Nunca he hablado de formas nuevas.
No he pretendido nunca nada así.
De hecho, la forma es un concepto que por lo general no entiendo.
No comprendo, digamos.
Y no me interesa, por cierto, perpetuar.
La honestidad en cambio es otra cosa.
La honestidad que tiene raíces y permanece en su sitio.
La palabra dicha como quien respira.
O como quien intenta, dificultosamente, respirar.
Y claro, pretender más que el aliento, entonces,
resulta siempre innecesario.
Vanidad, equívoco, soberbia y hasta exceso.
O simplemente vanidad.
En este sentido,
no hay piedra alguna de más en este mundo.
Pero las palabras ciertamente podrían hacer un gesto
y dejar un poco más de espacio.
¿Ordenar la biblioteca, entonces?
Puede parecer absurdo, es cierto, cada día.
Avance, retroceso y retroceso.
Sin embargo, puedo aceptar, sin duda, aquella farsa.
Aquella farsea que poco a poco busca gestar algo tan sólido como una
piedra.
Pequeño, gris y sólido como una piedra.
Eso entonces.
Nada más.
¿Siete años alcanza?,
pregunté.
¿Está bien con siete años…?
Hubo un silencio entonces hasta que una voz chilló algo extraño.
¡Setenta y siete veces siete
años!, me dijeron.
Eso que sientes no es cansancio
sino pena.
Era cierto.
Nadie me dijo nada más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario