Parecían lunas. Primero vi dos. Luego noté que eran
cinco. Por un momento pensé que podían ser nubes que hubiesen tomado esa forma,
no sé… supongo que eso nos pasa cuando queremos racionalizar lo desconocido. Lo
que no debe estar ahí. Yo estaba en una azotea, con alguien más. Alguien a
quien quise mucho. Estaba haciéndose de noche, pero había suficiente luz. No
estaba del todo despejado pero aquellas cinco lunas, o esferas, se veían bien.
Dispuestas horizontalmente, en lo alto. Entonces ella sacó el celular, pero dijo
que costaba enfocarlas a todas, además justo pasaron algunas nubes y se taparon
un poco. Le dije que dejara de grabar, que tal vez no querían ser grabadas. No
sé si dije en voz alta esa razón, ahora que lo pienso, pero el hecho es que
ella dejó de grabar. Justo entonces las cinco esferas comenzaron a moverse. Manteniendo
la distancia. Con leves diferencias entre cada una de esas esferas, aunque no
creo que pueda intentar precisar. Se movían por todo el cielo. A veces
desaparecían en parte, bajo nosotros, pues estábamos en la azotea de un edificio
muy alto. Estábamos en el piso. En mi caso apoyado en un pequeño muro de
seguridad que tenía el edificio. Un muro de no más de un metro que podía
saltarse fácilmente, por cierto. Seguíamos con la vista las esferas y era
emocionante. Una sensación hermosa si no hubiese sido por el vértigo. Yo sentía
vértigo. Ella miraba las esferas, asombrada y se había puesto de pie. Yo estaba
recogido, contra el pequeño muro, como si pudiese aferrarme a eso. Por momentos sentía que las esferas seguían fijas
y que todo lo demás se movía, aunque el efecto final era casi el mismo. Ella me
miraba por momentos y se veía feliz. Yo intentaba estarlo, pero sentía vértigo.
Tampoco se lo decía, para no echarle a perder aquel momento. No sé cuánto más
siguieron en movimiento las esferas. Supongo que hasta poco después que cerré
los ojos. Ella estaba feliz. Se acercó hasta donde estaba y me abrazó. Era como
si esa experiencia nos hubiera unido. No se trataba de haber grabado todo aquello ni nada
por el estilo. Eso no tenía importancia. Yo intentaba estar ahí, con ella, pero el vértigo seguía. Estaba
contento, claro, por ella y porque estábamos juntos. Y porque algo que ella
sabía trascendente, sin duda, ahora nos unía. Yo ya la quería así desde antes, pero
habían faltado las esferas, para que se volviera mutuo. Esta vez, sin embargo, debido al vértigo, había
algo que nos seguía separando. No vivimos lo mismo. Creo que ella no se daba
cuenta. Para mí era algo magnífico, claro, pero en mi cuerpo había también
otras señales. Incluida la forma en que estamos acostumbrados a interpretar
aquello. Ver todo como algo hecho para nosotros, me refiero. Me di cuenta que ella
lo veía así y que por un momento yo también lo hice, cuando le dije que
guardara la cámara. Como si esas esferas hubiesen montado ese espectáculo para
nosotros, exclusivamente. Supongo que ella creía eso. Yo dudaba si era bueno creer
eso. Me sentía egoísta creyendo eso. Y es que si era así, incluso podía pensar que se fueron porque
cerré los ojos. Ella estaba feliz, sin embargo, y creía en nuestra unión luego
de aquello. Notaba en sus ojos algo distinto en su forma de mirarme. Parecía
comprender que estábamos hechos para estar juntos. Suena cliché eso, por
supuesto, pero en nuestro caso era verdad. Yo lo sabía desde antes, pero ella
sin duda no lo sabía. Esta vez, sin embargo, por la forma en que se dio,
pensaba yo que no era la manera correcta. La veía egoísta, a ella, pensando que
-ahora-, nosotros dos éramos el centro. Pude haberme aprovechado de eso, claro,
pero no lo hice. Si eso nos iba unir y ella no lo sabía desde dentro, desde sí
misma, era mejor dejarlo así. Ella buscó en su celular lo poco que había
grabado y lo borró. Era suficiente con que lo supiéramos los dos. Me miró llena
de amor y vi que era verdadero. Es decir, vi que ella, por primera vez, veía
que era verdadero. Era hermoso, pero no me pareció justo. Me sentí amado, pero
a la vez sabía que yo amaba desde antes, sin necesidad de las esferas. Ella
nunca lo había sabido. Nunca se lo había planteado incluso. El centro habían
sido siempre sus propias sensaciones, sus experiencias, ella misma. Yo la amaba,
pero eso no era justo. Tal vez era verdadero, y hasta hermoso, pero no era justo. Nos miramos
por una última vez y vimos todo el uno el otro. Podía ser la primera
gran mirada o la última. El final ya se sabe, por supuesto. Yo no soy el centro del mundo.
sábado, 31 de agosto de 2019
viernes, 30 de agosto de 2019
Clavos.
"Pablito clavó un clavito..."
No sé si ya lo han visto en las noticias. Yo, al
menos, lo vi hace un par de días, en tv. Me refiero a los ataques con clavos,
claro. Un tipo de apariencia normal, según las grabaciones. Normal, pero que esconde
en su chaqueta un martillo y algunos clavos. Hasta el momento ha atacado
mayormente en el metro. Siempre por sorpresa. De un segundo a otro saca el
martillo y un clavo. Luego lo entierra de un solo golpe. Como usa clavos
pequeños, de no más de una pulgada, el daño existe, pero no es tan grande. De
hecho, el verdadero peligro, según decía un especialista, es sacar el clavo. Por
lo mismo, recomendaban que si alguien es atacado no intente quitarse el clavo
de inmediato, sino que acuda a algún servicio de urgencias o centro
especializado, para su extracción. Después de todo siempre puede ocurrir alguna
infección, o hasta una hemorragia, en el peor de los casos. Por otro lado,
explicaban, las personas atacadas sienten un dolor, pero no necesariamente tan
agudo. Más que la picadura de un insecto, por supuesto, pero según las
entrevistas, nadie pensó en ese instante, que había sido víctima del hombre de
los clavos. Solo al tocarse, segundos después, y descubrir el metal, algunos
han comenzado a gritar y a dejarse llevar por el pánico. Un experto chino en
acupuntura fue entrevistado y explicó que los clavos eran puestos en puntos
clave, lo que explicaba que no se sintiera el dolor de inmediato y hasta que
algunas personas atacadas hablaran de los beneficios que les trajo el ataque, una
vez que les retiraran el clavo. Desde sentir menos stress hasta la mejora de
una cojera, si creemos en los entrevistados. A pesar de ello, lo ocurrido no
deja de ser un ataque. Algunos parlamentarios invocan la ley antiterrorista y ha
aumentado, por supuesto, la vigilancia en los lugares en que han ocurrido mayormente
estos eventos. Ya hay pistas claras, al parecer, sobre el atacante. No pueden
revelar nada, todavía, por supuesto. Es materia de investigación, señaló
el fiscal que lleva el caso. Yo les creo.
jueves, 29 de agosto de 2019
¿Por qué ser dentista?
Me explicó que quería ser dentista porque le
gustaba hablar. Hablar con otros, especificó. No hablar a solas, como
cuando escribes en un blog, me dijo. Sin ofender, por supuesto,
recalcó. Yo no me ofendí, pero lo cierto es que no entendía, así que le pedí
que se explicara mejor. No sé bien qué se pueda explicar, dijo entonces.
Me gusta hablar. Hablar y que me escuchen. Creo tener puntos de vista
interesantes y que pueden enriquecer a otros. Hablar desde los costados, eso
sí. Aparentar que hablas de otra cosa y de pronto dar en el clavo. Y dejar
hundido ese clavo en el otro. Sin que esa persona haya pedido ese clavo, por
supuesto. De otra forma estudiaría psicología o algo así. Recuerdo haber
intentado comentar aquello que decía, pero me hablaba tan rápido que no podía. También
pensé en ser taxista, o estudiar peluquería, siguió, pero en esos casos corres
el riesgo que te interrumpan, o hasta pueden pedir que te calles, si te toca
algún maleducado. Como dentista en cambio puedes manejar la situación.
Inmovilizas al otro. Lo dejas en una posición incómoda y te aseguras de meter
algún instrumento en su boca, para que no conteste. Entonces hablas. Tú regulas
el tiempo, por supuesto. Además, si intenta hablar, a pesar de todo puedes
meterle alguna otra manguera, anestesiarlo, o hasta hacer algún corte, para que
sangren un poco. Eso siempre los calma. Los concentra. Les adviertes que si
hablan pueden tener una hemorragia y ellos se asustan. Creen que la sangre es
importante y no se dan cuenta que la importancia reside finalmente en tus
palabras. Entonces sigues hablando. Puedes asegurar que te escuchen, incluso,
cada cierto tiempo. Hacer que asientan cada cierto rato… ¿Entiendes ahora?
Yo asentí. Pues esa es mi vocación, en resumen, dijo entonces. Luego se
fue. Mientras se alejaba, por cierto, yo sentí que la boca se me había llenado
de saliva, y escupí a un costado.
miércoles, 28 de agosto de 2019
Formas en que nace el caos (II).
*
Harold lo planeó todo. Nadie explicaba el cómo ni
el porqué, pero coincidían al menos en dar su nombre cuando hablábamos de la
idea original. El punto desde el cuál había nacido todo, digamos. Ese punto era
Harold.
*
Harold, sin embargo, parecía inofensivo. Incapaz de
procesar alguna idea compleja y menos aún de transmitirla y convencer
efectivamente a otros. Cuando lo interrogamos nos pareció amable. Las preguntas
largas había que explicárselas y si por alguna razón le decías dos preguntas
juntas se complicaba y no sabía bien cómo responder. Lo único que nos hacía
sospechar algo extraño es que fue el único de ellos que no subió a un árbol. Probablemente
no hubiese podido, pensábamos.
*
El problema mayor fue que los árboles
no eran bajos. Y además las ramas eran débiles. Los adultos no se atrevían a subir
por ellos pues podían volver todo más riesgoso. Y los niños arriba, si bien no
emitían amenaza alguna, podían reaccionar de alguna forma extraña. Después de
todo, no contestaban a ninguna de las preguntas ni a las órdenes de sus padres,
ni tampoco tomaron el alimento que intentaban subir hasta ellos. Harold, por
cierto, tampoco hablaba ni comía, pero nadie se dio cuenta, pues estaba debajo
de los árboles y no tenía padres preocupados, que pudieran percatarse de aquello.
*
Llegaron tres bomberos en un
inicio. Cuando cayó la primera niña, sin embargo, llamaron a otros más. También
llegaron policías, un doctor y el único reportero que había en el pueblo, y que
publicaba una vez al mes alguna noticia, en el diario de la ciudad. El total de
los niños sobre los árboles era de once. Doce en un inicio, digamos hasta que
cayó la primera niña. El más pequeño tenía cinco años y la más grande había
sido la niña que cayó, que tenía trece.
*
No había muchos más niños, en
esa zona del pueblo. No entre esas edades, al menos. Harold tenía doce y no
hablaba mucho con los otros. El profesor del colegio al que todos ellos
asistían dijo que nunca vio nada anormal en ellos. De todas formas, estaban de
vacaciones hacía dos semanas, así que tal vez hubiese pasado algo. Los padres
tampoco habían notado nada extraño.
*
Después del segundo día cayeron
tres niños. Y es que estaban débiles, y los vencía el sueño y no parecían
equilibrarse muy bien. Distintas cuadrillas de adultos nos habíamos organizado
para traer almohadas, colchones y tratar de prepararnos para la caída de los
niños, según las indicaciones de bomberos. La primera niña que cayó fue de esa
forma la que sufrió más daño. Aunque también hubo algunas fracturas en los
otros y hasta uno que quedó en coma, y no despertó hasta tres días después.
*
Desde la ciudad trajeron unos
andamios especiales que permitieron subir y tratar de bajar a los otros niños.
Finalmente, cayeron siete y pudieron bajar a cinco, antes que cayeran. De todas
formas, todos debieron ser llevados al hospital para ponerles suero y ayudar en
su recuperación. Por suerte todo había ocurrido en verano, por lo que no hubo
mucho frío en las noches y los árboles les procuraron sombra, a los niños, en
los momentos en que el sol era un poco más agresivo. A la semana después, más o
menos, cuando todo estaba más tranquilo, comenzamos a interrogar ordenadamente
a los niños.
*
Yo participé en varias de esas
entrevistas y debía transcribir sus respuestas. El comportamiento de los niños
era normal y sus repuestas también, dentro de ciertos márgenes. No sabían por
qué ni pare qué habían subido, aunque surgía el nombre de Harold, como decía en
un inicio. Ya arriba no recordaban mucho salvo que no tenían miedo de caer, y
que se habían sentido tan tranquilos, que habían sentido innecesario contestar,
o moverse de donde estaban. El resto de sus respuestas era normal. No tenían
intención de volver a subirse y decían que lo lamentaban. Que había sido algo
tonto. No decían nada más.
*
Harold fue entrevistado por
bomberos, doctores, policías y por varios de nosotros, durante los días que
siguieron a las otras entrevistas. No es que lo sucedido siguiera
preocupándonos tanto. Varios niños andaban enyesados y de vez en cuando
hablábamos del tema, pero lo cierto es que queríamos más bien cerrar el asunto.
Que nos dijeran que era un juego, por ejemplo, y castigarlos, nada más. Finalmente
no pasó eso, pero todo volvió a la normalidad, en todo caso. Los bomberos
cortaron las ramas bajas de los árboles y ya no era posible subir por ellos.
Los niños volvieron a la escuela y se portaron como siempre. Bueno, casi igual
que siempre. Y es que Harold quedó un poco más solo, porque los padres de los
otros niños les dijeron que no se juntaran con él. Era algo entendible, en todo
caso. No creo, además, que tenga relación alguna, con lo que ocurrió después.
martes, 27 de agosto de 2019
¿En qué pienso?
¿En qué pienso? Pues ahora mismo estaba pensando en
la primera esposa de Barbazul. Le daba vueltas a la historia porque recordaba
que, en ella, Barbazul asesinaba a las mujeres luego que abrían la única puerta
que él les había prohibido abrir. Les entregaba un manojo de llaves, según
recuerdo, donde faltaba únicamente aquella que permitía el acceso al cuarto
prohibido, en el que cada una de ellas descubría -pues terminaban entrando igualmente
de una u otra forma-, los cuerpos de todas las ex esposas, asesinadas porque habían
abierto, justamente, esa misma puerta.
Daba vueltas a los hechos, decía, porque si bien la
historia me parece clara, comienza a oscurecerse cuando piensas en la primera
esposa de Barbazul. Y es que ella, concluí, no debiese haber encontrado cadáver
alguno en aquel cuarto, por lo que su muerte no puede ser explicada de la misma
forma que la de sus sucesoras.
Tal vez alguna versión de la historia lo diga en
todo caso -ahora recuerdo simplemente una que leí hace muchos años y no he
corroborado en otro texto-, pero lo cierto es que la ausencia de una
explicación para esa primera muerte hace que el resto de los sucesos carezca de
solidez y la historia completa amenace entonces con venirse abajo.
¿En qué pienso, preguntabas…? Pues en eso. En la
primera esposa de Barbazul y cómo se desdibujan las historias. Y cómo todos los
hechos que a veces crees unir sólidamente hasta formar una secuencia
satisfactoria, pueden carecer del eslabón necesario para mantenerse en el
tiempo.
En el mundo, pensaba.
lunes, 26 de agosto de 2019
Con una chica al hombro.
Lo vi corriendo con una chica al hombro.
Al principio me dio risa, porque lo sabía
inofensivo, pero luego me preocupó un poco.
Fui a buscarlo.
Una hora después lo encontré atrás de un edificio y
lo observé.
Estaba tocando una canción a la chica, que estaba dormida.
Lo hacía con una armónica que daba un sonido
extraño.
Eran instrumentos que él mismo construía.
Cuando terminó me contó que la chica estaba
amarrada a una anciana.
-Unidas por un gancho -me dijo-, por un imperdible.
-Además no sabe lo que quiere -siguió-, y no tiene
idea del mundo.
-¿No sabe cómo es? -pregunté, sentándome en el suelo.
-No sabe para qué es -contestó él, mientras
guardaba la armónica y sacaba de los bolsillos una especie de flautín.
Entonces empezó a tocar.
La chica seguía dormida.
La noche estaba clara.
La melodía era agradable.
Luego de un rato vi aparecer una rata, y me
sobresalté.
Él, en tanto, dejó de tocar.
La rata se fue por donde vino.
Yo me acerqué unos pasos a la chica y la observé.
Se notaba que respiraba tranquila, sin sobresaltos.
No sabía bien qué más hacer.
-Puedes irte, si quieres -dijo él, mientras parecía
armar un pequeño instrumento-, no te preocupes… todo estará bien.
-¿Palabra de honor? -pregunté.
-Palabra de honor húngara -contestó, sonriendo.
Y yo me fui.
domingo, 25 de agosto de 2019
Salir de Egipto para llegar a Egipto.
Salir de Egipto para llegar a Egipto. Sin Dios y
por lo tanto sin plagas. Sin ayuda, digamos, salir de Egipto. Con las manos
llenas de sangre, abandonarlo. Porque tú mismo mataste las ranas. Porque las
langostas también te atacaron. Porque manchaste el río con tu propia sangre. Y
porque la oscuridad era también tu propia oscuridad. Salir de Egipto para
llegar a Egipto, repito. Tú me miras extrañado. Crees no saber de lo que hablo.
Me dices que tú no tienes pueblo. Que no has atravesado desierto alguno. Pero
que siga con la historia. Con la idea. Con la metáfora. Y yo me ofendo, claro, pero
sigo. Me avergüenzo de tu ignorancia. De tu voluntaria ignorancia. No ves las
pirámides. Tú prefieres llamarlas metáforas. Entonces te cuento que huiste por
el desierto. Que nadie vino, cuando llegó el dolor. Que no te enviaron comida
desde el cielo y que nadie separó las aguas para que pasaras. Mil veces moriste
en el desierto, te digo. Y no son metáforas. Pero finges no entender. No saber
nada del asunto. Te he visto mil veces subir a la montaña y bajar con las uñas
enterradas en tu propia piel. Si piedras. Sin palabras nuevas. Sin más peso que
tú mismo. Sin embargo, seguías. Por el desierto seguías y hoy simplemente dices
que no eres tú. O aceptas, mínimamente, diciendo que, si eras tú, ya has
llegado. Y claro, de cierta forma es cierto. Saliste de Egipto, pero llegaste a
Egipto. Yo mismo te lo he dicho, desde un principio. Pero no quieres entender.
Y me avergüenzas. Te secarás de pie, en tu ignorancia. Te convertirás en arena.
Y seguirás diciendo que son metáforas. Y llamarás al dolor de otra forma,
buscando alejarlo. Salir de Egipto para llegar a Egipto. No me pidas otro
final, para esta historia.
sábado, 24 de agosto de 2019
Malas experiencias (I)
*
Un par de veces he jugado fútbol con futbolistas ciegos.
Como arquero, por supuesto, para no desnivelar. Seis por lado, en canchas
pequeñas. Y la pelota llena de cascabeles, sonando por toda la cancha. Son
recuerdos que había decidido olvidar, pero que han vuelto. Los gritos breves,
como de pájaros, para indicar a los otros donde se encuentran. Los golpes que a
veces daban en la nada. Los tiros que podían salir en cualquier dirección y no
sabías cómo prevenir. Y una sensación extraña, ahí, mirando y siendo parte de
todo eso, como un fraude. Y ellos sabían, por supuesto, que te hacían sentir
como un fraude.
No están hechos para ser vistos, esos partidos. No
ríen, ellos, mientras juegan. No pareciera que disfrutan. No parece un juego. Cuando
se golpean fingen saber que no saben qué golpean. Pero yo sé que sí lo saben. Hay
algunos incluso que están menos ciegos. Sospecho que ven manchas, por lo menos,
pero no lo admiten. Mienten, por supuesto, como todos. Pero es peor ver cómo
mienten, cuando ellos no saben que ves eso. Habrá quien diga que fueron malas
experiencias, simplemente. Que el recuerdo se ha transformado, con el tiempo. Que
la incomodidad surge porque puedes engañarlos, o puedes intentarlo, al menos. Yo
sé, sin embargo, que no es así. La última vez que fui, por ejemplo,
acuchillaron a uno en un camarín. Llegó la policía, incluso. Por supuesto, nunca encontraron al culpable.
viernes, 23 de agosto de 2019
¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío!
I.
Estaba en casa, decidiendo si lavaba o no un plato.
Ya casi resolvía el dilema cuando escuche que
golpeaban la puerta.
La entreabrí y miré fuera.
Había un tipo alto, alegre, con apariencia de
extranjero.
Nunca antes lo había visto.
No bien vio la puerta entreabierta, el hombre la
abrió del todo y dio un par de pasos dentro de la casa.
-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -me dijo.
II.
Como según él era amigo mío lo puse a prueba
pidiéndole que lavara el plato.
Y como soy exigente con mis amistades (de lo
contrario los considero simples conocidos), le pedí de paso que lavara un par
de ollas y trapeara la cocina.
Mientras, yo buscaba en Wikipedia algo sobre Pavlovsk,
para poder entablar alguna conversación.
Así, mirando de reojo la información, comencé a
preguntarle algunas cosas:
-¿Qué tal el palacio de Pavlovsk, esa importante
residencia de la familia imperial rusa?
-¿Simpáticos los 16.058 habitantes del lugar, según
el censo del 2010?
-¿Qué me dices de su clima…? ¿Ha estado más
oceánico o más continental este último tiempo?
Pero mi amigo se hacía el desentendido y sonreía, simplemente,
sin responder.
-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -volvió a
decir entonces, aunque con otro tono.
Supongo que no sabía decir ninguna otra frase en
español.
III.
Le hice algunos gestos para indicarle que me
mostrara un documento.
Costó un poco, pero finalmente me acercó su
billetera, donde había algunas tarjetas y una especie de carnet, aparentemente
con letras mal impresas.
También encontré dos o seis billetes muy bonitos,
que guardé a modo de recuerdo, para iniciar una colección.
Luego le devolví la billetera.
-Yo soy Vian… -le dije entonces, tocando mi pecho y
remarcando cada una de mis palabras-. ¿Cómo te llamas tú?
-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -se
limitó a responder.
Dos veces, dijo aquella frase, en esa oportunidad.
IV.
Comprendí que algo andaba mal con él.
Me preparé un café, a él le serví un vaso con agua
y lo invité a sentarse.
Él parecía esperar que yo dijera algo.
-No sé bien cómo explicarte… -le dije-, el mundo
esta lleno de cosas… tristezas, alegrías, ya sabes… no puedes limitarte a
llegar de Pávlovsk, simplemente, por muy amigo mío que seas…
-¿Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío? -dijo él.
Esta vez con tono de pregunta.
Los ojos le brillaron un poco y parecía estar nervioso.
Me conmovió un tanto su expresión.
-Todos llegamos de Pávolvsk, alguna vez, amigo mío…
-le dije, palmeando su hombro-. Pero no basta con llegar, hay que dirigirse a
algún sitio…
Él entonces indicó unas galletas que yo estaba
comiendo, posiblemente para cambiar el tema.
-No puedo ayudarte más -le señalé entonces,
mientras lo acompañaba para que lavase lo que habíamos ensuciado, en su
recepción.
Yo sequé mi taza, por cierto, porque no me gusta
abusar.
Luego, lo acerqué a la puerta y la volví a abrir, mostrándole
el mundo entero que estaba fuera de ella, y que debía recorrer.
-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -me dijo,
aferrándose a la puerta, sin querer salir.
-Pues ya sabes como es esto… -le dije, mientras lo
empujaba un poco, y hasta le hacía una pequeña zancadilla, para que terminase
de salir-. Somos responsables de nuestro lugar en el mundo.
-¡Acabo de llegar de Pávlovsk, amigo mío! -siguió
gritando, incluso luego que cerré la puerta, tras él.
Tras decirlo unas cinco o doce veces más, y hasta lloriquear
un poco, finalmente se fue del lugar, quién sabe si de regreso a Pávlovsk.
¡Suerte en tu viaje, buen hombre…!
jueves, 22 de agosto de 2019
Hércules no es bueno.
Hércules no es bueno.
Él mismo lo reconoce sobre el final del Hércules
loco, de Séneca.
En aquella obra, cegado y enloquecido luego de
vencer en todas las pruebas, mata a se esposa y a sus hijos.
Sin embargo, no digo que no sea bueno por estos asesinatos.
Puedo dejar aquello aparte, y asimilar aquello como
consecuencia de un hechizo, incluso, si se quiere.
En cambio, Hércules no es bueno, por algo que él
mismo admite:
Las hazañas loables las hice obedeciendo órdenes,
nos dice, solo esto último es lo mío.
De sus palabras dejo de lado las últimas, propiciadas
por la culpa, y me quedo con las primeras.
Y es que lo bueno que ha hecho Hércules, no es
suyo. Esa es la clave.
No ha hablado nunca su voluntad, digamos, a través
de sus acciones.
Alguien podría discutir, por supuesto, diciendo que,
con su poder, Hércules fácilmente podría haber dominado a los hombres y hasta
vaciado el cielo.
Y al no haberlo hecho, entonces, demostrar que es
bueno.
Yo, en cambio, digo que aquello no lo hace bueno,
en lo absoluto.
Aunque puedo llegar a aceptar, si insisten, que
Hércules no es malo.
Pero claro… ser bueno y no ser malo, son asuntos
totalmente distintos.
Homologarlos es el origen de los dioses inútiles y
el de los hombres desdichados.
Es una cuestión básica y absoluta.
Hércules no es bueno.
miércoles, 21 de agosto de 2019
¿Dónde es más bella la nuez?
-¿Y tú qué piensas? -me preguntó de improviso-,
¿dónde es más bella la nuez?
-¿Qué nuez? -pregunté.
Ella acostumbraba a lanzar sus preguntas así, de
improviso, revelando de pronto que estaban fluyendo en ella desde hacía rato
otras ideas, como ríos subterráneos.
-Cualquier nuez -me dijo, como si con eso aclarase
todo-. Incluso puede ser otra cosa similar y no una nuez.
-No entiendo -confesé-. Sabes que cuando comienzas a
hablar así tienes que explicarte…
Ella se tomó unos segundos, para ordenar sus ideas.
-Te preguntaba dónde es más bella la nuez… -dijo un
poco más lento, como si escogiera entre varias cada palabra que decía-. Me
refiero si la encuentras más bella adentro o afuera…
-¿Te refieres a si la encuentro más bella con
cáscara o sin cáscara? -pregunté.
-Sí -dijo ella, aunque no parecía convencida-. Más
o menos eso.
-Pues no sé… -dije, mientras pensaba-. Nunca lo
había pensado en términos de belleza… pero supongo que enteras… con cáscara, me
refiero…
-¿Te gustan las nueces? -me interrumpió-. ¿has
abierto alguna para comértela después?
-No me gustan especialmente… -contesté, moentras
recordaba-. Supongo que he abierto algunas, pero no sé si para comérmelas yo o
para alguna otra cosa…
--Pues yo creo que justamente por eso las
encuentras más bellas de esa forma -señaló, como una conclusión-. En eso estaba
pensando. En superficie y profundidad. En belleza y utilidad. En ese tipo de
cosas.
-Ya… -dije yo, mientras ella pasaba a hacer otra
cosa, y parecía dejar de lado aquello que segundos antes la intrigaba.
Mientras la veía guardar algunas cosas en su bolso,
sin embargo, yo me sentía extraño, con ganas de explicarle que había pensado
que la nuez era más bella desde fuera pues poseía, de esa forma, dos bellezas.
Ella en tanto terminó de guardar sus cosas, miró la
hora y comentó que estaba atrasada.
-¿Nos vemos el martes, cierto? -me preguntó, luego
de despedirse apurada.
-Sí -le dije, sonriendo. Pero sabía que todo era
mentira.
martes, 20 de agosto de 2019
Lo que encontró J., en Honduras.
Al interior de una selva, en Honduras, J. conoció a
un grupo de monos que, según sus palabras, hacían reír. Cuando lo explica en
detalle puede que se aclare que no necesariamente buscaban la risa del espectador,
sino captar la atención para alterar su conducta y aprovecharse de aquel efecto
para escapar -como lo hacían con otros animales-, o para atacar luego, por
sorpresa, al más pequeño de los integrantes -como le ocurrió a él mismo, luego
que robaran algunas cosas que cargaba durante la expedición-.
Si bien las estrategias que utilizaban estos monos
eran variadas, la principal era la imitación exagerada de los rasgos que habían
observado en los espectadores. Así, por ejemplo, el grupo de los monos a los
que hace referencia, habría imitado el andar de los hombres, cargados de
mochilas, realizando movimientos de machetes y hasta reproduciendo la torpe caída
que había sufrido uno de ellos, unas horas antes de encontrarse con los monos.
Así, a una distancia segura y ubicándose en un
lugar lo suficientemente visible, algunos de esos animales ofrecían el
espectáculo, del que he observado un par de malas fotografías, en las que no se
aprecia bien, si soy sincero, aquello que realizan.
También, durante aquella expedición, J. aseguró
haber llegado hasta unas ruinas de las que me mostró una decena de malas fotos,
ya que, según él, algunos de los hombres que lo acompañaron en la expedición le
impidieron fotografiarla o intentar indagar más en ellas, que estaban
mayormente cubiertas de vegetación.
Fue entonces que vi sus dibujos, que parecían
reproducir no ruinas sencillas, sino prácticamente una ciudad en medio de la
selva, y recibí desconfiado la propuesta que me hacía para narrar el relato de
su descubrimiento para enviarlo a alguna revista o institución especializada.
Me negué a eso, por supuesto. En cambio, utilicé la
historia de sus monos para un cuento que escribí en ese entonces y que perdí junto
a muchas otras cosas, en un robo hace varios años ya.
Respecto a las ruinas de esa ciudad, en tanto, luego
de varios años, supe que habían sido descubiertas oficialmente, y que supuso un
gran hallazgo -el más importante de este milenio, para algunos medios-, y hasta
vi unas fotos en la National Geographic.
J., que trabaja hoy como pequeño agricultor,
exportando papas, desde Chiloé, supo también de este hecho, y hablamos por
teléfono, en esa oportunidad.
No me culpó de nada ni se arrepiente de no haber
llegado a difundir lo que encontró en su momento.
-De todas formas -me dijo-, todavía no han descubierto
la entrada a los túneles, que se veía en una foto… esa en que aparecía el
jaguar.
-No recuerdo esa foto -le confieso, tras intentar
recordar.
Entonces J. dijo que igual no importa… que tal vez
no me las mostró todas… y hablamos luego de otras cosas y hasta se comprometió a
mandarme un saco de papas, que nunca envió.
lunes, 19 de agosto de 2019
Australia.
Vivió en Australia durante un año. Luego de un mes
en Sidney quiso recorrer el país. Lamentablemente, perdió su dinero y toda su
documentación luego de viajar en un pequeño tren y bajarse más tiempo del necesario en un lugar no permitido. El lugar tenía un nombre que él juro no
repetir y estaba en una zona muy seca y calurosa. Apenas tenía un bar, una
posada y un edificio de madera, de dos pisos, donde había un funcionario que hablaba
un extraño inglés que apenas logró comprender. Según descifró, luego de
contarle su problema, el tren paraba ahí cada quince días. Tendría que esperar
hasta aquel momento, por supuesto. Había un teléfono en la oficina del
funcionario y otro en la posada. Ninguno funcionaba. También había un televisor,
en el bar, donde llegaba un canal que se veía con dificultad y transmitía todo
el día partidos de rugby, algunos de ellos muy antiguos. Recién estaba naciendo
internet por esos años y en aquella región no llegaba, por supuesto. Tampoco
había señal para su teléfono móvil. Tenía apenas un poco de dinero, su teléfono
móvil, una máquina fotográfica y unas prendas de ropa que cargaba en su
mochila. Para subsistir durante esos días convenció al hombre de la posada para
que lo dejara quedarse a cambio de la máquina fotográfica. El hospedaje incluía
un café al desayuno y un almuerzo que el hombre solía improvisar -era el único
cliente de la posada, por supuesto-, y una cerveza helada con u trozo de pan al
finalizar la tarde. Recorrió el lugar durante esos quince días. Las calles no tenían
nombre y eran de tierra. Descubrió que había muchos cuartos abandonados en los
que tal vez habría podido quedarse. Eso hizo, de hecho, luego que a los diez días
el tipo de la posada le dijo que se le había acabado el crédito. Calculó que debía
haber perdido dos o tres kilos, fácilmente, en aquel lugar. El día catorce,
recorriendo los alrededores metió uno de sus pies en una extraña trampa. Unos
dientes de metal se clavaron en uno de sus tobillos y una cadena con un candado
impidió que pudiera alejarse del lugar. Estuvo ahí durante dos días. Desde ahí,
con el tobillo fracturado y herido, escuchó como llegaba el tren y se detenía
unos minutos en el lugar, hasta que volvió a partir. Horas después, el funcionario,
supuestamente extrañado de no ver al hombre subirse a la máquina fue a buscarlo
y lo encontró herido. Abrió la trampa y liberó el candado con una llave que
sacó de un gran manojo, y lo llevó hasta donde una anciana que le llenó el
tobillo de una especie de barro. Se quedó con la anciana, que hablaba en un
extraño dialecto, hasta que llegó el otro tren. Los últimos días no pudo
negarse a tener sexo con ella, aunque en principio le había producido rechazo
el olor de la mujer y lo negro que tenía sus encías en aquellos lugares en los que
faltaban dientes. Cojeó para subir al tren luego de despedirse de la mujer,
explicó su situación y llegó hasta una ciudad donde pudo hacer una llamada y
solicitar dinero a un familiar. También tramitó unos nuevos documentos. El
dinero le llegó a la ciudad una semana después, pro no era mucho. Decidió
trabajar en el lugar, ayudando a unos hombres que construían una plaza. Pasó
ahí varios meses. Luego trabajó construyendo unas casas y poniendo techos en una
villa pequeña villa, en las afueras de una mina. A veces salía a cazar, en las
cercanías. Casi nada de lo que mataban era comestible. Una vez le disparó a un
canguro, solo porque los demás lo hacían. No lo mató con el disparo, pero al
herirlo permitió que otro de los cazadores se acercara hasta él y le diera
muerte con un cuchillo. Comió una especie de estofado que hicieron con parte de
la cola. También se habían llevado las piernas del animal, pero no probó.
Volvió a Sidney solo la última semana antes de regresar a su país. En Sidney
compró recuerdos para su familia. Llaveros, imanes para el refrigerador y unas
cuantas camisetas. En casi todas aparecía algún canguro u otro animal que era
caricaturizado con expresiones bondadosas. Casi siempre sonreían, en las
imágenes, aquellos animales. Había pasado un año en Australia. A él le quedó
una pequeña cojera a partir de la herida en su tobillo. Su piel oscureció al
menos un tono. Yo no le creo, pero dice que nunca volvería a aquel lugar.
domingo, 18 de agosto de 2019
Menos vivo.
Él decía que estabas menos vivo cuando tenías los ojos
cerrados.
Lo decía con un tono serio, casi científico… y
hasta daba algún porcentaje para indicar la cantidad menos de vida que
supuestamente tenías.
Carecía, por supuesto, de cualquier tipo de evidencia
que respaldara su observación.
Yo se lo critiqué una vez y él se molestó, alegando
que cuando algo era evidente, ese algo contenía, al mismo tiempo, su propia
evidencia.
-Como un huevo -me dijo-. Lo que hay en su interior
es su evidencia. Tú mismo has escrito sobre eso.
Eso no era exacto, pero entendí el punto, así que
lo dejé pasar.
Lo que él explicaba, por otro lado, era fruto de
una impresión bastante vaga.
Y lo que a mí me llamaba la atención, era la
conclusión de todo aquello.
Según él, cuando una persona cerraba los ojos, y
dejaba de ver, su expresión daba cuenta de una ausencia de vida.
-Mantiene sus funciones motoras -explicaba-, eso es
evidente, pero la vida está ausente… y la persona es entonces similar a un auto
cuyo motor está encendido, pero fijo, manteniéndose en un mismo lugar.
Si la persona soñaba, sin embargo, su teoría
fallaba en parte, pues él consideraba que soñar era también ver, en menor
medida, al igual que pensar, a lo que asignaba cierto porcentaje mínimo, en el
cálculo de vida que tenía un ser.
-No tienes más vida que aquello que ves -concluía
siempre-, desde ahí fluye verdaderamente la sangre que otorga vida.
Y claro, era justamente aquella conclusión la que
llamaba mi atención.
No la forma en que la expresaba, sino la concepción
de mundo que reflejaba esa sentencia.
La importancia que adquiría lo que estaba fuera de
uno mismo, digamos.
Justo lo contrario de lo que hacía evidente al
huevo, según la interpretación que él mismo le daba.
Por supuesto, eso me llevaba a tomar un poco más en
serio sus palabras.
Más cercanas a la verdad, me refiero.
Como si el ver del que hablaba fuese también tocar,
oír, oler, gustar y hasta sentir.
Y como si la vida que aquello nutría, fuese
también, ciertamente, muchas otras cosas.
sábado, 17 de agosto de 2019
En el coro.
Antonia está en el coro de niñas de la
iglesia. Le avergüenza ya que tiene mala voz y las otras niñas ya llevan tiempo
trabajando. Por si fuera poco, prácticamente sin ensayo, debe cantar este
domingo frente a sus padres y los distintos asistentes. Justo entonces, minutos
antes, mientras se ubican en sus lugares, para cantar, otra niña se acerca y le
pregunta si se siente mal. Antonia le explica la situación y sus ojos se llenan
de lágrimas, mientras lo hace. La otra niña le dice entonces que no se
preocupe, y que haga como Cristina, Soledad y ella misma, que apenas mueven la
boca fingiendo que cantan, para no desafinar. Nadie se da cuenta, le
dice. Antonia se tranquiliza un poco. Además, solo son dos canciones. Sigue el
consejo de su nueva amiga con la primera. Mueve la boca, nada más. Todo sale
bien. Sus padres la graban con un celular, desde su asiento. Al final todos aplauden.
Mientras espera el momento de la segunda canción, sin embargo, Antonia comienza
a cuestionarse algunas cosas. Por ejemplo, y aunque sabe que es absurdo, ella
piensa que tal vez en el coro nadie cante realmente… y el sonido venga de otro
sitio o en realidad ni siquiera venga… Es algo absurdo, claro, pero hay que
admitir que son varias las niñas que no cantan… Los espectadores, por otro
lado, parecen tener algo extraño… tal vez tampoco escuchen realmente y fingen
hacerlo, del mismo modo como algunas niñas simulan cantar… Sí, piensa Antonia,
tal vez nadie se atreve a decir nada, pero todos saben, y hay que seguir en el
juego. Igual que en esas ocasiones cuando dudas sobre dios y te preguntas por
qué lo bueno es bueno y lo malo es malo, sin que nadie tenga realmente una
respuesta sobre aquello. Pero claro, no debe valer la pena comenzar a
cuestionarse todo eso… Además, ya está por empezar la segunda canción. Por
esto, Antonia opta por quedarse en su lugar, mientras repasa mentalmente la
letra de la canción que viene. Sus padres vuelven a sacar un celular, para
grabarla. Ella se sonríe con su nueva amiga. Todo está en orden.
viernes, 16 de agosto de 2019
Formas en que nace el caos (I)
Fue a reclamar porque compró un huevo, pero le
salió vacío. Solo cáscara, dice él, mientras muestra los restos. La cáscara es
un poco más gruesa con lo que compensa un poco el peso, pero el hombre insiste
en que el huevo estaba vacío. Alega que se trata de una estafa. También lleva
los otros huevos que compró, intactos, para devolverlos.
-Si le salió vacío no era un huevo -dice entonces
la vendedora-. Lo que equivale a decir que usted no compró un huevo. No sé
entonces de qué está hablando.
-Hablo de un huevo que le compré… -insiste el
hombre-, de seis huevos, en realidad, y al menos el primero está vacío.
-¿El primero qué?
-El primer huevo… le acabo de mostrar la cáscara…
-Pues yo dudo que eso haya sido un huevo… -intenta
explicar la vendedora-. Además, si no tiene nada dentro, ¿puede considerarse
cáscara lo de fuera? Usted se contradice mucho… Por otro lado, ¿cómo sabe que
ese… que “eso”, era “el primero”? ¿Cómo conoce usted el orden de aquello que usted
llama huevo y que quiere hacer pasar como tal?
-Espere -dice el hombre, intentando ordenar sus
ideas-, yo pagué seis huevos, usted misma me los cobró, entonces abro uno, para
freírlo… y sí, puedo aceptar que sea uno y no el primero, pues luego no abrí
otros… pero el caso es que encuentro que está vacío… por ende, vengo a
devolverlos… no veo qué contradicción o error mío hay en eso…
-Hay muchos -dice la vendedora-, pero creo que es
imposible discutir lógicamente con usted… además usted no necesariamente pagó por
seis huevos… pagó un total, es cierto… pero por seis unidades de algo, eso es
todo…
-Los huevos valen $150 y yo pagué $900, para mí está
claro.
-Pues también hay otros productos que valen $150…
que algo valga $150 no lo convierte en un huevo… ¿o acaso si yo le vendo una
cebolla en $150 eso la convierte en un huevo?
-No, pero…
-Entonces está claro -concluye la vendedora-. Si no
tiene nada dentro no es un huevo. Busque la definición si quiere. Eso
inhabilita inmediatamente su reclamo. Le pediría ahora que se retire, por
favor.
El hombre la observó por un momento. Vio que había
otras personas comprando y consideró inútil continuar. Pensó arrojar los huevos
el en local, pero pensó que cualquier cosa que ocurriera no se saldría con la
suya. Si se rompen y manchan resultará que eran huevos normales, pensó, y si se
rompen y solo hay cáscara no ensuciaré nada y tampoco ganaré nada, pues ella confirmará
que no eran huevos, y que mi reclamo es inútil.
Mientras pensaba todo esto uno de los huevos que
llevaba el hombre (lo llamaré aquí de esa forma para facilitar la comprensión),
hizo un pequeño ruido, pues comenzó a partirse, desde dentro.
Pero nadie lo escuchó.
jueves, 15 de agosto de 2019
Popeye.
I.
-¿Te acuerdas de Popeye?
-¿El vecino al que le dio la parálisis facial?
-No… el personaje de dibujo animado…
-Pues claro… me acuerdo.
-Es que el otro día encontré la serie y vi un
capítulo muy raro… que me dio qué pensar…
-¿Ahora viene la parte en que me cuentas el
capítulo?
-Sí.
-Dale. De acuerdo.
II.
En el capítulo Popeye va en un crucero, en un viaje
largo pues ha ganado un premio, hasta que de pronto se debe enfrentar a una
dificultad y come espinacas y vence… lo típico, digamos. Pero ocurre que se
gasta la única lata de espinacas que tenía y están en medio del océano y surgen
nuevas amenazas. Entonces Olivia, que por supuesto iba con él, encuentra acelga
en la cocina, y se la da diciendo que era espinaca… y funciona. Popeye se las
traga sin sentir el sabor, supongo, y vence las adversidades nuevamente.
Entonces el viaje sigue y Olivia, ya sin acelgas, va cortando trozos de las
plantas que había en un salón del barco y se las da, engañándolo nuevamente,
varias veces, hasta que se acaban las plantas. A poco de llegar a la costa,
lamentablemente, surge una última gran complicación, que requiere la fuerza de
Popeye… entonces Olivia busca y no encuentra… hasta que en el camarote abre una
maleta donde hay un gran fajo de billetes verdes, que eran parte del premio.
Los mira y no se decide, hasta que entra Popeye y la ve con el fajo de billetes
en la mano. Olivia incluso duda y lo esconde, pero Popeye toma los billetes y
se los come… Eran verdes, claro, pero no tenían la apariencia de la espinaca
como en las ocasiones anteriores… pero Popeye recibe sus efectos de igual forma…
y vence… creo que era a un gran pulpo. Poco después llegan a la costa, pobres,
pero sanos, y siguen su vida de antes.
III.
-¿Se entendió la historia?
-No muy bien, pero sí…
-¿Y qué te parece?
-¿Qué cosa? ¿Lo del efecto placebo?
-No es solo eso… recuerda que al final Popeye ve el
dinero, no se confunde… de hecho le hace un gesto a Olivia, como lamentando
tener que comérselo…
-Pues no dijiste eso…
-Ahora lo digo.
-Pues no sé, es raro…
-¿Raro, nada más?
-…
-Supongo entonces que lo he contado para nada…
-Al menos me sirvió para acordarme del vecino de la
parálisis facial, ¿sabías que una vez…?
-No quiero escucharlo, gracias... No entiendes una mierda.
miércoles, 14 de agosto de 2019
Gesto técnico.
Vio el ataque, en una esquina. Un hombre con un
cuchillo atacaba a otro. En repetidas ocasiones lo atacaba, hasta que el otro
cayó. Estaba oscuro. Extrañamente silencioso. Todo le pareció un poco falso,
artificial. Tanto que pensó que había un problema en ella, al percibirlo. No le
pareció escuchar, por ejemplo, que el hombre acuchillado hubiese gritado. Todo
fue como un juego de sombras, pensó. No vio expresiones de pánico ni angustia.
Fue como una representación. Menos que eso: el ensayo de una representación. Incluso
podría decirse que fue un instructivo: el repaso de los movimientos para un
asesinato realizado con un arma cortopunzante. El gesto técnico, digamos. Como
cuando muestran a un futbolista golpeando correctamente un balón o a un
deportista X haciendo un movimiento X. Entonces, el cuerpo que acuchilló
pareció mirar en varias direcciones (menos hacia la ventana del tercer piso
desde donde ella observaba) y se va del lugar. Lo ve llegar hasta otra calle
donde dobla y se aleja. El otro cuerpo, en tanto, ha quedado en el suelo. Le
pareció ver un pequeño movimiento, en un inicio, pero luego ya es un bulto,
simplemente. No se aprecia en él movimiento alguno. Ahora debo llamar a la
policía, se dice. O tal vez a una ambulancia. Toma su teléfono. Piensa en el tono de
voz adecuado para narrar lo ocurrido. En el gesto técnico adecuado, digamos,
que diferencie esa llamada de la que realizó dos horas antes para pedir una
pizza. Se decide por llamar a la policía. Debe parecer nerviosa, pero no sabe
bien cómo hacerlo. Y como no sabe, lo dice. Estoy nerviosa, dice. Atacaron
a un hombre con un cuchillo. Da su dirección. Explica que todo estaba
oscuro. Que no vio bien. Que no sirve para testigo. La dejan esperando, un
momento en el teléfono. Vuelven a pedir sus datos y le hacen repetir la
declaración, agregando unos detalles. Entonces le informan que irá un policía hasta su departamento, para que
firme una declaración. Que será algo rápido. En treinta minutos
aproximadamente. También enviarán una ambulancia. Ella no sabe qué decir, así
que se queda en silencio. Pero no corta la llamada. ¿Está ahí todavía?,
le preguntan luego de un minuto. Ella contesta que sí. Puede colgar, le
dicen. Ella lo hace.
martes, 13 de agosto de 2019
Algo.
Me desperté de golpe, agitado.
Estaba soñando una serie de cosas, que no se me
antoja recordar y que no vienen al caso.
Como otras veces, sin embargo, sentí que algo había
arrancado del sueño.
Algo que, mientras está ahí, buscando donde situarse,
te produce cierta angustia.
Puedes seguirlo con la mirada, mientras despiertas,
como el vuelo de una mosca.
Y al igual que con la mosca, si logras ver donde se
detiene, puedes intentar deshacerte de aquello.
No necesariamente acabar, con aquello, pero
al menos alejarlo de aquel sitio.
Despejar el lugar, digamos.
Y controlar la angustia, entonces, hasta cierto
punto.
En esta oportunidad, seguí a aquello hasta fuera de
la habitación.
Podía notar su presencia, también inquieta, y a
veces hacía pequeños ruidos, supongo que para ahuyentarme.
Sentí que su tamaño, tal vez, no lo dejaba quedarse
entre mis cosas.
No era pequeño.
No era joven.
No era bueno, pensé.
Tiene una fuerza distinta que otras veces.
Menos miedo.
No le preocupa que escriba sobre él.
Podría incluso, me dije, llegar a mostrarse.
Pasaron horas, así, mientras se acomodaba.
Todavía no llegaba ahí, pero de pronto, supe que
iba a situarse en una bicicleta.
Podría observar esa bicicleta desde mi pieza, por
la ventana.
Pero sabía que, si lo hacía antes de tiempo,
aquello bien podría aparecer detrás de mí, o mostrarse en otro sitio, y no
estoy listo para aquello.
Además, acá tampoco estarás cómodo, le dije.
En la bicicleta, en cambio, puedo llevarte hasta
otro sitio.
Repito esto varias veces.
Ojalá nos hayamos entendido.
Ahora, precisamente, han cesado los ruidos.
O al menos son más suaves.
No escribo más, para no complicar las cosas.
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