-Todo cambió cuando me di cuenta que tenían orejas –me
dijo-. O sea, siempre supe que tenían, pero de pronto lo supe de otra forma…
-¿De qué estás hablando?
-De la gente po, hueón… de toda la gente… O más
bien, de las orejas de esa gente… Imagínate, un día esperando el metro y de
pronto me doy cuenta… había orejas por todos lados… todas más o menos a la
altura de mi vista… y entre las orejas una cabeza, claro…
-¿Y antes no te dabas cuenta?
-No po, hueón, por eso te cuento… O sea, como que sabía,
pero no me daba cuenta, realmente… como cuando hablay del alma o de dios en una
iglesia… y de pronto sabís…
-¿Qué cosa es lo que se sabe?
-Se sabe que uno sabe po, hueón… que uno se dio
cuenta…
-¿Y eso te pasó con las orejas de la gente?
-Sí, pero fue peor… porque fue más bien con las
orejas de la multitud… cientos y cientos de orejas y sus respectivas personas
esperando el metro… fue una sensación rara, hueón, como de descubrimiento, pero
también algo grotesco… y hasta incómodo…
-¿Por qué incómodo?
-Porque eran orejas po, hueón… Y las orejas están
ahí, pero no ven ni te hablan, y como que son torpes…
-Pero escuchan…
-Pero esa hueá no sé si sirve… Me refiero a que al
final igual están chocándose de un lado a otro… y no tienes además a quién
acusar de todo eso…
-¿Acusar…? ¿Y acusar de qué?
-De todo po, hueón; de las orejas, por ejemplo… de
las orejas de la multitud… ¿No sientes que es agobiante tener todas esas orejas
así, moviéndose tan cerca de ti?
-Puede ser…
-Claro que lo es… son miles hueón… debiesen poder
escuchar todo, si lo piensas…
-Pues prefiero no pensarlo –le dije.
-Claro… así hacen todos… pero…
-…
-Así hacen todos…
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