I.
Soñé que un grupo de personas me venía a convencer para
que aceptara ser sheriff.
Me mostraban la típica estrella de metal que
anunciaba el cargo y hasta ponían sobre la mesa un cinturón con una pistola y
unos cuantos cartuchos de balas.
Sin embargo, en el sueño, yo seguía rechazando el
cargo principalmente porque no quería enfrentarme a nadie.
Lamentablemente, venía entonces una de esas chicas de
traje y gran escote a convencerme y decirme que en el pueblo todo era tranquilo
y que no tenia de qué preocuparme.
Fue así que, todavía en el sueño, me vi convertido
en sheriff de una pequeña ciudad cuyo nombre he olvidado.
II.
Lo primero que hice fue dar una ronda por las
calles.
Miré el pueblo, saludé a las personas… hice cosas
de ese estilo.
Luego pregunté por el barrio más terrible, para
mirarlo, al menos, desde lejos.
Me llevaron hasta él.
Entré.
III.
El barrio era tan agresivo que los hombres, al detenerse
y bajarse del caballo en que viajaban, le daban un balazo al animal del cuál descendían.
En principio era una imagen tragicómica, pero poco
a poco, en el sueño, el montón de cuerpos de caballos fue creciendo ceca de la
entrada de una serie de bares y restaurantes hasta obligarme a tomar una decisión.
Fue así que me convencí de entrar a uno de esos
bares y advertir a todos sobre la costumbre esa que realizaban con los
caballos.
Nadie por supuesto me tomó en serio.
De hecho, mientras les hablaba, se escuchó un par
de balazos, justo antes que entrara otro tipo, hasta el lugar.
IV.
-¿Le disparó usted a su caballo? –pregunté.
-Sí – dijo el hombre-
-Pues tendré que llevarlo a la comisaria.
-Inténtelo –me respondió-, pero se trata de un
animal grande, no sé si va a poder…
La gente del bar se burló.
-Me refería a usted –le dije.
El hombre me dio la espalda y pidió un trago.
Fue entonces que yo, para hacerme respetar, empuñé
la pistola y la saqué de su funda, frente a ellos.
-Es usted como un niño pequeño, sheriff –me dijo
otro de los hombres del lugar.
-Y no entiende nada –agregó el último que había
llegado.
Yo, en tanto, no me inmuté con sus palabras.
V.
Cuando me acordé que era un sueño me decidí a
dispararle a los hombres del lugar.
Nada de discusiones, pensé, o si no me despierto
como un cobarde.
Fue entonces que comencé mi justicia.
Le disparaba a uno, arrastraba el cuerpo hacia el
lado de los caballos, y volvía por otro.
Hice lo mismo sin que nadie se opusiera, por un
largo tiempo.
Entrar, disparar y apilar.
Y claro… me preocupé así de realizar aquella acción
hasta equiparar los montones de caballos y los montones de hombres
Exactamente al conseguir que los bultos fueran
exactos, me desperté.
Analicé, entonces, cuidadosamente mi sueño.
Era yo como
un niño, me dije.
Ellos tenían razón.
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