Ignoramos cómo ocurrió, pero al despertar
descubrimos que la tortuga estaba patas arriba. Pensamos que pudo haber sido un
animal, tal vez un gato que se hubiese metido a la casa en la noche, aunque no
había indicio alguno de lucha o de desorden. Lo cierto es que tuvimos más
cuidado con el cierre de ventanas y esas cosas. No pensamos que se repetiría,
claro. Tampoco es que le diéramos demasiada importancia. Solo había que tomar
precauciones para que la tortuga no pasara un mal rato. Eso era todo, pensamos.
Pero nos equivocamos. Por seis días seguidos encontramos a la tortuga patas
arriba. Indefensa, sin poder volver a su posición. Tal vez era ella misma quien
lo hacía, concluimos, aunque no nos parecía algo lógico. De todas formas no lo
pensamos más. Simplemente nos acostumbramos a voltearla cada mañana, al
comenzar el día. Mientras preparábamos el desayuno o antes de ducharnos, sin
comentario alguno. A veces la volteaba F. y a veces lo hacía yo. No era una
tarea difícil, después de todo. Aunque de cierta forma nos sentíamos culpables
de postergar el voltearla, aunque fuese unos minutos. Por ejemplo, F. se sentía
incómoda si teníamos sexo en la mañana y no habíamos volteado todavía la
tortuga. Una vez, de hecho, discutimos por esto, pues ella interrumpió e acto
para ir a voltearla y luego volvió, como si nada. Yo no quise seguir y supongo
que desvié la molestia hacia la tortuga. Recuerdo que fue esa la primera vez
que surgió la idea que lo que hacía la tortuga era un intento de suicidio. Si se quiere matar, que se mate, había
dicho yo, sin pensarlo. Aunque luego sentí que algo de lógica tenía aquella
hipótesis. Ya más calmados, otro día, hablamos del tema. Observamos más atentos
a la tortuga, pero no encontrábamos signos de depresión o cambios en su estado anímico.
Comía igual que siempre, se movía hacia los mismos lugares… seguía buscando el
sol a mediodía. Fue entonces que buscamos información y encontramos el texto de
Wingarden en que contaba sobre esa extraña creencia china. En resumen, decía
que cierto emperador chino creía que el mundo se había volteado, si encontraban
sin explicación una tortuga volteada, y había dispuesto una serie de protocolos
en palacio, para los días en que eso sucedía. Era una creencia absurda, claro,
pero debo reconocer que a mí, al menos, me hizo sentido. Tanto que a veces me
cuestionaba brevemente al voltear la tortuga. Fueron semanas así, tal vez
meses, no recuerdo. Luego la tortuga no se volteó más. O el mundo, no sé. Nos
sorprendimos al encontrarla en la posición correcta y nos descolocó más aún que
cuando la encontramos volteada. Fue extraño. Era como si hubiésemos perdido
algo que nos permitía comenzar mejor el día. Un rito necesario, digamos. Ambos
mirábamos la tortuga, cada mañana, como si nos estuviera engañando. Un día, de
hecho, desde el baño, observé a F. acercarse a la tortuga y voltearla, para luego
quedarse en cuclillas, junto a ella. No se dio cuenta que la vi, claro, y luego
la dejó en buena posición. Ta vez lo imaginara, pero me pareció incluso que F.
lloraba un poco. Mientras me vestía pensé que pensaba dejarme, pero pasaron los
días y finalmente no lo hizo. Mientras escribo esto ella está en la cama,
hablando por celular, y la tortuga probablemente está durmiendo, sin
preocupación alguna. Así son las cosas, me digo, mientras busco una frase para
cerrar el texto. Así son las cosas,
escribo.
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