Nació con bolsillos.
Yo no lo creía, pero resultó ser cierto.
Ella misma me los mostró.
Eran dos.
Uno estaba en su pecho, como el bolsillo pequeño en
una camisa.
El otro era similar a un bolsillo trasero del pantalón,
donde se acostumbra llevar la billetera.
Tras comprobar que eran verdaderos pensé que habían
sido fruto de una operación.
Pero ella me demostró que eran de nacimiento.
Lo hizo enseñándome fotos de cuando era pequeña.
Un bebé como cualquier otro, solo que con dos
bolsillos en su piel.
No me dejo meter mis manos, pero ella misma metió
las suyas para demostrarme que eran funcionales.
Sin embargo, a pesar de aquello, dijo que nunca
había guardado nada en su interior.
No ha sido
necesario, fue lo que dijo.
Tuvimos sexo esa noche, pero me advirtió
sobremanera de no indagar en sus bolsillos.
Fue bastante incómodo, de hecho, pues yo no paraba
de intentar acercarme a ellos, incluso inconscientemente.
Y claro, ella estaba atenta al menor roce, y se
ponía a la defensiva.
Por lo mismo, decidió cubrirse para poder dormir un
poco aquella noche.
Ahora debo
ser la chica de los bolsillos, para ti, me dijo, antes de dormirse.
Uno pierde el
nombre y se transforma en eso.
SI volvemos a
vernos insistirás en que te muestre qué hay dentro y no te quedarás tranquilo
aunque te diga que no hay nada.
No sé qué
pasará, le dije. No sabemos.
Ella no siguió la conversación y yo me quedé en
silencio, fingiendo dormir.
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