y elijo
pensar que hizo lo correcto.