En Marzo fue el primer mes que ella encontró challas
entre la ropa de su marido. No fueron más de diez, pero ella sospechó de
inmediato y dejó las challas en línea, sobre la mesa de la cocina, y le
preguntó directamente qué significaban.
-No significan nada –dijo él-, ¿qué pueden
significar unas cuántas challas?
-No sé –le dijo ella-, por eso te pregunto.
Él se rio del asunto y le dijo que tal vez le habían
caído encima en el metro, que en realidad no sabía cómo habían llegado hasta su
ropa.
-¿Crees que anduve de fiesta? –le pregunto
entonces.
-No creo nada –dijo ella-, por eso te pregunto.
-Pues es ridículo –zanjó él-, ni siquiera se usan
challas en las fiestas… No tiene sentido alguno…
El asunto no pasó a mayores esa vez e incuso ella
se sintió ridícula desconfiando de esa forma. Intentó no pensar más en el
asunto y tal vez lo hubiera logrado si no hubiese vuelto a encontrar otro grupo
de challas un par de semanas después.
Esta vez, ella puso las challas sobre la mesa de la
cocina –eran veintidós-, en cualquier orden, en un pequeño grupo. Desayunaron
en silencio, sobre la mesa en que estaban las challas, pero él pareció no
notarlas. Ella, en cambio, no dejó de mirarlas y hasta le pareció encontrar una
figura, en la forma en que quedaron dispuestas, como si se tratase de una
constelación.
-¿Todo bien? –preguntó él, antes de irse.
-Todo bien –dijo ella-. Todo bien.
Luego él se fue y ella guardo las challas.
Lo hizo así hasta la sexta vez que encontró. Luego
las comenzó a botaras directamente y extrañamente el asunto dejo de importarle.
-Solo son challas -se dijo a sí misma, la última
vez que encontró-. Insignificantes challas…
Luego las botó y comenzó a preparar la cena.
-No da siquiera para una historia –dijo.
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