Antes había piedras en el borde de este río.
Un montón de piedras, en su mayoría pequeñas, de
diversos colores.
Yo no creo que sea cierto, pero dicen que aquí
cerca vivía un hombre que le gustaba venir hasta acá y lanzar esas piedras al
río.
Sin desesperarse, como si se tratase de una misión…
de forma constante.
Todos los días, todas las semanas, todos los meses
y años de su vida, hasta que se acabaron las piedras.
Luego, nadie acierta a decir qué ocurrió con aquel
hombre, aunque ya era bastante mayor, por lo que debió haber muerto.
La historia es extraña, por supuesto, pues nadie sabe
más de aquel hombre salvo que lanzaba las piedras al río.
Nada dicen sobre su familia.
Nada sobre el lugar específico en que vivía.
Ni siquiera saben su nombre.
Todos sin embargo, en el sector, dicen que alguna
vez lo vieron y no dudan de la veracidad de aquella historia.
-Ningún turista nos cree, -me dicen-, y lo toman
simplemente como una leyenda del lugar…
Entonces intento creer, mirando el borde del río, lleno
de tierra fina y pequeña arenilla.
Pero si soy sincero, no creo que la vida de un
hombre alcance para eso.