¿Te das cuenta…? Siempre está todo frente a
nosotros. No lo vemos todo, claro, pero el caso es que está. El todo, me
refiero. Y uno recién entonces se da cuenta que no pertenece al todo. No como
alguien que lo ve, al menos. No inserto en él, me refiero. Ni siquiera como un
ojo. Un agujero en el muro del todo, apenas. En el muro final del todo.
¿Te das cuenta…? Si fuésemos parte del todo y viéramos
el todo estaríamos viéndonos también a nosotros mismos. Pero la consciencia nos
jugaría entonces una mala pasada. Y es que la totalidad no admite consciencias.
No fragmentarias, al menos. Y toda consciencia es fragmentaria. De ahí lo
imposible. Desde ahí, más bien. Y desde ahí también, estas palabras.
¿Te das cuenta…? El ojo que se ve a sí mismo no
sabe qué es un ojo. De esta misma forma, la palabra que a sí misma se escucha solo
percibe ruido. Me refiero a que sin nosotros hay apenas nada. El todo nos
necesita. Es todo para nosotros, digamos. Por y para nosotros. Existe, incluso,
gracias a nosotros. El todo es el regalo que le hacemos a Dios, desde nuestra pequeña
insignificancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario