-Nunca tuve una demanda, -me dijo-. Trabajé catorce
años con ancianos y nunca tuve una demanda. Puede que a ti no te suene a nada,
pero para mí es el logro más importante que he tenido. La que me seguía tenía
once y eso que llegó al lugar dos años después que lo hice yo.
-Ya… -dije yo-. La felicito.
-Tú no entiendes -continuó-. Se trataba de
ancianos. Hombres y mujeres que ni siquiera recordaban que habían sido hombres
y mujeres… Molestos, rencorosos, olvidadizos, buscando siempre a quien culpar
de su estado… de haberse hecho encima, de que no los vengan a visitar, de que
le salieron manchas en la piel… o de que la vida se les fuera sin haber
entendido nada…
-Yo soy profe -comenté-, algo entiendo.
-No es lo mismo -señaló, molesta-. Los chicos
tampoco entienden nada, pero creen que entienden, o que van a comprender… creen
que tienen tiempo, supongo, por más desesperados que parezcan… Los ancianos, en
cambio, o aceptaban la muerte sin más, o buscaban poner algo entre ellos y la
muerte… Las demandas funcionaban de esa forma… Todos los meses cada anciano era
entrevistado por un abogado que les preguntaba si tenían algún reclamo… algo
que luego él transformaba en una demanda… El tipo fingía interés. Recibía un
sueldo de parte de una Institución que había logrado colarse en varios asilos y
además cobraba aparte cada juicio. Cada demanda, incluso… Pero claro, yo nunca
tuve una. Tenía mis métodos, por supuesto… Algunos no te parecerían muy
limpios, pero no voy a detallar nada para que después lo andes contando…
-No lo haría -mentí.
-Mientes -me dijo-. Pero da lo mismo. No te daré
nada para contar. Solo números. Veinte ancianos a mi cuidado. Catorce años de
trabajo. Poco más de cien, considerando que se morían y los reemplazaban de
inmediato. Dos premios durante mi trabajo en aquel lugar. Una gran despedida
cuando decidí irme. Y ahora tú, intentando hacer preguntas quién sabe para qué.
-Para encontrar a alguien. O saber qué ocurrió con
alguien, como ya le había dicho. Era pariente de una poetisa llamada Sara Vial,
de la que le gustaba hablar. Era pequeñita, delgada y de ojos azules. Se acordaba
de un piropo que le habían dicho cuando era joven, sobre unos angelitos…
siempre repetía esa historia… No tuvo hijos y…
-Pero ni tú ni yo manejamos nombres -me interrumpió-.
Yo me acordaría en qué cama estuvo y que año murió, en el mejor de los casos.
Tú recuerdas alguna historia y poco más… Ya ves que no soy peor que tú, aunque
me mires de esa forma…
-¿De qué forma? -pregunté yo.
Pero ella no contestó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario