Teníamos un plan.
Averiguaríamos lo que las chicas querían de una
manera ingeniosa.
Inventamos una historia.
Les dijimos que el del patio era un pozo mágico.
Un pozo al que podías gritarle aquello que deseabas
y se conseguía.
Un pozo al que podías hacerle preguntas y las contestaba.
Un pozo al que podías gritarle aquello que odiabas
y de alguna forma lo resolvía.
Algo así, más o menos, fue lo que inventamos.
Entonces, nos ofrecimos a dejarles esa noche el
lugar, para que pudiesen gritar tranquilas, junto al pozo.
Ellas se mostraron de acuerdo y nosotros nos
comprometimos a acampar lejos.
Yo, sin embargo, no me fui con los demás.
Y es que, por sorteo, salí escogido para quedarme
escondido al fondo del pozo.
Los demás, antes de irse, me ayudaron a bajar con
una larga cuerda que habíamos encontrado en un granero.
Había un olor asqueroso y el suelo estaba húmedo,
con trozos de ramas y otros desperdicios que prefiero no detallar.
Pasé todo el día ahí, sin moverme, esperando a las
chicas que gritarían en la noche.
Estaba más oscuro de lo que había imaginado y ya me
había arrepentido de todo, cuando las chicas comenzaron a llegar.
Venían de a una, tal como le habíamos dicho que
hicieran, y se ubicaban junto al pozo.
Luego, supuestamente, debían gritar.
Casi ninguna lo hizo, por cierto.
No me pareció que sospecharan, pero sí que no
sabían qué decir, al estar junto al pozo.
Escuché, de todas formas, unas cuántas cosas.
Pero no distinguí aquello que querían, de aquello
que odiaban o de lo que querían preguntar.
También recibí un escupo, de una, que que lo lanzó sin decir siquiera una palabra.
Recuerdo que no dormí esa noche, y que las galletas
y el agua se me acabaron antes de lo presupuestado.
Apenas amaneció, por suerte, unos chicos fueron a buscarme.
Arrojaron la cuerda y tras varios intentos, me
ayudaron a subir hasta el brocal.
Se rieron porque tiritaba y pensaron que fingía
hasta que vomité un par de veces.
Entonces me duché, me puse ropa seca y recuerdo haber pasado
el resto de esos días en cama.
De vez en cuando venían los otros y me preguntaban
por lo que habían dicho las chicas, junto al pozo.
Y yo les contaba la historia, de manera torpe y
fragmentaba, de la misma forma como lo estoy haciendo ahora.
Por eso, ellos pensaron que lo hacía para ocultar
lo que realmente había descubierto.
Yo, por supuesto, no lo niego ni lo afirmo.
Y mejor lo dejo hasta acá.