Ella manejó dos horas para llegar a la nieve.
Iba con sus dos hijos, que jugaban mayormente en el
celular.
Poco antes de llegar uno debió bajarse a vomitar.
El otro lo grabó mientras lo hacía y se burló de él
durante el resto del camino.
Afortunadamente el que había vomitado no se lo tomó
a mal.
Ya en el lugar, jugaron juntos y no hubo mayores
problemas.
Ella también jugó con ellos, en la nieve, durante
un rato.
Tomaron chocolate caliente y se sacaron fotos, que
enviaron al padre.
Él había tenido una fractura en una pierna que
tenía enyesada.
Por eso no fue con ellos, ese día.
Vio entonces las fotos e hizo algún comentario.
Todo fue cordial, por supuesto.
Ahora debían regresar.
Poco después, a mitad de camino, más o menos, ella
se percató que no llevaba sus documentos.
Los tenía en la billetera, que recordaba andar
trayendo cuando jugó en la nieve.
Debían haberse caído, y por un instante pensó
incluso en regresar.
Debido a la distancia, finalmente, no lo hizo.
Llegando a casa bloquearía tarjetas e iría al día
siguiente a sacar carnet.
Si me detienen ahora, pensó, no sé cómo
podría demostrar quién soy.
Se sintió nerviosa.
Uno de sus hijos se durmió y el otro lo grabó para
molestarlo después.
Una hora después llegaron donde el padre.
Los niños mostraron los videos y se molestaron un
poco, entre ellos.
Ella, en tanto, elegía las palabras para explicar
que estaba sin documentos.
Sabía que se trataba solo de plástico y papeles,
pero se sentía frágil.
Podría no ser yo, le dijo al padre, en un
momento.
Me refiero a que no podría demostrártelo,
intentó explicar.
Ya, dijo él sin entender. Igual no es
necesario.
Ella pensó por qué no era necesario, pero justo entonces
se escuchó a sus hijos discutían en su habitación.
También en ese instante, aunque ella no podía
saberlo, había comenzado a nevar, en la montaña, sobre sus documentos.
Algo, seguramente, iba a pasar.
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