Parecían lunas. Primero vi dos. Luego noté que eran
cinco. Por un momento pensé que podían ser nubes que hubiesen tomado esa forma,
no sé… supongo que eso nos pasa cuando queremos racionalizar lo desconocido. Lo
que no debe estar ahí. Yo estaba en una azotea, con alguien más. Alguien a
quien quise mucho. Estaba haciéndose de noche, pero había suficiente luz. No
estaba del todo despejado pero aquellas cinco lunas, o esferas, se veían bien.
Dispuestas horizontalmente, en lo alto. Entonces ella sacó el celular, pero dijo
que costaba enfocarlas a todas, además justo pasaron algunas nubes y se taparon
un poco. Le dije que dejara de grabar, que tal vez no querían ser grabadas. No
sé si dije en voz alta esa razón, ahora que lo pienso, pero el hecho es que
ella dejó de grabar. Justo entonces las cinco esferas comenzaron a moverse. Manteniendo
la distancia. Con leves diferencias entre cada una de esas esferas, aunque no
creo que pueda intentar precisar. Se movían por todo el cielo. A veces
desaparecían en parte, bajo nosotros, pues estábamos en la azotea de un edificio
muy alto. Estábamos en el piso. En mi caso apoyado en un pequeño muro de
seguridad que tenía el edificio. Un muro de no más de un metro que podía
saltarse fácilmente, por cierto. Seguíamos con la vista las esferas y era
emocionante. Una sensación hermosa si no hubiese sido por el vértigo. Yo sentía
vértigo. Ella miraba las esferas, asombrada y se había puesto de pie. Yo estaba
recogido, contra el pequeño muro, como si pudiese aferrarme a eso. Por momentos sentía que las esferas seguían fijas
y que todo lo demás se movía, aunque el efecto final era casi el mismo. Ella me
miraba por momentos y se veía feliz. Yo intentaba estarlo, pero sentía vértigo.
Tampoco se lo decía, para no echarle a perder aquel momento. No sé cuánto más
siguieron en movimiento las esferas. Supongo que hasta poco después que cerré
los ojos. Ella estaba feliz. Se acercó hasta donde estaba y me abrazó. Era como
si esa experiencia nos hubiera unido. No se trataba de haber grabado todo aquello ni nada
por el estilo. Eso no tenía importancia. Yo intentaba estar ahí, con ella, pero el vértigo seguía. Estaba
contento, claro, por ella y porque estábamos juntos. Y porque algo que ella
sabía trascendente, sin duda, ahora nos unía. Yo ya la quería así desde antes, pero
habían faltado las esferas, para que se volviera mutuo. Esta vez, sin embargo, debido al vértigo, había
algo que nos seguía separando. No vivimos lo mismo. Creo que ella no se daba
cuenta. Para mí era algo magnífico, claro, pero en mi cuerpo había también
otras señales. Incluida la forma en que estamos acostumbrados a interpretar
aquello. Ver todo como algo hecho para nosotros, me refiero. Me di cuenta que ella
lo veía así y que por un momento yo también lo hice, cuando le dije que
guardara la cámara. Como si esas esferas hubiesen montado ese espectáculo para
nosotros, exclusivamente. Supongo que ella creía eso. Yo dudaba si era bueno creer
eso. Me sentía egoísta creyendo eso. Y es que si era así, incluso podía pensar que se fueron porque
cerré los ojos. Ella estaba feliz, sin embargo, y creía en nuestra unión luego
de aquello. Notaba en sus ojos algo distinto en su forma de mirarme. Parecía
comprender que estábamos hechos para estar juntos. Suena cliché eso, por
supuesto, pero en nuestro caso era verdad. Yo lo sabía desde antes, pero ella
sin duda no lo sabía. Esta vez, sin embargo, por la forma en que se dio,
pensaba yo que no era la manera correcta. La veía egoísta, a ella, pensando que
-ahora-, nosotros dos éramos el centro. Pude haberme aprovechado de eso, claro,
pero no lo hice. Si eso nos iba unir y ella no lo sabía desde dentro, desde sí
misma, era mejor dejarlo así. Ella buscó en su celular lo poco que había
grabado y lo borró. Era suficiente con que lo supiéramos los dos. Me miró llena
de amor y vi que era verdadero. Es decir, vi que ella, por primera vez, veía
que era verdadero. Era hermoso, pero no me pareció justo. Me sentí amado, pero
a la vez sabía que yo amaba desde antes, sin necesidad de las esferas. Ella
nunca lo había sabido. Nunca se lo había planteado incluso. El centro habían
sido siempre sus propias sensaciones, sus experiencias, ella misma. Yo la amaba,
pero eso no era justo. Tal vez era verdadero, y hasta hermoso, pero no era justo. Nos miramos
por una última vez y vimos todo el uno el otro. Podía ser la primera
gran mirada o la última. El final ya se sabe, por supuesto. Yo no soy el centro del mundo.
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