I.
Observas a la muerte cuando ella no te ve,
cuando se despista y mira hacia otro lado,
cuando se fuma un cigarrillo
entre un trabajo y otro.
La mides, digamos,
como calculando si tienes una opción
por mínima que sea
si decides enfrentarla.
Cuando la sabes trabajando,
en cambio,
prefieres mirar hacia otro lado…
finges no saber,
no entender,
y finges también no escuchar
el quebradero de huesos.
II.
Observas a la muerte cuando ella no te ve,
y te asombra descubrir
que no es tan fea, como dicen.
Mirando atentamente, incluso,
es probable que te agrade
su extraña complexión,
y su expresión cansada
deja sin duda una estela atractiva.
Es bella, concluyes,
tras volver a mirar,
es bella cuando está fuera del papel
o cuando se sabe no observada
o cuando se olvida incluso quién es
y para qué vino
a este mundo.
III.
Observas a la muerte cuando ella no te ve,
y se muestra descuidada incluso
mientras se desprotege
y te da la espalda.
Debes decidir entonces
si es o no el momento,
más aún cuando a tu lado
encuentras olvidada su guadaña.
Basta un movimiento ahora
un golpe fuerte y certero
para hacer, tal vez,
lo que está pidiendo a gritos.
Solo entonces,
si no dejas de observar,
ella se volverá hacia ti
y te dará las gracias.
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