“Si
todo había caído en un vacío desolador,
era por culpa de un detalle mínimo y
grotesco”
M. H.
Una encuesta dice que en seis de cada 10 hogares
existe al menos un frasco con monedas.
Un frasco de vidrio –por lo general-, donde se van
metiendo monedas de cierto valor, hasta reunir una cantidad considerable.
Y es que a veces, la gente tiene metas asociadas a estos
frascos.
La compra de un producto, dinero extra para
vacaciones o alguna salida especial, por ejemplo.
Lo importante es que cada uno, finalmente, escoge
sus prioridades.
En mi caso, empecé hace poco a partir de una técnica
sencilla.
Todos los días paso por alguna máquina de azar, de
esas que funcionan con monedas, y me retiro apenas he ganado algo, por mínimo
que sea.
Ya van tres semanas seguidas y ningún día he
terminado con pérdidas.
Por lo mismo, podría decirse que es una técnica sencilla y prácticamente infalible.
En mi interior, sin embargo, una voz la cataloga
exclusivamente como una técnica cobarde.
Y claro… a mí
me incomoda esa palabra.
Quizá por eso, miro el frasco con desprecio, y no
se me ocurre en qué pueda animarme a gastar ese dinero.
Hoy mismo, por ejemplo, compré un par de libros,
pero no hubiese podido pagarlos con esas monedas.
Y claro... tampoco me animo a dárselo a alguien.
De hecho, ni siquiera me dan ganas de usarlo para pagar
cuentas o comprar algún producto cualquiera.
Y es que es un dinero manchado, me digo, aunque no sé bien
por qué.
Quizá por eso, escondo el frasco en un rincón, para
que ni siquiera pueda verse.
La situación es absurda, sin embargo, intentaré idear algo para evitar este
problema.
Es tan hueón que da vergüenza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario