martes, 31 de diciembre de 2024

Una piedra sobre ti, cuando te olvidan.


Ponen una piedra sobre ti cuando te olvidan.

No una lápida, sino una piedra.

De hecho, la ponen sobre ti sin ser conscientes de ti,
sino pensando que colocan la piedra simplemente sobre el suelo.

Así, bajo las piedras, vamos apilándonos
hasta que perdemos la noción de quienes fuimos.

Si es que fuimos.




No es esto algo malo, sin embargo.

Incluso a mí, si me preguntan,
contesto sin dudarlo que prefiero que me olviden.

Bajo las piedras se está cómodo, además.

La tierra es menos seca y de vez en cuando te encuentras algún bicho.

Además, si das con una piedra más pequeña
tienes derecho a ponerla tú mismo sobre ti
sobre el pecho, por ejemplo,
o sobre la parte de ti que más estimes conveniente.




Ahora mismo, somos muchos los que estamos bajo piedras.

Somos indistintos, eso sí, bajo ellas,
por lo que no podría nombrar a nadie,
aunque quisiera.

Yo mismo, por ejemplo, apilado sobre mí,
he perdido la noción de quién he sido.

Así, la voz se filtra ente mis capas
y poco a poco acepta el extravío.

De esta forma perdemos nombres, años…
y hasta el grito con el tiempo parece fundirse con la piedra.

Si es que hay grito.

lunes, 30 de diciembre de 2024

Ese país.


I.
A mí por lo menos me asustaba ese país, me dijo. La gente, más que nada. No sé si has estado en uno similar, pero a mí al menos ese lugar me sorprendió. Podías andar horas por las calles y prácticamente no se veía a nadie hablar, y todos andaban de pijama. O sea, no sé si eran pijamas, exactamente, pero así me lo pareció a mí. Pijamas oscuros, más encima. O grises. Yo creo que todos debían tener el mismo sueño, vestidos de esa forma. Uniformados y lentos, diría incluso. Lo más vivo que encontrabas era un gato o un perro en alguna vereda o en un lugar solitario. Podías llamarlos al menos y reaccionaban, de cierta forma. Yo me fotografié con varios, de hecho. Son las únicas fotos que tengo de mi visita a aquel lugar.


II.
Me entrega las fotos. Son seis. Me explica que el ángulo de algunas es extraño porque debió apoyar la cámara en algún sitio y poner temporizador. Solo una de ellas, por lo mismo, está bien centrada. En esa foto ella está agachada junto a un gato, que mira también hacia la cámara. Tras ellos se ven unos cuantos escalones que sirven de entrada a un lugar que ella no recuerda. O al menos, eso es lo que me cuenta, cuando le pregunto.


III.
Al final estuve solo tres días, señala. Visité un pequeño castillo, una iglesia y el resto fue solo deambular por las calles. En resumen, no le recomiendo a nadie que vaya allá y menos sola. Es un lugar que no te cambia. Que no te aporta. Parece recordártelo incluso cuando lo abandonas o cuando te acuerdas de él, como ahora. No sé por qué mierda quieres ir tú, concluyó.

domingo, 29 de diciembre de 2024

Algo que no entiendo.


Vienes acá y dices algo que no entiendo.

Luego esperas un momento, sin decir palabra.

Estás inquieta, observo, como si la comprensión estuviese por llegar.

Si quieres puedo darte algún ejemplo, agregas.

Yo asiento.

Tú hablas entonces sobre un bosque.

O sobre niños perdidos en un bosque.

Lo cierto es que no comprendo bien de qué me hablas.

Es mi culpa, digo entonces.

No sé qué me ocurre, me disculpo, pero no logro comprender.

Tras decirlo, me reconozco pusilánime.

Me avergüenzo incluso de haberme rendido antes de tiempo.

Pero hoy, al menos, carezco de voluntad.

Ojos en los ojos, dice ella, entonces, como si pronunciase una sentencia.

Voluntad en la voluntad.

La observo mientras habla y me olvido de quién soy.

Ella se acerca.

Todo es borroso, de cierta forma.

Como una imagen desenfocada.

Las manos de las manos que se acarician a sí mismas, me digo, mientras envejezco.

Tal vez se reconozcan, dice ella, antes de acariciar.

sábado, 28 de diciembre de 2024

Brillan extraños, los ojos.


I.

Brillan extraños, los ojos.

Azules a veces y volcados hacia arriba.

Buscando algo, pareciera, aunque no sabemos qué.

Pequeños y brillantes como lagos pequeños y brillantes.

Uno como el otro y aunque extraños y distintos, siempre son tú.

Nada ajeno los distrae.

Cuando me ven, si hay suerte, sonríen.


II.

No saben tus ojos, lo que ven.

No distinguen, me refiero, las luces de las sombras.

Y está bien.

Existen de esa forma y se renuevan cada día.

Se cansan, es cierto, pero todos nos cansamos.

Tú descansas en ellos, sin embargo.

Ellos te sostienen entonces porque te saben pequeña.

No frágil, pero sí pequeña.

Si fueran bocas, tus ojos cantarían, pero no lo son.

Y de todas formas cantan.


III.

Brillan extraños, tus ojos.

Azules a veces y volteados hacia arriba.

No sé qué buscan, pero perece que eso hacen, en la altura.

No sé tampoco si reciben o dan luz.

Brillan sí, decía, como lagos pequeños y brillantes.

No conozco, por cierto, el fondo de esos lagos.

Uno como el otro y ambos llenos de agua fresca, que eres tú.

Otros creen que cambian de color, pero yo he visto el verdadero.

Así, simplemente, brillan tus ojos.

Así viven.

Manchados por las sombras de los pájaros.

viernes, 27 de diciembre de 2024

Volcanes apagados.


Vives en una tierra llena de volcanes apagados.

No es una cuestión que te determine, por supuesto, pero algo ha de significar.

Tampoco es que te obsesione hablar de aquello ni que busques una y otra vez volver al tema, pero admitamos al menos que eres consciente de ese hecho.

Y por lo mismo, es algo que -aunque lo intentes-, no puedes dejar pasar.

A veces piensas, por ejemplo, que llegaste tarde para ver vivos los volcanes.

O no para verlos, exactamente, pero de todas formas llegaste a destiempo y el lugar que habitas te parece entonces más muerto que dormido. Y eso te entristece.

Otras veces, en cambio, el asunto de los volcanes apagados es algo que te mantiene en alerta.

Como si el apagarse fuese un estado pasajero; una pausa en la que existes, casualmente, y que no está destinada a durar.

Extrañamente, esto no provoca en ti una mala sensación, sino más bien una pequeña alegría.

Y es algo cercano a la esperanza lo que nace cuando vislumbras en tu mente los volcanes encendidos, antes y después de ti.

No importa entonces que la tierra parezca muerta y apagada.

Solo es apariencia, te dices.

Y dejas de significar.

jueves, 26 de diciembre de 2024

Vinagre en vez de agua, la mayor parte del día.


Daba de beber vinagre a sus perros.

Eso lo recuerdo, aunque nunca supe por qué.

Vinagre en vez de agua, la mayor parte del día.

Con el tiempo nos enteramos que los hacía pelear y apostaba en esas ocasiones grandes sumas de dinero.

Llevaba años haciéndolo, al parecer.

Vivía en una casa pequeña, de madera, en el exterior de la ciudad.

En muy raras ocasiones coincidíamos con él en algún encuentro o reunión.

Una vez, en una de estas reuniones, le pregunté si era verdad lo de hacer pelear los perros y lo enfrenté por eso.

Él ni siquiera se inmutó.

Se mostraba seguro de no hacer nada incorrecto.

Me explicó que los perros no peleaban con otros perros, sino que los volvía una especie de equipo.

Peleaban contra otro tipo de animales, mayormente.

Son enfrentamientos justos, decía.

Hacía dos semanas, por ejemplo, tres de sus perros habían terminado por dar muerte a un caballo.

Así se ganan la vida, concluyó.

Mientras nos contaba aquello, por cierto, jugaba con una cuchilla en una de sus manos, cuestión que ayudó a que ganase la discusión.

Años después, cuando nos enteramos de su muerte, recordamos estas cosas.

Dejando de lado lo de los perros, podíamos incluso decir que se trataba de un buen tipo, nos dijimos.

No se quejaba del mundo y parecía satisfecho, concordamos.

Y como nunca pidió nada, dijo otro, obtuvo finalmente todo lo que quería.

miércoles, 25 de diciembre de 2024

El color que no se desvanece.


I.

¿El color que no se desvanece?

Pues sinceramente no sé cuál es.

Debe existir, por supuesto, no es que lo ponga en duda.

Pero de ahí a conocerlo hay un tramo que -debo admitirlo-, todavía no he transitado.

Además, si lo piensas, uno no podría asegurar que no se desvanece si no hasta el final.

Es decir, uno apenas podría asegurar que no lo vio desvanecerse.

Por lo mismo, el color ese sería un poco indistinto a otros.

Salvo que su tonalidad sea única y no admita matices.


II.

No sé si viene al caso, pero en el manuscrito de “El hombre menguante”, de Matheson, hay un final alternativo.

No es un final bien desarrollado ni escrito al detalle, pero la idea que lo estructura puede sintetizarse de la siguiente forma:

El hombre menguante descubre que en realidad no es él quien disminuye su tamaño, sino que el universo entero -todos los cuerpos y la materia que lo conforman, salvo él-, se expanden día a día.

Y esto, extrañamente, lo reconforta.


III.

¿El color que no se desvanece, decías?

Pues no sé.

Eso también ya te lo dije.

Igualmente, puedes seguir buscándolo.

Por mi parte, es algo que no necesito, aunque exista.

Me asusta, de hecho, que eso exista.

Después de todo, hasta la sangre deja de ser sangre, al abandonar el cuerpo.

Eso es lo que te digo, y ya está.

martes, 24 de diciembre de 2024

Niños fantasmas.


I.

Dentro de cada niño hay dos niños fantasmas.

Dentro de cada niño real, me refiero.

Ninguno de esos niños sabe bien quién es ni qué hace ahí, por lo que su existencia suele transformarse -al menos por momentos-, en una experiencia incómoda.

De todas formas, como no tienen alternativas, terminan acostumbrándose.

Así, al mismo tiempo que el niño real, los niños fantasmas van creciendo poco a poco.

Luego, tras llegar a adultos, se dice que los niños fantasmas desaparecen, simplemente, deshabitando al portador.

Muy pocos, de todas formas, se dan cuenta del fenómeno.


II.

No hablan entre ellos, los niños fantasmas.

Saben que hay otro, en el interior del niño real, pero por alguna razón que desconozco no se hablan.

Se observan, eso sí, y de alguna manera la forma de existir de uno afecta al otro.

El niño real, en tanto, sabe en principio que están dentro.

Pero no sabe, tampoco, quiénes son.


III.

Ocurre pocas veces, pero en ocasiones, el niño real cede su lugar a uno de los niños fantasma.

Sin darse cuenta lo hace, por supuesto, pero luego se deja estar.

Se habita entonces a sí mismo, desde dentro y no comprende, pero intuye.

A veces, incluso, logra dar con la verdad.

lunes, 23 de diciembre de 2024

Una noticia extraña.


Leo una noticia extraña.

Un grupo de cirujanos en Australia jugaban a un juego macabro.

Trabajaban en un pequeño hospital, en una ciudad prácticamente vacía, en medio del desierto.

Dos doctores, una enfermera y un paramédico, habrían participado del asunto.

El resumen es este:

Como tenían poco que hacer comenzaron a extirparse cosas.

Un médico cirujano al otro, por turnos.

Nunca se decían qué era lo extirpado, pero la idea era que fuesen cirugías sencillas y que no afectara mayormente el funcionamiento del otro doctor.

Al parecer pesaban lo que extraían y ese era el dato que determinaba, a fin de cuentas, el ganador de la competencia.

No servía descontar peso por grasas, sangre u otras cosas superfluas.

No se específica en la noticia, pero creo que contaban órganos o trozos de órganos únicamente.

Para supervisar esto -y ayudar en las operaciones-, participaron también la enfermera y el paramédico.

Por esto, también fueron formalizados, junto con los cirujanos, aunque ellos alegan que solo siguieron órdenes.

Al parecer, el delito por el que los acusan se relaciona más con el uso de recursos para las operaciones, que por las operaciones mismas.

Por lo mismo, es probable que ninguno de ellos termine en prisión y tras unos años de castigo puedan seguir ejerciendo.

Eso, por supuesto, si ninguno de los cirujanos presenta complicaciones de salud, a raíz de las operaciones.

Ninguna otra información, encuentro sobre aquel asunto.

domingo, 22 de diciembre de 2024

Cosas que nos llaman desde siempre.


I.

Ella dijo que era importante reconocer algunas cosas.

Cosas que en el fondo nos ayudan a comprender quiénes somos, decía.

No se trataba de enumerarlas ni de hacer grandes listados.

Pero lo esencial, según dijo, era reconocerlas.

Siempre que la vi, por cierto, la escuché hablar de aquello.

Y cada vez, repetía esto como si se tratase de una lección.

Y ese era, según recuerdo, el primer paso.


II.

Cosas que nos llaman desde siempre, explicó una vez.

Y como varios de nosotros no entendimos, comenzó a dar ejemplos.

Luego de entender, pensé en mi propio caso.

Y reconocí que había impulsos, pero no necesariamente cosas, al final de un camino.

Esta frase es cursi, ciertamente, pero la señalo porque fue la forma de referirse a aquello en ese entonces.

Reconocer las cosas que te llamaban, decía, y reconocer luego el camino que te llevaba hasta ellas.

O construir, si era necesario, aquel camino.


III.

Años después un amigo en común contó que ella estaba trabajando en un crucero.

Llevaba tres años, al parecer, y le pagaban simplemente por “darle charla” a otros pasajeros.

Cosas como comprender quiénes somos y, probablemente, sobre reconocer aquello que nos llama desde siempre.

Pura mierda, a fin de cuentas, comentó nuestro amigo en común.

Yo, en tanto, preferí guardarme mi opinión.

Por si acaso.

sábado, 21 de diciembre de 2024

En una fábrica de pelucas.


Me quedé a dormir, en Lisboa, en una fábrica de pelucas.

Era la segunda vez que iba y me hice amigo de un grupo, que solía reunirse en la bodega del lugar.

La madre de uno de ellos trabajaba en la fábrica y él le robaba las llaves.

Era una fábrica pequeña, por cierto, y la bodega estaba prácticamente vacía.

Apenas unas cajas apiladas, aparentemente hacía meses.

Estaban a un costado, algo lejos de la mesa y las sillas en las que nos habíamos sentado, para hablar.

Esas son devoluciones, me explicaron.

Artículos dañados, mayormente.

O aquellas que no cumplían con las normas de calidad.

Como una de las cajas estaba abierta nos atrevimos a mirar algunas.

La mayoría eran cabelleras largas, de mujer.

El pelo en ellas se notaba seco, pero suave.

Todas son de pelo natural dijo alguien, entonces. Por eso se conservan de esa forma.

A veces iba gente a vender su propio cabello, explicaron, pero se decía que también algunas se obtenían de una forma más oscura.

Ninguno de ellos, por cierto, explicó a qué se referían con eso.

De hecho, cambiaron el tono en el que hablaban, cuando tocaron aquel tema.

Por otro lado yo, que había decidido dormir sobre ellas, tampoco quise preguntar.

viernes, 20 de diciembre de 2024

Anotó en un cuaderno las frases que él no dijo.


Anotó en un cuaderno las frases que él no dijo.

O eso, al menos, fue lo que me explicó.

A veces se adelantó y tuvo que borrar algunas, con el tiempo.

Luego de que fueran dichas, me refiero.

Contó esto una noche, luego de estar bebiendo toda una tarde.

Yo no le creí, en ese instante, pero más adelante me explicó el procedimiento.

Incluso me mostró el cuaderno en cuestión.

Ella lo sacó de un bolso y lo puso frente a mí, sobre una mesa.

Era un cuaderno normal, con espirales, supongo que de cien hojas.

Todas, inclusive la parte interior de las tapas, estaban llenas de frases.

Con letra pequeña, amontonadas y separadas apenas por un signo apenas descifrable.

Unas cuantas tenían fechas, lo que me pareció todavía más absurdo.

Son las fechas en las que me di cuenta que él no las dijo, me explicó ella.

O cuando creí comprender que no las iba a decir nunca.

Miré varias, al pasar.

Así, sin siquiera detenerme en ellas, encontré también unas cuantas frases tachadas.

No muchas, en realidad.

Mientras leía algunas, pensaba si yo, alguna vez, había dicho o no algunas de esas palabras.

Probablemente no, debí admitir, luego de leer varias.

“La esperanza llegó sola”, fue la última que leí, antes de devolver el cuaderno.

Ella, visiblemente orgullosa, tomó entonces el cuaderno y lo guardó nuevamente en su bolso.

jueves, 19 de diciembre de 2024

Prendemos el fuego y luego lo apagamos.



Prendemos el fuego y luego lo apagamos. Eso es lo que hacemos. Tanto lo hacemos, de hecho, que a veces pienso que prendemos el fuego solo para apagarlo. De vez en cuando, por supuesto, hay alguien que lo enciende y no lo apaga. Voluntariamente, me refiero. Entonces, el fuego queda encendido, aunque olvidado. A veces no pasa nada con esto, pero de vez en cuando el fuego crece y después se descontrola. Y es entonces cuando alguien (no necesariamente aquel que voluntariamente no apagó el fuego) contempla lo que ocurre y se atreve a pensar que, probablemente, el fuego sea lo correcto. No en sí mismo, en todo caso, ni tampoco por lo que destruye o abrasa, sino porque apagarlo es, de cierta forma, un simple aplazamiento. Muchos lo sospechan, ciertamente, pero temen decirlo en voz alta pues pensarlo incluso genera una inquietud que no parece sana. Y esa inquietud, aunque tenga voz, quema un poco, también, y nos espanta. La escuchamos, entonces, pero no comprendemos lo que dice. Aunque queramos entenderlo no lo hacemos. Así, a fin de cuentas, volvemos otra vez a encender y apagar el fuego. Eso es lo que hacemos y es triste, de cierta forma, pues las sospechas que surgieron terminarán finalmente por ser ciertas. Y alguien reirá entonces y dirá que es tarde. Que es tarde, sin duda, pero que ya no importa.

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Revisas tus posibilidades.


Revisas tus posibilidades. Varias veces, las revisas. No es cobardía, me dices, dando forma a una defensa. Pero yo no te ataco. O no te ataco al menos por revisar tus posibilidades. Eso lo entiendo, te digo. Lo valoro, incluso, hasta cierto punto. Entonces tú me miras como si no creyeras. Como si mis palabras también debiesen ser revisadas. Puedes hacerlo, claro, pero déjame decirte que eso es algo que no aporta. Estás en tu derecho, pero es innecesario. En ninguna instancia eso aporta. Recogerlas y voltearlas y ponerlas al sol e intentar descubrir si hay algo oculto en ellas. Pierdes el tiempo si te metes con mis palabras, te digo. Lo hago cuando terminas eso sí, para que no creas que buscaba detenerte. Puede que no lo creas, pero es verdad, digo ahora. Nunca busco detenerte. Y es entonces cuando tú pareces molestarte más. Salir de ti misma incluso para que yo quede confundido hablándole a otra. A otra que ya no está ahí en el lugar hacia el que hablaba. Cuento hasta diez, para calmarme. Sé que me observas. Era una posibilidad, digo entonces. Otra de las posibilidades que supongo estás analizando. Tras esto guardas silencio, pero luego admites que puede ser. No por cobardía, vuelves a repetir, pero es algo que puede ser. Y luego sigues, por supuesto, pero yo ya dejé de escuchar y transcribir porque todo viene un poco a ser lo mismo. Y el mundo sigue también, por supuesto, porque tampoco sabe detenerse o no se atreve. Y yo incluso se lo pregunto al mundo, para entender sus razones, pero el mundo no contesto. Quedo atento, pero no contesta. En algún lado, supongo, es escucha pasar un tren.

martes, 17 de diciembre de 2024

El sabor del arsénico.


I.

En un bar francés tomé un cóctel que supuestamente recreaba el sabor del arsénico.

Se llamaba “Bovary”.

Lo servían en una copa alta, llena hasta el tope de un líquido gris, de apariencia metálica.

Cuando lo tomé, sin embargo, no le sentí ningún sabor.

Pensé en reclamar o consultar por aquello, pero luego recordé que mi francés era paupérrimo.

Además, sospeché que probablemente el arsénico tampoco tuviese sabor alguno.


II.

Poco después de tomar el “Bovary” conocí a una chica llamada S.

Ya no estaba en Francia, por cierto, pero la chica resultó ser hija de migrantes de aquel país.

Su madre, de hecho, trabajaba en la embajada francesa, y su padre -al menos en ese entonces-, pasaba en casa pues estaba recuperándose de una fractura que le impedía caminar.

Salimos unas cuantas veces con S., y en una de esas salidas le comenté lo del cóctel que recreaba el sabor del arsénico y ella me confirmó que no tenía sabor alguno.

No es que lo hubiese probado, pero era algo que ella sabía.

No le pregunté por qué.


III.

La última vez que vi a S., me contó que viajaría a Francia.

Pensaba quedarse allá un año, en casa de unas tías.

Su padre había perdido finalmente una pierna y la relación de sus padres no era la mejor.

Todo esto me lo contó en una carta que dejó en un sobre, en el que también había una pequeña bolsita, con un polvo blanco que supuestamente era arsénico.

No creas que no tener sabor significa algo, decía en relación a esa bolsita.

Nada es realmente, como te lo quieren hacer ver.

lunes, 16 de diciembre de 2024

La chica que se durmió en primera fila.


La chica esa que se durmió en primera fila.

Supe su nombre y lo olvidé.

Hoy en día habría sido un meme, pero en ese entonces solo fue una chica que se durmió en primera fila.

No es que nadie la notase, pero lo cierto es que no le prestaron mayor atención.

A mí, en lo personal, no me pareció sorprendente que se durmiera, sino más bien que estuviese sola.

Y es que casi nadie iba solo a ese tipo de conciertos.

Tampoco nadie se dormía, es cierto, pero en ella dormirse parecía natural.

De hecho, no creo que nadie haya sospechado que podría haber tenido un accidente.

Yo, al menos, le informé de la situación a otras dos personas, pero tras observarla concordaron en que no debíamos preocuparnos.

Estaba dormida, simplemente, y no corría peligro alguno.

Pude comprobarlo yo mismo pues debí acercarme a despertarla cuando terminó el recital.

Yo, por cierto, trabajaba como una especie de guardia o “control”, en ese tipo de eventos.

Le toqué un hombro, para despertarla e intenté hablarle directamente, informándole que el recital había terminado.

Debí intentarlo varias veces, es cierto, pero entonces despertó.

Sonrió y dijo que siempre le pasaba.

Hablamos un poco y la acompañé a la salida.

Fue entonces que me dijo su nombre y me contó que trabajaba como traductora, aunque no recuerdo de qué.

Nunca volví a verla y supongo que olvidé rápidamente su nombre.

Ella es la chica que se durmió en primera fila, debo haber pensado, al archivar su recuerdo.

Las emociones, ciertamente, también las deseché.

domingo, 15 de diciembre de 2024

Se quiebran solos, los vasos de vidrio.


Se quiebran solos, los vasos de vidrio.

No contra una pared ni contra nada, simplemente se quiebran solos.

En el secador de loza, sobre una mesa o ya en sus lugares de guardado.

Se trizan primero y luego se quiebran, derechamente.

Antes me sorprendían tras hacer algún ruido.

Ahora los observo largo rato y los descubro sin más.

Entonces me acerco.

Con respeto, me acerco.

Es para comprender, les digo, nada más.

Luego, junto los fragmentos, con cuidado.

Mientras los reúno, siento que saben algo que yo no sé.

Así y todo, cuando les pregunto, resulta que no saben.

O más bien no saben explicarse.

Aburridos de ser así, me dicen, tan cristálicos.

Nos quebramos así porque estamos vacíos.

Porque no se puede evitar dejarnos ver.

Es extraño, pienso ahora.

Ahora que escribo, me refiero.

Y es que escritas, probablemente, sus palabras parezcan una queja.

Pero yo que las oí les digo que eran más bien suaves.

Filosas, por cierto, pero suaves.

Recién deshechas, tal vez.

Su intensidad va disminuyendo mientras recojo las partes que han quedado.

Desperdigadas ahora, incluso como astillas.

Todo está bien, les digo, no hay problema.

Entonces, cuando ya no hay vasos que observar, pienso en los comentarios de la obra de Cézanne, antes de su muerte.

De hecho, considero la posibilidad de decirlos en voz alta como una letanía.

Y eso hago.

Me quiebro un poco y eso hago.

Así somos.

sábado, 14 de diciembre de 2024

Aquel asunto.


I.

-Si aquí hubiese mar y ahí arena -me dijo-, esto seguramente parecería una playa.

-Ya -dije yo.

Luego tomó una servilleta e hizo unos trazos en ella.

Me la entregó.

-Como ves -agregó, como si se tratase de una sentencia importante-: uno no es parte de esa ecuación.

Observé la servilleta y los signos que había en ella.

Pensé en decirle que Schopenhauer no estaría de acuerdo, pero preferí callar.

-De todas formas, ten en cuenta que dije “parecería” y no “sería” -aclaró.

Yo asentí.

Por un momento pensé en pedirle que me aclarara lo de “ahí” y lo de “aquí”, pero no lo hice.

Igualmente, si se lo hubiese pedido, habría sido únicamente por joder.


II.

Tal vez porque no boté esa servilleta soñé esa misma noche con una playa.

O no sé, realmente, si era una playa, pero sé que al menos había arena y mar, en el sueño.

A veces tenía los pies enterrados en la arena y a veces tenía los pies ocultos bajo el agua.

Lo importante, en todo caso, era que no estaban a la vista.

Y que de cierta forma estaban enterrados.

Si no caminas, me dije, no son pies.

Esto me lo dije, obviamente, al interior del sueño.

Ya de mañana busqué la servilleta, la arrugué y la boté, junto a otras basuras.

Casi he olvidado aquel asunto.

viernes, 13 de diciembre de 2024

La comprensión, por ejemplo.


I.

Me pidieron entonces dibujar alguien entrando a un bosque.

Y claro, yo lo hice, pero en realidad no.

Lo que quiero decir es que preferí dibujar a alguien que, desde el interior del bosque, comenzaba a salir de él.

Entonces observaron mi dibujo.

Varias personas lo hicieron.

Algunas, incluso, lo alabaron.

Y a mí, entonces, me pareció suficiente.


II.

No es que la alabanza sea importante en sí, pero al menos intenta reemplazar a otras cosas que sin duda son importantes.

La comprensión, por ejemplo.

Lamentablemente, como uno no siempre reconoce las diferencias, suele ocurrir que terminamos conformándonos.

O nos decimos, más bien, que nos conformamos.

Eso pienso ahora, por supuesto, pero antes no.

De todas formas, no sé muy bien lo que pensaba por aquel entonces.

Sin duda, otra cosa.

O probablemente nada.


III.

El dibujo, por cierto, lo guardó alguien por varios años.

Supongo que le asignó un valor que, probablemente, no tenía.

Cuando lo volví a ver me dijeron escribiera unas palabras atrás.

Un mensaje, tal vez, o una especie de dedicatoria.

Yo quería negarme, por supuesto, pero quien lo pedía era una persona mayor.

Y por respeto, únicamente, escribí una frase en alemán, que por lo demás no era mía.

Le dije que no la leyera, hasta que me fuera, y así ocurrió.

Luego, simplemente, volví al bosque.

jueves, 12 de diciembre de 2024

El trato.


Lo recordaban a medias, de vez en cuando, como alguien que estuvo ahí.

No es que fuese el protagonista o hiciese grandes acciones, pero todos recordaban, de una forma u otra, su presencia.

Y es extraño, pero frecuentemente ocurría que terminábamos hablando de él.

No importaba el contexto ni el tema original del que, en principio, hubiésemos estado hablando.

Comparando anécdotas, intentando recrear alguna frase… tratando, en definitiva, de reconstruirlo en base a palabras.

Tal vez por eso, ahora que lo pienso, siempre nos quedó inexacto.

Inexacto e impreciso, digamos, como un retrato hecho por muchas manos.

O como una imagen desenfocada.

Así y todo, esto que ocurría no era algo de gravedad.

Me refiero a que la historia mayor (la de todas) no parecía verse alterada por esas inexactitudes.

De hecho, hubiésemos podido elegir no verlo (no recordarlo, más bien), y nada hubiese cambiado lo más mínimo.

-Igual es raro -comentó F., una vez-. Yo recuerdo muy claro toda esa época y su presencia constante, pero si lo dejas fuera o lo olvidad, no es que cambie nada realmente…

-Sí -agregó J.-, es como sacar un número de una ecuación y que el resultado no cambie en lo más mínimo…

-Pues entonces no sería un número…

-Un número sí -defendió J.-, pero no una cifra, una especie de signo numérico sin valor absoluto…

-Es cierto -dijo otro, luego de un rato-. Probablemente, no fuese nunca protagonista de nada.

Miramos a ese otro y nos quedamos en silencio.

Y es que no nos pareció que debiese agregarse nada luego de aquello.

Desde entonces, en todo caso, dejamos de hablar de él.

Y con esto, olvidamos también su imagen.

Nunca hubo, a fin de cuentas, fotografía alguna.

Ese fue el trato.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

Aunque pensándolo bien...


(…) Aunque pensándolo bien, quizá lo sorprendente no sea aquello que nos sorprendió esa vez. O sea, observándolo ahora, me refiero, probablemente aquello no nos sorprendería en lo absoluto. Digo esto considerando incluso que aquello no nos hubiese sorprendido -ni ocurrido-, aquella vez, y desechando entonces la idea que ahora no nos sorprendiese por ya habernos sorprendido previamente y haber perdido, por consiguiente, su sorpresa. El porqué de todo esto, por tanto, debiésemos buscarlo fuera del fenómeno concreto que nos sorprendió (intrascendente, por lo demás) y enfocarnos más bien en nosotros mismos, y a lo sumo, en el contexto en que tanto el fenómeno concreto que nos sorprendió como nuestra propia existencia (que no necesariamente nos sorprende) ocurren, más o menos al unísono. Estoy consciente, por cierto, que a varios de ustedes mi propuesta no los convencerá en lo absoluto, y pensarán que simplemente estoy diciendo estupideces o enredando algo que no necesitaba (según la mayoría de ustedes) complicarse; además, sin presentarles objetivo alguno. A todos los que piensen así, claro esto, les digo desde ya que sus aprensiones me valen mierda (a lo sumo), y que no me sorprenden (claro está) en lo absoluto. En este sentido, solo les recuerdo que si siguen buscando en la susodicha sorpresa el fundamento para validar su propia existencia y quebrar -por decirlo así-, el status quo, el engaño resultará tan mayúsculo como lo será (en algún momento) el propio desengaño. Aunque claro, eso no debiese sorprenderlos, tampoco. ¡Qué mierda!

martes, 10 de diciembre de 2024

Te dormiste y no sabes.


Tienes tanto sueño que te dormiste y no sabes. O no estás seguro al menos si te dormiste o no. Por eso, tal vez, es que ahora buscas confirmarlo un poco mirando el entorno y observando la luz y preguntándote en silencio si las cosas de alguna forma han cambiado. No tendrían por qué cambiar, por cierto, pero igual te lo preguntas. Sabes que no, pero igual te lo preguntas. Y claro… por eso, ahora, resulta que te sientes un poco absurdo. Absurdo y avergonzado, de hecho, pues ocurre que siempre has cargado con el cansancio como si fuese una culpa. Como si al dormir le fallaras a alguien, me refiero. O como si el cansancio fuese algo que debieses soportar y vivir con ello sobre ti, como si se tratase, entonces, de un extraño acto heroico.

-¿Heroico? -te preguntan ahora, interrumpiéndote-. ¿estás seguro que aquello puede denominarse como un acto heroico.

Tú no contestas, por cierto, pero escuchas atentamente esa pregunta buscando saber si viene desde el sueño o si proviene más bien desde el mundo de la vigilia, cuyas fronteras no están ahora lo suficientemente claras.

-¿Qué es eso de que te dormiste y no sabes? -preguntan ahora-, ¿estás seguro del sentido que tiene aquello que haces cuando te fuerzas por alejar el sueño y cargas sobre ti todo ese cansancio…?

Piensas responder, tras escuchar estas palabras, pero luego te das cuenta que no sabes, en el fondo, qué decir. Tal vez si cierras los ojos unos segundos simplemente y luego buscas la respuesta acertada, te dices… Pero no.

No porque cerrar los ojos un poco es siempre la primera derrota. Aunque te des solo diez segundos para hacerlo, pues sabes, en el fondo, que te engañas. Que propondrás luego otra cifra y que traicionarás una y otra vez tu propia confianza hasta que el cansancio te venza y cambies de mundo. Y no solo tus pensamientos cesarán entonces, sino hasta el texto que en ese estado estabas escribiendo quedará entonces hasta ahí, abandonado, detenido bruscamente en una frase cualquiera. Una frase cualquiera, decía, como esta.

lunes, 9 de diciembre de 2024

Carnes (2): Jabalí vs Cerdo


-Prefiero la carne de jabalí a la de cerdo -me dijo-. La siento más intensa, con más gusto a sangre, más oscura… como si todavía retuviese un poco al animal dentro y no lo hubiese dejado ir, simplemente, como la carne de cerdo.

-Ya -dije yo, mientras intentaba entender.

-Me refiero a que la carne de cerdo la siento más como un subproducto -explicó-, parece ajena al cerdo al cual perteneció antes de llegar al plato… Unos cuantos gritos, es cierto, pero finalmente el cerdo abandonó su carne para que la separaran de la sangre y la sirvieran en un plato…

-¿Dices que el cerdo renuncia a su carne? -pregunté.

-Más o menos eso -señaló-. No exactamente, pero sí… Sale de su carne como quien se quita una ropa. Sangra a chorros, convulsiona un poco, pero ya está fuera cuando cesan los gritos… No sé si me entiendes… Es como si el verdadero cerdo se despeñara desde un barranco y la carne quedase arriba… el cuerpo todo, digamos, pero el cerdo ya no.

-¿Cómo los cerdos endemoniados de la biblia? -dije ahora.

-Más o menos, aunque probablemente sea injusto decir que ellos se arrojan solos o se despojan por su cuenta… -dijo, como si pensase en voz alta-. De todas formas el punto aquí es que el jabalí no se desprende de su carne… y hasta su sangre se aferra un poco. O sea, uno come jabalí, digamos, no carne de jabalí… en cambio comes carnes de cerdo y nunca cerdo…

-Ya -dije yo.

Entonces trajeron los platos.

domingo, 8 de diciembre de 2024

Cuesta poco ser amable, es cierto.


I.

Cuesta poco ser amable, es cierto.

Pero ser uno mismo, igualmente, es siempre más barato.

Ya está pagado, digamos, desde antes de nacer.


II.

Ella, por ejemplo, robaba cosas cada jueves.

Igual que lo hacía un personaje de la Gorodischer.

Luego dejaba las cosas abandonadas, simplemente, pues no quería nada para sí.

Lo hizo así durante años, salvo los jueves santos.

Ni ella misma entendía por qué.


III.

Nazco y muero mientras parpadeo, me dijo.

Y la única forma de no morir es arrancándose los párpados.

¿Estás segura?, le pregunté.

Ella parpadeó.

Mi yo de antes lo estaba, dijo.


IV.

La pantalla se llena de luz y eso es triste.

Es triste porque esa luz, en el fondo, existe para nada y poco significa.

Uno debiese tratar con más cuidado, a la luz.

Cosas así, decía.


V.

Le creí todo hasta que se casó con un tipo cualquiera.

O sea, no uno cualquiera, realmente, pero solo un poco mejor que la mayoría.

Sobre el promedio, digamos, pero opaco al fin.

¿Les doy un ejemplo?

Ni siquiera había leído a la Gorodischer.


VI.

Cuesta poco ser amable, es cierto.

Pero cada vez me cuesta más.

Eso fue lo que le dije, la última vez que nos vimos.

Pestañee varias veces, esa vez, cuando no me vio.

No quise despedirme.

Y morí un poquito.

sábado, 7 de diciembre de 2024

Voces de niños, a lo lejos.


I.

Escuchamos voces de niños a lo lejos.

No entendemos bien qué dicen, pero parecen organizar un juego.

O sea, no es que parezca eso, exactamente, pero es lo que imaginamos, al oírlos.

Tras hablarlo, llegamos a la conclusión que es un juego en el que, incluso, podemos participar.

¡Pobres niños!, nos decimos, mientras buscamos las herramientas.

¡Pobres niños…!, repetimos.

Y es que ellos, a fin de cuentas, aún no saben de nosotros.


II.

Antes de seguir me gustaría aclarar un punto:

Es posible que nos equivoquemos, y realmente no sean niños.

En este sentido, puede que ellos tengan todavía alguna oportunidad.

Todos nosotros la tuvimos, de hecho, cuando fuimos niños.

Por lo tanto, se trata de algo justo.

No tiene por qué serlo, es cierto, pero esta vez es así.

Dicho esto, solo queda una cosa por agregar:

Qué comience el juego.


III.

¡Pobres niños…!

A veces lo olvidamos cuando jugamos con ellos, pero es cierto.

Tan frágiles, después de todo.

Y sobre todo tan ingenuos.

Igualmente no aceptan fácilmente lo que les contamos, y alegan contra nuestros métodos.

¿Métodos…?

El problema no es el método, les decimos, pero no saben entender.

Y eso, lo admito, resulta molesto.

Y es que, si lo piensan, ellos no tendrían por qué quejarse.

Casi nunca se gana, les decimos, antes de acabar.

No sé quién les habrá prometido, un final feliz.

viernes, 6 de diciembre de 2024

Hombres pequeños en una sartén.


I.

Frío hombres pequeños en una sartén.

Una docena al menos pues tengo invitados.

Pico cebolla y otras verduras y se las agrego cuando ya están crujientes.

Luego un poco de salsa de soya y vino blanco para disimular el mal sabor de algunos.

Y es que siempre, de cada doce, salen uno o dos medio podridos.


II.

La primera vez que preparé hombrecitos fritos sentí un poco de pena.

Y es que chillan un poco cuando el aceite entra en calor.

De hecho, hay que preocuparse que la sartén tengo un poco de altura pues hay veces que intentan arrancarse.

Por suerte no se entienden sus palabras pues dicen que son similares a las de nosotros.

Y uno, claro está, no debiese subestimar su poder de convencimiento.


III.

De todas formas, aclaro que los ojos llorosos, son únicamente debido a la cebolla.

Todo lo demás son observaciones generales, que hace mucho tiempo me han dejado de afectar.

Antes, cuando creía en otras cosas, probablemente los habría dejado con vida.

Estoy seguro, sin embargo, que ellos (los hombrecitos) no habrían sabido qué hacer con ella.

Así que, pensándolo de esa forma, puede que incluso les esté haciendo un favor.

(…)

Ya están, parece… disculpen la charla.

Pueden pasar a la mesa.

jueves, 5 de diciembre de 2024

No suena la lengua que uno habla.


I.

No suena la lengua que uno habla.

Deja de ser sonido, quiero decir, cuando ya es tuya.

La manera en que esto ocurre es muy simple, por lo demás:

La naturaleza del signo anula cualquier otra forma en que esa lengua se manifiesta ante nosotros.

Ante nosotros que somos los hablantes de esa lengua, aclaro.

Así, solo volvemos a reconocer su sonido -o sus otras características-, cuando abandonamos su significado y renegamos de ella como conjunto de signos.

Esto, solo si se puede, por supuesto.


II.

Sobrevaloramos el significado, podría decir.

No es que niegue su valor, pero el problema está en la dimensión con que lo percibimos.

Después de todo, el mundo no cambia tanto si de pronto lo desconociéramos.

Si desconociéramos su significado, aclaro, no el mundo.

De hecho, estoy seguro que sobreviviríamos sin problemas en él.

Incluso sentiríamos de una forma similar a la actual, sino incluso más rica.

Y otros sonidos vendrían a nosotros, entonces, y tendrían dónde llegar.

Otros latidos, incluso.


III.

Piensen en los niños, por ejemplo.

Piensen en los balbuceos de un niño jugando a hablar con los adultos.

¿Está acaso jugando a hablar?

Me refiero a que no se le ocurre -estoy seguro-, que no puedan entenderlo.

Y es que, para él, si suena la lengua que nosotros hablamos.

¡Bienaventurado sea!

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Leche de vaca, Pasto, Wagner y Balzac.


I.

De pequeño no quería tomar leche de vaca porque pensaba que tenía sabor a pasto.

No confesé esto último, por supuesto, pero esa era la razón.

Mi pensamiento era bruto y directo, lo admito.

Pero al menos era mío.

Ahora que lo pienso, creo que no había confesado esto nunca, hasta el día de hoy.


II.

De todas formas, no es que piense muy distinto hoy en día.

No sobre la leche de vaca, por supuesto, pero mi razonamiento sigue siendo bastante similar, si soy sincero.

Creo que hay un personaje que piensa de forma parecida en “Los trece”, de Balzac.

No es que lo recuerde muy claro, pero algo así recuerdo.

No era un personaje memorable, por lo demás.


III.

No. Ni memorable ni trascendente.

Ni ese personaje ni yo, después de todo.

No me avergüenzo de eso, por cierto.

Los libros de Balzac me los regaló un tipo en el sur, según recuerdo.

Lo escuchó golpear cada cierto rato un trozo de metal y entonces me acerqué.


IV.

No te vi, dijo de pronto cuando llegué a su lado. Es que estaba tocando a Wagner.

Por un momento pensé que Wagner era el nombre del trozo de metal.

Es el final de los Nibelungos, agregó. Estoy tocando la parte del triángulo.

Asentí lento, mientras entendía.

Luego, como  vio que llevaba un libro, me dijo que su abuelo había dejado una caja, llena de ellos.


V.

La caja estaba rota y algo húmeda.

Al igual que los veinte libros de Balzac que había en su interior.

Se los cambié al tipo en esa oportunidad por un poco de dinero y un par de zapatillas.

Fue un buen trato, supongo.

Con los años me enteré que el tipo ese terminó preso, tras confesar haber matado a su abuelo.


VI.

Luego de enterarme, aquel asunto me dio vueltas largo tiempo.

No es que lo pensara ordenadamente, pero algunos conceptos que no se volvieron a separar.

Leche de vaca, Pasto, Wagner y Balzac, por ejemplo.

Todo en secreto, por supuesto, como la sociedad de los Trece.

Pero esto, claro está, no es tampoco una razón.

martes, 3 de diciembre de 2024

Cuando salgo con tres objetos, vuelvo a casa con dos.


Cuando salgo con tres objetos, vuelvo a casa con dos.

Eso si es que vuelvo a casa.

Esto lo sé por el número únicamente, pues lo cierto es que olvido por completo el objeto perdido.

De hecho, suelo olvidar también, en esas ocasiones, la finalidad con la cual he salido de casa.

Dicho de esta forma, podría incluso suponer que la finalidad es lo que he olvidado, pero esta finalidad -obviamente-, no puede ser considerada como un objeto.

Por lo mismo, pensar de esta forma bien podría considerarse como algo poco honesto de mi parte.

Y eso me ofende, por supuesto.

Así, ofendido, he pensado cómo solucionar esto y he numerado los objetos, por ejemplo.

Me refiero a que los marco con un plumón o les pego una especie de etiqueta con un número.

Lo único que he comprobado a partir de esto es que suelo perder uno de los objetos con número impar.

No me pregunten por qué.

Otra cosa que recuerdo haber hecho es hacer listas antes de salir, parra comprobar después cuál ha sido el objeto perdido.

Lamentablemente -y de forma inexplicable, ciertamente-, estas listas suelen desaparecer cuando regreso a casa.

Eso si es que regreso, como decía en un inicio.

Así, en definitiva, es como voy extraviando mis cosas.

Y así, también, es como me detengo a pensar en aquellas pérdidas.

Igual como Aurelia se le perdió a Nerval, pienso ahora.

Sí, es cierto.

Así mismito.

lunes, 2 de diciembre de 2024

Aunque no haya dientes hay encías.


I.

Aunque no haya dientes hay encías.

Antes y después del diente, las hay.

Pero confiamos demasiado en el diente, simplemente por ser diente.

Pero entonces el tiempo, por supuesto.

Pero entonces el tiempo, decía.

Y ya ves.


II.

Todo en mí son encías.

Y orgulloso estoy de mí, de que así sea.

Quien observa no sabe, pero yo sí sé.

¿De qué forma sé?

Sé de la forma en que saben las encías.

No son muñones, por cierto, aunque lo parezcan.

No lo son.


III.

Corazón encía.

Sí… un corazón encía que late dentro de otra encía.

Así lo ves: se trasluce el hueso, tras la carne.

Y con eso, ciertamente, observamos lo que no es.

Nos fijamos, más bien, en eso.

Adoramos al dios equivocado.

Jugamos a ponerle un nombre.

Y atendemos erróneamente el llamado de nadie.


IV.

¿Qué hice entonces yo para evitar aquello?

Sencillo: tomé el camino más corto y arranqué mis propios dientes.

Todos y cada uno los arranqué.

Y claro, poco a poco me fui volviendo encía.

Que la carne cubra al hueso, me dije.

Pero no quisieron escuchar.

Lo que prefieren es andar con la muerte afuera.

¡Aunque no haya dientes hay encías!, les grité.

Pero entonces el tiempo.

domingo, 1 de diciembre de 2024

Hacia dónde me dirijo.


Sueño que voy caminando, apurado, aunque no sé bien hacia dónde me dirijo.

No reconozco el lugar, pero podría decirse que son los pasillos de un mall, por los que camino junto a otras personas.

Entonces escucho que alguien me grita, desde lejos.

¡Oiga…! Se le desprendió la retina.

Sí, igual como si me dijeran que se me cayó algo del bolsillo o que olvidé algo en algún sitio, solo que esta vez se trata del desprendimiento de una retina.

Y claro, yo no me sorprendo (porque estoy en un sueño) y en cambio agradezco levantando una mano y me detengo para buscar por el piso, por si la retina hubiese caído.

Mientras busco, comprendo que la que se desprendió fue la del ojo derecho pues con el izquierdo veo a la perfección.

Con el derecho, en cambio, solo distingo luces y manchas.

Tras buscar durante un rato encuentro la retina, que en el sueño es similar a un lente de contacto.

La enjuago con un poco de agua mineral que traía en una botella y me la coloco de nuevo.

Calza a la perfección.

Lo que no coincide, sin embargo, es lo que veo por ese ojo.

Y es que entonces descubro que por cada ojo estoy viendo cosas distintas.

Me puse la retina de alguien más, me digo entonces, al interior del sueño.

Juego entonces a taparme uno u otro ojo para comprender un poco qué me pasa.

Me entretengo tango que luego de un rato olvido cuál era el mío, en un principio.

¿Cuál principio?, me digo entonces, casi con otra voz.

Justo cuando voy a responder, me despierto.

No sé bien hacia dónde me dirijo.

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