jueves, 31 de octubre de 2024

Algo así.


Ella se puso al revés la ropa de dormir, pero durmió igual que siempre.

De hecho, no se dio cuenta del asunto de la ropa hasta que se levantó al otro día.

No se trataba de un pijama, propiamente tal, por eso la llamaba como “ropa de dormir”.

Como si se vistiera adecuadamente, para eso.

Cuando me explicó aquello yo no entendí nada especial.

Le dice ropa de dormir a su pijama, pensé, simplemente.

También entendí que se había puesto esa ropa al revés, pero que había dormido igual.

-¿No crees que es extraño? -me preguntó.

-¿Qué cosa? -le dije.

-Que descubras que la ropa para dormir no afecta realmente el que tú duermas realmente -señaló.

No entendí a qué se refería, pero igualmente asentí.

Ella parecía siempre más feliz cuando yo asentía.

Ese mismo día, luego de desayunar, ella propuso que nos vistiéramos con las ropas al revés.

-Usemos al revés las ropas de estar despierto -especificó.

Le seguí el juego pensando que no se podría, pero finalmente sí se pudo.

Di vuelta la ropa interior, un pantalón de buzo, una polera y un polerón.

Solo fallaron las zapatillas.

-Igual con los calcetines basta -tranzó.

Poco después salimos a caminar.

Nos dimos una vuelta por la calle y llegamos hasta plaza.

Compramos algo para preparar almuerzo y regresamos.

-Todo parece igual que siempre -dijo.

Yo asentí.

No pude percatarme si eso la hacía estar más alegre o más triste, pero lo cierto es que volvimos a acostarnos.

O algo así.

miércoles, 30 de octubre de 2024

Puedes mentir.


Puedes mentir, sin sentirte culpable, hasta aproximadamente los treinta años.

Luego, ya ni siquiera vale la pena mentir.

Puedes saber que esto es cierto porque te lo dice alguien, justamente, que ha pasado por mucho aquella cifra.

Y que, por lo tanto, ya no miento en lo absoluto.

Y es que ahora (a mi edad) puedes sentirte culpable de una gran variedad de otras cosas.

Ámbitos y aspectos que has ido desbloqueando a lo largo de los años.

De hecho, había escrito una lista de estos ámbitos y aspectos, pero la acabo de borrar.

No lo hice por vergüenza, sin embargo, sino porque comenzó a formarse una rima desagradable entre las distintas anotaciones del listado.

Intenté cambiarla, por cierto, pero no pude.

O sea, pude, pero igualmente no quedé satisfecho.

¿No les molestan a ustedes las rimas?

Lo pregunto no porque sea lógico que molesten, sino más bien porque me dan una sensación de no verdad.

No es que las rimas mientan, de por sí, pero al menos dan la sensación de encubrir algo poco cierto.

Como un maquillaje o una fachada que, al menos en mi caso, me invita a desconfiar.

Esto me ocurre desde siempre, por cierto, no solo después de los treinta años.

Y mejor no hablemos de culpas, por esta vez.

martes, 29 de octubre de 2024

Como no tenía fotos de pequeño.


I.

Como no tenía fotos de pequeño, me mintieron mostrándome las de un primo que supuestamente se parecía a mí.

Fotos de bebé y fotos de niño, mayormente.

No me enteré de esto, por cierto, hasta que me convertí en adulto.

Entonces me molesté.

-Solo son fotos -me dijeron, restándole importancia- no se trata de la realidad.

Pedí que me explicaran esa frase.

-No cambian lo que ocurrió -dijeron, sin darle muchas vueltas-. No inciden en que tú hayas sido tú mismo, desde antes.

Pensé en lo que dijeron y si bien lo encontré absurdo, sentí que, de alguna manera, tenían razón.

De todas formas, concluí, yo no tenía evidencia alguna.


II.

Igualmente, sabiendo que no eran mías, guardé aquellas fotos.

Incluso dejé en su marco una que estaba sobre un mueble, en la que aparecía en el zoológico.

Bueno, se trataba de mi primo en el zoológico, en realidad.

Supongo que lo hice porque estaba acostumbrado, pero también porque descubrí que, de quitarla, no tenía nada con qué reemplazarlas.

-Igual solo son fotos -me dije en voz alta, intentando convencerme.

-Lo que pasó, simplemente, es que cuando las sacaron yo estaba en otro sitio -agregué.

Repetí esto último varias veces, casi como un mantra.

-Este no soy yo -dije.

lunes, 28 de octubre de 2024

Alguien decía números.


El sueño era así: alguien decía números. Luego comprendí que ese alguien era Dios. No la voz de Dios, sino Dios mismo, digamos, que de cierta forma era también los números que se decían. No sé explicar bien cómo comprendí aquello, pero lo cierto es que lo hice. No ahora, digamos, pero sí en el sueño. Además, como el sueño era mío, comprendí también que los números te los decía a ti. Toda una serie de números. No una cifra, sino números. Sin sentido aparente entre ellos. Me refiero a que no era una secuencia ni una operación ni una cifra larga. Tampoco tenía una entonación especial. Quiero decir que no era don Francisco dando el cómputo final de la Teletón, o algo parecido. Eran números que debían decirse nada más. Porque existían de esa forma. Porque eran así como la respiración de Dios. O el sonido de ella, al menos. No es que contara. No es que fuese una orden. No es que revelase un misterio a través de ellos. Eran números sin relación aparente ninguna. Salvo ser dichos por Dios. Como los números de Pi, tal vez, que ingenuamente los tratamos como si fuesen realmente alguna cifra. Por eso, tal vez, aquello resultaba extraño. Porque todo ocurría como si hubiese perdido el sentido. Como si se leyesen números asociados a un valor monetario que ya ha sido devaluado. Totalmente devaluado. Y obsoleto. En este sentido, no sabías si estabas en un banco o en una iglesia. O si estabas, realmente, en un sueño.

domingo, 27 de octubre de 2024

Un juicio propio.


-¿Entonces no vas a hacer nada, cierto? -preguntó ella.

-Te equivocas: voy a tocar el piano -respondió él, secamente.

-Lo sabía. No vas a hacer nada.

-¿Tocar el piano es hacer nada? -dijo él, fingiendo indignación-. ¿Has pensado que diría Liszt o Chopin si te escuchara… o Beethoven?

-Hablamos de ti, no de Chopin o de Liszt. Además, Beethoven ni siquiera escucharía.

Él se demoró un poco antes de contestar. Se veía inquieto. Como si buscase la manera correcta de rebatir sus argumentos. Voltearlos de tal forma que la cuestionada pasase a ser ella, de una vez. Después de todo, esa era la forma en que jugaban ambos. Prácticamente todo el tiempo.

-Como siempre, caricaturizas las cosas -decidió decir, al fin-. Confías más en un dato cualquiera que en lo que tú misma puedes percibir, directamente. No tienes juicios propios.

-Te conozco -dijo ella, evidentemente molesta-. Y eso me permite tener juicios. No solo propios, sino también verdaderos. Por ejemplo: tocas el piano como la mierda. Ese es un juicio propio, ¿no crees…?

-No. No creo -dijo él-. Si toco mal, según tú, eso vendría a ser más o menos no un juicio. Uno de cualquiera que me escuchara tocar, por cierto. No tuyo especialmente.

-Pero yo le agrego otras cosas -dijo ella-. Otras cosas que solo yo comprendo. Y que transforman esa observación en un juicio propio.

-¿Cómo qué? -preguntó él.

-Como saber que solo lo haces cuando estás evitando otra cosa -contestó ella-. Así se crea mi juicio propio. Del comprender al saber y del saber al decir. Tocar el piano es tu forma de hacer nada. Y de fingir que no ha ocurrido nada, de paso.

Él se quedó en silencio.

-¿Y acaso no es cierto? -logró decir, luego de un rato.

Ella no contestó.

sábado, 26 de octubre de 2024

Dos veces tomas el ferry.


Dos veces tomas el ferry. De ida y de regreso, lo tomas. La mayoría sube en auto, pero tú lo haces a pie, sin más. Ni siquiera llevas bolso. Pides permiso a los hombres que te saludan como si ya te conocieran. Entonces esperan que estacionen los vehículos y te vas al mismo sector de siempre. Un rincón, prácticamente, en el que ni siquiera se ve el agua. Hay una pequeña mesa y un banco, en ese sector. Ahora no te lo preguntan, pero cuando lo hicieron tú explicaste que te gustaba la sensación de ir sobre el agua. No llegar ni volver, sino andar sobre el agua. Había más, por supuesto, pero eso fue lo que dijiste. De todas formas, ellos se conformaron con eso y no hicieron más preguntas. De hecho, dejaron de cobrarte, luego de aquello. Desde entonces, se comportaron si fueses uno más de la tripulación. Eso o un “algo indeterminado” que subía y bajaba sin que a nadie le afectase mayormente. Ya en el ferry, sacabas una botella con agua, alguna fruta o un sándwich. Lo indispensable, solamente, que solías cargar en una bolsa de papel. Nunca con un libro ni tomando algún apunte. Nunca haciendo nada distinto a ir y volver en aquel ferry. En definitiva: nunca comprendieron del todo y poco les importó. Pensaron que el absurdo, a fin de cuentas, se trataba de otra cosa.

viernes, 25 de octubre de 2024

Materia ciega.


I.

Si es que esto parte en algún sitio es en una cita de Víctor Hugo.

Aquella cita, que por lo demás no recuerdo con exactitud, utiliza en alguna parte esa expresión: “materia ciega”.

En concreto, creo que dice que el hombre utiliza la materia ciega.

Puede que me equivoque, pero lo que intenta recalcar Víctor Hugo es que es el hombre quien, a partir de su pensamiento y voluntad, transforma esa materia ciega en algo más.

Así, soplando sobre ella -al igual que la imagen del aliento divino que da vida al hombre-, el hombre haría “temblar” esta materia.

Haciéndola vibrar, digamos, como a las hojas en un bosque.

Con esto, la materia dejaría de ser ciega en el sentido que percibiría al hombre.

A través del aliento, digamos, que intenta transformarla en otra cosa.


II.

Apariencia de vida para lo que ya tiene vida.

No sé si era algo necesario, pero ya está.

Como si de la materia ciega nos pasáramos a la masa ciega, tratando aquello como si fuese lo mismo.

¿Quién pudo, sin saberlo, haber hablado de esa forma?


III.

De igual manera -aclaro-, no me importa.

Después de todo, la verdad no es exacta y pocas veces se deja nombrar.

Por eso, si es que esto termina en algún sitio, yo diría que lo hace en una pregunta.

Una cualquiera, por cierto, no en una trascendental.

Mientras pienso en aquello, me pregunto lo siguiente:

¿Las cuerdas vocales vibran porque las hacemos vibrar?

Cuando llego a la respuesta ya es tarde.

Y elijo olvidarla, igual que al asunto ese del que hablaba en un inicio.

Ya saben… eso sobre la materia ciega.

Y algo más.

jueves, 24 de octubre de 2024

La vida que sí tenemos.


Somos injustos, a veces, con la vida que sí tenemos.

No entraré en detalles, pero ambos sabemos que es cierto.

Nos quejamos y maldecimos a la menor dificultad.

Y hasta a veces (sin verdadera causa) nos dolemos.

Piensa en la tuya, si quieres.

Hazlo, pero eso sí: sé honesto.

Reconoce que la miramos sin cariño, incluso, como si no fuese nuestra.

Como si alguien distinto a nosotros la hubiese construido y la hubiese abandonado al lado nuestro.

¡Qué injustos somos con la vida que sí tenemos…!

Si hasta la ponemos a luchar, sin preparación alguna, contra todas aquellas vidas que decimos que queremos.

Es decir, enfrentamos aquella que tenemos contra una infinidad de otras que solo son suposiciones.

Proyecciones vacías, en el fondo, de algo que carecemos.

¿No parece acaso una pelea injusta?

Una contra todas, si lo piensas.

O contra todas menos una, si intentas ser preciso.

¡Qué poca responsabilidad…!

¡Cuánta insensatez, por decir lo menos!

Fotos en la oscuridad, que nos sacamos, para buscar lo verdadero.

Tiempo perdido, y poco más.

Rechazo de lo único que nos resulta propio, a fin de cuentas.

¿Es verdad que no lo ves?

¿O es que prefieres, simplemente, no verlo?

¡Qué injustos somos con la vida que sí tenemos...!

¡Qué injustos...!

miércoles, 23 de octubre de 2024

Monedas pequeñitas.


Monedas pequeñitas.

No sé cuántas exactamente, pero me tragué varias.

A escondidas, claro.

Debo haber tenido siete u ocho años.

El cuerpo puede comer cualquier cosa, debí pensar entonces.

O probablemente ni siquiera pensara.

De todas foras lo hice, que es lo que cuenta.

Eran monedas de un peso, muy pequeñas, creo que de aluminio.

Recuerdo, entre otras cosas, que eran muy livianas.

No me pregunten, eso sí, para qué lo hacía.

Simplemente me las llevaba a la boca y luego las tragaba.

No sé bien qué pensaba, pero no esperaba que salieran de mí esas monedas.

Salían, probablemente, pero de cierta forma no salía la misma moneda que ingresaba.

Es difícil de explicar, pero lo cierto es que yo no creía ser un canal para la moneda.

Quiero decir que no se trataba de un juego en el que esperabas ver aparecer aquello que habías tragado.

En este sentido, creo que yo era algo así como una casa de cambio.

Alguien que transformaba esa moneda cualquiera en una moneda más personal.

Una con una valoración distinta.

Ni mayor ni menor, pero una valoración propia, me refiero.

Con todo, aclaro que no había que recibir esa nueva moneda.

Podías dejarla ir, me refiero, pues su valor ya había quedado agregado.

Nunca me enfermé, por cierto, haciendo esto.

Tampoco es que lo recomiende, en todo caso.

martes, 22 de octubre de 2024

Tan hueón como cualquiera.


I.

-William Blake era tan hueón como cualquiera, -me dijo-. Tan hueón como cualquiera o incluso un poco más.

Lo miré a los ojos para ver si bromeaba, pero descubrí en cambio que hablaba en serio.

-¿De qué William Blake hablas? -pregunté entonces, pensando que tal vez estaría confundido.

-De cualquier William Blake -me contestó-. Todo William Blake es simplemente un hueón llamado William Blake.

-Ya -dije yo, para no discutir.

Él se rio.

-Creo que lo tomas demasiado en serio -me dijo-. William Blake es simplemente un hueón más. Deberías repetírtelo hasta que te convenzas. Un día vas a entenderlo y me darás las gracias.



II.

Uno más, William Blake.

Intenté repetírmelo varias veces, aunque omitiendo la palabra “hueón”, para no ofender.

William Blake es otro de tantos.

Otro de nosotros… me decía.

No sé cuantas veces me lo repetí, pero luego perdí el sentido de hacerlo.

El sentido de repetirme cualquier cosa, en realidad.



III.

Creo que los que derrochan sus propios bienes estaban en el infierno, junto a los suicidas.

Así lo recuerdo al menos, mientras miro algunos de los dibujos de William Blake.

Unos tipos parecen huir de unos perros, en el dibujo, mientras unas arpías están sentadas sobre unas ramas.

Un hueón como cualquier otro, me digo, mientras observo aquel dibujo.

Todo ocurre siempre de esa forma.

lunes, 21 de octubre de 2024

Un estetoscopio.


Lo que me regalaron esa vez fue un estetoscopio.

Uno de plástico, muy sencillo, que ni siquiera se podía ajustar muy bien.

Así y todo, recuerdo haberlo ocupado durante largo tiempo.

Entre mis cuatro y mis siete años, calculo.

No se lo decía a nadie, pero según yo, con él se podía escuchar el corazón de las cosas.

Suena más poético de lo que era, por cierto.

A lo que me refiero únicamente es que apoyaba el estetoscopio en las cosas y oía una especie de tic-tac.

Y no me refiero a apoyarlo sobre un reloj, por supuesto, sino a hacerlo contra sillas, mesas y otros objetos poco especiales.

Nunca se lo revelé a nadie salvo a una prima que una vez me visitó.

Ella era un poco mayor, y aunque jugó conmigo, no logró escuchar nada.

Así y todo yo la culpé a ella y seguí creyendo ciegamente en lo que oía.

No es que creyese que las cosas estaban realmente vivas, pero al menos creía que podían tener algo dormido dentro.

Y ese algo emitía, sin duda, una ligera pulsación.

Tiempo después llevé el estetoscopio al colegio para prestárselo a una chica que me gustaba.

Iba a ser, creía, una especie de secreto.

Sin embargo, cuando se lo fui a enseñar me sentí absurdo y comprendí que todo eran inventos míos.

No mentiras, ciertamente, pero en el mejor de los casos eran realidades fruto de mi imaginación.

Fue así como, esa misma tarde, guardé el estetoscopio en una caja en que dejaba los juguetes que ya no usaba.

Era una caja pequeña, sin duda.

Mi madre se la regaló poco después a unos vecinos que tenían menos dinero que nosotros.

Y el mundo se volvió más silencioso, desde entonces.

domingo, 20 de octubre de 2024

No da para tanto.


Me ocurre desde hace un tiempo, solamente.

Me refiero a que antes no era así.

De hecho, nunca en mi vida me había ocurrido algo siquiera similar.

Lo que me ocurre, por cierto, es que al comer pollo, le siento sabor a pescado.

No a pescado malo, aclaro, sino que siento como si la carne de pollo fuese carne de pescado.

El sabor de la carne, no la textura.

Eso es lo que percibo, al menos.

Sé que suena estúpido, pero me ocurre así.

Es como una especie de daltonismo, supongo, pero de sabores.

Cuando se lo conté a mis amigos ellos rieron.

Y hasta me pidieron especificar qué tipo de pescado era el que percibía.

Entonces confesé que no estaba seguro, pero para dejarlos tranquilos dije reineta.

A los pocos días uno de ellos llegó con una porción de reineta cocinada al vapor.

Me dijo que la probara.

Y claro, yo comí un poco y de inmediato le sentí sabor a pollo.

Volvieron a reír, pero poco después me acusaron de burlarme de ellos.

De hecho, hubo uno que se molestó tanto que hasta me lanzó un golpe.

Según me cuentan yo tropecé, al esquivar el golpe, y me golpeé la cabeza contra el suelo.

Luego quedé así, inconsciente, por varios días.

Más adelante, desperté en el hospital.

Un familiar que vino me dijo que quedé distinto, y que hasta hablaba de una forma extraña.

Yo no supe qué decirle.

Ya en casa, comencé a dedicarle horas a pensar qué era lo grave de confundir el sabor del pollo con el del pescado.

Y llegué a la conclusión, finalmente, que no tenía ninguna gravedad.

Se cambió un recuerdo por otro, simplemente.

Eso fue lo que ocurrió.

No da para tanto.

sábado, 19 de octubre de 2024

"Ha comezado a nevar".


I.

Tenía una única línea que decir en aquella obra.

“Ha comenzado a nevar”, debía decir, en un momento dado.

Los demás tenían largos parlamentos y yo debía estar atento para mi única participación.

Me preocupaba ante todo el volumen y el tono que debía desarrollar mi voz.

Salió bien, en todo caso, en todos los ensayos.

Incluso me felicitaron, un par de veces, por lo acertado de mi participación.

Lamentablemente, olvidé de decirlo cuando la obra realmente estuvo en escena.

Era el estreno y la sala estaba llena, por cierto.

Cuando ocurrió, sentí que los otros me miraron, pero lo cierto es que me distraje y no identifiqué la situación.

Para enmendarlo, esperé a que todos terminaran de hablar y dije simplemente:

“Ha comenzado a nevar hace mucho”.

“Estoy seguro que ya lo sabíais”.

Luego se cerró el telón.



II.

Contrariamente a mis temores, mi intervención resultó ser un éxito.

Incluso, desde la segunda función, me pidieron repetir aquella frase, para cerrar la obra.

Poco después, agregaron un truco con la iluminación, para simular que comenzaba a nevar, mientras se cerraba el telón.

Yo pensé que era un error, por cierto, pues debía haber comenzado a nevar hacía mucho, según lo que yo mismo decía.

De igual forma no lo dije.

Es simplemente un juego de palabras, elegí pensar.

Después de todo afuera, concluí, no nevaba en lo absoluto.

viernes, 18 de octubre de 2024

Nadie muere la víspera de algo.


Nadie muere la víspera de algo.

Nos engañamos con eso, como con todo.

Me refiero a que llueve cuando debe llover, y nada más.

Alegar, en este sentido, siempre resulta ser en vano.

El gato del vecino, por ejemplo, apareció con un ojo menos y nadie supo cómo.

Hubo lamentos y reclamos, pero ante aquello no se podía hacer más.

Ni el mismo gato, de haber podido, habría contado algo.

Él simplemente, de haber podido, nos habría mirado y habría dicho:

Nadie muere la víspera de algo.

Y claro, es probable que un perro, para complementar, agregase entonces:

Nada muere la víspera de alguien.

Así, todo quedaría reducido a una verdad y un absurdo.

Y solo alguien muy sabio habría podido darse cuenta que se traba simplemente de una y la misma cosa.

Así hay que entenderlo, me refiero, y así hay que decirlo:

Nadie muere la víspera de algo.

De hecho, es prácticamente cierto que no debiésemos ya, hablar de vísperas.

Puedes fingir que no comprendes, pero sé que se sabes.

Igualmente estás en tu derecho.

Me refiero a que ella sabía, sin duda, que ese era el momento.

Duele decirlo, pero es cierto.

Sé que duele bastante.

Nadie muere la víspera de algo.

jueves, 17 de octubre de 2024

¿La misma luz?


I.

No se enciende la misma luz en distintas partes de la casa.

No se enciende la misma, aclaro, aunque ocupes el mismo dispositivo, en distintas habitaciones.

De hecho, ni siquiera se enciende la misma luz en la misma habitación tras apretar el interruptor varias veces seguidas.

Y no pienses en Heráclito ni en el sujeto que observa o aprieta el interruptor.

No hay secreto alguno en lo que te digo.

Es un hecho, simplemente.

Nada hay para objetar.



II.

No es eso, me dicen.

Lo que pasa es que eres ingenuo y no te das cuenta.

De hecho, todo ocurre exactamente al revés.

Si la casa está a oscuras no aparece la misma casa cuando apagas y luego vuelves a encender la luz.

Es decir, lo que no es lo mismo es el espacio iluminado.

La habitación no es la misma y en el fondo poco importa.

Lo importante en todo esto es que el único eterno eres tú.

Y a veces no lo sabes.



III.

Con un dedo en el interruptor pienso en lo que ocurre.

Y es extraño, pero por un momento siento como si el interruptor fuese el dedo que presiona mi dedo que pasa entonces a ser el interruptor.

Poco después, simplemente, ocurre que me enciendo y luego me apago.

Y claro, es entonces cuando descubro que sé algo, que debo aprender a no olvidar.

miércoles, 16 de octubre de 2024

Moscas.


Una mosca vuela por la habitación y se detiene sobre una superficie. Poco después, otra mosca vuela también y se posa sobre la otra. Ocurre lo mismo varias veces hasta que hay una columna de ocho moscas. Es tan extraño que no sé qué hacer. Mientras decido, me acerco a mirarlas y descubre que no huyen. Están quietas, aunque vibran un poquito. Lo suficiente para demostrar que están vivas, nada más. La de más arriba se ve despreocupada. Al parecer sabe que es la última y que ya no vendrá otra a posarse sobre ella. Me da la impresión incluso que está sonriendo. No tengo cómo demostrarlo, pero esa impresión me da. La de más abajo, en cambio se ve complicada. No es que esté totalmente aplastada bajo el peso de las otras, pero se nota al menos que carga con un peso. No podría irse de pronto, me refiero, si así lo decidiera. Me refiero a que no podría simplemente aletear y levantar el vuelo. De hecho, tras observarla con detenimiento me fijo que sus patas parecen temblar un poco. Mitad por el peso y mitad por mantener el equilibrio, me parece. Mientras busco mi celular para tomarles una foto escucho un ligero zumbido y descubro que la de más arriba a volado. Segundos después, ocurre lo mismo con cada una de las otras. Así, para cuando logro enfocar la imagen solo queda la mosca de más abajo. La de más abajo que ahora -como es la única-, es al mismo tiempo la de más arriba. Solo entonces saco la foto y casi de inmediato aquella mosca se aleja también del lugar. Nada extraordinario, por cierto, vuelve a ocurrir aquel día. De todas formas, me digo, con de las moscas basta. No debiese pedir más.

martes, 15 de octubre de 2024

El pequeño final de algo.


Volvió tres veces, pero olvidó para qué. Lo hizo con determinación e ímpetu, pero lo cierto es que le faltó memoria. Sabía que se trataba de algo importante, sin duda, pero por más que se esforzó no logró recordarlo. Por eso, luego del segundo intento, le recomendaron que lo anotara en algún sitio. Para leerlo si regresaba de nuevo y entonces poder recordarlo. Así, tras volver por tercera vez y volver a olvidarlo, le preguntaron si lo había anotado. Él hizo un esfuerzo y le pareció recordar que sí, aunque se le escapaba dónde estaba lo que había escrito. Parecía nervioso y molesto, mientras buscaba. Al ver su desesperación algunos sintieron lástima y lo ayudaron en su búsqueda. Revisaron su bolso, su billetera y hasta le ayudaron a quitarse parte de su vestuario. Finalmente encontraron un papel doblado al interior de su zapato izquierdo. Apenas lo vio, él recordó haber escrito ahí el propósito del regreso. Lo abrió y lo miró atentamente. Los otros estaban expectantes. De cierta forma aliviados, aunque ciertamente había algunos bastante inquietos. Notaron entonces que él inclinaba un poco el papel y lo observaba desde distintos ángulos. Todo indicaba que no entendía bien lo que había escrito. Luego de unos segundos, el hombre guardó nuevamente el papel y miró a los otros, que esperaban la revelación de algo. No de un gran misterio, necesariamente, ni mucho menos de algo trascendente. Pero esperaban al menos una acción que sirviese como el pequeño final de algo. Fue entonces que el hombre los miró fijamente y parecía que en cualquier momento comenzaría a hablarles. Antes de hacerlo, sin embargo, los distrajo una luz, en el cielo. Luego se escuchó un trueno y vieron caer algunos rayos. No era, por cierto, el final que esperaban, pero fue lo que obtuvieron. Nadie -salvo uno-, pareció quejarse.

lunes, 14 de octubre de 2024

Un buen lugar.


I.

Llegó al conserje a golpear mi puerta para recordarme que no se podían tener mascotas. Yo le abrí y le dije que no era necesario, que lo recordaba muy bien y que llevaba viviendo en aquel departamento casi un año y no tenía ni pensaba tener mascota alguna.

-De todas formas, lamento informarle que debe deshacerse de su mascota -me dijo, entregándome un papel-. Tiene diez días hábiles para hacerlo.

-¿Qué es esto? -pregunté.

-Una notificación y el escrito legal con las normas del edificio -me aclaró-. Firme aquí.

-Espere -me defendí-. Ya le he dicho que no tengo mascota alguna.

-Tenemos tres denuncias contra usted por tenencia de mascotas -me dijo, mostrándome unas firmas y unos nombres-, son de tres propietarios distintos que han visto a su mascota asomada a la ventana.

Tomé el papel. Lo leí. Era cierto, aparecía el nombre de los vecinos y el número de sus departamentos.

-Si no firma se cursará una multa especial -señaló.

Yo firmé.


II.

Esa misma tarde comencé a visitar a los vecinos que habían declarado en mi contra.

No conocía a ninguno, aunque recordaba habérmelos cruzado de vez en cuando, en el ascensor.

-Vi claramente por la ventana a su gato -dijo uno.

-Incluso cuando lo miré su perro me ladró -acusó otro.

-Vi claramente a su iguana que se había asomado a tomar el sol -señaló el último.

Fui donde el conserje a informar sobre mis averiguaciones.

-Entonces son tres mascotas -señaló el conserje, profundamente matemático.

-¿Y eso no sirve para desestimar la acusación -pregunté.

-No -dijo el conserje-. Lo importante aquí es que todas coinciden en haber visto la mascota asomada a la misma ventana. Y esa ventana pertenece al departamento que usted ocupa. Es la pequeña, que da al estacionamiento.

-Yo no tengo una ventana que dé haca el estacionamiento -alegué.

-Claro que sí, es la del cuarto-bodega pequeño, a un costado del baño.

Sin reclamar más, subí a comprobar.


III.

Era cierto.

Vivía ahí hacía once meses y la puerta permaneció siempre tapada por un mueble metálico, de repisas.

Tras correrlo observé la puerta, que tenía una pequeña manilla.

Entré.

Era un cuarto pequeño, relativamente oscuro, con una ventana de unos cuarenta o cincuenta centímetros, que efectivamente daba al estacionamiento.

De todas formas, comprobé que se encontraba vacío.

Apenas había en él un par de cajas con artículos viejos. Adornos de navidad y cosas desechables para cumpleaños.

Nada más.


IV.

Volví a informarle al conserje.

Él tomó nota.

Le dije que podía ir a revisar, incluso, pero él explicó que no era ese el procedimiento.

-¿Y entonces usted cree que estoy mintiendo? -reclamé.

-Todos mentimos -dijo el conserje-, pero acá el problema es otro.

Como no valía la pena seguir discutiendo, decidí marcharme.

Lo tomé como una señal para no renovar el contrato e irme al final del próximo mes, cuando cumpliese el año.

Después de todo el documento señalaba que tenía diez días hábiles y al final, en letra chica, descubrí que podía solicitar una prórroga de diez días más.

Calculé, considerando festivos, que con eso tenía de sobra.

Cuando volví a entrar al departamento fui hasta el cuarto recién descubierto y entré en él. Estaba fresco y no tenía mal olor. Concluí que era, en definitiva, un buen lugar.

Y todos, esta vez, estuvimos de acuerdo.

domingo, 13 de octubre de 2024

Tres mochilas.


I.

En mi primer año como profesor le dije a un alumno que se sacara la mochila. Se lo repetí incluso un par de veces tras ver que no se la quitaba para sentarse en su banco. Fue entonces que el estudiante levantó la vista y me miró directamente sin decir nada. No fue una mirada desafiante, en todo caso, pues yo se lo había dicho más como una recomendación que como una orden. Creo recordar que se volteó un poco, para mostrarme. Al final, resultó que era jorobado.


II.

En el colegio en que trabaja un amigo, por otro lado, él me contó que encontraron tres cabezas de gato en la mochila de un alumno. Según lo que el mismo chico confesó pretendía echárselas en la mochila a una chica que lo había engañado. Lo descubrieron porque se comportaba extraño y parecía proteger demasiado su mochila. Según entiendo llamaron a la policía para que lo revisara pues supusieron que llevaba drogas o algún tipo de arma. Tras detenerlo e interrogarlo pudieron entender toda la historia. O casi toda, en realidad, pues no supieron nada de los cuerpos de los gatos.

III.

Hace un par de semanas -a fines de septiembre para ser más exacto-, me intentó asaltar un tipo jorobado. Sacó un arma y me dijo que le entregara todo lo que llevaba. Como ni siquiera llevaba celular el tipo terminó llevándose mi mochila que no tenía prácticamente nada. Una botella con agua mineral, unas cuantas hojas impresas y un libro (no muy bueno) de Doris Lessing.

No lo miré con detenimiento, pero cuando comencé a alejarme pensé que tal vez se trataba de mi exalumno. Sé que no tenía argumento alguno -salvo la joroba-, pero con vergüenza confieso que eso fue lo que pensé.

Sobre el techo de mi casa, al llegar, poco después, me pareció ver caminar tres gatos sin cabeza.

sábado, 12 de octubre de 2024

Una máscara antigás.


En aquel entonces me compré una máscara antigás. Se la compré a un viejito que la vendía en un puesto agregado, al final de una feria, junto a una lámpara antigua, algún cenicero y un par de chaquetas viejas.

-Apenas tiene un par de usos -me dijo, cuando me vio observarla-. Está como nueva.

Entonces yo tomé la máscara y la examiné un poco. Observé sus correas, las partes metálicas u hasta la moví un poco para sentir su peso.

De todas formas, como nunca había visto una de cerca no sabía muy bien qué revisar.

Entonces, el viejito que la vendía me la pidió para enseñarme cómo se utilizaba, de donde debía ajustarse y hasta dar una advertencia.

-Tiene que doler un poco cuando se la ponga -me dijo-, que se sienta la presión, de otra forma no va a servir de nada.

Luego, como me propuso un precio módico terminé comprándola, sin pensar demasiado qué haría con ella.

-Guárdela en un lugar seco -me dijo, finalmente-, en una bolsa de papel o envuelta en tela. Y téngala siempre a mano.

Yo asentí sin tomarlo mucho en cuenta.

De hecho, debo reconocer que ni siquiera caí en cuenta en lo que dijo acerca que la había usado un par de veces.

Me sentí un poco culpable, debo reconocerlo, tanto por haber obviado su historia como por haber comprado, en principio, un objeto capaz de salvar mi vida, pero no la de mis semejantes.

Igual la guardé, por si acaso, tal como me fue recomendado.

Al igual que el hombre que me la vendió, me es posible decir hoy, que apenas la he usado un par de veces.

Aunque en esta oportunidad, aclaro, no se encuentra en venta.

viernes, 11 de octubre de 2024

¿Alguien conoce un detective?


Tengo un amigo que es detective. No de esos de institución, sino un detective privado. Suena genial, probablemente, pero lo cierto es que su trabajo no tiene mucho de especial. De hecho, ni siquiera puede decirse que es realmente un trabajo, pues no le encargan ninguno hace ya varios meses.

Puedo asegurar esto porque parte de un grupo de WhatsApp y cada cierto tiempo nos pedía que lo ayudemos a buscar trabajo. Que lo recomendemos a alguien que sospeche de infidelidad o algo por el estilo. A veces hasta diseñaba publicidad y nos pedía que la difundiéramos.

También -aunque esto no lo ha dicho por el grupo sino de forma privada-, nos ha pedido ayuda económica a varios de nosotros, contándonos de algunos de sus problemas.

Nosotros, si bien lo hemos apoyado, terminamos siempre por recomendarle que se consiga otro trabajo.

-Si un detective busca trabajo y no lo encuentra -le decimos bromeando-, ósea, si no es capaz siquiera de rastrear hasta dar con un empleo, quiere decir que es un mal detective.

Al principio reía cuando lo molestábamos, pero hemos notado que en el último tiempo ya ni siquiera contesta.

Interviene muy de vez en cuando y hasta dejó de pedirnos que lo recomendáramos o le consiguiésemos algún caso.

-¿Acaso conseguiste otro trabajo? -le preguntamos hace un par de días.

Pero él no nos contestó.

Tampoco de forma individual, por cierto.

Esta mañana, de hecho, se salió del grupo y nos bloqueó a todos.

Un amigo en común que vivía cerca suyo nos contó que hace ya una semana había dejado su departamento.

Y nadie, en definitiva, sabe nada de él.

-Tal vez debamos buscarlo -propuso uno de nosotros.

-¿Alguien conoce un detective? -pregunté.

jueves, 10 de octubre de 2024

Preguntar por el camino de vuelta.


Antes de ir pregunto por el camino de vuelta. No lo hago de gusto ni como parte esencial de un cálculo, pero debo reconocer que averiguo sobre ello, antes de ir. No es que me asegure que el camino de regreso sea cómo o expedito, sino simplemente busco saber dónde está, saber cuál es. Como si preguntase más bien por una salida de emergencias.

Por supuesto, nunca hay emergencias. No hasta el momento, al menos. O no verdaderas emergencias, al menos, como para hablar detenidamente sobre ellas. Tampoco es que las espere y sea como esas personas que piensan en una eventual desgracia y quieren asegurare de estar cerca de una vía de escape. A mí me basta con saber dónde, digamos, y luego ya no hay más. No insisto con detalles ni mapas ni consejos ni nada en ese ámbito. No espero ni busco la emergencia.

Quería saber por dónde se regresa simplemente, les digo. No escondo nada más.

Así y todo, esto parece molestar a los otros. Apenas preguntas te miran con desconfianza y creen que hay dobles intenciones. Todo un plan tras una simple pregunta que luego buscan conocer y descubrir hasta que terminan por cansarme con todo eso.

Y claro, entonces sí me resulta útil la información solicitada y todo parece volver a quedar en orden. Ellos creyendo que confirman sus sospechas y yo creyendo que regreso al lugar de origen.

Todos erramos, por supuesto.

miércoles, 9 de octubre de 2024

Miento.


Miento.

Siempre miento.

Miento incluso cuando digo que miento.

Sobre todo,
cuando digo que miento.

Se acabará el mundo, de esta forma,
sin escuchar de mí,
una sola verdad.

Entre tanto, sin embargo,
poco pasa.

O más bien, envejezco.

A veces no lo noto, pero envejezco.

Eso es lo que pasa.

Antes, por ejemplo, no hubiese dicho que mentía.

No abiertamente, al menos.

Ni mucho menos
al comenzar.

Puede que incluso, en algún tiempo,
ni yo mismo supiese
(verdaderamente)
que mentía.

Así es como ocurre, después de todo.

Te lo advierten, pero no lo sabes
hasta que ocurre.

Es decir,
hasta que lo sabes
no lo sabes.

Suena estúpido, es cierto,
pero así sonamos los sabios.

Como una campanada a deshoras
sonamos los sabios.

Y no importa para quién,
pero sonamos.

Y en medio del sonido, por cierto,
la mentira.

Ya ves como todo se encuentra.

Los que parecen extremos, digamos,
se encuentran.

Yo una vez, por ejemplo,
fuera del agua
encontré una medusa.

En uno de mis bolsillos, de hecho,
fue donde la encontré.

Buscaba llaves y encontré una medusa.

¡¿Saben cuánto cuesta abrir un cerrojo con una medusa?!

Pues ella y yo lo sabemos, pero no lo vamos a decir.

Ni el cuánto ni el cómo vamos a decirlo.

O tal vez ya lo dije, porque recuerden que miento.

Siempre miento.

No se sientan mal si lo olvidaron.

¡Si hasta a mí se me olvida...!

Sonidos de los sabios, cómo envejecer, una medusa…

Ya ven que mentir no es tan fácil.

No es tan fácil, decía, mentir.

martes, 8 de octubre de 2024

Un sistema solar.


F. cuenta que tres veces, durante su vida escolar, le pidieron hacer una maqueta del sistema solar. Si bien en principio le fue muy difícil, para la última ocasión descubrió que vendían un set que incluía todos los materiales (sol, planetas, base, orbitas), e incluso traía las instrucciones para armarla rápidamente, sin ofrecer mayores dificultades.

Solo debía pintar los planetas y el sol según los colores que en el mismo set se sugerían.

Pidió a su padre que se la comprase y este no tuvo mayores inconvenientes.

Luego, siguiendo las indicaciones, pintó cada uno de los planetas y el sol con un conjunto de témperas que tenía en su casa.

Según recuerda, obtuvo la calificación más alta en ese trabajo.

Así y todo, ya de regreso a casa, descubrió que había intercambiado los planetas de Venus y Marte.

Lo supo pues las esferas tenían un número que indicaba su posición y que, al parecer, su profesor pasó por alto.

No se dio cuenta, se dijo en un principio, pero luego F. comenzó a pensar que su profesor en realidad no sabía lo que enseñaba.

Fue una conclusión tajante, pero llegó a ella tras largos razonamientos en los que incluyó una serie de otros momentos, en que había sospechado algo similar.

Horas después, antes de irse a dormir, llamó a su padre y le mostró el sistema solar que había hecho y le preguntó si veía todo en orden.

Su padre dudó por la pregunta, pero luego le dijo que sí, que todo estaba bien, que era un trabajo muy bien realizado.

Le dio un beso de buenas noches y le dijo que durmiera tranquila, que mañana sería un buen día.

Papá tampoco sabe, se dijo entonces F., antes de dormir.

Nadie sabe, realmente.

lunes, 7 de octubre de 2024

Cuentas.


M. dice que le gustaría trabajar contando cosas. Según él, es bueno para eso. Para concentrarse y no pensar nada más, me explica. Que le digan simplemente qué contar y luego no requeriría indicación alguna. Ni siquiera me interesa ascender, me dice. Y además, me conformo con un sueldo bajo, agrega. Según relata, ha practicado desde pequeño contando cosas de distinto tipo. Tangibles y no tangibles, me dice, para que lo agregue en su currículum. Autos, flores, piedras… da lo mismo si son cosas quietas o en movimiento. Siempre que vayan a una velocidad razonable puede hacerlo sin problemas, indica. Por otro lado, dice que le es fácil clasificar. Que determina rápido cuando de tipificar se trata. Por ejemplo, puede contar niños tristes y niños felices. No se hace problema con eso. Tal vez podría sugerir una observación general para determinar el borde entre una cosa y otra, pero luego no titubearía en lo más mínimo. Eso es lo que asegura, al menos. Asimismo, para respaldar esta apreciación, cuenta con un par de recomendaciones de empresas serias. Una tienda de vestuario para la que contó y clasificó tipos de personas y sus vestimentas, mayormente. También trabajó para una iglesia, aunque me pidió no comentar abiertamente sobre esto. Cómo sea, lo cierto es que ahora me pide ayuda para redactar un currículum. Y yo, como le debo un par de favores, lo hago. Cuando termino imprimimos de inmediato cuatro copias físicas. Otras las enviará en formato digital. En lo personal no espero que funcione, pero él se muestra esperanzado. Eso es lo importante, a fin de cuentas.

domingo, 6 de octubre de 2024

Nos buscamos donde no estamos.


El asunto es simple: nos buscamos donde no estamos.

Por eso no nos encontramos.

Esto si nos buscamos, por supuesto.

No digo con esto que no lo hagamos, aclaro.

No soy tan tajante.

Pero hay que reconocer que no se trata, al menos, de un proceso permanente.

Me refiero a que de vez en cuando, simplemente, nos acordamos de aquello.

De la importancia de aquello, me refiero.

Y es solo entonces cuando buscamos (o cuando pensamos en buscar al menos), como si fuese algo importante.

Nerviosos, inquietos y hasta a veces con algo de angustia.

Como si de alguna extraña forma ya supiésemos que es tarde.

Además., buscamos sin saber muy bien dónde.

Sin saber dónde y cayendo siempre, por si fuese poco, en el mismo error:

Buscarnos lejos de nosotros mismos.

Es extraño, si lo piensas, pero eso es lo que hacemos.

Buscarnos lejos.

Como si nos hubiésemos dejado olvidados en otro sitio.

O estuviésemos varados en uno al que todavía no hemos llegado.

De cualquier manera, el resultado de todo aquello no varía en lo absoluto.

No nos encontramos.

Y es entonces cuando otros quehaceres nos ayudan a olvidar aquel fracaso.

Y hasta nos convencen de que no se trata en lo absoluto, de una necesidad.

Y pensamos que es complejo, pero en el fondo no es complejo.

Ni en el fondo ni en la superficie resulta complejo.

Y es que el asunto es simple, como les decía en un inicio.

Pueden buscarlo, de hecho, si quieren saber a qué me refiero.

Yo, al menos, no me pienso repetir.

sábado, 5 de octubre de 2024

Ella veía un niño.


De vez en cuando ella acostumbraba decir que veía un niño.

Un bebé, al parecer, que podía estar durmiendo, despierto o haciendo alguna cosa sin importancia.

Lo comentaba así, de improviso, sin que viniera a cuento y sin darle mayor importancia.

“Parece que se durmió”, decía de pronto, mirando hacia un costado.

O: “ahora está concentrado mirándose una mano”.

Cosas así nos decía, sin profundizar, como una observación rápida, antes de volver a estar plenamente con nosotros.

Completamente en el mundo real, decíamos, cuando hablábamos del asunto.

No lo hablábamos con ella, por cierto.

O al menos dejamos de hacerlo cuando comprendimos que lo decía en serio.

Y es que, al menos en un principio, elegimos pensar que bromeaba.

No se reía, no nos producía gracia, pero igualmente era más fácil clasificarlo como una broma.

Poco a poco, sin embargo, comenzamos a preocuparnos.

“Está fingiendo que duerme”, comentó una vez.

“Intenta no crecer, pero ya no puede evitarlo”, señaló en otra.

En este sentido, las acciones que describía comenzaron a parecernos más extrañas.

Y el tono con que las decía dejaba traslucir cierta preocupación, o temor incluso.

Por esto, decidimos que era mejor hablarlo con ella directamente y me tocó hacerlo a mí.

Y es que decían que yo, supuestamente, era el más cercano con ella.

Fue entonces que un día nos juntamos a solas y luego de un largo preámbulo le dije que quería hablar con ella seriamente.

“Dice que se va a ir contigo”, me dijo antes de comenzar a hablar.

“Ya ha aprendido a hacer daño”.

La observé mientras ella hablaba.

Nos miramos fijamente y noté que le brillaban los ojos.

Estaba tensa, y era como si me rogase no hablar sobre aquello.

Decidí, por lo mismo, evitar el tema.

Cuando nos separamos ella se acercó y me dijo al oído:

“Disculpa”.

Luego, lentamente, me fui del lugar.

Me pareció que no iba solo.

viernes, 4 de octubre de 2024

Cuatro de Octubre.


Era un tocadiscos viejo. De esos para discos de vinilo. Se quedaba largo rato observándolos, mientras giraban. No sé bien por qué razón, pero lo cierto es que podía anticipar el tipo de sonido que vendría. No por conocer la música desde antes, sino por la observación de los surcos. Yo no le creí en principio, pero luego me hizo observar y algo -un poco al menos-, comprendí.

Por entonces debe haber tenido apenas cinco años. Resultaba extraño, pero mientras yo lo observaba ver girar el disco, no parecía que estuviese además escuchando algo. O no disfrutándolo, al menos. No compenetrándose con la música, me refiero. Pero claro, esa era la impresión que me hacía por entonces. Como si estuviese descomponiendo al momento de escuchar, y su forma de entender fuese justamente a partir de esta segmentación, y no de una comprensión que podría llamar global, o más abarcadora.

Tiempo me tomó, por cierto, confiar en su forma de comprender. Tal vez por miedo, supongo, a que me dividiese a mí también en un montón de pequeños actos, y no resultase, de esa forma, “bien comprendido”.

-Acá la aguja va a saltar, papá -me dijo una vez, mientras observaba un disco.

Me pareció emocionado de ver saltar el disco, aunque la música se cortase o se repitiese de esa forma.

-¿Cambiamos el disco? -le pregunté, luego de un rato.

Él con un gesto me hizo entender que no, que estaba bien así.

-Además nunca es igual el salto -me explicó-, puede que retroceda, pero también puede que avance y todo termine bien de igual forma…

Yo seguí entonces observándolo y él también observando el disco.

Su voz, sin embargo, es la única música que recuerdo.

jueves, 3 de octubre de 2024

Una extraña atracción.


La atracción era, en resumen, una casa normal, solo que según lo que quisieras hacer en ella te cobraban una cifra distinta. De todas formas, como no existía un listado de precios, le pregunté al encargado que era lo más solicitado.

-No manejamos ese tipo de estadísticas -me dijo-, y aunque lo hiciéramos tampoco podría contarle, pero para que se haga una idea le diré que ese camión que ve ahí fuera acaba de dejarnos seis cajas repletas de platos.

-¿Platos? -pregunté- ¿platos para qué?

-Pues le diré a modo de confidencia -dijo ahora bajando la voz-, que hay muchas personas que pagan por romper platos dentro de la casa…

Lo miré extrañado.

-Ya sabe… -continuó-. Arrojarlos, estrellarlos contra el piso, o las paredes… Arrojar platos, como en las discusiones de antaño, en las películas.

-¿Pero los arrojan a alguien…? ¿O entran varios y se los arrojan entre ellos?

-Nada de eso -continuó, sonriendo-. Recuerde que solo se puede ingresar individualmente, luego de haber firmado una serie de permisos, seguros y contratos como los que tiene frente a usted.

Miré uno de ellos.

Mientras lo hacía él siguió explicando.

-Todo puede resumirse en la prohibición de autolesiones y de grabar nada en el interior -dijo-. El compromiso es que ni los que entran pueden grabar nada ni nosotros tampoco. Todo lo que ocurre al interior de la casa queda resguardado al interior de ella.

-Pero entonces -lo interrumpí-. Yo podría decir que quiero hacer algo en la casa… algo económico, por ejemplo, y luego hacer otra cosa que supondría un gasto mucho mayor…

-Hmm… puede ser -aceptó-, pero digamos que esto, como la mayoría de las cosas en la vida, se basan simplemente en la confianza.

Yo asentí, mientras volvía a mirar los papeles frente a mí.

Poco después llené mi solicitud y se la extendí.

Él la revisó.

-Debe firmar aquí si está de acuerdo -me indicó luego de escribir una cifra.

Yo hice unas cuentas, luego de observarla, y firmé.

Justo donde el hombre había dicho.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Nombra.


Nombra a tres personas vivas que te recuerden de niño. Que te recuerden y hayan comprendido, más o menos, como eras en esa época. Tres personas que recuerden aquello con afecto, además, y que de cierta forma sigan viendo a ese niño cuando te observan ahora, con tantos años de distancia.

¿No hay tres? Pues entonces que sean dos. Dos al menos, que tengan acceso a esos recuerdos. Incluso con algo de ayuda, si quieres, tras ver alguna foto vieja o conversar con otros sobre alguna anécdota de antaño…

¿Tampoco hay dos? Pues entonces uno, digamos. Uno al menos, para que aquello no se pierda. Para que no seas solo lo que eres ahora y nada más.

Por supuesto, no se trata de decir que hay algo malo en lo que eres ahora. Pero si piensas que eres lo que eres ahora estarás pensando en ti como algo incompleto, al menos. Dejando de lado una parte importante que, de una forma u otra, llevas todavía encima. O dentro.

¿Y si no hay una, me preguntas? ¿Qué pasa si ya no hay nadie que recuerde aquello? Pues, si no hay siquiera una, la tarea es ciertamente más difícil. Más compleja, digamos, pero por sobre todo tuya. Necesariamente tuya. Mirarte a ti mismo por esos otros ojos y descubrir con ello no solo tu imagen, sino algo más. Algo distinto. Algo que tal vez no viste antes y que nunca agradeciste. Dale nombre a eso, al menos.

Dale nombre.

martes, 1 de octubre de 2024

Salir de esta ciudad en bote.


Salir de esta ciudad en bote.

No pregunten por qué, pero eso es lo que ansiaba.

Resulta extraño, pero me parecía en ese entonces la única forma en que podía, verdaderamente, salir de acá.

Sí, tenía que abandonarla en bote, me decía, una y otra vez.

Y claro, llegaban entonces las otras voces más sensatas, diciéndome que no se podía hacer eso que yo ansiaba.

Que no hay agua delimitando en parte alguna, los bordes de esta ciudad.

Apenas un riachuelo menor, pero que da vueltas dentro suyo.

Dentro de la ciudad, me refiero.

Un riachuelo tan escaso que era imposible navegarlo, incluso en un bote menor.

Así y todo, yo seguía con mi idea.

Y discutía con otros, sobre ella, acaloradamente.

Sin razones claras, es cierto, pero discutía.

Si quieres irte hay aviones, me decían.

Vehículos particulares, buses, trenes… y hasta me dieron un dato de globos aerostáticos.

Pero eso, pensaba yo, no implicaba necesariamente abandonar la ciudad.

No era una forma de salir definitivamente de ella.

Después de todo, pensaba, ya he intentado salir de esa forma otra vez y ya ven dónde estoy.

Y en qué estado.

Así que no… esta vez debía ser en bote.

O en una embarcación pequeña, al menos.

Sí… salir de esta ciudad en bote, repetía hasta el cansancio.

Y claro: entonces comprendí.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales