Hay dichos que me gustan.
Y otros que no.
Un ejemplo que sirve en ambos casos es el
siguiente:
Dios le da pan al que no tiene dientes.
Lo extraño es que me gusta y no me gusta por las
mismas razones.
Pensaba enumerarlas, pero lo cierto es que no sé
decir, ordenadamente, esas razones.
En cambio, le doy vueltas a la frase una y otra vez,
analizándola gramaticalmente y haciéndome de vez en cuando algunas preguntas.
También pensaba escribir esas preguntas, pero
mientras lo hacía elegí borrarlas pues creo que usted, como lector, puede
fácilmente inferir cuáles son algunas de ellas.
Por otro lado, si se equivoca, puede al menos
preguntarse usted mismo, de paso, algunas cosas.
En lo personal, me quedo con la frase un momento y siento
que la voy moviendo, entre mis manos.
Como un cubo Rubik, voy moviendo, aquella frase.
Sin embargo, aunque la arme de distinta forma, la
frase termina hablándome siempre de lo mismo.
Y es sobre carencias, aquello sobre lo que termina siempre
hablando.
De un hombre sin dientes, me refiero.
También de un hombre sin pan, inferimos.
Y hasta de un hombre sin dios, agrego yo.
Carencias que no resuelven en lo absoluto el
sentido final de aquel dicho.
Y claro… tal vez por eso es que me gusta y no me
gusta aquella frase.
Después de todo, ¿qué es lo que necesita el que no
tiene dientes…?
¿Necesita pan, necesita dientes o necesita un dios…?
Preguntas para quien no tiene respuestas igual que
el pan para el sin dientes.
Eso es, más o menos, lo que siento yo.
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