Entrené por seis años a mi perro.
El primer año no vi logros.
Al segundo se sentaba y se hacía el muerto.
Al tercero
se paraba en dos patas mientras movía las de arriba como si bailara
flamenco.
Los tres años siguientes intenté que se hiciese
toralmente independiente.
Y creo que las cosas han salido bien.
Ahora, por ejemplo, él se lanza su propio palo y hasta
va a buscarlo.
Entierra y desentierra un hueso, sin molestar a
nadie.
Imita a un gato y luego finge que lo persigue.
Y lo más reciente: se da órdenes a sí mismo.
Un amigo que también entrenó al suyo, dijo que
ahora el perro necesita discípulos.
Es decir, me recomendó que le comprara una mascota a
mi perro para que él se hiciera cargo.
Por eso, hace unos días lo llevé hasta una tienda
para que él mismo eligiera.
Tras algunas indecisiones se inclinó por una pareja
de gerbos de color café.
A uno lo bautizó como Guau y al otro como Guauf.
Se pasa el día mirándolos y supongo que está
decidiendo qué cosa enseñarles primero.
Si lo hace bien, y me demuestra que puede, en los
próximos meses creo que me iré de este lugar.
Ya no haré falta en este sitio.
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