He descubierto que me gustan los artículos de
jardín.
Pequeñas palas para trabajar la tierra, rastrillos,
maceteros y hasta uno que otro adorno que antes me hubiese parecido molesto.
Y es que hasta hace unos años no hubiese previsto que
me agradara el hacerme cargo de unas plantas o incluso de un pequeño huerto.
Y claro, de vez en cuando a uno se le olvida algún
detalle, pero los descuidos son cada vez menos y de pronto uno se descubre regándolas
como prioridad, o moviéndolas para que reciban sol o para resguardarlas del
frío.
Tal vez por esto es porque me molestan al mismo
tiempo cada vez más las plantas y flores de plástico, o de cualquier material
en realidad, destinado para durar.
Y me molesta sobre todo que se vendan en los mismos
sectores con las plantas reales.
Hace unos días, por ejemplo, observé que vendían
una bolsita con abejas de plástico.
Abejas de plástico para flores de plástico.
Me quedé entonces tan absorto en ellas que una
vendedora se acercó para cumplir con su rol.
-Buenas tardes –me dijo-, bienvenido a X., mi
nombre es G., ¿le interesan las abejas?
-No son abejas –le dije, cortante.
Entonces ella me miró extrañada, sopeso la
situación y finalmente decidió ir por otro comprador, que estaba a mi izquierda.
Yo, en tanto, salí del lugar todavía molesto,
buscando palabras de plástico, con las que dar cuenta de aquella situación.
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