Tomo una cerveza en un bar donde debía tocar un
grupo de jazz, que no llega.
Los instrumentos incluso están en un pequeño
escenario.
Piano, contrabajo, batería y trompeta.
Mi cerveza está helada y en general todo está bien,
salvo por la ausencia del grupo.
Esperamos un rato.
Conversamos de cualquier cosa.
Pedimos otras cervezas.
Son cervezas artesanales y de alto grado
alcohólico, bastante caras.
Hoy me invitan y me pagan hasta la quinta, me
dijeron.
Estoy acá pues quieren saber si sirvo para escribir
crónicas o artículos en vivo, como una especie de corresponsal.
Yo dije que iría, para probar, pero no me interesa
hacerlo, realmente.
Todo es para una especie de revista virtual, con
corresponsales en distintas ciudades del mundo.
Suena importante, pero se trata de algo bastante
menor, en realidad.
Con enlaces a noticias reales y cosas de estilo,
pero muy poca paga, en principio.
Pasan así 30 minutos.
Seguimos esperando a los músicos.
Aunque claro, para ser sincero vine porque quien me
habló del proyecto fue una portuguesa bastante atractiva que ahora está frente
a mí, tomando una copa de vino.
Tiene pecas, pero dice que no le cree a Pessoa.
Lo dice incluso con cierto desdén.
Escribo esto en una especie de Tablet, bastante
incómoda.
La idea era que hablara del grupo que hoy iba a
tocar y mezclara algo del ambiente.
Pasan 20 minutos más.
Hemos hablado de unas cuántas cosas, pero ella se
muestra molesta.
Me parece que está discutiendo por celular,
mandando mensajes.
Yo escribo esto, de vez en cuando.
Ya acabé mi cuarta cerveza.
Justo entonces, los del local confirman que no
habrá músicos y para compensar, señalan, todo será dos por uno, considerando
incluso los pedidos anteriores.
Yo me alegro y aclaro con el chico que atiende, que
en total deberían ser 10 las cervezas, y que la que acaba de traer era la
quinta.
La portuguesa acaba de apagar el celular.
Me pide disculpas por la situación y hasta por la
ausencia de los músicos.
Me pregunta entonces qué escribo.
Yo le digo que nada.
O casi nada.
Y es cierto.
Entonces ella habla de varios temas y de pronto
hasta habla mal de Lisboa.
Yo la escucho.
Mientras lo hago, me fijo en sus pecas y poco a
poco comienzan a molestarme, como si fuesen falsas.
Ella parece esforzarse por mostrarse algo más
alegre y me intenta hacer hablar.
La verdad es que lo logra, por momentos, pero no
digo mucho.
Pasan así otros 20 minutos.
Como a la octava cerveza le digo directamente que
no creo en sus pecas.
Ella no entiende mi observación.
Yo no se la explico.
En cambio, decido no pedir las últimas dos
cervezas.
Es parte de un plan, para fingir que voy al baño y
largarme del lugar sin dar explicaciones.
Un plan infantil, lo confieso.
Ahora simplemente pego este texto en el blog y en
dos minutos estaré fuera.
Respiraré hondo.
Trataré de mirar el cielo y buscar pecas
verdaderas.
Leeré a Pessoa.
Ese es mi plan, ahora.
Si duermo soñaré con Lisboa.