Era un pueblo pequeño. De esos que tienen un único
camino, para entrar o salir de él. Trescientos habitantes, aproximadamente. No
más de ciento veinte casas y una plaza. Y en la entrada, un pequeño letrero con
el nombre del pueblo, junto a una pequeña estatua que dieron de baja en una
ciudad más grande, y que alguien decidió llevar hasta aquel lugar, por una
razón desconocida.
Juan vivió en aquel pueblo. Por casi doce años ocupó
una pequeña cabaña al comienzo del camino. Vivía gracias a la indemnización que
le pagaba una minera ya que había perdido la movilidad de una pierna y un
brazo, luego de un accidente en un camión. Colaboraba además con escritos que
enviaba a un periódico regional y a veces inventaba pequeñas noticias que supuestamente
ocurrían en su pueblo. Un intento de robo en la parroquia, una intoxicación
alimentaria o la captura de una rata con dos cabezas que habría sido enviada
hasta una universidad de prestigio, en la capital.
Todo era mentira, por supuesto, pero ningún vecino
se mostró molesto nunca, ya que era la única forma de ver escrito el nombre del
pueblo en el periódico que enviaban cada semana, desde la municipalidad. De
hecho, existía entre los habitantes cierta complicidad, que los llevaba a
hablar de los sucesos descritos en el periódico como hechos reales, agregando
detalles y nuevos testimonios a la noticia original.
Durante los días en que visité el pueblo, por
ejemplo, varias personas hablaban de un humo amarillo, que habría estado
presente en el pueblo durante el mes anterior, como neblina. De hecho, pensaron
que yo era alguien que habían enviado para investigar aquel fenómeno, sobre el
que habían publicado unas columnas, un par de semanas atrás. Yo no quise
contradecirlos, ciertamente, aunque nunca afirmé ser aquello que ellos creían,
mientras me daban detalles de este fenómeno y se contradecían explicando el
olor que emanaba de este humo, o el cambio de temperatura que habría habido durante
esos días, en el lugar.
Fue así que me llevaron con Juan, a su cabaña que
estaba al comienzo del camino por el que entrabas o salías del pueblo. Él
aprovechó entonces de mostrarme un gran grupo de recortes donde aparecían sus
noticias. Y claro, para colaborar con él, confesé que había llegado al pueblo
por una razón una mucho más oscura, cuyos detalles él cambió, por supuesto,
hasta convertirla en la notica que apareció en los periódicos la semana
entrante y que llevó a que me detuvieran unos días, esa vez, antes de regresar
a Santiago.
Con el tiempo, supe que Juan dejó de vivir en aquel
pueblo, justo antes de cumplir doce años en aquel lugar. Leí la noticia hace
unos días en la versión digital del mismo periódico en que él colaboraba. Esta
vez, era otro habitante del lugar quien hablaba de su extraña partida y agradecía
además su labor periodística realizada durante largos años. No se habría
despedido de nadie e incluso habría dejado la mayoría de sus cosas en la
cabaña, pero al parecer ya había comentado con algunos que se iba a otro lugar.
Acompañaba la noticia una foto de la cabaña de Juan, aparentemente abandonaba. Me
sorprendió leer que la vivienda estaba en la salida del pueblo, pues
siempre había considerado justamente lo contrario. Cuestión de perspectiva, sin
embargo, nada más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario