I.
Le gustaba decir que trabajaba en
teletransportaciones.
Lo decía bromeando, por supuesto, pero de cierta
forma era cierto.
Y es que su padre tenía una tienda virtual en la
que vendían televisores.
Y él era el encargado de llevarlos a los domicilios
de los clientes.
Decía la frase siempre que llevaba un pedido,
mostrándose simpático, o intentándolo, al menos.
Soy el teletransportador, decía.
Y a veces debía explicarlo: transporto teles,
por eso lo digo.
He traído la suya.
II.
Eso fue lo que me dijo a mí, al menos, cuando trajo
la tele.
Yo no me reí ni le hice gracia por lo que estuvo
intentando de explicarlo varias veces.
Sí entendí, le dije. Pero no le encuentro
gracia.
El tipo se hizo el ofendido y siguió con el
procedimiento.
Me preguntó si quería probar la televisión antes de
firmar el despacho.
Yo le dije que no, que no era para mí y que debía
llevarla luego a otra persona, por lo que prefería no desembalarla.
Entonces usted también va a teletransportar,
comentó, sonriendo.
Yo guardé silencio.
Él intentó explicar, nuevamente:
Me refiero a que va transportar la tele, ya sabe…
es un juego de palabras…
Ya le dije que entendí, lo interrumpí.
Además, aunque a veces lo parezca, yo no juego
con palabras, señalé.
Dicho esto, él me entregó un documento de despacho
y yo lo firmé.
Cuando observé mi firma, sin embargo, me pareció
que algo, en todo aquello, no correspondía.
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