El mundo está lleno de cosas.
Y las cosas pueblan
el mundo.
Parece que nos gustan las cosas.
Yo mismo, por ejemplo, veo el mundo y veo cosas.
Ya ni distingo cuál es cuál.
A veces, incluso, sospecho que el mundo ya no es
tal.
Me refiero a que el mundo, probablemente, sea poco
más, que la suma de las cosas.
Cuando pienso así, por cierto, el mundo me deja de
gustar.
Y es extraño porque yo soy uno de los que atesoro
cosas.
Libros principalmente, pero cosas al fin y al cabo.
Y al igual como mis libros ocultan las murallas.
Pienso que las cosas pueden ocultar el mundo.
Sin embargo, si bien tras mis libros hay muros.
No estoy seguro si bajo las cosas del mundo, hay
algo más.
De hecho, a veces sospecho que hasta el centro del
mundo, está hecho de cosas.
Cosas vivas, si quieren, pero cosas al fin y al
cabo.
Apretadas unas contra otras, sin consciencia de sí
mismas.
Sin posibilidad de distinguir donde comienza una y
termina otra.
Quien ama el mundo, por tanto, ama las cosas.
Quien odia al mundo, odia las cosas.
Y quién no ama ni odia… pues no sé en realidad, a
qué vino al mundo.
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