Tal vez deba hacer aquello que pensaba.
Diseñar tarjetas, como de presentación, y salir a
entregarlas por las calles.
¿Quiere ser mi Theo van Gogh?, dirían las
tarjetas.
Luego agregaría una cuenta bancaria por
el reverso y una forma de establecer contacto.
Sí… incluso sacrificaría sin problemas un pedazo de
oreja.
Después de todo, es lo mínimo que puede darse por
un Theo van Gogh.
Y es que está la falta del dinero, por supuesto,
pero también hay otras carencias.
Me refiero a que no querría un Médicis, ni un
Farkas ni la beca Rockefeller.
Eso es mierda, a fin de cuentas.
Venderse por mierda, me refiero.
Yo quiero en cambio un Theo van Gogh.
Uno que te trate como hermano y hasta te escriba
cartas de vez en cuando.
Que crea en lo que haces y confíe en quién eres.
Alguien que corra hacia ti -aunque no llegue a
tiempo-, cuando se entere del disparo.
Un Theo que intente comprender, en definitiva, aunque
su naturaleza sea otra.
Quiero la humanidad de un Theo van Gogh.
O la certeza que esa humanidad existe y vale la pena
seguir escribiendo, a partir de su existencia.
Humanidad, nada más, si soy sincero… y olvídense de
la cuenta.
Necesito un Theo van Gogh.
Y esto que está acá, es el trozo de mi oreja.
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