Marqué en el mapa algunos puntos.
Pasó el tiempo y viajé hasta ellos.
Tal vez tenía la esperanza que el recorrido
revelara algo.
Como esos juegos en que unes puntos y aparece una
figura.
No fue así, por supuesto.
Y el viaje perdió, en consecuencia, parte de su
atractivo.
Entonces pensé en buscar puntos que formaran, ahora
sí, alguna imagen.
Y pasé de esta forma horas frente al mapa.
Preguntándome una y otra vez qué figura era la
adecuada.
Cuál contenía, digamos, un significado propio.
Tras probar con varios, desistí.
Y quise creer que el azar, en definitiva,
terminaría por revelar la verdadera figura.
Volví así a marcar puntos.
Sin lógica alguna, los marqué.
Y decidí, nuevamente, recorrerlos.
Fui de uno a otro, olvidándome incluso que eran
puntos.
Y es que comprendí, en el trayecto, que no hay
líneas que unan los puntos.
O más bien, que las líneas trazadas estaban
formadas, a su vez por infinitos puntos.
Tras esta comprensión, un día, sin más, me detuve.
Y al observar el mapa solo vi una infinidad de
puntos, en contacto.
Y hasta mis manos me parecieron entonces, existir
de esta misma forma.
Y marqué en mí, como antes en el mapa, algunos
puntos.
Sin saber qué buscaba, los marqué.
Un último intento, pensé, para trazar la figura.
O tal vez una trampa, para atraparse uno mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario