Vivió en Australia durante un año. Luego de un mes
en Sidney quiso recorrer el país. Lamentablemente, perdió su dinero y toda su
documentación luego de viajar en un pequeño tren y bajarse más tiempo del necesario en un lugar no permitido. El lugar tenía un nombre que él juro no
repetir y estaba en una zona muy seca y calurosa. Apenas tenía un bar, una
posada y un edificio de madera, de dos pisos, donde había un funcionario que hablaba
un extraño inglés que apenas logró comprender. Según descifró, luego de
contarle su problema, el tren paraba ahí cada quince días. Tendría que esperar
hasta aquel momento, por supuesto. Había un teléfono en la oficina del
funcionario y otro en la posada. Ninguno funcionaba. También había un televisor,
en el bar, donde llegaba un canal que se veía con dificultad y transmitía todo
el día partidos de rugby, algunos de ellos muy antiguos. Recién estaba naciendo
internet por esos años y en aquella región no llegaba, por supuesto. Tampoco
había señal para su teléfono móvil. Tenía apenas un poco de dinero, su teléfono
móvil, una máquina fotográfica y unas prendas de ropa que cargaba en su
mochila. Para subsistir durante esos días convenció al hombre de la posada para
que lo dejara quedarse a cambio de la máquina fotográfica. El hospedaje incluía
un café al desayuno y un almuerzo que el hombre solía improvisar -era el único
cliente de la posada, por supuesto-, y una cerveza helada con u trozo de pan al
finalizar la tarde. Recorrió el lugar durante esos quince días. Las calles no tenían
nombre y eran de tierra. Descubrió que había muchos cuartos abandonados en los
que tal vez habría podido quedarse. Eso hizo, de hecho, luego que a los diez días
el tipo de la posada le dijo que se le había acabado el crédito. Calculó que debía
haber perdido dos o tres kilos, fácilmente, en aquel lugar. El día catorce,
recorriendo los alrededores metió uno de sus pies en una extraña trampa. Unos
dientes de metal se clavaron en uno de sus tobillos y una cadena con un candado
impidió que pudiera alejarse del lugar. Estuvo ahí durante dos días. Desde ahí,
con el tobillo fracturado y herido, escuchó como llegaba el tren y se detenía
unos minutos en el lugar, hasta que volvió a partir. Horas después, el funcionario,
supuestamente extrañado de no ver al hombre subirse a la máquina fue a buscarlo
y lo encontró herido. Abrió la trampa y liberó el candado con una llave que
sacó de un gran manojo, y lo llevó hasta donde una anciana que le llenó el
tobillo de una especie de barro. Se quedó con la anciana, que hablaba en un
extraño dialecto, hasta que llegó el otro tren. Los últimos días no pudo
negarse a tener sexo con ella, aunque en principio le había producido rechazo
el olor de la mujer y lo negro que tenía sus encías en aquellos lugares en los que
faltaban dientes. Cojeó para subir al tren luego de despedirse de la mujer,
explicó su situación y llegó hasta una ciudad donde pudo hacer una llamada y
solicitar dinero a un familiar. También tramitó unos nuevos documentos. El
dinero le llegó a la ciudad una semana después, pro no era mucho. Decidió
trabajar en el lugar, ayudando a unos hombres que construían una plaza. Pasó
ahí varios meses. Luego trabajó construyendo unas casas y poniendo techos en una
villa pequeña villa, en las afueras de una mina. A veces salía a cazar, en las
cercanías. Casi nada de lo que mataban era comestible. Una vez le disparó a un
canguro, solo porque los demás lo hacían. No lo mató con el disparo, pero al
herirlo permitió que otro de los cazadores se acercara hasta él y le diera
muerte con un cuchillo. Comió una especie de estofado que hicieron con parte de
la cola. También se habían llevado las piernas del animal, pero no probó.
Volvió a Sidney solo la última semana antes de regresar a su país. En Sidney
compró recuerdos para su familia. Llaveros, imanes para el refrigerador y unas
cuantas camisetas. En casi todas aparecía algún canguro u otro animal que era
caricaturizado con expresiones bondadosas. Casi siempre sonreían, en las
imágenes, aquellos animales. Había pasado un año en Australia. A él le quedó
una pequeña cojera a partir de la herida en su tobillo. Su piel oscureció al
menos un tono. Yo no le creo, pero dice que nunca volvería a aquel lugar.
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