Vivió principalmente a base de miel durante más doce
años. En una isla pequeña, en el extremo austral del país. Estuvo solo durante
la primera mitad de esos años. Luego, él mismo ayudó a rescatar dos náufragos
que se quedaron en la isla durante los años restantes. Ellos, a su vez, lo
ayudaron a construir nuevas señales para pedir ayuda, pero lo cierto es que nadie
se acercaba hasta aquella zona. Los náufragos habían sido, por supuesto, una
excepción, aunque no explicaban con claridad cómo habían llegado hasta el
lugar. Según lo que contaron, habían estado varados en otra isla hasta que
construyeron una balsa, que se había roto tras unas horas en el mar. No
explicaban, sin embargo, nada previo a ese accidente.
Durante los años que vivieron con él, se dedicaron
principalmente a la pesca. Sabían encender fuego con relativa facilidad y mejoraron
las condiciones de la única vivienda. Él, en tanto, seguía preocupado de la
producción de miel, puesto que a los dos náufragos no les gustaba acercarse a
las abejas.
Durante el último año que estuvo ahí él comenzó a
tener fiebres, con cierta regularidad. Cuando esto sucedía, lo afectaba de tal
manera que él llegaba a preguntarse si realmente existían sus compañeros, o si
estaba realmente en una isla. Como se comportaba de manera extraña los otros decidieron
amarrarlo cuando esto le ocurriera, por mayor seguridad.
Una noche, mientras estaba amarrado, logró cortar
la cuerda que lo sujetaba y sin pensarlo demasiado, golpeó la cabeza de uno de
los otros con una roca, hasta matarlo. El otro hombre se despertó con el
sonido, pero no alcanzó a evitar que la piedra también partiera su cráneo,
momentos después, sin alcanzar a entender qué sucedía.
Ya sin fiebre, días después, enterró los cuerpos y
se deshizo de todo aquello que podía constituir evidencia de la presencia de
aquellos hombres. Fue así que, cuando lo rescataron, un par de meses más tarde,
nadie sospechó de lo que ahí había ocurrido.
Él mismo, de hecho, duda hasta el día de hoy de
aquel asunto, pues ni siquiera recuerda el nombre de esos hombres.
-Si existieron, creo que nunca se los pregunté… -me
dijo, cuando me contó la historia.
Hoy trabaja vendiendo miel, en el sur, y arrienda
una cabaña pequeña, en la que me estoy quedando.
No hay nadie más, me parece, en este lugar.
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