I.
Como era horario punta y el metro estaba repleto como
para combinar en la estación, terminé por rendirme y salir a dar una vuelta.
Comí algo, compré algún libro, me senté un rato en
el único trozo de parque que encontré.
Había desaprovechado un par de entradas para el Municipal,
pero estaba tranquilo, al menos.
Entonces volví a caminar y tras mirar un rato encontré
en una vitrina el rostro de Chet Baker.
Entré a la tienda.
-¿Cuánto cuesta el disco de Chet Baker? –pregunté.
-¿Disco de Chet Baker? –´dijo la vendedora.
-El disco de la izquierda, ese que sale el rostro
de Chet Baker… estoy seguro que ese disco es con la voz de Baker…
-¿Se está burlando?
-Claro que no… sé que era trompetista, pero a mí me
gustan algunas versiones, cuando canta…
La vendedora parecía algo molesta.
Finalmente, tras insistir, logré que saliera
conmigo para enseñarle el disco.
-Ese es –le dije.
La vendedora me miraba, sorprendida.
-¿Cuánto cuesta…? –insistí.
Tras mirarme otro momento, la mujer se animó a
hablar.
-Cuesta $15000 –me dijo-, pero no es un disco de
Chet Baker…
-¿No lo es? –Pregunté yo.
-No… -señaló.
-¿No es Chet Baker?
-No solo eso… -explicó-. Ese no es un disco…
No supe qué decir.
-Es una torta –continuó-, y este es un lugar de
repostería, principalmente…
-¿Una torta?
-De piña, con trozos… –explicó la mujer, mostrándola
de cerca.
Yo observé entonces con detención, y era cierto.
II.
Tras el extraño incidente, decidí volver al trazo
de parque que había encontrado para aclarar ideas.
No es que me quedaran dudas, por cierto, pues había
podido comprobar que en la vitrina del local solo había tortas.
Tras pensarlo un buen rato llegué a la conclusión
que me había pasado lo que ocurre cuando tienes hambre y ves comida en todos
lados.
Esa era la explicación más lógica, por lo menos.
III.
Seguía en el parque –ahora estaba leyendo un libro
de Ishiguro-, cuando llegó la vendedora con un par de pasteles y se sentó a mi
lado.
Los pasteles se llamaban Valentine y eran un
invento suyo, a partir de arándanos y otros sabores que me costó reconocer.
-Busqué a Chet Baker en internet, pero no lo
encontré cantando –me dijo.
Yo asentí.
Hablamos un rato.
Entonces llegó una chica con uniforme de enfermera
y saludó a la vendedora.
-Es mi pareja –me explicó.
Yo asentí.
Entonces la vendedora le contó a la enfermera sobre
mi confusión con el disco de Chet Baker y ambas rieron un poco.
Yo no.
Le di las gracias por el pastel y decidí caminar al
metro, para ver si era posible subirse a algún vagón.
Tras tres intentos, lo logré.
Llegué a casa y terminé el libro de Ishiguro, que
había dado de opción en una prueba.
Entonces, ya de madrugada, volví a reflexionar
sobre lo ocurrido con Chet Baker.
Tal vez no me equivoqué –concluí, tras unos minutos.
Apagué la luz y me puse a escribir esto, poco
después.
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