I.
Ya no sé ni qué se traman, me
dijo.
¡Veinte chicos con pistolas de
plástico…!
¿Veinte…? Dije yo
Veinte, dijo él.
Luego tomamos seis cervezas.
II.
Está mal la hueá… continuó.
Mal po… dije yo.
Yo creo que si revisaban más
mochilas encontraban más… dijo él.
¿Más mochilas…? Dije yo, algo
mareado.
Él ni siquiera contestó.
Entonces pedimos tres cervezas más.
III.
Lo miran en menos, hueón… pero el
verdadero mal es de plástico… Me dijo.
El verdadero mal es de verdadero
plástico, completé.
Una vieja bizca miraba desde la mesa vecina.
¡Puto plástico…! Dijo entonces.
¡Reputo…!, corregí.
Entonces el pidió otra cerveza.
Yo pedí dos.
IV.
Habría que hacer algo… se le
entendió entonces.
Yo no dije nada.
No está bien todo esto…
Agregó.
Yo seguí en silencio.
¡Veinte pistolas de plástico…!
Siguió.
Como él seguía hablando me tome su cerveza.
V.
Hubo que pagar.
Pagamos.
Entonces caminamos hasta una botillería cercana por un par de latas
para terminar el día.
Tras cierta demora, decidimos que el hombre que no atendía no nos tomaba en serio.
El mundo está armado de pistolas,
dije yo.
Pistolas de plástico, completó
mi compañero.
Muertes de plástico, dije yo.
Dioses de plástico… agregó mi
amigo.
Y claro, de un momento a otro ese hombre sacó también una pistola y nos
apuntó a la cara.
Estábamos tan borrachos que no recuerdo si el hombre disparó o no.
De hecho, de haber sabido, probablemente tendría otro final, para esta historia.
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