Tiene una foto antigua, junto a la torre Eiffel.
La foto está enmarcada y puesta sobre un piano
antiguo, que ni siquiera suena.
Lo molestamos por la foto porque el tipo de la foto
no se le parece.
Entonces él se defiende y muestra otras fotografías
donde aparece en esa época, incluso una en la que lleva puesta la misma chaqueta.
Ante esto, debimos aceptar que era él, pero luego
de su triunfo atacamos nuevamente.
De todas formas, la torre parece sobrepuesta,
le dijimos.
Mira las proporciones, agregamos. No calzan.
Se nota que es falsa.
Lo hacíamos por molestar, ciertamente, pero él
aparentemente se lo tomaba en serio.
Se dedicó entonces a buscar otras pruebas.
Lo vimos revisar en cajones, buscando alguna otra
foto tomada en Francia.
Igual si encuentras otra no significa nada, continuamos.
Podrías haber falsificado varias… hay gente que
hace eso.
Algunos hasta consiguen imanes y los pegan en el
refrigerador, dije yo.
Él dejó de buscar y se acercó donde estábamos.
Estaba tan serio que incluso parecía triste.
Igual eres nuestro amigo, le dijimos. Pero
debes aceptar la verdad.
Tus fotos son falsas, tu piano no suena…
La lámpara esa de la esquina no prende...
Y tu perro no ladra, dije yo.
La lámpara esta buena, intentó defenderse, puedo
cambiarle la ampolleta y demostrarlo.
Igual una ampolleta no es la torre Eiffel,
le dijimos.
Él se calló.
Nosotros también callamos y seguimos con nuestra actitud, hasta que nos levantamos para irnos.
Tratemos de olvidar lo que ocurrió esta vez, si
volvemos a juntarnos, dijo uno de nosotros.
Él asintió, desganado.
Estaba de pie, junto al perro que no ladraba,
sujetando la puerta.
Me dio pena verlo ahí, mientras nos íbamos, pero
era extraño cambiar la actitud en ese momento.
Tal vez ni siquiera estabas hoy en casa, le dije,
al despedirme.
Él no contestó.
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