Popeye celebra el año nuevo. Está con Olivia,
Cocoliso y Pilón esperando que den las doce. También está su perro Jeep,
apareciendo en lugares distintos, cada cierto rato. Pilón cocinó hamburguesas,
pero no comparte. Olivia ha tomado dos botellas de espumante que abrió antes de
tiempo, para estar alegre. Popeye está un poco cabreado cargando a Cocoliso. Está
a punto de dormirse, pero sabe que despertará y volverá a llorar apenas
comiencen los fuegos artificiales. No quiere estar ahí, Popeye. Si pudiese le
pediría a Jeep que lo lleve con él a la cuarta dimensión. Una vez se lo
preguntó y el perro movió la cabeza dando a entender que no podía. Popeye
insistió, pero Jeep no miente. No puede hablar, pero no miente. Solo responde
sí o no a las preguntas que le hacen. Una vez Popeye discutió con Bluto por aquello.
Este último se burlaba de Popeye diciéndole que tenía un perro inútil. Que solo
podía decir la verdad, pero al mismo tiempo no podía decirla. Y que eso era lo
mismo a no tener nada. Popeye lo golpeó, por supuesto. Comió espinacas y lo
golpeó tan fuerte que el cuello de Bluto hizo un sonido extraño y segundos
después dejó de moverse. Y es que se había molestado con la idea de no tener
nada. Desde entonces no se saca esa idea de la cabeza. Mientras espera el año
nuevo, de hecho, recuerda aquella sensación. Carga a Cocoliso, observa a Olivia
abrir la tercera botella y Pilón sigue comiendo sus hamburguesas. Cambié el
mar por todo esto, piensa Popeye. Por esto que tal vez es nada.
Tiene espinacas, por supuesto. Pero lo cierto es que nunca le han gustado y hoy
prefiere no comerlas. No quiere volver a ser fuerte, digamos. De nada le sirve
ser fuerte en estos momentos. Jeep aparece entonces junto a él, con restos de una
orquídea en la boca. Entonces Popeye le hace una pregunta y el perro mueve la
cabeza diciendo que no. Ya van a ser las doce, grita alguien, unos metros
más allá. Todos miran la hora y comienza la cuenta regresiva. Popeye celebra el
año nuevo.
martes, 31 de diciembre de 2019
lunes, 30 de diciembre de 2019
Saquearon la tienda de Job.
I.
Saquearon la tienda de Job, hace unos días.
El dios que tanto adora permitió que lo saquearan.
Como confiaba en él no contaba con seguros.
Rompieron rejas y mamparas sin encontrar obstáculos.
Usaron sus productos para encender barricadas.
Las llamas se levantaban en la calle como en honor a un dios falso,
pensó Job.
Luego encendieron fuego al interior de la propia tienda.
Otro dios falso, se dijo ahora Job, mientras observaba el fuego.
II.
Días después fueron del gobierno a hacer un catastro.
Tres hombres lo entrevistaron y tomaron sus datos.
Lo hicieron firmar papeles y le ofrecieron nuevos créditos.
Job firmó todo lo que le pusieron por delante.
Luego los hombres se fueron, pues su trabajo en la zona había terminado.
Y es que el local de Job fue el único, en toda la cuadra, al que intentaron
entrar.
III.
La mujer de Job discutió con él, luego del incendio.
Tú te lo buscaste, le dijo, preferías servir a Dios que
servir a los hombres.
Entonces la mujer se fue a la ciudad donde vivía anteriormente y se llevó
a los niños.
Puedo tener otra tienda y otra familia, pensó Job, mientras los
veía partir.
Nada trascendente ha pasado, se dijo.
Nada verdaderamente trascendente ha pasado.
domingo, 29 de diciembre de 2019
Como ocurren las cosas.
Durmió en la cocina porque hacía calor y el piso
estaba fresco. Eso fue lo que me dijo. Yo le creí porque el calor no me dejó
dormir y entonces su historia me pareció probable. Preparamos desayuno para
todos y luego hablamos sobre lo que haríamos durante el día. El resumen era que
almorzaríamos fuera y no volveríamos hasta la tarde. Él se iría a una playa
cercana, con B. Los niños, F. y yo iríamos a conocer el bosque del que nos
habían hablado y nos preocuparíamos de las compras, para el otro día. Le ofrecí
conseguir un ventilador, para esa noche, pero me dijo que no sería necesario,
que B. no se hacía problemas con el calor y que en el peor de los casos la cocina
no estaba tan mal y el piso era fresco. Nos reímos un poco, nada más, según
recuerdo. Supongo que culpábamos al otro por no consultar lo del aire
acondicionado, pero nada muy serio. No pensé nada extraño. Él desayunó con B.
en la terraza y yo le llevé el desayuno a la cama a F. y a los niños. Luego nos
duchamos y salimos. Al menos en mi caso cumplí con lo acordado. Cuando salimos
ellos todavía no se iban. Fuimos al bosque con y almorzamos fuera. Todo bien,
en nuestro caso. Luego, de regreso, pasamos a comprar algo para la noche y el
desayuno del otro día. Nunca sospeché nada extraño y supongo que F. y los niños
tampoco. Tal vez no había nada qué sospechar, simplemente. Usted puede ordenar
la historia de una forma distinta si quiere, pero los elementos serán los
mismos, más o menos. Los hechos y el calor, nada más. O el calor y los hechos.
No puede culparme de nada, me refiero. Así es como ocurren las cosas.
sábado, 28 de diciembre de 2019
Lupin, nacido de la incertidumbre.
I.
Creo que fue en la primera o segunda película, en
los 70, cuando Lupin III se enfrenta a un extraño ser llamado Mamo. Recuerdo
que un momento su enemigo lo atrapa y lo pone en una máquina, como
crucificándolo. Es entonces cuando, tras intentar investigar su inconsciente,
Mamo descubre que Lupin no tiene sueños, que está hueco. Entonces señala una
frase que -ignoro si por mala traducción de la película que vi-, me quedó
grabada: Eres la conciencia de la estupidez o de Dios, le dice Mamo,
antes que Lupin se libere nuevamente, de una forma que no recuerdo.
II.
Más adelante, en la misma película, se arrojan
dudas sobre el verdadero origen de Lupin. Es decir, se pone en duda que el
Lupin que protagoniza la película sea el verdadero, ya que este, aparentemente,
habría muerto con anterioridad. Tú eres solo un accidente, le dicen a
Lupin en un momento, nacido de la incertidumbre. Al protagonista, sin
embargo, no parece importarle demasiado no ser el verdadero y sigue adelante, derrotando
a Mamo y sin darle muchas vueltas a lo que este le ha revelado.
III.
De vez en cuando me acuerdo de este argumento. No
me siento hueco, ni me identifico con el personaje, pero de todas formas algo
me inquieta, al recordarlo. Nacido de la incertidumbre, es una de las
frases que me hace más eco, mientras en mis recuerdos Lupin sigue adelante, existiendo
en sus actos, únicamente, y sin pensar demasiado en quién es. No quiero
plantear que eso es lo correcto, pero no sé qué más se puede hacer cuando no se
es el verdadero. Lupin es el milagro.
viernes, 27 de diciembre de 2019
Todo estaba bien.
El mensaje decía que todo estaba bien, que el
incendio era grande, pero al parecer estaba controlado. Además, habían hecho
cortafuegos y todo se había detenido a unas cuántas hectáreas de la casa, por
lo que podían estar tranquilos. El mensaje además daba cuentas de los daños en
carreteras y hacía referencia al estado de los animales, cuestión que a fin de
cuentas resultaba ser la información central.
De los animales, el mensaje señalaba que habían
trasladado los caballos a una hacienda contigua, ya que estaban muy inquietos y
esto alteraba también a las vacas, cuya producción de leche había mermado un
20% en los últimos días. Respecto al alimento, señalaba que contaban todavía
con suficiente forraje y por otro lado el nuevo pozo permitía estar tranquilos
con el agua, si se utilizaba adecuadamente y todo seguía como hasta entonces,
sin mayor novedad.
Por último, el mensaje daba cuenta de la recuperación
de los animales que se habían extraviado, cuando comenzó el incendio. Dos
caballos recuperados sin daño alguno y un potrillo que se había herido
levemente una pata, ya que no había sido herrado con anterioridad. También
habían regresado las ovejas, sin novedad, salvo una, que al parecer era la única
pérdida concreta que podía estimarse. Al respecto, el mensaje terminaba consultando
sobre qué hacer respecto a esa oveja. ¿Quiere que la vayamos a buscar
igualmente?, decía el mensaje. Acá decidimos no hacerlo para centrarnos
en las otras, pero si usted manda podemos intentarlo. Como anexo, finalmente,
el mensaje incluía el contacto del encargado de bomberos de la zona por si se necesitaba
información directa, aunque probablemente no haría falta (se reiteraba), pues
todo estaba bien.
jueves, 26 de diciembre de 2019
Un policía me pide el carnet.
Un policía me pide el carnet. Tras buscarlo
descubro que no lo llevo conmigo. Entonces el policía llama a otro policía. Ambos
me piden nuevamente el carnet. Que lo busque de nuevo, me dicen. Sé que es
absurdo, pero lo hago. Lo busco entre mis ropas y en la mochila, pero solo
encuentro un polerón, una botella con agua y algunos libros. Ellos apenas me
prestan atención. Conversan a mi lado, mientras busco, sobre cualquier tema que
no soy yo. Les aviso que terminé de buscar y les comento que no encontré el carnet,
y que lo más probable es que lo haya dejado en casa. Eso es malo, dice
uno. Debe andar con el carnet, dice el otro. Me piden algunos datos que
registran en una libreta, descuidadamente. Extrañamente no me piden el nombre. Luego
me dicen que vuelva a buscar, mientras deciden qué hacer conmigo. Ahora busca
bien, dice el primero, como si quisieras encontrarlo. Vacía la
mochila y deja las cosas en el suelo, dice el otro. Como dudo en hacerlo me
observan molestos. Creo que voy a
tener que llamar a la patrulla, comenta a uno, luego de un rato. Lo escucho
llamar, por radio, y dar un código. Yo comienzo a vaciar la mochila, poniendo las
cosas en el suelo. Mi polerón. La botella con agua. Dos libros. También
encuentro un par de lápices y unas monedas. ¿Por qué dos libros?, me
pregunta entonces un policía. Se leen de a uno, dice el otro. Yo los
miro y pienso en preguntarles por qué dos policías, pero finalmente no lo hago.
No sé bien, digo finalmente, a ratos avanzo en uno y de pronto en
otro. Ellos se miran como analizando mi respuesta. Dos libros y ningún
carnet, dice entonces uno, con tono enérgico. Guarda tus hueás y ándate,
agrega el otro. Tras esto, los policías me dan la espalda, ignorándome. Recojo
mis cosas y las guardo en la mochila. No saben quién soy, me digo,
mientras me alejo del lugar. No tienen cómo saberlo.
miércoles, 25 de diciembre de 2019
Pesas.
Fue en esa época que comenzó a levantar pesas. Todos
los días, me refiero. Movimientos simples y repetitivos y cada vez con un poco
más de peso. Tres veces al día, lo hacía. Anotaba lo realizado en una libreta. También
compró pastillas luego del primer mes. Aminoácidos, creo, no sé bien. Comenzó a
usar poleras ajustadas, sin mangas. Una vez, en ese entonces, nos encontramos
con él en el supermercado. Nos contó que quería hacerse un tatuaje, pero que
quería desarrollar más musculatura antes de hacerlo. Se veía cambiado, es
cierto, pero no demasiado. Quedamos de juntarnos algún día, pero luego no lo
hicimos. Lo llamamos un par de veces y dejamos de insistir. Supimos que se
había hecho el tatuaje, finalmente. Uno de nosotros lo había visto de lejos y
notó algo de color en uno de sus brazos. Un dibujo grande, nos dijo, del
hombro a la muñeca, aunque no se fijó mayormente en el diseño. Pasó entonces
el tiempo y no volvimos a saber de él. Varios de nosotros nos cambiamos de casa
y supongo que intentamos cambiar también, aunque en la mayoría de los casos sin
utilizar pesas. No hemos vuelto a reunirnos. Supongo que nos da vergüenza
encontrarnos y seguir siendo los mismos, nada más. Para fin de año siempre nos
mandamos un saludo, pero no contamos detalles y cada vez utilizamos menos palabras,
al hacerlo. Quién sabe hasta cuándo va a durar, esa costumbre.
martes, 24 de diciembre de 2019
El lugar estaba lleno.
Como era navidad el lugar estaba lleno.
Tuvieron incluso que desarmar el pesebre para poner
otra mesa.
En esa mesa se sentaron siete personas.
Había una cena especial, con solo dos alternativas
de plato, todos en base a carne de distintos tipos.
Un plato era a base de pavo y faisán.
El otro tenía carne de res, jabalí y ciervo.
Esté último fue el más solicitado, tanto que,
cuando se agregó esta última mesa y llegaron esas siete personas, solo era
posible elegir el plato en base a pavo y faisán.
-Pero eso no es elegir -dijo el mayor de los siete,
cunado le informaron la situación-. Eso es imponer qué debemos comer en
navidad.
-Lo lamento -dijo la muchacha que los atendía-, no
nos queda más.
Los siete que habían llegado se miraron como
preguntándose si se quedaban o no en aquel lugar.
-Igual a esta hora ya no encontraremos otro sitio
-dijo uno.
-Yo puedo intentar llamar a otro lugar si quieren
-dijo otro-. Conozco al chef que ahora sale en la tele… el del restaurant que
está al lado del Hotel…
-¿No es judío? -preguntó la más joven del grupo.
-¿Y eso qué tiene? -dijo otro.
-Que no celebran la navidad… creo que el restaurant
es mayormente para judíos… deben ir allí si no quieren celebrar la navidad…
Siguieron así unos minutos hasta que optaron por
quedarse.
Les sirvieron, por supuesto, el plato en base a
pavo y faisán.
Notaron toques de manzana y otros frutos, en la preparación.
Comentaron que no estaba mal.
El vino podía haber sido mejor, comentaron, pero de todas
formas era más que aceptable.
El postre, por su parte, era variado y agradó a la
mayoría.
Finalmente, pagaron y se prepararon para
irse, mientras comentaban lo que harían a continuación.
El último del grupo, al ponerse de pie, le pareció
ver una figura extraña, en el suelo, pero prefirió recogerla y siguió de largo.
Les costó salir del lugar, pues aún había muchos
comensales.
Y es que como era navidad, el lugar estaba lleno.
Siempre ocurre así, en estas fechas.
lunes, 23 de diciembre de 2019
Un juego nuevo.
Vi a los niños jugando a un juego nuevo. Creo que
consistía en esquivar las cosas. Habían llenado de esas cosas el patio y
caminaban entre ellas. Iban conversando, mientras caminaban, fingiendo que no
prestaban atención al entorno. Caminaban rápido, sin chocar ni pisar nada. Me acerqué
para verlos y escuché que hablaban del trabajo. De sus supuestos hijos. De las
obligaciones en sus casas. Fingían ser adultos, en su juego, comprendí. Se
quejaban por el precio de la bencina, por la política actual y por la mala
gestión de la profesora de sus hijos. Decían también que ya no sentían lo mismo
que antes por sus esposas o esposos y que volver a casa, cada día, tenía un
toque amargo. No tocaban nada, mientras caminaban. Eran buenos para el juego, y
caminaban rápido. Uno comentaba que el auto estaba en el mecánico. Que se había
manchado porque habían atropellado un perro al salir apurado, a trabajar. Escuché
a otro decir que se había divorciado dos veces. Que había engañado a la primera
esposa con la segunda y viceversa. El tiempo pasaba mientras jugaban y nadie chocaba
con las cosas. Parece que nos vamos
morir en este juego, dijo uno, sin tocar nada. Los otros asintieron.
Bajaron la velocidad poco a poco y volvieron a parecer niños. Se detuvieron, finalmente,
en medio de las cosas. Todos habían ganado, pero se miraban como si el juego
hubiese sido un fracaso, o no hubiese tenido un mayor sentido. Por un momento
pensé que iban a patear todo y destruir lo que había, pero finalmente se rieron,
relajados. Dijeron que era suficiente por hoy. Que mañana jugarían otro juego.
Se despidieron y se fueron, simplemente, segundos después. Yo me quedé, observando
las cosas. Pensando si debía recogerlas o no. Cuestionándome sobre mi rol, me
refiero, en todo esto.
domingo, 22 de diciembre de 2019
Una máquina que te putea.
"Podría decirlo de otra forma,
pero no estoy más pal hueveo tuyo..."
O. W.
En Japón crean una máquina que te putea.
Una máquina expendedora, me refiero, que te agrede
verbalmente por una suma relativamente módica.
Introduces el dinero, seleccionas la modalidad y en
la pantalla aparece un rostro agresivo, que te ofende a gritos a través de unos
altavoces ubicados en los costados.
Han sido todo un éxito, por cierto, estas máquinas.
Puedes seleccionar nivel de agresividad y hasta el
idioma del insulto, pudiendo incluso elegir zonas geográficas más específicas.
Por ejemplo, si eliges el idioma español, puedes
seleccionar -además de uno de los siete niveles de agresividad-, alguna de las
siguientes zonas: España. México, Cuba, Argentina, Venezuela, Perú o Chile.
Es por esto que la gran variedad de improperios que
reproduce es francamente monumental, y uno bien puede pasarse horas frente a
ellas, tratando de escuchar algunas de las más de sesenta mil agresiones verbales
que contiene, sorprendiéndote ante ellas.
Durante el fin de semana estuve viendo algunos
videos sobre todo esto -hay varios en youtube al día de hoy-, y pude darme
cuenta cómo algunas agresiones verbales eran de las más celebradas.
Qué te pasa mono culiao, por ejemplo, es la
segunda expresión en español mejor votada (luego del improperio aparece en
pantalla una pequeña traducción y la opción de calificarla), y existen varios
videos con japoneses escuchando la frase frente a una de estas máquinas, riéndose
de todo aquello y tratando de reproducirla.
En lo personal -más allá de reflexionar mínimamente
sobre las razones que tienen las personas para recibir y celebrar estas
agresiones-, me quedo con la idea de buscar la industria responsable de las
máquinas y hacerme con la concesión en Chile, donde me atrevo a pronosticar un
éxito rotundo.
Esos son mis planes, si a alguno les interesan.
(El cuerpo tiende a sanar, hasta que se agota)
sábado, 21 de diciembre de 2019
Esa planta no se toma el agua.
-Esa planta no se toma el agua -me dijo.
Yo fui a ver.
Era cierto.
La planta estaba en un macetero, en el borde de la
casa.
Hacía calor, la planta aún estaba viva, pero no
absorbía el agua.
-Espera -le dije-. Ya se la va a tomar.
Esperamos los dos, mirando la planta, varios
minutos.
Todo seguía igual.
Ella le había echado agua que se acumulaba sobre la
superficie, pero no era absorbida en lo absoluto.
-Ya ves que no se la toma -insistió ella.
-Tarde o temprano tendrá que hacerlo -dije yo.
Ella me miró y yo fui entonces por unas sillas.
Las puse cerca de la planta.
Nos sentamos a observarla.
No entendía que sucedía, pero tampoco me esforzaba
por entender.
Era una buena mañana, me refiero.
Había luz y habíamos pasado también una buena noche.
No había forma que una planta pudiese cambiar todo
aquello.
-¿No te parece extraño? -preguntó ella.
Yo le sonreí, pero no contesté.
-Incluso si solo hubiese tierra en la maceta… -insistió-,
el agua debiese bajar…
-Si el agua debe bajar va a terminar bajando -dije
yo-, no hay apuro.
Ella me miró entonces mientras yo me hacía el
desentendido, buscando algo para cambiar de tema.
-A lo mejor tampoco está queriendo recibir el sol -dijo
ella.
-Voy a preparar el desayuno -señalé, poniéndome de
pie-. ¿Tuesto el pan…? ¿Preparo huevos?
-Mejor con mermelada -dijo ella-. Al menos para mí…
Estuvo unos minutos más frente a la planta, pero luego
entró a la casa y comenzó a poner la mesa.
-¿Nos duchamos juntos después? -le pregunté.
Ella dijo que sí, mientras se sentaba.
Sirvió café, para ambos.
También jugo de naranja.
Yo me senté frente a ella y repartí las tostadas.
Nos miramos, antes de comer.
Ninguno de los dos parecía querer comenzar, primero
que el otro.
viernes, 20 de diciembre de 2019
Un profesor inflando un globo.
I.
Era un profesor bajito, muy nervioso. A mí no me
hacía clases, directamente, pero lo veíamos siempre en los recreos. Por lo
general, había un grupo de estudiantes que iba cerca suyo haciéndole alguna
broma, o invitando a otros alumnos, para que conocieran cómo actuaba, y pasaran
un buen rato.
Fue en ese contexto que me llevaron donde el
profesor y me dijeron que le pidiera que inflara un globo. Que inventara que
era para un trabajo y que luego pusiera atención. Lo encontré algo absurdo, por
supuesto, pero ya me habían contado cosas sobre él y quería saber si era
cierto, así que hice tal cual como me dijeron.
El profesor entonces, amablemente, tomo el globo y
comenzó a inflarlo. Observé así como el globo iba creciendo hasta que llegó a
su límite, sin que el profesor disminuyese el ímpetu con que soplaba. Por lo
mismo, pasados unos segundos, el globo reventó, mientras el profesor seguía
inflando.
-Disculpe -me dijo entonces, visiblemente apenado-.
Siempre me pasa cuando inflo globos… lo había olvidado.
Los que me habían llevado ante él rieron y yo quedé
extrañado. Al parecer siempre le pasaban cosas de este tipo y él se mostraba
incómodo… avergonzado de aquello. Lo del globo, de hecho, supe después, constituía
algo así como un clásico, y ya se lo habían hecho al menos unas tres veces.
-No se preocupe -le dije, arrepintiéndome un poco-.
A mí también me pasa…
II.
Pasado el incidente, comencé a estar más atento y
lo observaba en los recreos, para ver que otra cosa sucedía y tratar de entender
algo, de todo aquello.
Fue así hasta que un día, en que el profesor
terminó cortándose con unas tijeras, me acerqué hasta los que lo molestaban y
los amenacé, para que detuviesen aquello.
-A él no le hace mal -contestaron secamente, sin
tomarse en serio mi amenaza.
-Tampoco le hace bien -dije yo, sin ceder en lo
absoluto.
No golpee a nadie ni me golpearon así que todo eso
quedó ahí, como una situación más, casi intrascendente.
El profesor, en tanto -que se había ido a lavarse
la herida mientras yo hablaba con los otros-, dejó de ir al colegio días
después, sin dar explicación alguna.
III.
Corrieron distintos rumores sobre el profesor,
luego que se fuera.
De entre ellos, comenzó a tomar fuerza uno que
decía que había sido internado, por graves problemas sicológicos.
Yo se lo pregunté directamente a unos profesores,
con quienes tenía confianza y me lo confirmaron.
-Un hermano del profesor vino a avisar -me
dijeron-, y ya no volverá al colegio.
No pregunté más porque no sabía bien qué preguntar
y supongo que también porque en el fondo no soy bueno.
Por otro lado, como me veían siempre con libros, esos
mismos me entregaron uno que el profesor había dejado olvidado en el casillero.
Era una edición vieja de Al este del Edén,
de John Steinbeck.
Fue el primer libro que terminé de leer y no supe darme
cuenta que había terminado.
Igualito que el profesor con el globo, dirá
el lector atento, aunque no es solo eso.
Definitivamente, no es solo eso.
jueves, 19 de diciembre de 2019
Valdepinos llora en la ópera.
Valdepinos llora en la ópera y yo lo observo.
Está unas cuantas filas delante mío, en una
ubicación más cara, y hace ruidos mientras llora, lo que molesta a los
espectadores.
Yo mismo, como soy espectador, no puedo hacer otra
cosa que indignarme.
Además, el llanto de Valdepinos suena tan falso
como el propio Valdepinos.
Si llorase frente a un ataúd, por ejemplo, uno fácilmente
podría sospechar que ese ataúd está vacío.
Siempre produce eso, Valdepinos, pero no quiero aquí
detenerme a hablar de él.
Solo referirme a su llanto, y más precisamente a su
llanto en la ópera, que es aquí lo que molesta.
Varios, de hecho, se han volteado a mirarlo y a increparlo
en silencio, mientras sus sollozos no decaen.
Una mujer que está sentada al lado mío habla en voz
baja con otra que está delante:
-Es Valdepinos -dice la mujer.
-¿El cínico de Valdepinos? – pregunta la otra.
-Ese mismo -contesta la primera.
No es una gran conversación, por cierto, pero la
reproduzco de forma íntegra para ser fiel a la realidad, como siempre debiese
ser el arte.
Pasan así unos minutos.
Valdepinos sigue llorando y sus sollozos llegan
incluso a distraer a la soprano, quien se ha equivocado en una de sus líneas
mientras canta el aria tras la muerte de su esposo.
-¿Usted lo conoce? -me pregunta entonces un guardia
que se ha acercado hasta nosotros.
-Un poco -admito-. Creo que un par de veces
discutimos sobre un libro de Juan Emar, pero lo cierto es que ninguno de
nosotros fue del todo honesto.
-¿Y no puede usted decirle algo? -volvió a
consultarme.
-¿A quién? -pregunté yo, para ganar tiempo.
-Al hueón que llora -me respondió el guardia.
Yo asentí y pensé en decirle “Shhhhhhhh”, pero
luego dudé si eso contaba o no como decirle algo.
Finalmente, dejé fluir mis sensaciones y
transformarse en palabras, sin procurar mayor resguardo.
-¡Cállate culiao…! -le grité entonces.
Apenas lo hice, por cierto, muchos se dieron
vuelta a mirarme.
Incluso la ópera se detuvo y todo quedó de golpe en
silencio, como si espectadores, músicos y cantantes hubiesen sido ese culiao al
que había hecho callar, segundos antes.
No hubiese sabido qué hacer si la situación se
hubiese prolongado, pero por suerte los ruidos de Valdepinos volvieron a
desviar la atención de todos.
Ahora reía, sin embargo.
Se carcajeaba a gran volumen y golpeaba con sus
manos sus propias piernas, mientras se movía en el asiento.
La gente entonces se olvidó de mí, y volvió a centrarse
en Valdepinos.
Y es que su risa parecía tan falsa como su llanto y
como el propio Valdepinos.
Como si riese ahora frente al muerto que debió
haber estado en el ataúd vacío frente al cual supusimos antes, que lloraba.
-Es Valdepinos -comentó en ese instante un hombre
que estaba sentado al lado mío.
-¿El cínico de Valdepinos? -le preguntó otro, desde
la fila contigua.
-Ese mismo -contestó el primero.
Y yo no sé bien por qué, en ese instante, comencé a
contagiarme de risa.
miércoles, 18 de diciembre de 2019
Desayuno todo el día.
Conozco un lugar
donde sirven desayuno todo el día.
De hecho, no sirven otras cosas.
Hay olor constante a tostadas, a leche y a café.
Cereales en cada mesa, principalmente para los niños.
Y hasta tienen un sector en que te atienden en pijama.
Me gusta el clima que existe en aquel lugar.
Música suave todo el tiempo y hasta tienes la impresión
que están comenzando a cantar los pájaros.
A mí, por ejemplo, me gusta sentarme mirando a una pared
que tiene pintado un amplio amanecer:
pura luz mayormente, parece estar pintada,
mientras apenas se ve el sol.
No son así, por cierto, mis desayunos reales.
Pro no es tan malo pagar, por cambiar un poco
esos recuerdos.
Meterse a aquel sitio en los días más malos.
No importa que tan tarde sea
ni que tan oscuro, pueda estar afuera.
Ir para resetear lo que va del día,
y comenzar de nuevo.
Entonces cierras los ojos y hueles el café.
Y llegan sin demora los huevos revueltos que pediste
y hay también leche y jugo de naranja y pan recién tostado…
Y sientes que el día aún no se ha echado a perder.
Y que el sol está siempre apareciendo, en el horizonte de todos.
Por último, si te animas a ir,
te recomiendo que no le hagas caso al hombre
que se para frente al local,
gritando que la vida es otra cosa.
Después de todo,
él tampoco sabe qué es la vida,
realmente.
martes, 17 de diciembre de 2019
Entre sueño y sueño, un puente.
I.
Entre sueño y sueño, un puente.
Abandonamos uno para llegar al otro.
Tú estuviste, tal vez, en el que estoy ahora.
Parecemos seguros, mientras avanzamos.
Pero nadie sabe, en realidad, sobre qué se afirma todo
esto.
II.
Miento antes: no avanzamos.
Solo ve el puente quien está en el puente.
El pie piensa al pie cuando deja de sentir el suelo.
E inventa así también sus propios pasos.
Soy sincero: no avanzamos por el puente.
Y nadie encuentra a nadie, cuando busca, sobre él.
Podemos quedarnos con eso, o decirlo de esta forma:
Nunca mi sueño será tu sueño.
Y también vale lo contrario.
III.
Entre sueño y sueño, un puente.
Y bajo el puente otro sueño.
No te pertenecen, sin embargo, esos lugares.
Así dicen, al menos, los carteles.
Están puestos a cada extremo del puente.
Antes de abandonarlo, recuerdan que nada puedes
llevarte.
Que ese es apenas un sitio de paso.
Que la vida verdadera se encuentra en otro sitio.
IV.
Miento antes: no hay otro sueño, bajo el puente.
Y es que nada sabemos, sobre aquellos que han ido a
buscarlo.
Tal vez falta alguien que lo diga claro:
El corazón no debiese desear lo que desea:
Nombrar a dios, comprender el amor, saber por qué
se vive…
No te angusties demasiado.
El corazón es un músculo, no hay más.
Y el sol no revelará por qué viene a ti cada
mañana.
Grita o agradece, el resultado es el mismo.
Sin saltar, salta del puente.
lunes, 16 de diciembre de 2019
La centrífuga.
I.
Meto palabras en esta hoja como si fuera una centrífuga.
Entonces la enciendo
hasta que las palabras quedan secas, en el interior,
girando para nadie.
II.
Algo nos aleja del centro.
Algo que es ficticio y sin embargo nos aleja.
Eso dirían las palabras girando en la centrífuga.
Eso dirían si tuviesen con quién hablar.
O si supieran dónde dirigirse.
III.
No sé qué mirar cuando observo la centrífuga.
Espero que se detenga, simplemente, y luego busco algún sentido.
Si nada encuentro, la enciendo otra vez y repito lo ya hecho.
Me agoto, por supuesto, pero oculto mi cansancio.
Y me muevo mientras busco para no fijar mi referencia.
IV.
Si esto fuera un juego yo diría:
“De la centrífuga de Dios nació el ornitorrinco.
De la del hombre surgió la esfinge.
De la mía sale esto y a veces el silencio…”
Sin embargo, es probable que esto sea,
poco más que un juego.
V.
Wingarden habla de una tribu que miraba las estrellas, siempre
caminando.
De esa misma forma yo observo la centrífuga.
¡Cómo pasa el tiempo…!
Antes miraba las estrellas y hasta les ponía nombres.
Fue así que descubrí, por ejemplo, Ekman, Eötvös y Coriolis.
(Aunque luego comprobé que solo Coriolis existía)
VI.
Ya se detuvo la centrífuga.
Quien la vio girar puede comprobar que es cierto.
Dije lo que debía hasta que se abrió la herida.
Y lo que hay en la herida se resume en esta frase:
El cuerpo tiende a sanar,
hasta que se agota.
domingo, 15 de diciembre de 2019
Me paré ante Dios.
I.
Me paré ante Dios
y Él esperó a que hablase.
Pero yo no sabía qué decir
así que guardé silencio.
Nos quedamos así
un largo rato.
Por cómo me miraba
comprendí que Dios
no me conocía en lo absoluto.
Pasó así el tiempo
uno frente al otro.
La situación era clara
y podía resumirse en dos frases:
Dios no sabía mi nombre
ni yo el suyo.
II.
Sentí que había multitudes
escondidas, observando.
Por lo mismo,
me mantuve digno,
ante Dios.
Y es que pensé que al menos
podía obligarlo a hablar primero.
Le mantuve entonces la mirada
y crucé los brazos…
Buscaba una victoria mísera, es cierto,
pero victoria al fin y al cabo.
Eso hacía cuando pareció inquietarse levemente
y me habló con un tono menos agresivo de lo que esperaba:
Si eres Dios, demuéstralo, me dijo.
Yo reí entonces, con una risa nerviosa.
Él temblaba, frente a mí,
y parecía a punto de venirse abajo.
III.
Ese hueón no es Dios, me dije,
en ese instante.
Y por estúpido que parezca,
lo cierto es que consideré la posibilidad
de serlo yo mismo.
De ser Dios incluso sin saberlo, me refiero.
Además, si no lo era,
tal vez bastase con fingir
y mantener esa actitud,
ante quien se pusiera por delante.
Altivo, le dije al que estaba frente a mí
que se largase.
Así lo hizo, por supuesto.
Bajó su vista y se fue de aquel lugar
y yo nunca volví a verlo.
Así de simple fue:
Nunca volví a verlo.
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