Le arrancaron los dientes.
Yo lo vi.
Primero los soltaron a golpes y luego metieron una
navaja entre ellos y rasgaron hasta sus encías.
Yo esperaba que el hombre se desmayara, pero no lo
hacía.
En cambio, gritaba y se llenaba de sangre mientras
le arrancaban con alicates las piezas que le quedaban.
Un par de dientes, llenos de sangre y todavía con
trozos de encías vino a dar hasta donde me encontraba.
Yo no debía estar ahí, pensaba mientras los veía.
Pasaron unos minutos y parecían ahora haber
terminado.
El hombre al que le habían arrancado los dientes se
atragantaba con su sangre y con restos de lo que habían sido sus dientes.
Entonces uno de los hombres que lo atacaba lo
volteó a patadas hasta que quedó boca abajo.
Al parecen querían que viviera, luego del ataque.
Le gritaron entonces algunas cosas y le dijeron que
eso era apenas una advertencia, que todo siempre podía ser peor.
Antes de irse uno de los hombres le tiró el alicate
a su cabeza que rebotó contra el suelo.
Luego que se fueron, yo esperé un rato más antes de
salir de mi escondite.
El hombre en el suelo intentaba arrastrarse hasta
una muralla.
Todo ocurrió en la parte trasera de una cancha de
baby fútbol, cerca de mi casa.
La sangre se secó en el piso y dejó una mancha que
permaneció por años.
Antes de ver eso, yo pensaba que un hombre no era capaz de
aguantar tanto.
Ahora sé que el hombre puede aguantar eso y
bastante más.
El cuerpo se defiende de la muerte y de alguna
forma vuelves a vivir aunque hayas perdido gran parte de tu sangre y te hayan
arrancado los dientes.
Cuánto desperdicio, pienso ahora, cuando no se sabe
para qué.
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