Al interior de una selva, en Honduras, J. conoció a
un grupo de monos que, según sus palabras, hacían reír. Cuando lo explica en
detalle puede que se aclare que no necesariamente buscaban la risa del espectador,
sino captar la atención para alterar su conducta y aprovecharse de aquel efecto
para escapar -como lo hacían con otros animales-, o para atacar luego, por
sorpresa, al más pequeño de los integrantes -como le ocurrió a él mismo, luego
que robaran algunas cosas que cargaba durante la expedición-.
Si bien las estrategias que utilizaban estos monos
eran variadas, la principal era la imitación exagerada de los rasgos que habían
observado en los espectadores. Así, por ejemplo, el grupo de los monos a los
que hace referencia, habría imitado el andar de los hombres, cargados de
mochilas, realizando movimientos de machetes y hasta reproduciendo la torpe caída
que había sufrido uno de ellos, unas horas antes de encontrarse con los monos.
Así, a una distancia segura y ubicándose en un
lugar lo suficientemente visible, algunos de esos animales ofrecían el
espectáculo, del que he observado un par de malas fotografías, en las que no se
aprecia bien, si soy sincero, aquello que realizan.
También, durante aquella expedición, J. aseguró
haber llegado hasta unas ruinas de las que me mostró una decena de malas fotos,
ya que, según él, algunos de los hombres que lo acompañaron en la expedición le
impidieron fotografiarla o intentar indagar más en ellas, que estaban
mayormente cubiertas de vegetación.
Fue entonces que vi sus dibujos, que parecían
reproducir no ruinas sencillas, sino prácticamente una ciudad en medio de la
selva, y recibí desconfiado la propuesta que me hacía para narrar el relato de
su descubrimiento para enviarlo a alguna revista o institución especializada.
Me negué a eso, por supuesto. En cambio, utilicé la
historia de sus monos para un cuento que escribí en ese entonces y que perdí junto
a muchas otras cosas, en un robo hace varios años ya.
Respecto a las ruinas de esa ciudad, en tanto, luego
de varios años, supe que habían sido descubiertas oficialmente, y que supuso un
gran hallazgo -el más importante de este milenio, para algunos medios-, y hasta
vi unas fotos en la National Geographic.
J., que trabaja hoy como pequeño agricultor,
exportando papas, desde Chiloé, supo también de este hecho, y hablamos por
teléfono, en esa oportunidad.
No me culpó de nada ni se arrepiente de no haber
llegado a difundir lo que encontró en su momento.
-De todas formas -me dijo-, todavía no han descubierto
la entrada a los túneles, que se veía en una foto… esa en que aparecía el
jaguar.
-No recuerdo esa foto -le confieso, tras intentar
recordar.
Entonces J. dijo que igual no importa… que tal vez
no me las mostró todas… y hablamos luego de otras cosas y hasta se comprometió a
mandarme un saco de papas, que nunca envió.
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