viernes, 31 de enero de 2025

Miro el ventilador durante la tarde.


Miro el ventilador durante la tarde.

Lo miro cuando está encendido, me refiero.

Me pongo frente a él y es como si ambos nos mirásemos, uno al otro.

No sé qué verá él, ciertamente, pero yo al menos lo observo girar.

Es decir, no lo observo a él, completamente, sino más bien a sus astas, que giran a gran velocidad.

Mientras lo hago, imagino que, de tanto girar para un lado, el ventilador, en algún momento, deberá girar para el otro.

Para nivelar el movimiento, me refiero.

Sí, eso sería justo, pienso ahí, frente a él.

O si no justo, al menos sería lógico.

Volver al equilibrio, me refiero.

Ya sea por alguna razón de tipo física o por algo similar al karma, simplemente.

Hago una pausa entonces, mientras sigo observando.

No percibo alteraciones en su forma de girar.

Tanto así que es como si no girara, determino.

Igual que los planetas, pienso entonces, o más bien como el universo entero.

Tal vez exista alguna teoría (o ley) que plantee algo similar.

A que giramos en una dirección, quiero decir, pero que tarde o temprano la fuerza ejercida hacia ese lado nos llevará a girar en una dirección contraria.

Una y otra vez, digamos, hasta que el desgaste (y la fuerza perdida en cada cambio de dirección) nos acerque a la quietud absoluta.

Sí, eso es lo que pienso hasta que, de pronto, percibo que ha comenzado a oscurecer y decido apagar el ventilador.

Y dejar de observarlo, por cierto.

Le doy la espalda entonces y comienzo a hacer mis cosas.

Si él me observa ahora, me digo, no sé qué pensará.

Tras unos minutos, decido taparlo con una manta, para evitar conclusiones.

jueves, 30 de enero de 2025

Pronunciar mal.


I.

Lo pronuncia mal, pero lo entienden igual.

O eso cree, al menos, pues le traen lo que quiere.

Digo esto con molestia, por cierto, pues así no va a aprender.

Y argumento después, frente a ellos, mi postura.

Me preocupo de ordenar ideas y ser claro en mis observaciones.

Pero lo cierto es que hoy, mis palabras, a nadie le importan.



II.

Es cierto que me molesto, no lo niego, pero algo muy distinto es decir que me considero una víctima.

Lo que quiero decir es que si bien, mis palabras no importan, tampoco importan las de nadie más.

En este sentido, supongo que es igual si todos pronunciamos mal, pues de igual forma terminaermos entendiéndonos.

Me refiero a que nos traerán lo que queremos, emitiremos juicios, intercambiaremos información... Funcionaremos, en resumen.

Aprovecho de aclarar, también, que cuando digo que a nadie le importan mis palabras, estoy confesando que a mí, también han dejado de importarme.



III.

Probablemente yo, con el tiempo, también termine pronunciando mal, y no me importe.

Eso he descubierto esta mañana.

De hecho, hice el ejercicio de pedir lo que quería pronunciando incorrectamente y me lo han traído sin problemas.

Entinces analicé la situación y me dije que la buena o mala pronunciación no es en modo alguno lo central.

El problema, más bien, es que queremos cosas básicas.

Así, lo que no aprendemos no termina siendo solo la pronunciación correcta, sino la forma correcta en que construimos nuestras aspiraciones.

Es como si operdiera mi lista de compras en el supermercado, pero buscándola en el suelo descubro otras, y descubro que son las mismas.

Con distinta letra y ortografía (léase pronunciación), pero entendible e intercambiable de igual manera.

Este mismo texto, por ejemplo, imagínelo usted de esa forma.

Yo lo hice, y descubri (con dolor) que prácticamente no era mío.

O no "profundamente mío", al menos.

Un descubrimiento importante, sin duda, que podría cambiar las cosas, si estas cambiaran.

Eso se verá, ciertamente, con el tiempo.

miércoles, 29 de enero de 2025

No hace ruido el fuego.


No hace ruido el fuego.

Pero las cosas gritan cuando el fuego las toca.

Yo no sé para qué gritan.

Las oigo igual (y les respeto el grito), pero en realidad no sé.

Una vez alguien me dijo que, gracias al fuego, conocíamos la voz de las cosas.

En principio me pareció una observación sensata, pero luego lo pensé mejor, y lo enfrenté.

La voz de las cosas no es su grito, le dije, no son lo mismo.

Se lo dije molesto, porque me enoja cuando quieren engañarme con juegos de palabras.

Y también porque, en este caso, el grito es justamente la manera de ocultar la voz.

La voz que, en el caso de las cosas, ni siquiera existe de la forma habitual.

Me lo pensé un poco.

Lleno de molestia (pero buscando claridad), lo pensé.

La voz de las cosas son las cosas mismas, dije entonces.

Y el grito es quien anuncia (más o menos) el final de esa voz.

Hice una pausa.

El otro no respondió ni rebatió nada, pero al menos parecía escuchar.

Por eso es que no sé para qué gritan, dije ahora.

No sé para qué gritan cuando el fuego las toca, aclaré.

Nuevo silencio.

Esta vez: absoluto.

No hace ruido el fuego, pensé entonces.

Y todavía lo pienso.

martes, 28 de enero de 2025

Uno y otro (y uno)


“En la práctica del uso del lenguaje
una parte grita las palabras,
la otra actúa de acuerdo con ellas”.
L. W.

I.

Recuerdo algo que debo haber leído, como si lo estuviera viendo. O como si lo presenciase de alguna forma. Como si estuviese ahí, digamos, aunque no es eso. O no lo es exactamente, al menos.

Es esto:

Wittgenstein hablando sobre Agustín. Señalando que este último a dado con el modo y manera en que funciona el lenguaje. Sin embargo, advertirá Witt, a partir de las palabras de Agustín solo es posible construir la imagen de un lenguaje más primitivo que el nuestro. Un sistema de comunicación, probablemente, pero no un lenguaje en todos sus ámbitos.

Mientras habla, cada vez que Wittgenstein pronuncia la palabra “ostensivo” parece fruncir el ceño.

De hecho, da la impresión de que quiere evitarla, pero le es imposible avanzar sin hacerlo.

¡Pobre Wittgenstein!


II.

Esto que presencio y que acabo de describir -o que siento presenciar, más bien, antes de describirlo-, tiene también una contraparte: Agustín escuchando a Wittgenstein.

Y digo escuchando porque a pesar de que, por momentos, casi parece un diálogo, lo dicho por Agustín fue dicho ya hace mucho, y con objetivos muy lejanos a las intenciones “actuales” de Wittgenstein.

Por otro lado, así como Witt fruncía el ceño ante cierto concepto, Agustín da la sensación de alegrarse cada vez que se utiliza -o se alude de cierta forma a– algún pronombre reflexivo.

No una alegría desbordante, por cierto, pero si una más cercana a la paz, que con el tiempo ha sabido reconocer como la manifestación más plena de la alegría.

No está más cerca de la verdad que Witt, aclaro, pero se acerca a ella (al menos) a partir del camino más amable.

¡Afortunado Agustín!

lunes, 27 de enero de 2025

Destejer.


Compra fardos de ropa usada. A muy bien precio, según dice. Me explica que no son prendas cualquiera, sino fardos especiales, con ropa exclusivamente para destejer. Como me ve dubitativo aclara en primer término que el concepto existe: destejer. Y que significa justamente lo que dice. Luego detalla el proceso. En resumen es esto: separar las piezas que componen la prenda, encontrar el nudo final y luego simplemente tirar de la lana y destejer. Me gusta tanto o más que tejer, confiesa. Ella desteje y luego teje durante diez horas diarias hace al menos quince años, así que yo confío en su experiencia. Hace ropas sencillas, según dice, por encargos. Y aclara que le alcanza para vivir bien. No se refiere solo al dinero, por cierto, sino al trabajo mismo que realiza. Destejer es clave para vivir bien, dice entonces. Además hago lo mismo con todo. Metafóricamente, por supuesto. Te observo a ti, por ejemplo y descubro donde tienes tus nudos. Luego te destejo, mientras hablamos o simplemente observo. Sin apuro, solo para volver todo un poco más sencillo. No siempre es fácil, es cierto, pero ya estoy acostumbrada. Yo asiento mientras ella habla. Sinceramente asiento. De hecho, tras escucharla, me siento un poco destejido. Por un momento pienso en preguntarle dónde tengo mis nudos, pero luego decido que no, que destejernos es algo que debemos hacer por nosotros mismos. Poco después, antes de separarnos, ella me entrega un pequeño ovillo de lana. Es de un tono que nunca he visto antes, algo cercano al turquesa. Tú sabes para que es, me dice cuando me lo entrega. Luego nos despedimos. Ella sonríe y yo agradezco. Nos viene bien.

domingo, 26 de enero de 2025

Se desmorona.


“La mente es un ladrón nervioso”
K.


I.

Se desmorona.

Sabe que se desmorona.

Por más frágil que sea el golpe o lo que reemplaza al golpe.

Igualmente se desmorona.

No digo, por cierto, que esté mal que esto ocurra.

Solo lo constato antes de seguir.

Como un muro de arena.

Como sensaciones apiladas.

Todo se desmorona.

Aún no, pero ya casi ocurre.

La verdad es única y sencilla:

Nada estuvo nunca sujeto a nada.



II.

No es caer, desmoronarse.

Es soltarse, más bien, y dejar de mentir.

Salir de aquello que llamamos refugio.

Y fluir, tal vez, un poco más lejos de las cosas
y de los otros.

Sí: desmoronarse no es caer.

Es, más bien, dejar de aferrarse al decorado.

Botar los soportes que nunca fueron propios.

Y descubrir de paso qué vale la pena recoger, de nosotros mismos.



III.

Ser el desmoronamiento.

Y serlo no con ánimo de derrota o de dejar de ser lo que éramos.

Ser el desmoronamiento porque es el paso previo para volver a edificarse.

Sí: bien podría ser esto una propuesta, aunque no lo es.

De hecho, puede que sea, en realidad, una advertencia.

Y es que el desmoronamiento supone riesgos.

El corazón vuelve a ser un músculo, por ejemplo.

Y el soldado sin guerra, se transforma en asesino.

¿No es caer, entonces, desmoronarse?, insistirá alguien.

Y le repetiremos que no, sin soberbia.

Todas las veces que sea necesario.

sábado, 25 de enero de 2025

Accidente.


Una vez iba en un auto que tuvo un accidente.

Es decir, los que íbamos dentro del auto tuvimos el accidente.

Cómo sea, diré mejor que el auto y nosotros nos accidentamos.

Todo de una vez, me refiero.

Fue una noche, después de una fiesta, hace ya varios años.

Yo no conducía, por cierto.

Lo que ocurrió, en resumen,
fue que se tomó una curva con mucha velocidad
y el auto terminó por perder el control, volcándose.

Aunque claro, de nuevo me siento incómodo con las formas verbales.

Además, a eso hay que sumarle el contraste que se producirá
cuando mencione los dos hechos principales.

He aquí el primer hecho:

El auto en que viajábamos, terminó volcado por completo.

Con las ruedas hacia arriba, me refiero.

Todavía girando.

Segundo hecho:

Yo no terminé volcado.

O más bien sí, pero volcado en relación a la posición final del auto.

Es decir, yo mantenía mi posición correcta
en relación al mundo externo al auto volcado.

Incómodo, claro, pero con la posición inversa a la que debí haber quedado
luego del accidente.

Además, agrego un tercer punto:

Los otros que iban en el auto si terminaron volcados,
a la par que el auto.

Y por lo que yo observaba, ni siquiera estaban conscientes.

Esto fue corroborado, por cierto, cuando llegó bomberos
y nos ayudaron a salir del vehículo.

-Usted parece que es involcable -comentó uno, cuando intenté explicar lo ocurrido.

-De vez en cuando encontramos uno así -agregó otro.

Y claro, me avergüenza decirlo, pero lo cierto es que me sentí importante
luego de escuchar esas palabras.

Tanto que me olvidé de los otros que iban en el vehículo.

Uno de ellos murió, de hecho, pues sufrió un quiebre de columna.

Los otros sufrieron lesiones graves, y fueron trasladados a un hospital.

A mí, en tanto, apenas me revisó un paramédico y dijo que estaba bien.

-Usted tuvo suerte -dijo ahora uno de los bomberos-. Debiese dar gracias...

-La suerte no se agradece -interrumpí.

Él asintió, en silencio.

Como si hubiese reconocido, que había llegado el final.

viernes, 24 de enero de 2025

Saltan al ojo, las letras.


“No confíes en los hombres que no saben
contarte cómo son
las cosas de verdad.”
Kabir


*

Saltan al ojo, las letras,
para sumergirse en él.

No lo logran, sin embargo.

Más aún: lo astillan.

Al ojo que no sabía que era ojo
y que al saberlo fue dos.

Y que de haber sido boca,
ciertamente,
habría lanzado un grito.



*

Pero el ojo no es boca,
como todo el mundo sabe.

O sea, en realidad el mundo no sabe,
pero es lo que el mundo ve.

Luego se aferra a eso
y es comprensible que lo haga.

En este sentido quisiera dejarlo claro:
no culpo al mundo.

Hace como todos, simplemente.

Nada más.

Se aferra al signo porque ya es tarde
y el signo se clavó en él.

Por eso lo aferra, decía.

Igual que se empuña un corazón
para atrapar algo dentro suyo.

Algo de lo que no tenemos,
por cierto,
derecho a hablar.



*

Antes decía que no culpaba al mundo.

Eso es cierto, sin duda,
pero me gustaría agregar algo más:

Tampoco culpo al ojo o a las palabras.

Eso es lo que agrego.

Después de todo, te digo,
lo que ocurre es simple.

Imagina que es solo un pie que busca posarse.

Posarse, recuerda, no aplastar.

No hay a quien culpar, si te fijas.

En el pie se atasca el barro,
pero de todas formas fluye.

Saltan al ojo, las letras,
para sumergirse en él.

jueves, 23 de enero de 2025

En una caja.


Porto en una caja, mis huesos.

En una caja de piel, los porto.

En la caja que soy, y que no se cierra, desde dentro.

Se ha vuelto más liviana, por cierto, con los años.

Se han caído de ellas muchas cosas, supongo.

De cualquier manera, yo no extraño aquellas cosas.

Me basta y me sobra con mis huesos.

Tengo menos que al principio, pero dicen que es así.

Que es normal, me refiero, lo que ocurre.

Y casi todo lo que ocurre, por cierto, ya ha ocurrido.

Queda apilarse, ahora, con cuidado.

Apenas queda eso.

Una caja entre otras cajas, simplemente.

Unas sobre otras y otras pilas más, a los costados.

Se ubican ellas mismas, no hay ya quien las porte.

Si se desfondan, quedan esparcidas por el piso.

Huesos entre huesos, indistinguibles ya.

Y cajas desfondadas.

Me distraigo observándolas, ahora que las describo.

Y recuerdo otros momentos en que esto, nos hubiese parecido absurdo.

Con un extraño sosiego recuerdo aquellos tiempos.

Cuando el mundo entero parecía estar disfrazado de semilla.

¡Cuánta ingenuidad nos permitimos…!

¡Y cuántas absurdas mudanzas!

Y es que ahora… apenas una caja.

Una caja con mis huesos, como decía en un inicio.

Nada más llevo conmigo.

La caja que soy y que habito.

Cada vez, más liviana.

miércoles, 22 de enero de 2025

Lo primero que me sorprendió de ella.


"Y por algún motivo que fui incapaz de adivinar,
me dijo que llegaría un día en que yo miraría atrás
y sabría lo que era necesitar a otros"
T. G.


Lo primero que me sorprendió de ella fue que se cortaba el pelo por sí misma.

Me sorprendió porque la vi una tarde, de improviso, sacar unas tijeras de un bolsillo y comenzar a cortarse el cabello mientras conversaba conmigo, sobre un cuento de Tess Gallagher.

Estábamos sentados sobre un tronco, cerca de un lago, cuando ella comenzó a cortárselo como si nada. Sin espejo, por supuesto, y sin siquiera cambiar el ritmo de su conversación.

-El cuento de ella que más recuerdo -me dijo-, es uno en que una mujer se pone a responder cartas que le habían llegado hacía años, de gente que probablemente ya se había olvidado de ella…

-¿Qué estás haciendo? -la interrumpí.

-¿Cómo…?

-¿Te estás cortando el pelo? -le pregunté sorprendido.

Ella pareció sorprendida también, como si la hubiesen descubierto hurgándose la nariz.

-¿No puedo? -me preguntó entonces, sonriendo.

Yo le dije que sí, por supuesto, que podía hacer lo que quisiera con su cabello, pero le intenté explicar de igual forma lo extraño que me parecía la situación.

Ella rio, simplemente, sin comprender por qué me parecía extraño.

Siguió entonces hablándome del cuento ese de Tess Gallagher -La mujer que salvó a Jesse James, creo que se llamaba-, mientras seguía cortándose mechones, que dejaba entre nosotros, como formando un nido.

Cuando terminó de hablar -al mismo tiempo que terminó su corte de cabello-, guardó las tijeras y se puso de pie, dejando abandonado su cabello recién cortado.

Yo, entonces, miré el cabello cortado y la miré también a ella, sin saber muy bien qué hacer.

Finalmente, como ella comenzó a caminar y ya se alejaba, me puse de pie también y comencé a seguirla.

Recuerdo que mientras caminaba, sentía ganas de volver la vista hacia el cabello cortado, pero pensaba que, si lo hacía, luego ella no iba a estar.

Era algo absurdo, por supuesto, pero era la sensación que tenía.

Y con esa sensación, por cierto, ahora me elijo quedar.

martes, 21 de enero de 2025

Un hormiguero.


I.

Encontramos un hormiguero esa vez, pero no nos pareció la gran cosa. Las hormigas sí, por supuesto, pero no el hormiguero. Se burlaron de nosotros cuando lo dijimos así, pero los que no entienden son ellos.

-Un día, tal vez, pero ya no fue hoy -les dijimos.

Luego, nos fuimos del lugar, para probar nuestro punto.


II.

Caminamos varios kilómetros antes de detenernos a descansar.

Mientras lo hacíamos, observábamos el camino recorrido.

No se veía del todo, pero eso es lo que ocurre siempre, con los caminos que uno recorre.

También observamos varias aves y un par de lagartijas que se movían sobre la corteza de un árbol, buscando la luz del sol.

-¿Qué pensarán que es el sol, las lagartijas? -nos preguntamos.

Como nuestras respuestas no nos dejaron satisfechos intentamos acercarnos a ellas, para preguntarles directamente.

Ambas huyeron cuando nos vieron venir, aunque una de ellas se desprendió de su cola que quedó agitándose en el suelo.

Probablemente como una respuesta.


III.

Cuando regresamos, esa noche, los otros nos dijeron que en realidad no era uno, sino siete los hormigueros que había en el lugar.

Luego intentaron instruirnos hablándolos de las supercolonias, de la eusociabilidad y otros conceptos que no recuerdo.

Tras escucharlos, concluimos que cualquier argumento que quisiéramos presentar no sería bien recibido.

-Allá ellos… -dijimos.

-No merecen ser salvados.

lunes, 20 de enero de 2025

Bajo el agua.

"Es una serpiente, a fin de cuentas,
quien te cuida mientras duermes".
O. W.

De pequeña, mientras se bañaba, se sumergía bajo el agua en la tina que había en la casa de su abuela. Podía hacerlo durante largo rato, según recuerda, aunque todo ocurrió hace tanto tiempo que ahora duda de la exactitud de su memoria. Además, cuando ha intentado mantenerse bajo el agua en piscinas o hasta en un lago, el tiempo que aguanta no solo es común, sino que incluso bajo. Todo esto, por cierto, ella me lo contó mientras desayunábamos en una casa que habíamos alquilado, cerca de una playa. La casa era antigua y espaciosa y tenía justamente una tina similar a la que había en casa de su abuela, cuestión que la había llevado a recordar lo que narraba anteriormente. Tanta importancia tomó aquello que unas horas después ella ya había llenado la tina y se estaba sumergiendo, pidiéndome que le tomara el tiempo que podía resistir bajo el agua. Resumiré diciendo que al tercer intento yo mismo la obligué a salir del agua pues ya habían pasado más de tres minutos. Se veía muy alegre, cuando se lo dije. Como si de golpe hubiese comenzado a sentirse orgullosa no solo del hecho concreto de aguantar la respiración bajo el agua, sino también de haber confirmado la veracidad de un recuerdo de infancia, con el que ahora parecía conectada. Es exactamente igual, me dijo, entusiasmada. Como si el tiempo que pasé fuera del agua se hubiese borrado de golpe y hubiese salido después de haberme sumergido siendo niña. Yo asentía, mientras la observaba. Me gustaba verla alegre, pero también me preocupaba pues no recordaba haberla visto antes de esa forma. Entonces me pidió que la dejara sola, que quería hacerlo un par de veces más, que no me preocupara. Que en quince minutos iba a estar vestida y podíamos retomar todo. Quince minutos y vuelvo a la vida fuera del agua, creo que dijo. Reclamé un poco hablándole de la oxigenación y cosas así, pero realmente no sabía de qué hablaba. Por lo mismo, opté finalmente por cerrar la puerta y dejarla ahí, en la tina, bajo el agua. Después de todo, me dije, vivir es un acto reflejo. No debo preocuparme de nada. Y esperé.

domingo, 19 de enero de 2025

Una casa escondida en otra casa.


Una casa escondida.

No sé.

Una casa escondida en otra casa.

Ambas sin fachada.

Demasiado honestas, cada una, como para verse bien.

Revueltas.

Repletas.

Apenas transitables.

Pero transitables, al fin.

No sé.

Habría que recorrerlas para saber de qué hablamos.

Y observar bien, para saber con quiénes.

Así es.

Una casa escondida en otra casa.

Un laberinto extraño, tal vez.

Como el corazón del hombre.

Oscuro, sin duda, para aquellos que no lo habitan.

Como otro corazón dentro del corazón de un hombre.

Imagínenlo así:

Padre e hijo en una misma casa.

Revuelta.

Repleta de cosas que no dan sombra.

No sé.

Puedes intentarlo, me refiero, pero no se ve muy bien.

De hecho, ni siquiera se observa aquello que está en el piso.

Se intuye sí y se evita, pero no se ve.

Cosas escondidas, entonces dentro de una casa.

Dentro de una casa escondida, por cierto.

Y por si fuera poco, escondida en otra casa.

Palabras dentro de otras como en los poemas de la Dickinson.

Y en el fondo, el corazón de un hombre que no sabe expresarse de otro modo.

Es cierto.

Tal vez ya comprendas de qué trata.

La premisa es simple.

O no sé.

Una casa escondida dentro de otra casa, como decía en un inicio.

Y es increíble, te digo, que esto termine así.

sábado, 18 de enero de 2025

El impostor (nunca es tarde)


Lo bueno de ser un impostor, me dijo, es que serlo te obliga a tener una comprensión más acabada de la verdad. No digo más profunda, ni más completa (lo diría así justamente si no comprendiese la verdad), pero es una comprensión que sin duda ha llegado a su fin y que de cierta forma es definitiva (aunque no necesariamente completa, como señalaba antes). Digo esto, por supuesto, asumiendo que como impostor -desde su definición, incluso-, debo fingir o engañar con “apariencia de verdad”, y aspirar a esto incluye la comprensión (no solo el conocimiento) de aquello que finjo (y/o reemplazo) al momento de ser lo que soy. Esto último, por cierto, no es un juego de palabras o una frase dicha sin pensar. Es más, digo “ser lo que soy” para evitar la confesión desnuda (y afectada) que implica el decir que soy nada bajo la impostura, cuestión que parece aminorar mi condición de existencia y transmite de paso la falsa impresión de carencia, que no da cuenta cierta de mi situación. En este sentido, definirme como impostor (no adjetivarme como tal), además de facilitar la comprensión que tengo de mí mismo, termina por ofrecer un gran número de ventajas, todas ellas asociadas al vínculo que existe entre mí mismo y aquello que podríamos denominar como “verdadero” (ya no en el plano abstracto como ocurre al hablar directamente de la “verdad”). Por si fuera poco (y esto ya lo digo como una conclusión más liviana, para facilitar la salida) también te permite hablar de ti mismo como si fueses otro, atribuyendo así tus propias ideas o percepciones (o en último término “confesiones”) sin exponer aquello que no está bajo, pero sí sostiene la impostura (que soy). Disculpa si me he extendido demasiado, terminó diciendo, pero creo que era necesario aclararlo antes de seguir. Ya ves que nunca es tarde.

viernes, 17 de enero de 2025

Humedal.


Trabajó casi dos años realizando dibujos para un libro sobre las especies que habitaban un humedal.

Todos los dibujos estaban hechos a lápiz, aunque ya cerca de la fecha de entrega los retocó con acuarela.

Entregó poco más de sesenta dibujos, aunque en el libro se publicaron finalmente cuarenta y seis.

Cada uno iba acompañado de un par de textos breves.

Yo mismo, bajo distintos seudónimos, escribí la mayoría de ellos.

Nada muy especial, en todo caso.

Fue debido a esto que coincidimos para el lanzamiento no oficial del libro, que se realizó en un pequeño hotel, en Ensenada.

En total éramos como nueve o diez personas.

Yo había escrito los textos como favor a un amigo, mientras que a ella la habían contratado, supuestamente, desde una universidad.

Por eso se mostró sorprendida, y sobre todo molesta, cuando en medio de la reunión se nos dijo que la totalidad de la edición sería financiada por una compañía inmobiliaria que, justamente, había parcelado grandes zonas cercanas a este humedal.

-Probablemente quieran mostrar el libro cuando vayan a ver las casas piloto -dijo ella, con rabia-. Y luego le darán uno de regalo a cada uno de los que compren parcelas en el lugar.

Dijo estas palabras en voz alta, sin dirigirlas a nadie en particular, pero las oímos todos los que estábamos presentes.

Fue un momento incómodo, es cierto, pero duró muy poco, pues los demás fingieron no escuchar y volvieron a hablar entre ellos, como si nada.

Ella, en tanto, separada del grupo, observaba las cajas con los ejemplares de los libros, mientras su expresión pareció cambiar abruptamente: de la rabia a la más absoluta indiferencia, en pocos minutos.

-Son solo animales de humedal -le dije poco después, cuando nos entregaron una copia del libro-. Están de paso y no lo saben.

Ella me miró entonces, ya sin ninguna expresión.

Poco después, dejé el libro sobre la mesa y fui a la habitación que me habían reservado.

Era muy pequeña, pero estaba bien.

Tenía una mesita sobre la cuál había tres libros pequeños.

Uno era una pequeña antología de la Ajmátova.

Como la traducción intentaba hacer rimar los versos, resultaba forzado y difícil de seguir.

¡Pobre Ajmátova!

¡Pobres humedales!

¡Pobre todo el mundo!, grité, en mi mente.

Luego me di una ducha que duró al menos veinte minutos.

Después, abrí un agua mineral desde el frigobar.

La bebí lentamente.

Siempre hemos merecido menos, me dije, antes de dormir.

jueves, 16 de enero de 2025

Se quedó solo el matón del barrio.


Se quedó solo el matón del barrio.

Golpeó a todos y se olvidó de dejar alguno.

No digo dejarlo como amigo, sino como víctima futura, al menos.

Y es que ahora, además de solo, ya no le queda al matón trabajo por hacer.

Puede golpearlos de nuevo, por supuesto, pero en esencia, ya todo está hecho.

-¿Y si te cambias de barrio? -le pregunto-. Podrías empezar de nuevo y…

Me mira molesto y eso basta para hacerme callar.

El también se queda en silencio un buen rato.

-Así no funciona -dice luego de un par de minutos-. Hay códigos en esto. Además le estaría quitando valor a las golpizas que he dado todos estos años.

-Es cierto -digo de inmediato, tras escucharlo. Como por un acto reflejo.

Tras esto, sin embargo, me detengo un poco a pensarlo y resulta que realmente era cierta su observación.

Yo mismo -que fui una de sus primeras víctimas-, creo que sentiría un pequeño vacío si no me topase con él al menos una vez a la semana.

Cada vez que lo veo, de hecho, me he dado cuenta que involuntariamente me toco el tabique nasal, que me quedó, por su causa, algo desviado.

-Es extraño -dice él, entonces-. Es extraño, pero lo cierto es que me siento más cerca de aquellos que no he golpeado… Luego que los golpeo es como si rompiese un vínculo. No es que hable más o menos que antes, pero de cierta forma el otro deja de existir… Como si lo que tenía que decirle ya se lo hubiese dicho al golpearlo...

-Pero a mí, por ejemplo -le digo, mientras me llevo una mano a la nariz-, todavía tienes cosas que decirme, y eso que ya me golpeaste una vez.

Él asiente mientras parece hacer cálculos.

-Tienes razón -dice luego de un rato-. Tal vez…

-¿Tal vez qué? -le pregunto, ya que ha dejado la frase a medias.

Él me mira en silencio, con una expresión amable.

-¿Puedo golpearte de nuevo? -dice entonces.

Yo me pongo a la defensiva, aunque no me atrevo a decirle que no, directamente.

-No sé bien si funcione –señala-, pero se siente bien tener un plan…

No me lo explica, por supuesto, pero pienso que tal vez, luego de golpearme, pueda decírmelo.

Mientras ambos nos preparamos, pienso en decirle que me golpee la nariz en la otra dirección, para ver si se empareja.

No alcanzo, por supuesto.

Él ya ha lanzado el primer golpe, agradecido.

miércoles, 15 de enero de 2025

Han visto al Papa saliendo por las noches.

"¿Nadie va a buscar a los tontos 
al lugar donde se esconden?"
O. W.

Dicen que han visto al Papa saliendo por las noches.

Según cuentan, se escapa del Vaticano y suele visitar un bar en Roma, donde a menudo se presentan comediantes a realizar sus rutinas.

Viste siempre un pantalón gris, un polerón azul, con gorro, y a veces un sobretodo café.

En el bar, en una mesa alejada de las luces, acostumbra pedir agua mineral y de vez en cuando, un cóctel sin alcohol.

Indagando sobre aquello descubro que lo que pide es una mezcla de jugos de frutas cítricas con granadina.

Nadie lo reconoció hasta que un día tuvo un ataque de risa tan intenso que algunos comensales lo grabaron y subieron las imágenes a redes sociales.

Una vez ahí, por cierto, algunos comentaron sobre el supuesto parecido que ese hombre tenía con el Papa.

Más adelante, tras identificar un anillo que llevaba en una de sus manos, el asunto se volvió más serio y fue analizado por varios especialistas en distintos canales de televisión.

En algunos, pidieron grabaciones al bar y consiguieron varias.

En tanto desde el Vaticano no confirmaron, pero tampoco desmintieron la noticia.

Por mi parte, en vez de indagar sobre aquello, me interesé más en conocer al comediante que se presentó el día del ataque de risa.

Al final, descubrí que se trataba de un rumano que hablaba con un acento muy particular, y que tenía una rutina en la que se reía de sí mismo mostrándose como una persona paranoica, que creía constantemente que lo perseguían, en base a lo cual solía hacer sus chistes.

Respecto al ataque de risa en particular -si bien no todos estaban de acuerdo-, varios coincidieron en que comenzó luego que el comediante contara que una vez intentó escalar las cataratas del Niágara.

Otros, en cambio, dijeron que ocurrió luego que el rumano hablase de una especie de perseguidor interno, que estaría dentro de aquel a quien persigue, pero por más que se esfuerza no lo alcanza… Como un perro que busca morderse la cola.

De todas formas, todos concordaron en que el comediante era aquel rumano.

De él, por cierto, poco se sabe, aunque estoy seguro que prontamente podré dar con alguna presentación suya.

Cuando esto ocurra, por supuesto, les contaré más detalles.

Hasta entonces, esta historia, llega hasta aquí.

martes, 14 de enero de 2025

La llegada y la partida de X.


Todavía quedan algunos que insisten en que la llegada y la partida de X fueron cosas distintas.

Lo discuten desde la lógica, por supuesto, argumentando principalmente a partir de la dirección que siguieron sus pasos y el momento en que comenzó su andar.

A veces hasta nos muestran fotos e intentan contrastar las de la llegada de X con las de su partida, diciendo que hay grandes diferencias.

-Mira el tamaño de la maleta -te dicen-, la forma de su bigote, la vestimenta que lleva… y hasta la forma que tiene de caminar.

-Son fotos, no grabaciones -interrumpo, bajando un poco mi nivel para argumentar a su altura-. Es imposible contrastar una forma de caminar a partir de imágenes fijas.

Ellos fingen no escuchar y parecen incluso burlarse de todo aquello que no forme parte de sus propias creencias.

Creencias pobres, por cierto, me permito agregar.

Si tuviese fe en ellos (o en la comprensión de ellos, más bien) tal vez me esforzaría en explicarles que el problema se origina en la forma en que entendemos ser una misma cosa, o ser, en cambio, cosas distintas.

Lamentablemente, debo confesar, no les tengo fe en lo absoluto.

Antaño sí, probablemente, pero justo entonces crecieron y ellos mismos se encargaron de destruir todas mis expectativas.

Lo hablamos con X, por cierto, poco antes que este partiera.

-Lo triste es que no comprenderán nunca por qué me voy -anticipó-, porque tampoco comprendieron nunca a qué vine.

Y dio en el clavo.

Yo solo agregaría que ellos tampoco comprendieron quién era X, y ni siquiera intentaron hacerlo.

Tal vez creyeron, concluyo, que no tenían necesidad.

O no sabían tenerla.

lunes, 13 de enero de 2025

Salpicar lo menos posible.


A veces depende de ti, pero no siempre. Piensa por ejemplo es esos nadadores que se zambullen en el agua. O sea, no nadadores, precisamente, sino en esos que practican saltos olímpicos o clavados desde gran altura. Ellos pueden manejar su cuerpo, por supuesto, practicar coordinación, impulso, fuerza… e intentar entonces una zambullida perfecta. Esas que se realizan sin salpicar prácticamente nada. Pues bien, tú puedes practicar cuanto quieras hasta encontrar tu mejor postura y perfeccionar tus movimientos, eso es cierto. Pero en tu caso, al menos, dependes también del agua. Esa agua que no es siempre un agua segura, en tu caso. No siempre un agua estable, digamos. No sé si me explico, pero lo que intento decirte es que comprendo tu intención de salpicar lo menos posible, e incluso la valoro positivamente. Pero lo cierto es que el traje de la vida no siempre te lo hacen a la medida. Y aunque lo hubiesen hecho, eso tampoco asegura que el clima con que te encuentres en el mundo sea acorde al traje que llevas. Por eso es que a veces no depende de ti, hagas lo que hagas. O no exclusivamente de ti, al menos. Eso es lo que te digo.

domingo, 12 de enero de 2025

Rompiste una vez un libro de la Jelinek.

“Y ese guiso cultural nunca acaba de hacerse”.
E. J.

Rompiste una vez un libro de la Jelinek. Luego lo armaste nuevamente y lo leíste. Años después descubres que lo armaste mal. Entonces vuelves a buscar el libro y comienzas a abrirlo al azar. Mientras lo haces recuerdas que al romper el libro este se desarmó completamente. No rasgaste las hojas sino el lomo y luego el libro se desarmó. Tú lo recogiste en ese entonces, aunque no con la intención de armarlo sino de botarlo en otro sitio. No valía la pena dejarlo ahí al interior del auto, en medio de una discusión. Los pormenores de la discusión, por cierto, no vienen al caso. Digamos únicamente que lo rompiste para demostrar que algo -no importa qué-, te superaba. Y te producía dolor, que el otro no percibía. Obviamente -corrígeme si me equivoco-, romper el libro no facilitó en lo absoluto la comprensión. Fue algo así como un grito, al fin y al cabo. Un grito absurdo. O como rasguñar tu propia piel. Ahora, en tanto, descubres algunos sectores que quedaron mal compaginados, en el libro. En la primera sección errada Erika hablaba sobre sistemas de notación. Es difícil sin embargo notar el error, pues en la página que sigue (y que en realidad no seguía) casualmente se vuelve a hablar sobre lo mismo. Las otras uniones erradas, en cambio, son más evidentes. Al menos desde lo sintáctico. Desde el contenido digamos que no tanto pues coinciden, en general, situaciones de enfrentamiento entre la profesora y el discípulo. Ambos desde lados opuestos de un muro que no atraviesan realmente. “La profesora y el alumno se cocinan en su propio amor y en las ansias de más amor”, se lee en el libro. Y es algo que ocurre (de una forma u otra) en muchas de sus páginas. Ya estás terminando de reordenarlas, por cierto, aunque no crees que vayas a leer nuevamente todo aquello. De todas formas, te dices, el orden es siempre necesario. No es algo que hubieses dicho antes (por ejemplo en la época en que rompiste el libro), pero es algo que te dices ahora, sin avergonzarte. Como un ciclón... 

sábado, 11 de enero de 2025

La buena, la mala y la única noticia.


I.
La buena noticia, explicó, era que había más vidas. Después de morir, me refiero. Como una especie de reencarnación, aunque no era exactamente eso. En principio no me quiso decir cuántas, pero como insistí terminó confesando que eran cuatro. Cuatro vidas en total. No había querido decírselo porque usted está viviendo la última, agregó poco después. Esa era la mala noticia.


II.
Mientras seguía escuchándolo pensaba que la información que me estaba entregando el tipo ese no me valía una mierda. De hecho, más que aportar, esa información me perjudicaba. No es que creyera que fuese cierta, pero me molestaba igualmente que, si hubiese sido cierta, mis expectativas de una vida posterior, seguirían siendo nulas.


III.
Parece molesto, me dijo entonces. ¿Acaso no es una buena noticia que el ser humano, entre los que supongo usted se incluye, tengan varias vidas? ¿No cree que es una oportunidad que tenemos para acercarnos a la comprensión…? ¿No cree qué…?


IV.
Lo interrumpí y le pregunté cuántas vidas le quedaban a él. Pareció pensarlo un poco y luego contestó que dos. Pero de todas formas eso no es lo importante, agregó después. Yo le reclamé entonces diciéndole que no tenía autoridad para hablar de comprensión cuando apenas iba en su segunda vida. Incluso si fuese cierta esta mierda que está diciendo, le dije, ¿qué puede saber usted del proceso que yo estoy a punto de completar? Él no respondió. O no de inmediato, al menos. Solo después de un rato luego de despedirse de los otros se acercó hasta mí y se disculpó, según él, por decirme la verdad. Probablemente no debí hacerlo, señaló, pero usted insistió y las verdades o se dicen de inmediato o caducan, como los lácteos. Luego de decir esto, se fue. Y entonces yo pensé que esa era, realmente, la única noticia.

viernes, 10 de enero de 2025

Tampoco encontraste Babilonia.


I. Luego de la primera toma.

Tampoco encontraste Babilonia, me dijo. Eso debieras dejarlo en claro desde un inicio. No es que desacredites con eso lo que dices después, pero al menos te pones en el mismo pie que todos. Además, no nos creas así falsas expectativas. Volvamos a grabar entonces, desde el inicio.

De acuerdo, dije yo.



II. Segunda toma

Soy otro de los que no encontró Babilonia, dije. No tengo nada que agregar en mi defensa salvo que nunca la busqué. El resultado es el mismo, por supuesto, pero me dijeron que lo dejara en claro y eso hago. Aunque ni yo mismo, por cierto, tenga muy claro a qué se refieren. Y es que supongo que Babilonia es aquí metáfora de algo que no identifico. O una broma o algo así. Pero no, reitero, antes de seguir: nunca la encontré.

(…)



III. Luego de la segunda toma.

Tendremos que cortar lo que dijiste sobre Babilonia, dijo ahora. O editarlo más bien. No sé con qué intención lo haces, pero aquí no nos hace falta los que se creen listos. Babilonia es Babilonia, simplemente y no es necesario decir más. Todos intentan desentenderse en un inicio, pero terminamos confluyendo siempre al mismo sitio. Como el punto ese al final del embudo. Y una vez ahí, sin duda, todos entienden. (…) El resto de la grabación, por cierto, quedó bien. No es importante, pero quedó bien. Solo un poco tibio, quizás.

jueves, 9 de enero de 2025

A propósito de héroes.


I.

Nunca expresé realmente la manera en que quería que ocurrieran las cosas.

Y no porque no lo tuviese claro ni mucho menos.

No lo hice porque entendí, simplemente, que la manera en que quería que ocurrieran las cosas era algo profundamente mío.

Tanto así que, aunque quisiese, compartirlo con otros sería a fin de cuentas algo imposible de realizar.

Enunciarlo sí, por supuesto, pero la comprensión final estaría siempre demasiado lejos.

Y no sería, finalmente, el héroe de nadie.



II.

A propósito de héroes, recuerdo a un niño que corría por la calle en que viví cuando pequeño.

Era un chico muy delgado, que andaba siempre con un chaleco salvavidas.

Un chaleco típico, de esos naranjos, que a él le quedaba un poco grande.

Si lo veías correr, podías apreciar que su actitud era la de un héroe, como si hubiese estado corriendo con una capa.

Sin embargo, pensaba yo, su salvavidas indicaba que solo podría salvar a uno, en un eventual naufragio.

Probablemente, a sí mismo.



III.

En síntesis: pasamos al frente voluntariamente, aunque no sepamos para qué.

Y esto, por cierto, no nos transforma en héroes.

La forma en que queremos que ocurran las cosas no es, necesariamente, un anhelo digno.

Y el salvavidas con el que corremos, no ha sido testeado en lo absoluto.

miércoles, 8 de enero de 2025

El tren de las cinco pasó a las cuatro.


El tren de las cinco pasó a las cuatro y ni siquiera se detuvo. Lo reclamé en voz alta, recuerdo, en medio de la estación. Entonces tú, para consolarme, dijiste que probablemente ese no era en realidad el tren que yo esperaba y que faltaba todavía una hora para que el tren adecuado llegase. Luego, cuando dieron las cinco y no llegaba, dijiste que tal vez el tren que yo esperaba estaba atrasado. Que debía esperar al menos hasta las seis, si quería ser justo. Yo lo pensé. Si crees que el tren de las cinco fue el que pasó a las cuatro, dijiste, bien podría en realidad ser el tren de las cinco el que pase a las seis. Yo escuché tus palabras y encontré en ellas la lógica suficiente como para esperar un poco más. Incluso hasta las seis y veinte, recuerdo que esperé. Tú estabas ahí, por cierto, aunque no esperabas conmigo. Tenías un libro de David Markson a un costado, pero no lo leías. Creo que estaba en inglés. Lo que sí hacías era comer frutos secos desde una bolsita transparente. Me ofreciste incluso, pero dije que no. Fue entonces que dieron las seis veinte y me levanté para irme y tú te disculpaste. A lo mejor tenías razón desde un inicio, me dijiste. Tal vez, contesté yo. Ya lejos del lugar me detuve, de golpe, y hasta pensé en regresar para preguntarte quién eras y qué es lo que esperabas. A veces ocurre que no ves al otro, pensaba decirte y disculparme. Me quedé así varios minutos, imaginandoi qué decirte, pero finalmente desistí. Tampoco es que sea este el mejor momento, me dije. Además, comenzaba a oscurecer.

martes, 7 de enero de 2025

Apuntes para una canción de infancia (traducción)


I.

Esa vez me preguntaste qué pasaba si plantabas las semillas y no crecían.

No entendí en principio tu pregunta, pero luego comprendí que querías saber si las semillas se podían recuperar.

Si seguían buenas, dijiste, para plantarlas tal vez en otro sitio.

Yo, claro está, no sabía la respuesta, pero improvisé alguna.

No recuerdo si fue un sí o un no.

De todas formas, nunca quise hacerte daño.


II.

A veces pienso que la culpa la tiene el gitano que vendía espejos de colores.

No sé si recuerdas, pero creo que todo comenzó y terminó ahí.

Cerca del banco de la plaza donde el gitano alineaba sus espejos y los ofrecía a quién pasara.

Tenían colores desgastados y uno se veía como más atrás en ellos.

Como mirando desde el fondo.



III.

Éramos pequeños en ese entonces.

Poco más que unos niños, apenas.

Fue en aquel tiempo en que aprendimos a pintarnos costras falsas sobre la piel.

Para llamar la atención, supongo, y para demostrar que teníamos heridas.

Tú exageraste, eso sí, y te pintaste una muy grande, en el rostro.

Olvidé tu rostro, de hecho, por culpa de aquello.



IV.

Semillas, espejos, heridas falsas y rostros…

¿Qué habremos estado buscando, realmente?

¿Qué es lo que dejamos pasar y no vimos?

¿Quién, de este lado del mundo, fue verdaderamente el culpable?

lunes, 6 de enero de 2025

De pura casualidad.


Volví a verla hace unos días.

De pura casualidad.

Fue el viernes, en el aeropuerto, a un costado del Duty Free.

Ambos estábamos solos, me pareció.

Según nuestras bolsas, ambos dos habíamos comprado algo pequeño.

Tras los saludos de rigor intercambiamos informaciones.

Todas muy extrañas y un poco al azar.

Ella, por ejemplo, me contó que había hecho un curso para aprender a tocar la armónica.

También me contó de un viaje que hizo, a un lugar que ya olvidé.

Yo también, por cierto, le entregué algunos datos, ninguno muy importante.

Mayormente de trabajo o de gente que había visto o que ya no.

Por un momento la conversación pudo hacerme más profunda, pero la esquivamos a tiempo.

Nada de afectos ni emociones, acordamos en silencio: solo información.

Tampoco quedamos de hablarnos nuevamente ni de juntarnos ni nada por el estilo.

En este sentido, al menos, la conversación fue honesta.

Superficialmente honesta, es cierto, pero honesta al fin y al cabo.

Tanto que ella se atrevió a sacar una armónica desde un bolsillo y me preguntó si quería escuchar.

Yo no contesté, pero ella se la acercó igualmente a su boca.

Luego, sin embargo, pareció arrepentirse, y la guardó.

Debimos reírnos, pienso ahora, pero finalmente no lo hicimos.

En cambio, elegimos despedirnos, simplemente.

Ninguno de los dos dijo el nombre del otro, mientras hablábamos.

domingo, 5 de enero de 2025

Tres hombres cargan madera.


I.

Tres hombres cargan madera.

Yo los observo a lo lejos mientras decido anotar lo que observo.

Y claro, es entonces cuando verdaderamente escribo “Tres hombres cargan madera”.

Y luego lo vuelvo a escribir, para explicar.


II.

No siempre lo sabes, pero lees lo que observas, cuando observas.

Todo se transforma en signo, cuando te detienes a mirar.

Y es entonces cuando te acercas un poco a entender lo que ocurre.

Solo un poco, por cierto. No cantes victoria.

Comprender es otra cosa.


III.

Una vez, si te acuerdas, percibiste aquello de una forma más sensata.

Ocurrió justamente en esta zona, de forma accidental.

No fue cuando viste las lamentaciones de Ur expuestas en el Louvre.

Eso fue, a fin de cuentas, otro invento.

Lo que ocurrió, de hecho, fue dicho así, de forma breve:

El hambre hace milagros.


IV.

Cargan madera esos tres hombres, observaste.

Pero no aprovechaste ese momento para acercarte a la verdad.

Es solo una impresión, por supuesto, pero la anoté igualmente como si fuese un hecho.

Puede que me complique, admití, pero al menos insisto.

Tú, entonces, te mostraste molesta y guardaste silencio.

Y yo, para evitar conflictos, consideré que era mejor tachar lo escrito.

Auqnue luego lo escribí peor.

sábado, 4 de enero de 2025

Una ballena expuesta en una plaza.


I.

Esa noche fuimos a ver una ballena expuesta en una plaza.

Pensamos que sería un poco como en la película esa de Béla Tarr.

Algo un poco oscuro, me refiero, o al menos en escala de grises…

Pensamos eso, es cierto, pero al final todo resultó ser luz y plástico y colorido estridente.

Y es que la ballena -que había sido real en algún momento-, había pasado por una serie de procesos que la transformaron en algo que no difería de un modelo hecho en plástico de colores.

Podías ver incluso sus órganos internos, todos coloreados y alumbrados de tal forma que no recordaban en lo absoluto, a lo que podía haber sido una ballena de verdad.

-Ni siquiera hay olor a pescado -comentamos, mientras hacíamos el recorrido.

La exposición, sin embargo, parecía maravillar a todos los demás.



II.

Esa misma noche, luego de la exposición, vimos cómo acuchillaban a un hombre.

Ocurrió mientras caminábamos a casa, al lado de unos autos estacionados en las afueras de un restaurante.

Dos hombres discutían cuando un tercero se acercó por detrás a uno de ellos y le enterró un cuchillo en la parte baja de la espalda, en reiteradas ocasiones.

Extrañamente, el hombre acuchillado no gritó, sino que cayó en silencio, retorciéndose en el suelo, mientras los otros huían del lugar.

Luego de esto salieron unos trabajadores del restaurante, se acercaron al hombre herido y llamaron una ambulancia.

Nosotros nos quedamos hasta que llegó la ambulancia y luego debimos irnos, pues llegó la policía y exigió que nos fuéramos del lugar.

Ya en casa abrimos un vino y lo bebimos antes de acostarnos, mientras veíamos una película en blanco y negro.

Era rumana, según recuerdo, y trataba de una familia de agricultores.

No era mala, pero nos dormimos antes del final.

viernes, 3 de enero de 2025

Hasta que se descompuso.


Miré detenidamente el reloj hasta que este se descompuso.

Sabía que aquello iba a ocurrir, tarde o temprano.

Me puse frente a él, simplemente, e intenté mirarlo a los ojos.

No di con ellos, por cierto, pero imaginé al menos que veía el mecanismo.

Fue como repetir una palabra una y otra vez hasta que pierde su significado.

Costó en principio, pero poco a poco el reloj comenzó a fallar.

Un segundo tardaba más que otro, por ejemplo, y parecía cuestionarse para qué.

Tropezó entonces un par de veces y de pronto, sin más, se detuvo.

No sé bien por qué, pero no tuve dudas que se trataba de algo definitivo.

Entonces, frente a él, dije orgulloso: el reloj se ha rendido.

Nadie escuchó, pero me pareció igualmente un triunfo válido.

Dejo el reloj ahí y salgo ahora fuera de casa.

Hace calor, pero de vez en cuando corre un viento que refresca un poco.

La luz del sol me parece un poco más blanca.

Si lo mirara fijamente, me digo, es probable que también el sol termine por descomponerse.

Observó mis pies, mientras doy unos pasos y luego a un costado.

Mi sombra, en el piso, no se parece tanto a mí como quisiera.

jueves, 2 de enero de 2025

El origen del fuego.


"Cuéntalo abrupto, mal, pero cuéntalo.
Y viste de torpeza a la contradicción."
O. W.


I.
Elaboraron el informe hace algunos días. Luego de investigaciones, análisis y varios peritajes, tuvieron que redactarlo. El objetivo era determinar, de forma segura y fehaciente, cuál había sido el origen del fuego. Bajo ese concepto -me explicaron-, debía entenderse el procedimiento, los “materiales” y hasta los posibles motivos, que habrían originado todo aquello. Y claro, como debían establecer varias secuencias en el orden de los hechos, y supuestamente yo me manejaba (más que ellos) en redacción, me pidieron ayudarlos con el informe. Cosa que, finalmente, no hice.


II.
Aclaro que no ayudé finalmente en el informe porque rechazaron ellos mismos, mis ayudas. Es decir, sí ayudé, pero mi ayuda no terminó siendo de su agrado. Dijeron que la narración que realicé no se entendía ni mierda y que al leerla parecía incluso que el fuego existía desde antes. Gracias igual, me dijeron, pero es absurda. Y yo asentí.


III.
El informe que ellos hicieron fue presentado ayer como prueba en un juicio. Según entiendo, en él se planteaba que el origen del fuego había sido intencional. Las acusadas de iniciarlo eran dos chicas que, a pesar de las pruebas, negaron los cargos y dijeron desconocer el origen del fuego. De hecho, su declaración coincide con parte del relato que yo había escrito, para explicar la situación. El fuego existía desde antes, dijeron ellas, a través de su abogada. Pero no les creyeron. Todos mienten, dijo el juez, menos el fuego. Si me preguntan, yo creo que tenía razón.

miércoles, 1 de enero de 2025

Al fondo de la casa.


Al fondo de la casa.

Alguien que olvidaste.

Apenas respira.



Sabe tu nombre.

Intuye quién eres.

Tiene miedo a equivocarse.



No sabe, sin embargo, si es raíz o rama.

No sabe tampoco cuando hablarte.

Y se avergüenza un poco al no saber.



Apenas llega el sol a esa parte de la casa.

Unos minutos al día y eso basta.

Se ha acostumbrado a estar a oscuras.



Tiembla a veces y lo oculta.

Ya ni sabe si es de frío o algo más.

De vez en cuando recuerda su infancia.



Al fondo de la casa, la recuerda.

Y a veces se confunde.

Una vez lo oíste decir el nombre de su madre.



Yo sé donde estoy, dijo una vez.

Y tú también sabías, sin decirlo.

En la parte del barco que ya ha sido anegada por el agua.



Su respiración más honda es cada vez más breve.

Todo en él es ahora superficie.

No puede ocultarse abajo de sí mismo.



Mientras olvidas, lo observas a lo lejos.

Ahí, al fondo de la casa.

Y temes ir hacia él para no encontrarte ante ti mismo.



Alguien. Algo. Un corazón que apenas late.

Ojos que aún te observan siendo niño.

Cuando diga tu nombre, será para marcharse.

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