I. Lo que sucedió primero.
Nos encontramos mientras bebíamos vino, luego de una exposición.
No nos veíamos desde la universidad así que seguimos bebiendo hasta que no quisieron servirnos más. Él se había casado con una chica que yo también había conocido y
que por aquel entonces estudiaba Historia. Me invitó al departamento en que
vivía con ella y sus dos hijos. La mujer y los hijos llegarían muy tarde pues
venían viajando desde Viña del mar, donde habían visitado a los abuelos. Por el
camino, compramos unas botellas de vino y algunas cosas para picar.
II. Lo que él me dijo durante la visita
(fragmento).
“Estuve en Alemania hace un tiempo y durante mi
visita, intenté tener acceso a los 49 volúmenes de documentos sobre Kaspar
Hauser que se atesoran en el archivo estatal de Munich. Obviamente el acceso
era muy difícil y durante los primeros días apenas conseguí que me mostraran la
digitalización de unos cuantos fragmentos realizada hace unos años. Afortunadamente logré hacer negocios con uno
de los encargados quien me facilitó un pase especial con el que pude tener
entre mis manos tres de los volúmenes. En uno de ellos, se encontraban dos sobres
adjuntos que contenían figuras de cartón que el propio Kaspar Hauser, ya medianamente
inserto en la sociedad, realizaba y vendía como artesanías. Me robé, por cierto,
esas figuras. Son siete, aunque tres de ellas se encuentran gravemente dañadas.
Un caballo, un hombre, una carreta, una campana, una mano, un árbol y una cruz.
Aparentemente eran cortadas a partir de un molde y luego se trabajaban con
cordeles, como figuras colgantes. El propio Kaspar Hauser, según se cuenta,
habría hecho esos moldes. Puedo mostrarte esas figuras, si quieres. Yo he
pasado horas mirándolas buscando en ellas entender a Kaspar Hauser. Intentar
comprenderlo, me refiero. Pero no son Kaspar Hauser. Solo son figuras de
cartón. Tal vez ni el propio Kaspar Hauser era realmente Kaspar Hauser...
¿Quieres verlas?”.
III. Lo que pasó (inmediatamente) después.
Le dije que sí y me las mostró sin preocuparse demasiado.
Las guardaba en una caja de zapatos donde además tenía unos recortes escritos
en alemán. Las puso sobre la mesa y seguimos bebiendo. Poco a poco fue
cambiando el tema hasta que acabamos con la cuarta y última botella. Luego él
fue por las de reserva que tenía en su casa y sacó dos más. Las tomamos en
silencio, según recuerdo, hasta que se abrió la puerta.
IV. Llegada de la esposa y sus dos hijos.
Los niños eran pequeños y parecían mellizos.
Calculo que tendrían unos seis años. Quise saludarlos, pero no me salió la voz.
Como era de madrugada la chica llevó los niños a acostarse y luego volvió donde
estábamos nosotros. Nos saludamos y le ofrecimos vino, pero luego nos dimos
cuenta que ya no quedaba. Ella me reconoció de los tiempos de la u, pero no
pareció alegrarse. Poco después se llevó a mi amigo para el cuarto y yo me
preparé para irme del lugar. Mientras ella lo llevaba, tomé las figuras de
cartón hechas por Kaspar Hauser y me arranqué del lugar. Me las guardé en los
bolsillos, según recuerdo, y me fui sin hacer ruido.
V. De camino a casa.
Me sentía mareado, mientras caminaba hacia mi casa.
Pensaba tomar un taxi, al llegar a la avenida principal, pero finalmente me dirigí
hacia una plaza. No se veía gente, a pesar de que estaba bastante iluminada, y era
fin de semana. Entonces me puse bajo una luz, y comencé a mirar las figuras de
cartón. No sé cuánto tiempo estuve así, de pie, bajo el farol. Solo reaccioné cuando uno de los policías que
me hablaba me dio un golpe en la cabeza.
-¿Sabe quién es usted? -me preguntaron.
-Soy un jinete -les dije.
Minutos después ellos habían roto las figuras de
cartón y me habían hecho subir a un furgón, luego de darme un par de golpes y
descubrir que no llevaba documentos.
VI. Lo que sucedió al final.
No tengo mayor claridad sobre lo que ocurrió
después, pero al parecer resultó que uno de los carabineros de la comisaría
había sido alumno mío. Era el más joven en el lugar, pero igualmente apeló por
mí, y a partir de su insistencia me dejaron ir.
Estaba amaneciendo cuando salí de la comisaría y el que
había sido alumno mío me dejó en un taxi.
Quise darle gracias, pero algo en mí se negaba a
hablar coherentemente.
-Soy jinete -le dije, sin poder articular otra
cosa.
Él se rio, amablemente, como si yo estuviese bromeando.
Ya en el interior del taxi, sin embargo, el
problema continuó.
Podría contar lo que ocurrió, ciertamente, pero resulta que este
es el final, y no el comienzo de otra historia.
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