Una vez conocí una chica que mudó su piel.
Es cierto.
Totalmente cierto.
No es una metáfora ni exagero aquí de forma alguna.
Pueden creerme: cambió la piel.
Encontré los restos, como una cáscara, una mañana
en que volví antes del trabajo.
Ella estaba en la ducha y la piel desprendida
estaba sobre las sábanas.
Me demoré unos minutos en comprender de qué se
trataba.
Cuando lo hice, ella abrió la puerta del baño, y me
observó.
Estaba envuelta en una toalla, pero podía ver la
piel nueva del rostro, del cuello y de parte de los hombros.
Era una piel rosada, todavía un poco transparente.
Contrastaba con sus ojos, que eran los de siempre.
Su voz era firme. Casi agresiva.
-Por tu expresión supongo que ya viste lo que hay
sobre la cama –me dijo.
Yo asentí.
-Siempre que me quedo aquí me ocurre –agregó-.
Ahora traigo hasta bolsas para echar los restos.
Tras decir esto fue hasta un costado de la cama y,
de espaldas a mí, se despojó de la toalla y se vistió sin mirarme ni un
instante.
Luego, sacó una bolsa que llevaba doblada en su
cartera y comenzó a meter en ella la piel reseca.
-Se vuelven
como hojas –comentó mientras lo hacía-, hojas de árbol, resecas… ocupan muy
poco espacio…
Yo no sabía qué decir. Había olvidado incluso por
qué había regresado, desde el trabajo.
-¿No te duele? –atiné a preguntar.
-No –me dijo-. Debo tener cuidado con la piel nueva,
pero en unas horas ya está todo normal, como si nada hubiese ocurrido.
-Me alegro –dije yo.
Nos quedamos un rato en silencio mientras ella
ordenaba sus cosas. Al parecer estaba a punto de irse. La situación era
incómoda, supongo que para ambos.
-¿Podrías hacer como si esto no hubiese ocurrido? –me
preguntó entonces-. ¿Crees que podríamos volvernos a juntar y no hablar nunca
de este asunto?
Lo pensé un rato y luego le dije que sí, que no
hablaríamos nunca de ese asunto.
-Me alegro –dijo entonces, y se acercó para darme
un beso-. Si quieres cuando ya no nos veamos puedes escribirlo, y luego
olvidarlo.
Yo sonreí también y luego ella se fue.
Nos volvimos a ver unas cuantas veces, desde
entonces, a lo largo de un año.
Luego nos dejamos de ver así que tengo derecho de
escribirlo.
Apenas termine –espero-, comenzaré a olvidarlo.
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