La historia pasa en el metro de Santiago. Un día
cualquiera al comienzo de la jornada laboral. Aglomeraciones, apuros,
nerviosismo y algo de tedio como ya es costumbre. Tenemos también un
protagonista. Un hombre como cualquier otro que no puede subirse a un par de
trenes y que, de forma algo agresiva, logra entrar al tercero, ya con el tiempo
justo de llegar a su trabajo. Luego vienen descripciones. Otras personas que
viajan junto a él en el metro. Alguna situación incómoda. Así, el viaje se
desarrolla tradicionalmente hasta que en una estación determinada el tren del metro
se detiene, pero finalmente, no se abren las puertas. Se escuchan reclamos. Un
par de personas debían bajar y bastantes más esperaban para intentar abordar el
tren. Por los parlantes el conductor lanza un simple “disculpe las molestias” y
avanza rápidamente hasta una próxima estación.
En ella, vuelve a pasar lo mismo. Me refiero a que no se abren puertas
en lo absoluto y todos siguen dentro. Comienzan entonces a desarrollarse pequeñas
conversaciones entre los que van en cada vagón, y hasta intentan, a través de
los intercomunicadores, exigir respuestas claras al conductor del metro. De
esta forma, la situación se repite a lo largo de la línea y no se ve
posibilidad de mejora. Pasan los minutos. Por el camino, se encuentran con
otros vagones, probablemente en las mismas condiciones, los que pasan en la
otra dirección. Así, ya más resignados, almuerzan. La situación sigue y empeora
y hasta puede verse alguna discusión y un robo que se produce abiertamente. El
tren, en tanto, ha permanecido en movimiento, aunque por lo general en cada
estación se demora unos cuantos minutos extra. Ya a la hora de once –los pocos
productos comestibles habían sido
reunidos y se distribuyeron de forma equitativa entre los que iban en el vagón-,
los viajantes constatan que ya han pasado en más de una ocasión por alguna
estación terminal, y que están yendo de un lado a otro, mientras se pierde,
también, la luz del día. Es entonces cuando, extrañamente, se hace el aviso de
que el servicio se repondrá normalmente. Y claro, que se pide disculpas por las
molestias ocasionadas. Así, de un momento a otro, comienzan a abrirse las
puertas. En principio, todos buscan salir rápidamente, pero tras pensarlo mejor, deciden permanecer en el lugar y aprovechar de bajarse en la estación en que se
subieron, esa mañana. Además, la hora coincide, más o menos, con su horario
de regreso. Es entonces cuando la narración vuelve a centrarse en el
protagonista, quien hace un repaso por lo ocurrido. La falta de aire. La chica
que se vio obligada a orinar en una bolsa. La guagua que lloraba en el vagón de
al lado. Breves historias de ese tipo. Finalmente, el tren se detiene en la
estación en que subió en la mañana. Piensa entonces en organizar todo para el
otro día. Se baja del vagón. Entrega sus datos para un sistema de compensación
que propondrá la empresa. Finalmente, respira hondo, mientras camina por la calle, de
regreso a su casa.
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Iba (mi lectura, NO tu escrito) en cortázar y giró a vian :)
ResponderEliminarSaludos