Hay errores en los submarinos.
Fallas graves, digamos.
Equivocación, incluso, en el concepto.
Eso pienso, al menos, mientras observo uno flotando
en la superficie.
Ha emergido hace poco y ha llamado la atención.
Algunas personas lo fotografían como si fuese un monstruo
que surgió desde la profundidad.
Yo, en cambio, lo veo más como un animal perdido, o
como una ballena que se acerca a la costa, para morir sobre la arena.
Y es que un submarino no debiese ni asomarse fuera
del agua.
No es su lugar, digamos.
No pertenece a ese sitio.
Apenas emerge parece un resto.
Un trozo de algo, que se ha desprendido.
O un hombre muerto que ha aparecido flotando en la
costa.
Esa es mi postura.
Un submarino no debiese salir del agua si sigue
vivo.
O en funcionamiento, digamos.
De hecho, debiese buscar otra superficie, allá
abajo.
Otra superficie, por supuesto.
Una superficie bajo la superficie.
Esa es la gracia del submarino.
Su razón de ser, si se quiere.
La esencia del submarino.
En cambio, preferimos olvidar la esencia de las
cosas y restarle importancia.
Fotografiarnos con el submarino y celebrar que
agoniza.
Que fracasó en el encuentro de esa otra superficie.
Que huyó de la profundidad.
Que la encontró demasiado oscura y prefirió flotar
como un muerto.
¡Pobre submarino…!
Eres uno más, entre nosotros
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