-Esa planta no se toma el agua -me dijo.
Yo fui a ver.
Era cierto.
La planta estaba en un macetero, en el borde de la
casa.
Hacía calor, la planta aún estaba viva, pero no
absorbía el agua.
-Espera -le dije-. Ya se la va a tomar.
Esperamos los dos, mirando la planta, varios
minutos.
Todo seguía igual.
Ella le había echado agua que se acumulaba sobre la
superficie, pero no era absorbida en lo absoluto.
-Ya ves que no se la toma -insistió ella.
-Tarde o temprano tendrá que hacerlo -dije yo.
Ella me miró y yo fui entonces por unas sillas.
Las puse cerca de la planta.
Nos sentamos a observarla.
No entendía que sucedía, pero tampoco me esforzaba
por entender.
Era una buena mañana, me refiero.
Había luz y habíamos pasado también una buena noche.
No había forma que una planta pudiese cambiar todo
aquello.
-¿No te parece extraño? -preguntó ella.
Yo le sonreí, pero no contesté.
-Incluso si solo hubiese tierra en la maceta… -insistió-,
el agua debiese bajar…
-Si el agua debe bajar va a terminar bajando -dije
yo-, no hay apuro.
Ella me miró entonces mientras yo me hacía el
desentendido, buscando algo para cambiar de tema.
-A lo mejor tampoco está queriendo recibir el sol -dijo
ella.
-Voy a preparar el desayuno -señalé, poniéndome de
pie-. ¿Tuesto el pan…? ¿Preparo huevos?
-Mejor con mermelada -dijo ella-. Al menos para mí…
Estuvo unos minutos más frente a la planta, pero luego
entró a la casa y comenzó a poner la mesa.
-¿Nos duchamos juntos después? -le pregunté.
Ella dijo que sí, mientras se sentaba.
Sirvió café, para ambos.
También jugo de naranja.
Yo me senté frente a ella y repartí las tostadas.
Nos miramos, antes de comer.
Ninguno de los dos parecía querer comenzar, primero
que el otro.
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